Ernesto Guevara, también conocido como el Che (39 page)

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Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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El Che ordena no hacer fuego generalizado y que la gente del pelotón de vanguardia contenga al enemigo. Va ordenando que los rebeldes busquen el monte hacia el sur y fija un punto de reencuentro a unos dos kilómetros. Zayas recuerda: "y el sur no se sabía si quedaba para el norte o el oeste. Ya se pueden imaginar lo que pasó."

El Che, en medio del tiroteo, recorre la columna tratando de reorganizarla. Es en ese momento que Pablo Ribalta deja su mochila en uno de los camiones preocupado por recuperar a los que han saltado hacia el lado equivocado del camino. Se creó un estado de confusión. Desconociendo totalmente la zona ordenamos marchar hacia un monte que se veía a media luz del alba, pero para llegar a él había que cruzar una línea sobre la cual los guardias avanzaron en dos direcciones diferentes. Hubo que entablar combate para permitir el paso de los compañeros más retrasados. La llegada de un tren a mitad del combate desconcierta aún más a los combatientes, El Che ordena a un bazukero que se prepare a tirarle al tren, finalmente retira la orden al descubrir que no vienen tropas en él. El pelotón de la retaguardia frena al ejército y ahí es cuando hieren a José Ramón Silva, quien ha continuado con estoicismo ejemplar al frente de los hombres a pesar de haber sufrido la fractura de la región articular del hombro derecho.

El Che manda sacarlo de esa posición y Fernández Mell lo cura en el monte cercano. Había perdido mucha sangre y tratan de ponerle plasma, el sistema de transfusión no sirve afortunadamente, porque después descubrirían que el plasma estaba en mal estado.

Mientras tanto, la cobertura de los rebeldes con ametralladora y quemando municiones, lo que no es habitual en la guerrilla, impide que el ejército tome la línea férrea y divida en dos partes la columna. Tuvimos que seguir combatiendo sobre la línea férrea en una extensión de no más de 200 metros conteniendo el avance del enemigo, pues nos faltaban hombres.

A las 7:30 de la mañana arriba la aviación, dos B26, dos C47 y dos avionetas. Joel narra: "Cuando se inició el bombardeo y ametrallamiento de la aviación, nuevamente los soldados de la tiranía intentaron avanzar. La mayor parte de la columna había cruzado la línea. Se reinició el combate con mayor intensidad en la posición donde se encontraba El Che. Los soldados avanzaban también por la sabana, parapetándose en los escasos árboles existentes, conminándonos a la rendición con fuertes gritos (...) el ataque es rechazado, obligando a los soldados de la tiranía a replegarse a rastras." Armando Acosta está ahora a cargo de la retaguardia. Esta situación duró dos horas y media, hasta que a las 9:30 de la mañana di orden de retirada, habiendo perdido al compañero Juan, al que una bomba le destrozó la pierna derecha. El grueso de la columna ha ganado el monte bajo un bombardeo bastante ineficaz. Hay algunos perdidos. Joel reconstruye: "El Che, alrededor de las 9:30 de la mañana, ordenó dejar varios compañeros que ofrecieran resistencia en la línea férrea, mientras al resto nos mandó penetrar monte adentro. Durante esta travesía que fue en pequeños grupos, sucedieron muchísimos incidentes. Incluso El Che, al dar un descanso de 10 minutos, se quedó dormido con el resto del grupo que marchaba con él, y al despertarse mucho después del tiempo previsto se puso muy incómodo."

Hay un grupo de campesinos que se prestan a localizar a los dispersos y rezagados de la columna. Se establecen varias emboscadas, mientras se van reuniendo los hombres. En esos momentos la columna tiene a tres de sus jefes de pelotón heridos y tres de sus tenientes perdidos.

A las 9 de la noche se produce el reagrupamiento. Duermen hasta la madrugada, con tan sólo un café en el estómago se reinicia la marcha. La columna sale hacia el sudoeste bajo la llovizna. Se mueven unos dos kilómetros, se establecen emboscadas. Se reincorporan dos de los perdidos. La alegría de verlos aparecer no le impide al Che echarle fuerte bronca a uno por haber abandonado su revólver. El ejército se acerca, pero El Che decide no entablar combate.

En un campamento entre las fincas de San Antonio y Cayo Cedro, El Che decide someter a crítica a la columna. Comienza haciendo un análisis de los errores que los llevaron a la emboscada, la falta de exploración, el dejarse llevar por el cansancio y la apatía. La bronca que cae sobre los que perdieron las mochilas es mayúscula, no menos a los que abandonaron armas o municiones, y ya puesto a soltar el regaño, se lo echa a sí mismo por haber perdido el control cuando el camión se atascó poco antes de la llegada a Cuatro Compañeros.

A las seis de la tarde de ese mismo día la columna se pone en marcha. Hay movilización de fuerzas militares de oriente hacia la zona. La "invasión" lograba su primer éxito, obligaba a desconcentrar las fuerzas que operaban en torno de la Sierra Maestra.

El 17 septiembre se come por única vez a las tres de la madrugada, los últimos en comer serán Herman y El Che, carne de res y arroz, media lata de leche condensada, pero a las cinco de la mañana están en marcha de nuevo. Llegan amaneciendo a la finca La República. En días subsiguientes fue haciéndose la reagrupación de la gente, constatando por último que diez hombres dispersados estaban en la columna de Camilo.

Salen de nuevo a las 11:30 de la noche. El Che en mulo, castigado por el asma, la bestia se atasca en el fango, trata de sacarlo, Alfonso Zayas, quien va al lado suyo intenta ayudarlo, sólo escucha la respiración silbante del Che. "Yo me sentía a un tiempo molesto y admirado al ver el gran esfuerzo que hacía. Siempre llevaba consigo un aparato que le ayudaba a respirar, pero esta vez no le servía de mucho. Si yo continuaba allí tratando de ayudarle, los demás compañeros no podrían pasar."

Con la voz entrecortada El Che le dice:

—Sigue, sigue, que yo llego...

Poco después recupera su lugar. No es el único que está al borde de sus fuerzas. La columna entera está derruida. Joel recuerda: "Nuestro paso era lento, pesado; la columna estaba destrozada por las prolongadas travesías que, producto de nuestra situación física, tendían a reducirse. Sentíamos sed, hambre, los mosquitos, el fango pestilente y la lluvia nos causaban grandes estragos."

El 18 de septiembre, mientras acampan, alguien descubre una variedad de roedores conocidos como jutías, hambreados como están comienza la cacería. El Che que estaba leyendo ve pasar al lado suyo a los cazadores, les prohíbe que usen los rifles. A lo largo de los últimos días han estado marchando paralelos al mar. Manuel Hernández dice que le han contado de la existencia de un par de barquitos, El Che le autoriza la exploración, finalmente la cosa quedará en nada, porque se trata de un par de desvencijados botes. La columna marcha de tarde y hacia las 11 de la noche llegan a Laguna de Guano. Allí unos campesinos le informan al Che que el ejército tiene concentrados unos 250 hombres a unos 14 kilómetros. Continúa la marcha. Van bordeando la costa, en las zonas de pastos paralelas a la ciénaga que se prolonga del mar. Jornadas de 15 y 20 kilómetros de marcha.

La relación con los campesinos es bastante buena, donde quiera encuentran apoyo y comida, aunque no en grandes cantidades. Nunca nos faltó a pesar de las dificultades, el aliento campesino. Siempre encontrábamos alguno que nos sirviera de guía, de práctico, o que nos diera el alimento imprescindible para seguir. No era, naturalmente, el apoyo unánime de todo el pueblo que teníamos en Oriente; pero siempre hubo quien nos ayudara. En oportunidades se nos delató, apenas cruzábamos una finca, pero eso no se debía a una acción directa del campesinado contra nosotros, sino a que las condiciones de vida de esa gente los convierte en esclavos del dueño de la finca, y, temerosos de perder el sustento diario, comunicaban al amo nuestro paso por la región y éste se encargaba de avisarles graciosamente a las autoridades militares.

No acierta El Che en esto último, que por cierto reitera en otro texto (la conciencia social del campesino camagüeyano en las zonas ganaderas es mínima y debimos arrostrar las consecuencias de numerosos chivatazos), escrito bajo la impresión de las constantes emboscadas y la cercanía amenazadora del ejército no le hace justicia a los guajiros. Revisados años más tarde los partes militares del ejército de la dictadura, puede constatarse que fueron contadísimas las delaciones.

Se marcha por terrenos cercanos a la Ciénaga, cruzando un potrero llamado Laguna de los Cocodrilos, el estado de la tropa es pésimo. Joel recuerda las "grandes dificultades por las características del terreno, anegado por un agua fría y pestilente. La hierba era alta."

Al día siguiente, 20 de septiembre, escuchamos por radio el informe de Tabernilla sobre la columna destrozada del Che Guevara. Sucedió que en una de las mochilas encontraron la libreta donde estaba apuntado el nombre, la dirección, las armas, balas y pertrechos de toda la columna. Además, un miembro de esta columna que es miembro también del PSP, dejó su mochila con documentos de esa organización. No hay constancia de la reacción del Che, pero sin duda no debe haber sido suave, la captura de las mochilas de Acosta y Ribalta, qué no sólo contenían propaganda del PSP sino también una relación de los miembros de la columna, permitiría al general Tabernilla iniciar en una conferencia de prensa una amplia campaña internacional hablando del "fidelismo-comunismo." En esa misma conferencia el ex sargento de la carnada batistiana negó rotundamente la existencia de una invasión de los rebeldes en Camagüey y aseguró que "los grupos que penetraron procedentes de oriente fueron abatidos por el ejército", hablando de 16 bajas de la guerrilla y el "desparrame de los forajidos."

La noticia de nuestra falsa muerte provocó en la tropa una reacción de alegría; sin embargo el pesimismo iba ganándola poco a poco: el hambre y la sed, el cansancio, la sensación de impotencia frente a las fuerzas enemigas que cada vez nos cercaban más y sobre todo la terrible enfermedad de los pies conocida por los campesinos con el nombre de mazamorra— que convertía en un martirio terrible cada paso dado por nuestros soldados—, habían hecho de éste un ejército de sombras. Un ejército al que cuesta trabajo mantener en actividad. Zayas recuerda: "Un día que nos acostamos en una arboleda al lado de un arroyo y nos cogió un poco tarde para levantarnos, yo sentí un ruido como si se estuvieran cayendo yaguas de las palmas: era que El Che venía cortando las sogas de las hamacas, porque los compañeros se habían quedado dormidos. La verdad es que la gente estaba muerta. A mí no me cortó la soga porque me tiré rápido, pero sí me llamó la atención, que me dolió más el golpe que me di en la caída que si hubiese picado la soga de mi hamaca."

En medio del sufrimiento, una nota chusca, José Pérez Mejía, quien estaba haciendo sus necesidades corporales se queda dormido y se pierde. El Che piensa, con su habitual rigor, que el hombre ha desertado, no hay tal, más tarde se reincorporará.

Veintitrés al veinticinco de septiembre. No teníamos práctico e íbamos tras las huellas esporádicas del compañero Camilo. En la casa de un campesino éste se disculpa por lo poco que puede brindarles, le explica al Che, que hace unos días pasó Camilo... Desde el día 20 caminamos casi ininterrumpidamente entre cenagales. Hubimos de abandonar los pocos caballos que llevábamos más de una vez; la mazamorra empezó a hacer estragos entre la tropa. Y el ataque de asma que lo acompaña durante tres días, persistente, agotador.

Leonardo Tamayo apunta: "Quisimos tomar por la región central de la provincia y él dijo que deberíamos irnos por el sur. Y el sur era la parte más inhóspita. Y por allí nos fuimos." El Che intuye, adivina, el ejército buscará las salidas más fáciles y las bloqueará, el ejército no piensa en tres niveles.

Los días se suceden, marchas agotadoras, pocos kilómetros de avance. Sin comida. Era difícil adelantar, muy difícil. Día a día, empeoraban las condiciones físicas de nuestra tropa y las comidas, un día sí, otro no, otro tal vez, en nada contribuían a mejorar ese nivel de miseria, que estábamos soportando. Joel recuerda: "Teníamos un hambre voraz." Manuel Hernández, el jefe de la punta de vanguardia, le propone al Che buscar comida en una arrocera, El Che lo frena:

—Manuel, yo sé que hay ánimo para buscar comida. Lo que no va a haber después es ánimo para sacarlos a ustedes. Hombres para ir a sacarlos, porque ahí hay guardias.

Finalmente decide enviar una escuadra a mando de Ramón Pardo y con el doctor De la O a la tienda de la Arrocera Águila, donde se consigue algo de comida y de pasada tractores con rastras y carretas.

El 29 de septiembre, sin embargo, la trampa se cierra. Habíamos dejado atrás la arrocera Águila y entrado en terrenos del central Baraguá, cuando nos encontramos conque el ejército tenía bloqueada totalmente la línea que había que cruzar. Nos descubrieron en la marcha y de la retaguardia se repelió a los guardias con un par de tiros; pensando que los tiros provenían de los guardias emboscados en la línea, siguiendo su inveterada costumbre, ordené esperar la noche, pensando que podríamos pasar. Cuando me enteré de la escaramuza, es decir que el enemigo tenía pleno conocimiento de nuestra posición ya era tarde para intentar el paso, pues era una noche oscura y lluviosa y no teníamos reconocimiento alguno de la posición enemiga, muy reforzada.

El Che le dice a Acosta que ha sido el responsable del choque con el ejército:

—Ese tiro nos va a costar caro.

Hubo que retroceder a brújula, permaneciendo en la zona cenagosa y de monte ralo para despistar a los aviones que, efectivamente, volcaron su ataque sobre un monte frondoso a cierta distancia de nuestra posición.

El 30 de septiembre están prácticamente rodeados por el ejército, que aunque no los ubica exactamente sabe que los tiene dentro del cerco. Cinco compañías están desplegadas. Noche de lluvia y relámpagos. El Che envía exploraciones tratando de encontrar un hueco en el cerco. Les ordena: No pueden tirar, aunque les tiren. Guile Pardo y Acosta se acercan hasta lo imposible sin ser detectados, los soldados disparan erráticamente; ellos no responden hundidos en el fango. El ejército está distribuido en retenes cada 150 metros, un pequeño trenecito les surte comida y parque.

No sólo El Che está desesperado. En este combate de ciegos, el teniente coronel Suárez Suquet, quien viene a cargo de la persecución le comenta a otro oficial: 'Tú ves, esto no se ha acabado, ni se va a acabar nunca."

A las cinco de la madrugada del 1º de octubre, El Che ordena la marcha hacia un estero anegado; la columna se distribuye en pequeños islotes para camuflarse. A las cuatro de la tarde El Che se reúne con el mando de la columna, ordena una nueva exploración.

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