Read En casa. Una breve historia de la vida privada Online
Authors: Bill Bryson
Tags: #Ensayo, Historia
Palladio fue un clásico caso de talento adecuado, en el lugar adecuado y el momento adecuado. El épico viaje de Vasco de Gama a la India un cuarto de siglo antes había acabado con el monopolio de Venecia sobre el comercio de las especias por el lado europeo, socavando su dominio comercial, y la riqueza de la región empezaba a emigrar hacia el interior. De pronto había aparecido una nueva casta de campesinos caballeros que tenían tanto riqueza como ambiciones arquitectónicas y Palladio sabía exactamente cómo quedarse con lo primero para satisfacer lo segundo. Empezó a salpicar Vicenza y su región con las casas más perfectas y agradables jamás construidas. Su genio descansaba en su capacidad para diseñar edificios fieles a los ideales clásicos pero más seductores y atractivos, mejor dotados de comodidades y
élan
, que las formas antiguas, más severas, de las que derivaban. Era una revigorización de los ideales clásicos y el mundo estaría encantado con ello.
Palladio no diseñó muchos edificios: unos cuantos
palazzos
, cuatro iglesias, un convento, una basílica, dos puentes y treinta villas, de las cuales solo diecisiete siguen todavía en pie. De las trece villas desaparecidas, cuatro no se terminaron nunca, siete fueron destruidas, una nunca llegó a construirse y otra está desaparecida y no se sabe nada de ella. Llamada Villa Ragona, si algún día llegó a ser construida, jamás ha sido localizada.
Los métodos de Palladio se basaban en la rigurosa adherencia a las reglas y tuvieron como modelo los preceptos de Vitrubio, un arquitecto romano del siglo
I
a. C. Vitrubio no fue un arquitecto especialmente destacado. En realidad, fue más bien un ingeniero militar. Lo que lo hace tan valioso para la historia es el hecho casual de la supervivencia de sus escritos, siendo en este sentido el único trabajo arquitectónico de la Antigüedad que ha llegado hasta nuestros días. En 1415 se localizó en una estantería de un monasterio suizo un único ejemplar de un texto de Vitrubio sobre arquitectura. Vitrubio imponía reglas extremadamente específicas en relación con proporciones, órdenes, formas, materiales y cualquier otra cosa susceptible de ser cuantificada. En su mundo todo estaba regido por fórmulas. La cantidad de espacio entre las columnas de una fila, por ejemplo, nunca podía dejarse en manos del instinto o el sentimiento, sino que estaba dictada por fórmulas estrictas concebidas para conferir una armonía automática y fiable. Un hecho que podía llegar a ser mareantemente particular. Por ejemplo:
La altura de todas las habitaciones oblongas se calculará sumando la longitud y la anchura, tomando la mitad de este total, y utilizando el resultado para la altura. Pero en el caso de
oeci
en forma de exedras o cuadradas, se dará a la altura ancho y medio de la anchura. […] La altura del
tablinum
en el dintel será una octava parte más que su anchura. Su techo se elevará encima un tercio de la misma anchura. La entrada, cuando el atrio es pequeño, será dos tercios de la altura y, en el caso de los atrios mayores, la mitad de la anchura del
tablinum
. […] Que los bustos de los antepasados con sus ornatos se coloquen a una altura correspondiente a la anchura de las
alae
. La proporción de la altura de las puertas a su anchura se observará, si son dóricas, a la manera dórica, y si son jónicas, a la manera jónica, según las reglas de la simetría establecidas en el Libro Cuarto cuando se habla de las puertas.
Palladio, siguiendo a Vitrubio, creía que todas las habitaciones debían adoptar una de las siete formas elementales —circular, cuadrada o alguno de los cinco tipos distintos de rectángulo— y que determinadas habitaciones tenían que construirse siguiendo siempre determinadas proporciones. Los comedores, por ejemplo, tenían que tener el doble de longitud que de anchura. Solamente estas formas generaban espacios agradables, aunque en ningún momento dio explicaciones sobre cuál era el origen de ello. (Ni tampoco las aportó Vitrubio, en realidad.) De hecho, Palladio siguió sus propios preceptos la mitad de las veces. Algunas de las reglas que decretó Palladio son dudosas, en cualquier caso. La idea de la jerarquía entre el tipo de columnas —las corintias siempre por encima de las jónicas y las jónicas siempre por encima de las dóricas— parece que fue idea de Sebastiano Serlio, contemporáneo de Palladio. La regla no aparece mencionada en ningún punto del tratado de Vitrubio. Palladio cometió además un error fundamental. Colocó un pórtico con columnas en todas las villas que construyó, ignorando que los pórticos solo estaban presentes en los templos romanos, nunca en las casas. Se trata, con toda probabilidad, de su recurso más imitado, aun siendo, desde la perspectiva de la fidelidad, completamente erróneo. Pero, por otra parte, es posible que sea también el error más afortunado de la historia de la arquitectura.
De haberse limitado a construir varias casas bonitas repartidas por los alrededores de Vicenza, el nombre de Palladio nunca habría acabado convirtiéndose en adjetivo. Lo que lo hizo famoso fue un libro publicado en 1570, hacia el final de su vida. Titulado
Los cuatro libros de la arquitectura
, es en parte un libro de planos de plantas y alzados, en parte una declaración de principios y en parte una recopilación de consejos prácticos. Está lleno de reglas y particularidades —«Sobre la altura de las habitaciones», «Sobre las dimensiones de las puertas y ventanas»—, pero también de útiles consejos. (Por ejemplo: no colocar las ventanas demasiado cerca de las esquinas, pues debilitan la estructura en general.) Era el libro perfecto para caballeros aficionados.
El primer y mayor defensor de Palladio en el mundo de habla inglesa fue Iñigo Jones, el diseñador teatral y arquitecto autodidacta que descubrió la obra de Palladio durante una visita a Italia veinte años después del fallecimiento de este y se quedó prendado de ella hasta el punto de convertirla en su obsesión. Compró todos los dibujos de Palladio que cayeron en sus manos —unos doscientos en total—, aprendió a hablar italiano e incluso cambió su firma para imitar la de Palladio. A su regreso a Inglaterra, empezó a construir edificios al estilo de Palladio siempre que le surgió la oportunidad de hacerlo. El primero fue Queen’s House, en Greenwich, construido en 1616. Para los ojos actuales, es un bloque bastante monótono y cuadrado que recuerda a cualquier comisaría de policía de una pequeña ciudad del Medio Oeste, pero hay que tener en cuenta que en la Inglaterra de los Estuardo era asombrosamente rotundo y moderno. De repente fue como si todos los demás edificios del país pertenecieran a otra época, mucho más caótica.
El «palladianismo» quedó especialmente asociado con la arquitectura del periodo georgiano, de la que en cierto sentido resulta indistinguible. Esta época de orden arquitectónico se inició en 1714 con la subida al trono de Jorge I y se prolongó durante los reinados de tres Jorges más y del hijo de un Jorge, Guillermo IV, cuya muerte en 1837 significó la llegada al poder de la reina Victoria y el inicio de una nueva era dinástica. En la práctica, claro está, las cosas nunca son tan exactas. Los estilos arquitectónicos no cambian simplemente porque fallezca un monarca. Ni tampoco siguen uniformes durante la totalidad de una larga dinastía.
El periodo georgiano fue tan prolongado que durante el mismo surgieron y desaparecieron o prosperaron de forma independiente diversos refinamientos y desarrollos arquitectónicos, razón por la que a veces resulta imposible distinguir de un modo significativo entre neoclásico, regencia, renacimiento italiano, renacimiento griego y otros términos concebidos para denotar un determinado estilo, estética o periodo de tiempo. En Norteamérica, la etiqueta «georgiano» perdió todo su atractivo después de la independencia (y tampoco es que antes fuera algo muy apreciado), motivo por el que se acuñaron los términos «colonial» para los edificios construidos antes de la independencia y «federal» para los construidos posteriormente.
Lo que todos estos estilos tenían en común era su vinculación con los ideales clásicos, que es lo mismo que decir a unas reglas estrictas, algo que no siempre era magnífico. Las reglas implicaban que los arquitectos a veces ni siquiera necesitaban pensar. Mereworth, una mansión señorial de Kent diseñada por Colen Campbell, es en realidad una copia de la Villa Capra de Palladio —en la que solo la cúpula está ligeramente alterada—, y muchas más destacan por su escasa originalidad. «Lo que importaba era la fidelidad al canon», según destacó Alain de Botton en
La arquitectura de la felicidad
. A pesar de que se construyeron edificios espléndidos siguiendo el estilo de Palladio —Chiswick House, el impresionante capricho de lord Burlington en el oeste de Londres nos viene resplandecientemente a la memoria—, el efecto global resultó repetitivo y soporífero. Tal y como el historiador de la arquitectura Nikolaus Pevsner observó: «No es fácil diferenciar mentalmente las diversas villas y casas de campo construidas durante el periodo».
Por lo tanto, la idea de que quizás las casas palladianas más interesantes y originales de la época no las construyeron en Europa arquitectos de formación, sino aficionados en tierras lejanas, resulta ciertamente satisfactoria. Eran, de todos modos, aficionados de categoría.
La Villa Capra («La Rotonda») de Palladio (arriba) y Monticello, de Thomas Jefferson (abajo).
En el otoño de 1769, en una colina del Piedmont de Virginia, en lo que eran entonces los confines del mundo civilizado, un joven empezó a construir la casa de sus sueños. Consumiría más de medio siglo de su vida y casi todos sus recursos, y nunca la vería terminada. Se llamaba Thomas Jefferson. Y la casa era Monticello.
Nunca había habido una casa como aquella. Era, casi literalmente, la última casa del mundo. Ante ella se extendía un continente inexplorado. Y detrás de ella, todo el mundo conocido. Tal vez nada habla mejor sobre Jefferson y su casa que el hecho de que esté situada de espaldas al viejo mundo y de cara al desconocido vacío del nuevo.
Lo que distinguía realmente a Monticello era que estaba construida en lo alto de una colina. La gente no solía hacer eso en el siglo
XVIII
, y por buenas razones prácticas. Jefferson se creó muchas desventajas al edificar donde lo hizo. Para empezar, tuvo que construir una carretera hasta la cima, y después despejar y nivelar hectáreas de cumbres rocosas, trabajos ambos de enorme envergadura. Tuvo que gestionar constantemente problemas relacionados con el suministro de agua. El agua siempre ha sido un problema en lo alto de las montañas, pues su naturaleza es correr ladera abajo, lo que hizo necesario excavar pozos excepcionalmente profundos. Incluso así, se secaban una media de un año de cada cinco y entonces había que subir el agua con carros. La iluminación se convirtió asimismo en un mal crónico, pues su casa era el punto más elevado en muchos kilómetros a la redonda.
Monticello es la Villa Capra de Palladio, pero reinterpretada, construida con materiales distintos, en otro continente: gloriosamente original, pero a la vez fiel al original. La época de la Ilustración era el momento perfecto para los ideales de Palladio. Fue un periodo intensamente científico durante el cual se creía que todo, incluyendo la belleza y su valoración, podía reducirse a principios científicos. Que el libro de planos de Palladio fuera también un libro elemental adecuado para arquitectos aficionados, lo convirtió en el sentido práctico, y también en el espiritual, en indispensable para un hombre como Jefferson. En el medio siglo previo a que Jefferson empezara a trabajar en Monticello se publicaron unos cuatrocientos cincuenta manuales de arquitectura, por lo que tenía mucho donde elegir, pero fue a Palladio a quien se consagró. «Palladio es la Biblia», escribió simplemente.
Cuando Jefferson empezó Monticello, nunca había estado en ninguna ciudad más grande que Williamsburg, la capital colonial, donde había estudiado en el College of William and Mary, y no puede decirse precisamente que Williamsburg, con unos dos mil habitantes, fuera una gran metrópolis. A pesar de que más adelante viajó a Italia, nunca llegó a ver Villa Capra y de haberlo hecho le habría sorprendido, pues Villa Capra es enorme en comparación con Monticello. Aunque su aspecto en las ilustraciones es muy similar, la versión de Palladio está construida a una escala que convierte a Monticello casi en una casita de campo. Ello se debe en parte a que las áreas de servicio de Monticello —las dependencias, como se conocían— están construidas en la ladera de la colina y no se ven desde la casa y el jardín. Monticello es, en gran parte, subterráneo.
Lo que los visitantes de Monticello ven hoy en día es una casa que Jefferson nunca llegó a contemplar, sino solo a soñar. No pudo terminarla en vida, ni siquiera verla en un estado decente. Durante cincuenta y cuatro años, Jefferson vivió en una obra. «Construir y derribar es una de mis diversiones favoritas», comentaba alegremente, y en realidad fue así, pues nunca dejó de realizar pequeños ajustes y remover las cosas. Las obras se prolongaron hasta tal punto, que había partes de Monticello en franco deterioro mientras otras estaban todavía en construcción.
Los diseños de Jefferson tenían aspectos muy complicados. El tejado era la pesadilla de cualquier constructor, pues las juntas del tejado a cuatro aguas eran innecesariamente enrevesadas. «Era un lugar donde definitivamente demostró ser más un aficionado que un profesional», me explicó Bob Self, el arquitecto conservador de Monticello, en el transcurso de mi visita. «El diseño tenía todo el sentido del mundo, pero era mucho más complicado de lo que tenía que ser.»