El vampiro de las nieblas (17 page)

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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, Infantil juvenil

BOOK: El vampiro de las nieblas
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—Ya es suficiente —dijo de improviso; tapó el instrumento con un vigor que Jander juzgó innecesario—. No hemos conversado como nos prometimos mutuamente. Vayamos a mi estudio, donde habéis pasado largos ratos según he comprobado, y decidme si mi casa os procura satisfacción por el momento.

—Todavía me faltan muchos libros por leer, excelencia, pero los que he hojeado hasta ahora me han resultado… interesantes. He visto algunos manuscritos en extraños caracteres taquigráficos —añadió mientras subían la escalera.

—Ah, sí, son mis memorias personales y el código es invención mía.

—Es muy difícil de interpretar. ¿Podríais enseñármelo?

—¿Por qué? —inquirió Strahd bruscamente, con los ojos fijos en el elfo.

—Continúo buscando datos acerca de mi dama. Pensaba que hallaría algo enseguida pero hasta el momento no he encontrado nada.

—Lo lamento profundamente. Claro que os enseñaré —se ofreció—, siempre y cuando… —hizo una pausa y su tono se tornó más incisivo— vos comencéis a enseñarme
a mí
. He aprendido mucho sobre vampirismo por mis propios medios, sin guía de ningún tipo; no obstante, vos podéis contarme más cosas. —Habían llegado a la biblioteca; Strahd se dejó caer en una silla e indicó a Jander que hiciera lo propio—. Ahora —ordenó—, llamad a los lobos.

El tono de Strahd irritó a Jander, pero refrenó el resentimiento que le producía. Cerró los ojos y dejó vagar la mente hacia un cerebro lobuno. Rozó suavemente el acceso principal del animal.
Ven a visitarme, amigo
, le dijo. Sintió la presencia del que vigilaba la habitación de Natasha y le pidió que acudiera de la misma forma.

Momentos después, un lobo gris y otro negro entraron en la sala y se colocaron a los pies de Jander. El conde torció los finos labios en una sonrisa. —Ahora los llamaré yo —anunció. Unió las yemas de sus largos dedos y redujo los ojos a una rendija. Los lobos inclinaron la cabeza en dirección a él y uno de ellos gimió; ambos se levantaron para obedecer la llamada, y uno lanzó sumisos zarpazos hacia la silla.

Jander se concentró otra vez, pero le costó un esfuerzo mucho mayor llegar al cerebro de las bestias. Sentía la presencia de Strahd en sus mentes, por lo que cerró los ojos para potenciar más la fuerza del pensamiento. La excitación de los lobos iba en aumento y miraban de un vampiro a otro con las orejas aplastadas. Por fin, acobardados y evidentemente doloridos, se arrastraron temblorosos hasta los pies del elfo.

Strahd abrió los ojos de pronto, y la rabia destellaba en ellos.

—¿Cómo lo habéis hecho? —inquirió.

—El control de los animales y de las personas se basa en la voluntad del vampiro —respondió con calma—. Lo único que he hecho…

—¿Insinuáis que mi voluntad es débil?

—No, excelencia —repuso Jander ligeramente amilanado—. Vos sois más joven que yo y no habéis practicado mucho. Yo, en cambio, fui esclavo durante muchos años y me vi obligado a aprender, como única escapatoria posible al poder de mi amo. La supervivencia y la libertad son fuertes incentivos, mucho más imperiosos que el deseo de exhibirse con trucos de salón a costa de los animales.

Strahd sostuvo la mirada de Jander un momento y después su oscura cabeza hizo un solo gesto de asentimiento.

—De eso estoy seguro.

El conde se recostó de nuevo contra el respaldo y colocó los pies sobre una mesilla baja que tenía delante. Jander hizo lo mismo con cierta sensación de confusión. El fuego ardía en el hogar, y los dos lobos dormitaban satisfechos al calor. Jander no pudo evitar sentirse afectado por la acogedora normalidad de la escena; sólo había una nota discordante: los dos «compañeros degustadores de vino» tomaban sangre en vez de clarete.

Poco después, el elfo rompió el silencio.

—¿Por qué no puedo alimentarme de sangre animal aquí? No me ha sentado mal en cinco siglos, y sin embargo ahora me pone enfermo.

—En Barovia todo es distinto —respondió Strahd tras un silencio.

—Bien, eso resulta evidente, pero ¿por qué? Decís que sois «la tierra», Strahd. ¿Qué sucede aquí?

El conde apretó las mandíbulas. Jander había vuelto a tocarle un punto sensible, pero se había resignado a esa táctica porque no tenía otra forma de arrancarle respuestas.

—Constituimos un mundo propio, aquí en Barovia —repuso con calma—, y, no obstante, no somos un mundo. Yo creo que formamos parte de un plano de existencia singular. Es imposible localizar Barovia en el mapa; ya no, al menos. —Abrió los oscuros ojos y miró a su interlocutor con expresión amarga—. ¿Creeríais que en el pasado yo fui un guerrero justo y noble, Jander?

El elfo no esperaba que la conversación tomara un rumbo semejante, y la sorpresa debió de reflejarse en su rostro, porque Strahd sonrió con labios estrechos.

—Veo que encontráis difícil el concepto. No os preocupéis, no me insultáis; yo tengo el mismo problema. Las cosas cambian mucho, ¿no es así? Si podéis contener las dudas, asignadme el siguiente papel: el de un guerrero entregado a las causas justas. Procuré la paz a muchos países y defendí a muchos pueblos. Luchaba bien, y mi ejército no tenía parangón. Crecí con la espada en la mano y rocé la muerte tantas veces que no podría contarlas todas. Entonces terminaron las guerras y con ellas mi función, y me convertí en un personaje obsoleto. Sabía llevar a los guerreros a la lucha pero no gobernar a las gentes comunes y, a pesar de la larga tradición gobernante de mi familia, yo no deseaba reinar sobre el país. Mis padres habían muerto y, al ser yo el primogénito, no podía elegir y de ese modo me convertí en señor de Barovia.

Se puso en pie y comenzó a pasear, aunque su expresión no revelaba conflictos internos.

—En aquel tiempo, Barovia formaba parte de… —Su hermosa voz se perdió y la confusión asomó a sus ojos; rió levemente—. ¿Sabéis que no logro recordar el nombre de mi tierra natal? —Hizo una pausa y, con la mirada perdida, trató de recordar. De pronto se encogió de hombros—. No importa, carece de relevancia; sin duda la tierra desea que lo olvide.

Jander se quedó frío por dentro a pesar del calor que las llamas emitían. ¿
La tierra
deseaba que Strahd olvidara su país? ¡Dioses benditos! ¿Aquel lugar estaba vivo de verdad? La idea de olvidar Bienhallada y Aguas Profundas lo llenaba de espanto; por muy dolorosos que fueran los recuerdos, eran su sustento. Otro pensamiento lo asaltó: que la tierra deseara que olvidase también a Anna. Hizo voto silencioso de recordarla siempre conscientemente, a ella y su misión de venganza.

—Baste con decir que yo era la ley, y mis leyes no eran benévolas. —La voz sedosa de Strahd lo despertó de la ensoñación, y volvió a centrarse en el relato—. Me desperté una mañana y descubrí que se me había terminado la juventud —prosiguió el conde—, se había desvanecido para siempre y me había dejado con las manos vacías.

—Seguramente —apostilló Jander—, todas vuestras victorias os proporcionarían recompensas.

—¿Recompensas? —repitió Strahd con una mueca despectiva—. La gente me odiaba, y a mí ellos no me importaban nada. No había solaz para mí; sólo la muerte me aguardaba. Pero entonces… surgió otra posibilidad para conservar la juventud.

En ese momento sucedió algo muy curioso: la voz de Strahd se dulcificó y sonó amable, imbuida de una ternura que Jander jamás habría sospechado en él. También su mirada perdió el matiz calculador y se tornó casi humana, y su anguloso rostro de marcados pómulos se relajó soñadoramente.

—Apareció
ella
. Se llamaba Tatyana y procedía de la aldea, pero otra persona se interpuso y destrozó la posibilidad de un futuro dichoso entre nosotros. Caí en un estado de desesperación. ¿Cómo podía luchar yo contra la juventud, contra el joven guerrero que me despojaba del único ser al que había amado en mi vida?

La máscara de Strahd había desaparecido, y Jander comprendió que estaba contemplando al humano que había vivido hacía mucho tiempo.

—Rogué por encontrar guía, por vengarme, y mis ruegos obtuvieron respuesta. La muerte en persona compareció e hicimos un trato: un pacto sellado con la sangre de mi rival, a quien asesiné el día de su boda con Tatyana. Pero la había enamorado hasta tal punto que ella lo siguió a la muerte. Los soldados intentaron matarme, pero las flechas rebotaban en este cuerpo sin herirme. La muerte no me reclamaba, pero la vida me abandonaba. Y así quedó sellado el pacto con la muerte y así fui recompensado. La tierra dejó de ser simplemente Barovia y se convirtió en este reino donde habéis tenido la mala fortuna de caer. Como podéis ver, Jander Estrella Solar, amigo mío, comprendo vuestra pérdida; yo también estoy atrapado aquí. No he atravesado las nebulosas fronteras y mis pasos siempre me devuelven aquí, a este castillo y a sus recuerdos.

Jander percibía algo extraño, algo omitido en el relato de Strahd; había mentido en algún momento. La historia resultaba corrupta, pero la verdad era aún más terrible.

En una ocasión, cuando Jander pertenecía al mundo de los vivos, había encontrado un cadáver que llevaba mucho tiempo muerto. La piel parecía tersa y firme y, sin embargo, cuando lo rozó con la espada para probar, se abrió repentinamente y miles de gusanos comenzaron a bullir. Ésa fue la imagen que lo asaltó al final del relato de Strahd. Igual que el cadáver, la historia parecía desagradable pero íntegra, humana todavía en el exterior. Sin embargo, estaba seguro de que, si ahondaba un poco, la tenebrosa realidad saldría a la luz como los gusanos del cadáver.

DIEZ

—Lo siento, Anna; no he encontrado nada.

Jander soñaba que estaba apoyado en la ornamental repisa de la chimenea de la biblioteca, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada perdida en la alfombra. Rehuía los ojos de Anna porque sentía que había fracasado a pesar de haberse dedicado las tardes de las dos últimas semanas a bucear entre los libros.

—No te preocupes, mi amor —lo consoló en tono triste; cuando Jander se atrevió a mirarla, estaba sentada y silenciosa en una de las sillas de terciopelo rojo—. No es por culpa tuya. —Lo miró a su vez y sonrió tiernamente, aunque sus ojos brillaban de lágrimas no vertidas.

Con el corazón destrozado, se acercó a ella y recostó la dorada cabeza en su regazo; Anna le acarició el dorado cabello.

—He leído aquí todo lo que he podido, e incluso Strahd me ha enseñado a interpretar su propio sistema de taquigrafía. No hay anales ni documentos, nada que me conduzca a ti.

—Pero estás aprendiendo la historia de mi país. —Jander respondió con una mueca y presionó el rostro contra la fresca falda de algodón azul. Era cierto, se estaba poniendo al día con la historia de Barovia, si bien no se trataba de un pasado agradable—. Tal vez exista alguna respuesta aquí, en el castillo —prosiguió la dulce voz—, y es posible que se halle muy cerca.

Jander levantó la cabeza y la miró a los ojos.

—¿Estuviste aquí, en el castillo de Ravenloft? —Ella sonrió misteriosamente pero no respondió—. Anna, ¿
estuviste aquí
?

Despertó en el estudio con el cuerpo entumecido por haberse quedado dormido en una silla; se desperezó y bostezó y después hundió la cabeza entre las manos. Todos sus esfuerzos se veían condenados indefectiblemente al fracaso, y las horas de descanso, interrumpidas por los sueños, resultaban escasamente reparadoras; se levantó exhausto.

Por el rabillo del ojo captó la puerta de la habitación privada de Strahd. Durante unos momentos se preguntó qué sería lo que el conde guardaba con tanto celo tras aquella puerta cerrada y mágicamente sellada. Por desgracia, había dado a su anfitrión palabra de no inmiscuirse; se frotó los ojos, colocó en la estantería el libro que leía cuando se había quedado dormido y salió de allí. Si Anna deseaba que continuara con la exploración del castillo, lo haría.

Después de caer la noche, regresó a la sala de las estatuas. Había luna nueva y la pálida luz de las estrellas que caía entre las hileras de esculturas iluminaba escasamente las inmóviles figuras. Para no deslumbrarse, levantó hacia un lado la antorcha que se había procurado y comenzó a examinarlas una a una.

Los Von Zarovich eran una familia de gentes de belleza poco común, aun teniendo en cuenta la tendencia de los pintores a favorecer a sus clientes. A pesar de la advertencia de que no todos los antepasados descansaban en paz, lo inquietaba la sensación de movimiento que recibía de los espíritus vinculados a algunas de las figuras, que parecían responder a sus merodeos. Ira, frustración, locura; las almas encerradas lanzaban débiles ecos de emociones humanas a los sentidos del elfo. Pena avasalladora, traición, sufrimiento eran los sentimientos de otra que tampoco descansaba en paz en los mundos gloriosos posteriores a la vida. Se trataba precisamente de la estatua que le había llamado la atención la primera noche, la que tenía la cabeza desprendida, en el suelo. Se arrodilló en el polvo, la levantó con cuidado y giró el rostro hacia el suyo.

¿Por qué semejante desfiguración? Las otras estaban descuidadas, cubiertas de telarañas grises por los brazos, piernas y rostro, de forma que las facciones quedaban envueltas en un sudario; pero sólo ésa había sido destrozada deliberadamente. ¿Qué ataque de ira se habría cebado en aquel cuello? ¿Qué pecado habría condenado a la cabeza a permanecer en el suelo, negándole así la identidad para siempre? Quitó el polvo y las telarañas y situó la antorcha para estudiar mejor sus rasgos. Era un bello semblante masculino, con una expresión dulce que le recordaba a Anna en los escasos y demoledoramente breves momentos en que su rostro se transfiguraba con destellos de cordura.

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