Un verano en Escocia (46 page)

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Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

BOOK: Un verano en Escocia
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Los últimos detalles para el concierto de gala ocupaban la mente de todos. Las entradas estaban agotadas desde hacía semanas, los programas, impresos, y el remozado teatro, con el telón de Daniel colgado, tenía un aspecto maravilloso.

El día antes del concierto, hacía un tiempo amenazadoramente gris y lluvioso; en absoluto lo que Giles e Isobel deseaban. Flavia y Megan Davies, que estaban alojadas en casa de los tíos de la primera, fueron a Glendrochatt para ensayar. Megan, una burbujeante y excitable galesa que había estado en el Guildhall con Flavia, fue al teatro con Giles antes del almuerzo, mientras Flavia se quedaba para intercambiar cotilleos con Isobel. Giles dejó a Megan allí, diciéndole que si necesitaba algo, se lo pidiera a Angus, que estaba atareado poniendo letreros en el aparcamiento. Al cabo de un momento, Megan volvió corriendo a la casa, presa de un ataque de pánico.

—Por favor, venid rápido para impedir que ese hombre vuestro toque mi arpa —le dijo a Isobel casi sin respiración—. Dice que la va a tirar al remolque. No ha querido escucharme cuando le he rogado que no la tocara. Dice que no me preocupe, que estará «muy bien», pero es que la va a destrozar.

Isobel se reía a carcajadas sin poder contenerse.

—No se refiere a tu arpa —dijo—.
Haap
[11]
—con una «a» larga, es como llaman aquí a una lona impermeable. Es la abreviatura de
Haappen it may rain
, es decir, por si acaso llueve. Angus tiene muchas sillas en el remolque, que no pueden mojarse, así que lo que quiere decir es que va a echarles la lona por encima, por si acaso llueve.

Megan se sintió desfallecer de alivio y tuvo que sentarse.

Isobel puso al día a Flavia sobre todos los dramas que había habido desde la funesta visita de los Forbes en mayo. Para tranquilidad de todos, esta vez habían dejado a Brillo en casa.

—Alistair y yo estábamos muy preocupados por Giles y tú —dijo Flavia—. Los dos pensábamos que Lorna iba a por todas, pero yo también tenía mis dudas sobre Daniel Hoffman y tú. Incluso en el corto espacio de tiempo que estuvimos aquí, todos pudimos ver que estaba locamente enamorado de ti y tú… bueno, no parabas de hablar de él, Izz, lo cual siempre es un síntoma peligrosamente delator. Alistair no se había dado cuenta, pero yo sí.

—¿Tan obvio era? —preguntó Isobel, sorprendida—. Yo misma apenas lo sabía, pero sí, había algo especial entre los dos. Gracias a Dios, nunca sabré qué podría haber llegado a ser —añadió muy seria—. Es algo irónico que, de una manera extraña, Lorna nos salvó a todos al provocar aquella tragedia con Edward, pero me parece que hemos pagado un precio muy alto. Giles y yo vamos encontrando lentamente el camino para recomponer nuestra relación, pero a veces es como caminar en la oscuridad, con la única ayuda de una linterna.

—Caminar en la oscuridad puede ser apasionante —dijo Flavia—. Y estoy segura de que hay una estrella especial allá arriba para guiaros a los dos. Seguro que no es fácil, pero sigue avanzando, Izzy. Siempre hemos pensado que entre Giles y tú había algo único. —Flavia le dio un abrazo a Isobel, para animarla, y se prometió que haría todo lo que pudiera para ofrecer una interpretación muy especial a Giles e Isobel al día siguiente, para lanzar su nueva empresa y como ofrenda para su matrimonio.

Con ayuda de Fiona y otras amigas del lugar —entre ellas Jilly Duff-Farquharson, que demostró tener muy buena mano para cortar y doblar alambre y crear «oasis» y cuyas podaderas, que llevaba sujetas al cinturón con un cordón y una especie de pequeño mosquetón, nunca se perdían, como parecía sucederles a las de todos los demás— Isobel se volvió loca haciendo adornos y Glendrochatt estaba lleno de flores.

—No quiero que la casa pierda su carácter familiar y, de repente, parezca algo «corporativo» —les dijo a su equipo de ayudantes—. Solo quiero que muestre su aspecto más deslumbrante y huela maravillosamente, pero quizá podemos hacer algo un poco más formal para el teatro.

Colocaron dos enormes arreglos de azucenas, claveles y follaje de otoño en unos pedestales a ambos lados del escenario, y el efecto sobre el fondo de los cortinajes rojo oscuro resultó fabuloso.

Flavia le preguntó a Amy, a la que le habían permitido saltarse la escuela por un día, si le gustaría estar presente mientras Megan y ella ensayaban, aunque no permitían que nadie más las molestara.

—Quizá aprenda un par de cosas —señaló Flavia— y le explicaré qué tratamos de conseguir.

—Es una idea maravillosa. —A Giles le encantó que Flavia se tomara el potencial de Amy en serio.

—Tendrás que estás muy calladita, cariño, sentada como un ratoncillo al fondo y sin interrumpir —le advirtió Isobel.

—Pues claro —respondió Amy.

Con gran alivio para todos, el sábado por la mañana las nubes grises habían desaparecido. Empezó a alejarse el miedo a que los invitados quedaran empapados incluso antes de llegar al teatro, que los coches se quedaran atascados en los campos y que el bar y la galería se vieran anegados de paraguas e impermeables.

A las siete, la familia estaba preparada. Habían enviado a Edward a pasar la noche con Mungo en casa de los Fortescue. Caro, que había declarado no tener ningún oído musical y afirmado que preferiría con mucho oír chillar a un cerdo que tener que escuchar un concierto de música clásica, había aceptado alegremente encargarse de los dos niños. Isobel que estaba preparada para librar una dura batalla con su hija respecto a la ropa, se quedó sorprendida y aliviada cuando Amy aceptó dócilmente ponerse su falda escocesa de tafetán y la camisa blanca con chorreras en lugar de la minifalda de licra superajustada que tanto le gustaba.

Los espectadores empezaron a llegar temprano. Estaba claro que la sociedad de Perthshire se presentaba al acontecimiento no solo en gran número, sino vestida con sus mejores galas. Como Fiona le susurró a Isobel, el traje tubo gris de punto de Grizelda Murray, que parecía el resultado del desafortunado cruce entre una cota de mallas y una bayeta muy vieja, era matador, pero el vestido de Flavia, de seda y un color rosa intenso, engañosamente sencillo, era como para morirse. Lord Dunbarnock, resplandeciente con su
kilt
, el pelo suelto, las patillas recién sometidas al champú y el acondicionador para la ocasión y oliendo discretamente a extracto de lima con un ligero trasfondo de desinfectante, sufrió un momento de puro pánico, que casi lo hizo volver a casa a la carrera, cuando vio las azucenas en los arreglos florales. ¿Notaba que le venía un estornudo? En realidad, nunca había tenido un ataque de fiebre del heno ni de asma, pero uno nunca sabe cuándo los desastres tanto tiempo esperados pueden golpear de repente, y todo aquel polen marrón de aspecto virulento era de lo más peligroso. Se aseguró de que en su
sporran
, su bolso tradicional escocés, estuvieran las pastillas antihistamínicas que siempre llevaba consigo.

Cuando, finalmente, todo el mundo estuvo sentado, Giles se levantó para dar la bienvenida a sus invitados. Pronunció un elegante discurso, dando las gracias a los generosos patrocinadores del festival, al comité y a todos los que habían trabajado para poner a punto el renovado teatro. Despertando cálidos aplausos, mencionó la deuda que todos tenían con su padre y rindió homenaje a su madre, inspiradora del teatro, lo cual tuvo como resultado unos cuantos aplausos de cortesía, aunque lady Fortescue puso una cara como si acabara de morder un clavo en una tarta de manzana, pero estuviera demasiado bien educada para escupirlo en público. Giles siguió diciendo que, sobre todo, quería rendir homenaje a su propia y particular inspiración: su esposa Isobel (lo cual levantó unos tremendos hurras, aplausos y patadas en el suelo, que hicieron que Isobel se ruborizara de placer).

—Y ahora —dijo Giles—, pasemos a la parte verdaderamente apasionante de la noche… —Y presentó a Flavia y Megan.

Las dos intérpretes deleitaron a todos con su concierto… o casi a todos. Lady Fortescue se las arregló para permanecer tan inmune a la magia de Flavia como si se hubiera rociado con un líquido de protección antiseducción antes de exponerse a sus peligrosos rayos, pero la mayoría estuvo encantada no solo por la calidad de la ejecución de Flavia y Megan, sino también por su juventud, su belleza y su personalidad.

«Una asociación notable; esperamos escucharlas de nuevo lo antes posible», escribió, a la semana siguiente, un crítico profesional, que no era precisamente conocido por su entusiasmo.

El programa era una hábil mezcla de piezas fáciles y conocidas para beneficio de los miembros ultraconservadores del público y algunas piezas más difíciles para los musicalmente intrépidos. La interpretación final de la «Canción hindú», de la ópera
Sadko
, de Rimsky Korsakov, fue saludada con unos aplausos tumultuosos. Después de que las intérpretes tuvieran que salir al escenario cuatro veces para saludar, Flavia se adelantó para anunciar algo.

—Me alegro mucho de que hayan disfrutado de nuestro concierto —dijo—, porque a Megan y a mí nos ha encantado tocar para todos ustedes. Espero con una enorme ilusión el inicio de mis clases magistrales para jóvenes flautistas, que empiezan esta semana, y confío que algunos de ustedes se acerquen a escucharnos y, quizá, a descubrir futuras estrellas en ciernes. Pero ahora, para celebrar esta ocasión tan maravillosa, como muestra de agradecimiento a un público estupendo y como sorpresa especial para Giles e Isobel, Megan y yo vamos a estar acompañadas por una joven intérprete de un enorme talento, que es además un auténtico producto local. Señoras y señores, Amy Grant va a unirse a nosotras para tocar un arreglo para flauta, arpa y violín que hemos hecho de unas melodías tradicionales de las Hébridas.

Con un ademán teatral, Flavia tendió la mano cuando, con gran asombro de Giles e Isobel, Amy, tan serena como una auténtica profesional, se levantó de su asiento en la primera fila y subió al escenario.

Por un momento Giles sintió una terrible punzada de celos. Era la primera vez que pasaba algo en la vida musical de Amy sin que él hubiera participado directamente, y luchó entre el orgullo y el resentimiento. Ganó el orgullo. Luego Isobel deslizó la mano en la suya y los dedos de Giles se cerraron apretadamente rodeando los de ella. Una sensación abrumadora de placer y gratitud inundaron a Isobel cuando Amy empezó a tocar con las dos célebres artistas. Pensó en lo afortunada que era y se dijo que quizá nunca, hasta aquel momento, había apreciado de verdad todo el talento de Amy ni la dedicación de Giles para estimularla. Reflexionó que, individualmente, los dos habían hecho grandes esfuerzos por que sus hijos progresaran, pero que ahora había llegado el momento de que hicieran un esfuerzo conjunto para apoyar a los dos en sus caminos tan diferentes.

Más tarde, se enteraron de que Amy llevaba semanas practicando y que todo había sido cuidadosamente preparado y guardado en secreto por Flavia, Valerie y, claro, la propia Amy. La verdad es que, lejos de permanecer sentada al fondo de la sala, como un ratoncito silencioso, Amy había estado ensayando con las dos intérpretes. Parecía un final perfecto para el concierto inaugural del nuevo centro de Glendrochatt.

Durante la fabulosa cena con champán que siguió al concierto, todos estuvieron de acuerdo en que las reformas hechas en el Old Steading eran un enorme éxito, que el telón era encantador y muy ingenioso, y que el retrato de Isobel pintado por Daniel y que ahora colgaba en la sala, era sensacional. Todo el mundo hablaba de él. Todos se sintieron desilusionados al saber que el pintor no había podido estar presente para recibir las felicitaciones en persona. Varias personas expresaron su interés en que les hiciera su retrato para la posteridad y pidieron su dirección. También hubo muchas preguntas sobre Lorna y una gran sorpresa por su ausencia. Giles e Isobel explicaron lo de su inesperado viaje a Sudáfrica, pero dijeron, cautelosamente, que pensaban que quizá pudiera asistir a otros espectáculos del festival más adelante, confiando para sus adentros en que no fuera así.

Después de un interminable discurso del señor McMichael y otro extremadamente bueno y corto de lord Dunbarnock, Giles e Isobel estaban, una vez más, en la escalera de Glendrochatt, iluminada por los focos, despidiendo a los últimos asistentes al concierto. Era bien pasada la medianoche y los invitados parecían reacios a marcharse.

—Oh, cariño, ¡qué éxito! Y todo debido a tu visión —dijo Isobel—. ¿No te sientes orgulloso de nuestra casa y de nuestra hija?

—Muy orgulloso —dijo Giles—. Y también estoy orgulloso de mi hijo, pero de quien más orgulloso estoy es de mi esposa.

—Vaya principio para nuestra nueva empresa y vaya final para un verano extraordinario —Isobel frotó la mejilla contra la manga de la chaqueta de terciopelo de Giles—. Nos salvamos de milagro, ¿no es verdad, cariño? Faltó muy poco para que nos perdiéramos el uno al otro. No lo hagamos nunca, nunca más.

—No lo haremos —dijo Giles—. No volveremos a perder el equilibrio, pase lo que pase.

—Pase lo que pase —repitió Isobel y, dando media vuelta, volvieron a entrar en la casa, abrazados.

Epílogo

Un día de principios de octubre, Lorna estaba echada en el sofá de su salita contemplando su retrato, que parecía ejercer una atracción magnética sobre ella. Sencillamente, no podía dejar de mirarlo.

Daniel lo había limpiado y había eliminado todo rastro del ataque de Amy. Nadie sospecharía lo que había pasado. Al final, el pintor había aceptado venderle el cuadro por una suma exorbitante, con la condición de que se lo cediera para exponerlo en Londres al año siguiente. Estaba contenta, aunque le extrañaba que él hubiera podido desprenderse de él. Daniel se lo había enviado a su piso en Moray Place, donde la estaba esperando cuando ella volvió a casa, después de su viaje a Ciudad del Cabo.

«Y sigo tan bella como siempre —se dijo satisfecha—, aunque ahora soy una persona diferente. Soy dos personas.» Se llevó las manos al casi imperceptible abultamiento que empezaba a notarse por debajo de la cintura. Habían pasado poco más de cuatro meses desde su semana en Northumberland y, aquella mañana, por vez primera, había notado que el bebé se movía.

Todavía no le había dicho a su familia nada de su embarazo. Por el momento, era suficiente disfrutar del placer ella sola. Cómo afectaría a Giles e Isobel era algo que estaba por ver, pero no le cabía ninguna duda de que les afectaría. Lorna se aseguraría de ello.

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