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Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

Un verano en Escocia (40 page)

BOOK: Un verano en Escocia
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Mick y Joss estaban en el teatro cuando entraron Giles e Isobel. Mick estaba reparando un fusible y Joss, barriendo el suelo. Para los dos Grant fue un alivio encontrarlos allí.

—Eh, hola. Daniel nos ha dado permiso para ver su nueva obra de arte. Izzy se va a enfrentar a su propia imagen por primera vez. Venid y compartid el momento con nosotros —dijo Giles, que se dirigió hacia el caballete y retiró la tela que lo tapaba.

Los cuatro se apartaron un poco y miraron. Giles medio esperaba que la segunda vez que lo viera le afectara menos, pero descubrió que lo dejaba igualmente aturdido.

Mick soltó un largo silbido.

—¡Vaya, fíjate! ¿No ha conseguido que parezca viva?

—Eh, Izzy —dijo Joss, lleno de admiración—, podrías salirte del marco. Casi no sé cuál de las dos es la verdadera. Has conseguido un retrato impresionante, Giles.

Todos miraban a Isobel esperando su reacción.

—¿De verdad tengo ese aspecto? —preguntó Isobel, peligrosamente a punto de echarse a llorar.

—Sí —dijo Giles—. La verdad es que sí. Te hace justicia, pequeña Izz… y eso es decir mucho. —Unas semanas antes, Isobel habría dado cualquier cosa por oírle decir aquellas palabras.

—Pero Flapper te gana —dijo Mick sonriendo, guiñándole un ojo, y todos se echaron a reír, aliviados de romper la tensión.

En ese momento entró Daniel. Isobel supo de inmediato que algo iba mal. Tenía una expresión encerrada en sí misma.

—Oh, Daniel… el retrato… no sé qué decir. —Fue hacia él, tendiéndole las manos; luego cambió de opinión y las dejó caer.

—¿Te gusta? —preguntó él y sus ojos escudriñaron el rostro de Isobel.

—¿Gustarme? Es asombroso. No puedo creerme que sea yo. Lo adoro. Seguro que sabías que me encantaría.

Daniel era agudamente consciente del escrutinio de tres pares de ojos vigilantes.

—Pues eso es lo único que importa —dijo, sonriéndole.

—Y has incluido a Edward para mí.

—Sí, he pensado que te gustaría.

Giles los miraba atentamente.

—¿Edward? —preguntó, desconcertado—. ¿Dónde está Edward?

—El medio penique torcido que hay en las escaleras. Le dije a Daniel que Edward era mi medio penique roto —dijo Isobel con voz entrecortada, sin dejar de mirar a Daniel.

Giles nunca la había oído referirse así a Edward. Una sensación horriblemente familiar de su pasado lo inundó; la sensación de una exclusión desoladora. De nuevo era un niño pequeño, ansiando complacer a su adorada madre e incapaz de penetrar en la burbuja cristalina de indiferencia que parecía rodearla. Nunca hubiera creído que nada de lo que había sentido por su madre pudiera parecerse ni remotamente a lo que sentía por Isobel.

—Gracias por explicarme el simbolismo —dijo, secamente—. Supongo que el violín representa a Amy. ¿Aparezco yo también en el cuadro, por casualidad?

—Bueno, son tu casa, tu esposa y tus hijos los que están representados —respondió Daniel.

—¿No te parece suficiente? —preguntó Isobel.

—Tendría que serlo —dijo Giles—. Pero no, en este momento no. No es en absoluto suficiente.

—He venido para deciros que tengo que irme —interrumpió Daniel—. Lo siento porque confiaba acabar el otro telón esta semana. Está casi listo, excepto por unos últimos retoques al retrato de lord Dunbarnock; sin embargo, tendrá que esperar. Lo habré acabado antes del concierto inaugural, pero ha surgido algo inesperado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Isobel—. ¿Tiene que ver con tu madre? —Deseaba desesperadamente que no se fuera.

—En realidad no, pero me ha llamado porque quería evitar que leyera en la prensa la noticia de que un amigo ha muerto de repente. ¿Te acuerdas de que te hablé de Carl Goldsmith, Izzy, el hombre que fui a ver en Iona?

—¿El amigo de tu abuela, el que fue tu gurú?

—Supongo que se le podría llamar así. Estaba dando una gira de conferencias en Estados Unidos y sufrió un colapso repentino. Su hija, que vive allí, se puso en contacto con mi madre. Al parecer tenía cáncer en una fase muy avanzada, pero yo no tenía ni idea. Tengo que ir a su funeral. Mi madre parece creer que soy uno de sus albaceas testamentarios o algo así. —Hizo una mueca irónica—. Si es verdad, resulta una elección insólita. No tengo ni idea de qué implicará.

Isobel no pudo evitar pensar que la madre de Daniel debía de quererlo más de lo que él quería admitir; al menos había querido ahorrarle la conmoción de tropezarse inesperadamente con las malas noticias.

—Oh, pobre Daniel. Lo siento muchísimo. —Pensó que parecía destrozado. Si hubieran estado solos, quizá lo habría abrazado.

Daniel miró a Giles.

—¿Te parece bien? —le preguntó, un tanto formalmente—. Lo tengo todo muy adelantado.

—Pues claro, no te preocupes. ¿Qué podemos hacer para ayudarte? ¿Te podemos acompañar al tren o al aeropuerto?

—No, gracias. Es muy amable por tu parte, pero confiaré en mi vieja cafetera y me marcharé esta tarde.

—Te prepararé unos bocadillos —dijo el bondadoso Joss.

Lorna, que no podía concentrarse en nada de la oficina, obedeció el impulso de ir a ver dónde estaban todos y los encontró de pie alrededor del retrato. Unos minutos antes, esperaba que Giles volviera a la oficina, pero no fue así. Estaba muy preocupada por lo que se había distanciado de ella desde que habían vuelto y, en especial, por la frialdad que había mostrado aquella mañana. Una mezcla de ansiedad e incredulidad la mantenía en un estado de nerviosismo que no concordaba con su compostura externa. Todos se volvieron cuando entró.

—Dios santo, ¿todavía admirando el trabajo de Daniel? —preguntó—. Dime, Izz, ¿estás contenta? La verdad es que tendrías que estarlo.

—Pues, sí. Es maravilloso —respondió Isobel—, pero según parece, a ti no te ha gustado mucho.

Lorna enarcó las cejas.

—Todo lo contrario, lo encuentro encantador… muy decorativo. —Consiguió hacer que sonara casi como un insulto—. Lo que me gustaría saber es cuándo se va a desvelar mi retrato. No puedo permitir que mi hermanita acapare toda la atención, ¿verdad? Creo que las dos hermanas Forsyth deberían ser vistas juntas. —Sonrió alegremente, pero sus palabras sonaron más a amenaza que a broma.

—De acuerdo, entonces —dijo Daniel, sorprendiéndola—. ¿Por qué no? Tu retrato también está casi acabado. ¿Me echas una mano, Mick? ¿Podrías traer el otro caballete? Juntos bajaron el segundo lienzo del escenario y lo montaron al otro lado. Mientras lo descubría, en la cara de Daniel había una expresión que hizo que Isobel se sintiera profundamente inquieta.

Difícilmente podía haber más contraste entre los dos retratos. Uno era natural e informal, ofreciendo al espectador la impresión de haber llegado sin previo aviso y atrapado a la modelo en un momento feliz y relajado. El otro, curiosamente afectado y artificioso… una pieza magnífica para atraer las miradas en un escaparate. Lorna aparecía asombrosamente bella; su retrato habría atraído la atención en cualquier galería atestada de gente. Pero el descontento, la infelicidad, el vacío y el veneno estaban también presentes. Lorna miraba desde la tela con la concentrada inmovilidad de una cobra a punto de atacar. Era un cuadro profundamente perturbador.

Se produjo un incómodo silencio. Isobel y Giles cruzaron sus miradas con una aguda ansiedad; fue uno de esos momentos compartidos que tanto faltaban entre ellos últimamente. Joss y Mick miraron al cuadro y luego se miraron las botas, volvieron a mirar el cuadro y frotaron sus enormes pies contra el suelo. Solo Daniel miraba directamente a Lorna.

Isobel lanzó una mirada de soslayo a su hermana y se quedó estupefacta ante lo que vio. Lorna tenía un aspecto triunfal. Isobel se dijo que, en realidad, no veía lo mismo que los demás, y pensaba que era maravilloso.

Lorna notó una oleada de placer y renovada confianza. Incluso se permitió sentir un poco de lástima por su hermana. «Giles, que tanto ama la belleza y la elegancia, no podrá evitar compararnos —pensó—. Seguro que su lealtad estará dividida, pero no tendría que haberme preocupado en absoluto. Debo tener un poco de paciencia y quizá no estar disponible durante un tiempo.» Sonrió condescendiente.

—Gracias, Daniel, un buen trabajo —dijo, como si fuera una maestra, concediendo buenas notas por un ensayo—. Creo que tienes un gran futuro por delante y, claro, ahora que lo he visto, espero que me permitirás comprarlo.

—Me siento muy aliviado de que guste —dijo el pintor, con una ironía que Lorna no captó en absoluto, pero sin contestar a su pregunta—. La figura está acabada, pero hay unos detalles del fondo en los que todavía tengo que trabajar antes de darlo por terminado. Lo dejaré aquí de momento, si os parece, igual que todos los demás trastos —dijo, dirigiéndose a Giles—. ¿Me perdonaréis si me marcho ahora?

—Por supuesto —dijo éste—. Cuidaremos bien de todas tus cosas. Llámanos y dinos cómo va todo. Buen viaje. Siento lo de tu amigo.

Isobel siguió a Daniel fuera del teatro y, después de un momento de vacilación, Giles los dejó marchar sin moverse de donde estaba.

Isobel y Daniel estaban junto al coche.

—¿Cuánto tiempo crees que estarás fuera? —preguntó ella—. Puede que yo no esté cuando vuelvas. Como te dije, voy a ver a mis padres. ¿Tendrás que ir a Estados Unidos?

—No tengo ni idea. Es posible. No quiero dejarte, Izzy.

—Y yo no quiero que te vayas.

—Te llamaré para decirte qué voy a hacer.

Ella sonrió, con una sonrisa llena de lágrimas.

—Eso lo creeré cuando lo vea. ¿Dónde dormirás esta noche?

—Primero iré a casa de mi madre. No me vuelve loco su último hombre, pero por lo menos, no me pondrá en la puerta. —Le dio un papel—. Esta es la dirección.

—Oh, Daniel, no te importa tan poco tu madre como quieres fingir. Sé amable con ella. Estoy segura de que te quiere de verdad.

—Quizá sí, a su manera. No es muy fiable, pero es mejor que nada, supongo. Es algo que me has enseñado tú. Tú quieres que todos sean queridos, ¿verdad? —preguntó.

—Quiso decirte lo de Carl ella misma.

Daniel sonrió, pero tenía una expresión triste.

—Sí, lo hizo. Lo que me duele es no haberme dado cuenta de la enfermedad de Carl cuando estuve con él en Iona. Lo único que hice fue hablar y hablar de mis propios problemas… de los cuales diría que tú eras el principal. —La besó muy suavemente—. Volveré a verte, Izz.

Parecía como si estuviera haciendo una promesa solemne, pero Isobel pensó que se la hacía más a él mismo que a ella. Había algo en la manera en que lo dijo que la llenó de ansiedad. Se volverían a ver, pero ¿por cuánto tiempo y qué pasaría entonces?

—Conduce tu vieja tartana con cuidado —le recomendó—. No vuelvas a quedarte tirado. Esta vez, no estaré allí para rescatarte.

Se quedó allí, de pie, hasta que el coche desapareció de la vista y Daniel, que miraba más el retrovisor que al camino que tenía delante, siguió viendo su esbelta figura inmóvil delante de la casa, hasta que cruzó la verja al final del camino, salió a la carretera y se dirigió hacia el sur.

31

Después de la marcha de Daniel, la vida recuperó lo más parecido a una rutina; que no se había dado nunca en Glendrochatt. Las actividades de los niños, los viajes a la escuela, la vida social con los amigos, administrar la propiedad y organizar los eventos del festival… todo siguió adelante como de costumbre. Pero por debajo de la normalidad exterior, todos se sentían como si se movieran en una especie de extraño limbo.

Giles sabía que no era solo con su esposa con quien tenía que solucionar las cosas. Era dolorosamente consciente de que la magia había desaparecido de la relación con su hija. Se sentía como si hubiera sido víctima de un encantamiento que lo había dejado ciego durante un tiempo y que, de repente, había desaparecido, restableciendo milagrosamente su capacidad visual original, pero permitiéndole, además, ver con una claridad espantosa el daño que tan activamente había causado.

No le dijo a Isobel que había llamado a Valerie Benson para hablar de la actuación de Amy en Northumberland, y que se había beneficiado de algunas de las desagradables verdades, sin adornos, por las que la profesora era tan famosa.

—Sí, su interpretación fue absolutamente decepcionante —le dijo—. Pero la causa del problema no era Amy, era tu irritante cuñada y, por supuesto, tú mismo —añadió, demoledora—. Pese a todo, no estoy demasiado preocupada. Siempre que las cosas en casa se solucionen, sus posibilidades de conseguir una beca no tendrían que verse comprometidas. Además, Amy tiene que aprender que hay que dar lo mejor de uno mismo, sin tener en cuenta tus sentimientos personales de ese momento, y no dejaré de decírselo en la próxima clase.

«Apuesto a que lo harás, vieja bruja», pensó Giles, a la vez escarmentado y divertido por aquella mordaz homilía, que no dejaba duda ninguna sobre quién era el archiculpable a los penetrantes ojos de la señora Benson. Descubrió que se moría de ganas de regalarle los oídos a Isobel con esta última muestra de valerianismo, algo de lo que solían disfrutar juntos. Acordó una hora para la próxima clase de Amy, la semana siguiente, a la cual, definitivamente, no les acompañaría su tía, como prometió mansamente.

Cuando Giles se reunió con Amy para practicar, a la mañana siguiente —y fue muy consciente de que, algo nada corriente en ella, había empezado sin esperarlo— se le acercó y le rodeó el hombro con el brazo.

—Cariño, me parece que te debo una disculpa —dijo—. Valerie me ha dicho que te molesta que tía Lorna nos acompañe para ayudarnos con tus progresos, así que a partir de ahora, volveremos a ser solo tú y yo, ¿de acuerdo?

—Yo te dije que odiaba que ella viniera y también se lo dije a mamá, pero no me hicisteis ningún caso. —Amy adelantó la barbilla de una manera que a Giles le recordó a Isobel. Esperaba una reacción calurosísima, pero estaba claro que su hija seguía profundamente ofendida con él y no estaba dispuesta a dejarse aplacar tan fácilmente. En su fuero interno, la respetó por ello.

—Bien, pues me equivoqué —reconoció—. Todos nos equivocamos algunas veces, incluso tú, pequeña señorita sabelotodo. Y siento mucho que el fin de semana te fuera tan mal. Sé que también fue culpa mía. —Añadió con un toque de aspereza—. Bueno, no malgastemos más tiempo con eso. Vamos a empezar de nuevo. Déjame oír cómo tocas el Fiocco, que tantos problemas te dio en el curso, y luego pasaremos al primer movimiento de la pieza de Vivaldi.

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