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Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

Un verano en Escocia (41 page)

BOOK: Un verano en Escocia
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Amy lo miró, desafiante, y tocó la pieza como los propios ángeles.

Más tarde, Giles le dijo a Lorna, con el máximo tacto posible —y tenía mucho, mucho tacto cuando quería— que Valerie Benson había aconsejado que, por el momento, quizá fuera mejor que ella no estuviera presente en las sesiones de práctica de Amy. No le dijo que había sido Isobel quien primero le habló de aquello ni tampoco que, en cualquier caso, había acabado siendo patente también para él lo mucho que Amy odiaba la presencia de su tía.

—Así pues, aunque valoro en mucho tu opinión, creo que más vale que no forcemos las cosas en cuanto a tu participación en las prácticas de Amy —dijo.

Lorna enarcó las cejas y pareció aceptar el veredicto, pero comentó:

—Sin embargo, estoy convencida de que a Valerie le gusta meter cizaña. No me pareció nada bien su actitud conmigo durante el fin de semana, pero tú eres tan maravillosamente generoso con todo el mundo, Giles, que probablemente ni siquiera te diste cuenta. Está claro que detesta que cualquier otra persona tenga influencia sobre ti y, por supuesto, eso le hace el juego a la actitud posesiva de Amy contigo. Seguro que tu hija se quejó de mí a Valerie y, en mi opinión, no deberías dejarle que se saliera con la suya. Eres tú quien decide cómo han de ser las cosas. Sé que Valerie le ha proporcionado a Amy una base maravillosa, pero la verdad es que me pregunto si, ahora que la niña ha pasado a otra etapa, sigue siendo, realmente, la profesora adecuada para ella. Daphne Crawford me decía el otro día que conoce a un músico maravilloso en Edimburgo que da clases de violín con unos resultados asombrosos. Creo que tendrías que considerar un cambio para Amy. —Sin embargo, como no quería arriesgarse a un enfrentamiento abierto con Giles en aquel momento, no insistió—. De todos modos, la semana que viene no podría venir a ayudarte con Amy —siguió diciendo— porque, como sabes, voy a pasar unos días con Daphne para hablar de posibles planes para el futuro. Seguro que Sheila podrá arreglárselas si mí unos días, porque, a pesar de que después del concierto inaugural habrá mucho trabajo, en este momento no es mucho lo que hay que hacer.

Giles se sintió muy aliviado al ver que Lorna no convertía la cuestión en un problema, porque también había decidido que, en los próximos días, tenía que dejarle claro que su breve aventura había llegado a su fin, y le horrorizaba hacerlo.

Lorna le sonreía con una gran dulzura. Esperaba el momento oportuno.

Edward estaba muy ocupado con las gallinas bantam que Flavia le había regalado, entre las cuales la principal atracción era la señora Silkie, una dama de color negro reluciente de quien estaba profundamente enamorado. La señora Silkie exhibía un sombrero de plumas que habría honrado a la madre de una novia y ponía unos huevos de un precioso color marfil. Para gran alivio de todos, Edward había dejado de mencionar el fallecimiento de Pecker y Claws a intervalos regulares de cinco minutos, pero su nueva obsesión se estaba convirtiendo rápidamente en algo igualmente desquiciante. También inquiría con una repetición enloquecedora cuándo volvería el «hombre que pintaba, con dibujos en el brazo». También a Isobel le habría gustado saberlo. Se preguntaba por qué situación estaría pasando Daniel, y esperaba la llamada telefónica que le había prometido. No se apartaba ni un momento de sus pensamientos.

Mick y Joss se marcharon diez días de vacaciones a África, un viaje que según se anunciaba era «la aventura de toda una vida», con suficientes emociones para satisfacer al más temerario de los participantes. Giles comentó que si eran demasiadas las emociones, quizá volvieras a casa satisfecho, pero dentro de una caja de madera.

—¡Bah!, no hay de qué preocuparse —dijo Mick—. Será pan comido.

Todos los echaron en falta y, sin la ayuda inestimable, pero discreta, de Joss tanto con los niños como en todos los aspectos de la vida doméstica, Isobel estaba muy ocupada, lo cual quizá fuera bueno, porque le dejaba menos tiempo para cavilar sobre el futuro, aunque también hizo que se diera cuenta de lo mucho que había acabado apoyándose en Joss.

Mientras estaban fuera, Lorna decidió hacer uno de sus intentos periódicos para verter unas gotas de veneno contra los dos neozelandeses. Estaba decidida a librarse de ellos y abordó a Isobel directamente.

—Sé que no te va a gustar esto, Izzy —dijo, con un aire que le recordó a Isobel su viejo mote de «La Perfecta»—, pero de verdad creo que, cuando vuelvan de vacaciones, tendrías que decirles a esos dos que se marcharan a otro sitio. No hay necesidad de entrar en detalles específicos, solo diles que llevan aquí demasiado tiempo y que quieres hacer otros arreglos. —Volvía a decirle a Isobel cómo pensaba que tenía que organizar todos los aspectos de su vida, como si siguiera siendo su hermanita pequeña, todavía en la escuela, y los satisfactorios años de matrimonio y maternidad ni siquiera hubieran existido.

—¿Qué arreglos?

—Bueno, Daphne conoce una agencia de mucha confianza o también podrías poner un anuncio en
The Lady
, pidiendo una pareja, un matrimonio. No tendría que ser una carga para ti. Yo me ocuparía de toda la correspondencia, examinaría a los candidatos y te haría una preselección de los mejores.

«¡Y una mierda!», pensó Isobel, que habría estrangulado a su hermana por ser tan pagada de sí misma; aun así, al mismo tiempo, sentía una lástima involuntaria hacia ella.

—Y cuando Mick y Joss vuelvan, ¿se supone que tengo que decirles: «Habéis sido absolutamente maravillosos durante un año, os habéis identificado con todos nuestros proyectos, habéis hecho todo lo que os hemos pedido y además, adoráis a nuestros hijos, uno de los cuales, por cierto, es excepcionalmente difícil, y pese al hecho de que todos os queremos y nos venís como anillo al dedo, queremos que os larguéis porque no os lleváis bien con mi hermana»?

—¡Oh, Izzy! ¿Por qué siempre tienes que sacarlo todo de quicio de esa manera? Mira… entiendo lo cómodos que son desde tu punto de vista, en especial Joss, pero eres tan ingenua, siempre lo has sido, que estás ciega ante un riesgo muy evidente.

—¿Cuál? —Isobel era muy consciente de lo que quería insinuar Lorna y de cuáles eran sus motivos para tratar de ensuciar la reputación de los dos jóvenes, que se habían convertido en sus enemigos más implacables, pero no tenía ninguna intención de dejar que se refugiara detrás de vagas indirectas.

—Por ejemplo, el hecho de que dejes que Joss haga… bueno… cosas muy íntimas con Edward. Además, Amy revolotea delante de él sin llevar puesto nada más que una toalla, mientras él baña a Edward, algo que tampoco creo que debiera hacer. La vi la otra noche, charlando en el baño de la habitación de los niños, prácticamente desnuda del todo. Por supuesto, le ordené que se fuera y le dije a Joss claramente lo que pensaba.

—No seas estúpida, Lorna. Joss es homosexual. No puede ser un peligro para Ed y para Amy a la vez, a menos que estés insinuando que es un pedófilo. —Los ojos de Isobel soltaban chispas furiosas.

—Nooo, claro que no. Bueno, no exactamente. —Lorna estaba un poco desconcertada por tanta franqueza—. Lo único que creo es que todo eso es… poco apropiado.

—Pues muy bien, muchas gracias. Le comunicaré tu preocupación a Giles —dijo Isobel, temerariamente—. Y doy por sentado que si Edward necesita cualquier atención particularmente íntima, como meterle diazepam por el culo, y yo no estoy aquí, te ofrecerás voluntaria para hacerlo tú, ¿verdad?

Lorna enrojeció furiosa.

—Eso es repugnante, Izzy. Eres imposible.

—Son hechos normales de nuestra vida, Lorna —dijo Isobel, esforzándose por conservar la calma—. Es evidente que hay que prestar muchísima atención a quien cuida de tus hijos, y al principio estuvimos extremadamente vigilantes. No soy estúpida. Pero ahora le confiaría mis hijos a Joss más que a ninguna otra persona, excepto Giles, claro. Adora a Amy y a Edward. En realidad, nos quiere a todos. Ten mucho, muchísimo cuidado con lo que dices. —No añadió que la persona a quien nunca le confiaría sus hijos era a la propia Lorna. Normalmente, le habría repetido esta conversación a Giles, pero en aquel momento se sentía lamentablemente cohibida para hacerlo, por si él malinterpretaba sus motivos. Se preguntó por qué Lorna tenía que infectarlo todo, volviéndolo desagradable. Se dijo: «Sin embargo, Amy está creciendo. Supongo que tendré que decirle que sea más circunspecta, no debido a Joss, sino en general». Pensó en lo triste que era que, para proporcionar a los niños una autoprotección necesaria, fuera inevitable minar su inocencia infantil y su confianza innata. No le dijo a Lorna que había sido el propio Joss quien le había insinuado recientemente que tal vez había llegado el momento de que Amy y Emily Fortescue fueran un poco menos desinhibidas en cuanto a su desnudez en público.

Isobel y Giles se trataban con una cortesía hueca que era totalmente ajena a su carácter y que carecía completamente de intimidad. No había ningún intercambio de miradas, ya fueran de diversión o comprensión; ningún momento privado de alegría, ni siquiera de irritación, nada de conversaciones íntimas; nada de sexo.

Isobel no era consciente de hasta qué punto Giles la observaba con atención, una vez que había decidido que, a menos que el momento fuera el oportuno, cualquier intento de reconquistar el favor de su esposa resultaría contraproducente.

Un sábado, Isobel y Fiona Fortescue llevaron a Amy y Emily al cine en Perth. Les habían prometido a las niñas, como trato especial, que luego cenarían en Paco's, frente al ayuntamiento, y Edward y Mungo habían quedado a cargo de Caro, la última de las canguros australianas de Fiona. Giles anunció que no quería cenar, que se metería un emparedado en el bolsillo, sacaría la barca e intentaría pescar una trucha. Bajó la caña de su soporte en el largo pasillo, junto a la puerta trasera y se puso en marcha, con la manga de red sujeta a la correa de su cesta de pescar.

Desde la ventana de su apartamento, Lorna observó cómo se alejaba por el camino, con Wotan a su lado. Le dio un poco de ventaja y luego tomó un atajo, a través de los rododendros, para hacerse la encontradiza con él, aparentemente por casualidad.

—Ah, Giles, qué bien. ¿Vas al lago? ¿Puedo ir contigo?

Habría sido normal y fácil decir que sí, pero Giles sabía que si lo hacía, estaba garantizado que Lorna se las arreglaría para que Isobel se enterara y, por muy inocente que resultara la salida, se interpretaría de la peor de las maneras. De modo que decidió aclarar las cosas de una vez por todas.

—No me parece una buena idea, Lorna. Quería hablar contigo. Por favor, no creas que no disfruté de nuestra semana juntos, sabes que sí lo hice. Lo pasamos muy bien, pero nunca deberíamos haberlo hecho, ninguno de los dos, y ahora se ha acabado. No puedo volver a traicionar a Izzy.

—¿No crees que, de alguna manera, ahora estamos en paz? —preguntó Lorna—. En una ocasión tú me traicionaste.

—No, no fue así —dijo Giles—. Sé que siempre lo has dado a entender así, pero sabes tan bien como yo que no fue eso lo que sucedió. Tuvimos una aventura de estudiantes y fui muy afortunado. Fue estupendo mientras duró, pero nunca te dije que te quería, ni una sola vez. Nunca te pedí que te casaras conmigo. Nunca te hice ninguna promesa antes de que te fueras. Fuiste tú quien decidió irse de viaje, diciendo que necesitabas espacio y tenías razón. En cuanto volviste, te conté que había conocido a Izzy y lo que había pasado. Sé fiel a la verdad, Lorna.

Pero, claro, era la verdad de lo sucedido lo que dolía, y a Lorna, con quien más le había costado siempre ser sincera era con ella misma.

Tomó una decisión relámpago.

—Lo entiendo perfectamente —dijo de forma inesperada—. Nuestra semana juntos también fue maravillosa para mí, pero ahora que hemos vuelto aquí, con Izzy, no podemos aprovechar cualquier momento en que ella vuelva la espalda. Es algo que nos haría desdichados a los dos.

Sonrió a Giles y éste sintió una enorme sensación de alivio.

Ni por un momento había pensado que iba a ser tan fácil. Tal vez había sido injusto con ella, después de todo.

—Es muy generoso por tu parte, Lorna. Además, eres una mujer asombrosamente hermosa y cualquiera que te ame será afortunado.

—Anda, vete a atrapar unos cuantos peces —respondió ella, alegremente—. ¡Suerte! —Y se quedó mirándolo mientras se dirigía hacia el lago, con la sensación de haber jugado bien sus cartas.

Lorna se marchó a Edimburgo unos días después, con la cabeza llena de ideas. Formar sociedad con Daphne, una persona seria y cualificada, era una posibilidad clara. El talento de Daphne para manipular huesos y el de Lorna para manipular horarios y personas podía ser una combinación brillante. Aunque Ruby McQueen le gustaba menos, por lo menos no suponía ningún tipo de amenaza. Lorna no tenía ninguna duda de que podría dominar fácilmente a la desvaída Ruby, cuya apariencia indicaba que fue joven en los sesenta y que no se había decidido a cambiar de ropa desde entonces. Su largo pelo grisáceo le caía como un dobladillo desigual alrededor de una cara dotada de una dulzura nebulosa que, en un tiempo, debió de ser muy bonita. Su buena voluntad era tan genuina y transparente como sus anchas faldas de algodón indio, e igual de fácil hacer que tropezara y se cayera, pensó Lorna, desdeñosa. Un poco menos de preocupación con las danzas en círculo y una actitud más despierta hacia los sistemas contables y de asignación de horas no vendrían mal para empezar, pero de cualquier manera, Ruby podía tener su utilidad; un cuaderno de direcciones muy abultado y la amistad con Grizelda Murray, por ejemplo. Grizelda tenía muchos contactos provechosos.

Sin la presencia perturbadora de Lorna, Glendrochatt estaba tranquilo. Isobel deseaba que permaneciera lejos tanto tiempo como fuera posible.

32

Daniel llamó a Glendrochatt desde Estados Unidos. Deseaba desesperadamente hablar con Isobel y eligió un momento en que pensaba que había muchas posibilidades de que fuera ella quien cogiera el teléfono. Sin embargo, fue Joss quien contestó desde la cocina. Daniel agradeció que, por lo menos, no fuera Lorna.

—Eh, hola, Joss. ¿Puedo hablar con Isobel? Llamo desde Nueva York.

—Claro, voy a darle un grito. No puede andar muy lejos —dijo Joss, pero fue la voz de Giles la que oyó al otro lado del auricular y, después de contarle lo que había pasado, dónde estaba y explicarle que todavía no había manera de saber cuándo podría volver a Escocia, Daniel no se sintió capaz de volver a preguntar por Isobel. Giles sospechó cuál era su dilema, pero no se sentía con ganas de facilitar una charla íntima entre el pintor y su esposa.

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