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Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

Un verano en Escocia (20 page)

BOOK: Un verano en Escocia
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Fue una clave fundamental para tratar con él. Hasta entonces, aunque con frecuencia permanecía sentado mirando atentamente un libro, con sus ojos miopes, aparentemente absorto en él, nunca estaban seguros de cuánto sentido le encontraba o si solo contemplaba las imágenes. Los intentos por conseguir que leyera en voz alta no habían dado fruto hasta que Isobel, poniendo a prueba la nueva idea, dijo, sin dirigirse a nadie en particular:

—Me gustaría saber qué comen los gorilas.

Con gran asombro por su parte, Edward fue al final de su libro de animales favorito, recorrió el índice con el dedo, encontró la página pertinente y anunció:

—Los gorilas comen hojas —marcando con su habitual ceceo cada una de las eses.

Giles e Isobel se abrazaron con los ojos llenos de lágrimas. Fue un día que no olvidarían nunca.

Era divertido tener a los Fortescue a cenar. Isobel y Fiona bañaron a Mungo con Edward y lo acostaron en la cama extra de la habitación de Edward, mientras este bajaba a ver su inevitable vídeo. Aunque Mungo protestó, lloroso, de que lo acostaran antes que a su amigo, se caía de agotamiento después de tanto correr arriba y abajo y se quedó dormido en cuanto su cabeza tocó la almohada. Fiona y Duncan lo cogerían luego, como habían hecho muchas veces, sin que llegara a despertarse mientras lo llevaban al coche.

Lorna, un tanto a regañadientes, se había ido a pasar la noche a casa de una antigua amiga de la escuela, e Isobel era consciente del alivio que sentía. La insistencia de Lorna en que no tenía vida propia, aparte de Glendrochatt, no era del todo verdad. Después de todo, se había criado en Escocia y, aunque fingía que había perdido contacto con la mayoría de sus antiguos amigos, eran bastantes los que empezaban a aparecer de no se sabía dónde. Isobel no se había atrevido a recordarle a su hermana que su padre siempre se había referido a esta amiga en particular, Daphne Crawford, como Daphnita Catastrofita, la Filantropita. Daphne, junto con una amiga igualmente estimable, llamada Susan McQueen, había abierto un centro de terapias alternativas en su propia casa, cerca de Edimburgo. Lorna, en secreto, tenía intención de consultarlas respecto a Edward.

Después de cenar, los Grant y los Fortescue jugaron al polo, en su modalidad cojín, en el vestíbulo, un juego despiadado propio de Glendrochatt, que solía exigir mucho ruido y algo de juego muy sucio. No era un pasatiempo adecuado para los que sufrieran ataques de nervios o tuvieran la espalda delicada. Los participantes se propulsaban por el suelo pulimentado sobre unos viejos y baqueteados cojines de los usados para arrodillarse y rezar en los días temerosos de Dios de los antepasados de Giles; una bolsita llena de alubias servía como disco, periódicos enrollados hacían el papel de palos y las puertas de cada extremo de la estancia eran las porterías. Daniel demostró ser un novato entusiasta, más salvaje que astuto, y Mick y Joss se turnaron como árbitro o jugador del equipo de los Fortescue. Amyy Emily estaban absolutamente sobreexcitadas, Giles y Duncan discutieron sobre las reglas del juego, como dos niños pequeños, y todos lo pasaron estupendamente.

—Dios, las pantorrillas me matan. Apenas puedo andar —gimió Fiona, mientras Isobel y ella, las dos jadeando y con la cara roja, subían al piso de arriba a recoger a Mungo—. Por cierto, me parece que tu pintor está coladito por ti. Se ve por la manera en que te mira… cuando cree que nadie lo mira a él.

—Tonterías —dijo Isobel—. Es Lorna quien le gusta. No puede apartar los ojos de ella. Supongo que cree que es como la Venus de Botticelli y se muere de ganas de inmortalizarla en el lienzo. Surgiendo completamente desnuda de las aguas del lago, quizá sobre unas ramas de brezo.

—Mira quién fue a hablar. Giles me ha dicho, mientras cenábamos, que Daniel también va a pintar tu retrato —replicó Fiona.

—Sí… pero eso es solo porque Giles se lo ha pedido.

—De todos modos, será mejor que vigiles —dijo Fiona bromeando—. A mí, Daniel me parece muy, muy sexy. Giles podría ponerse celoso.

—Le estaría bien empleado. En este momento Giles está insoportable, pero aunque Daniel me cae muy bien, por suerte —dijo con altivez— no lo encuentro atractivo en ese sentido.

Fiona enarcó una ceja, escéptica.

La semana siguiente, Isobel decidió pasar a ver a Sheila Shepherd después de haber llevado a los niños al colegio; quería preguntarle por su madre y llevarles flores a las dos. Se sorprendió al averiguar que Lorna ya había ido a visitarlas.

Sheila estuvo encantada de ver a Isobel, la besó cariñosamente e insistió en que entrara a tomar una taza de café.

—Mi madre está bien —dijo—. Está estupendamente. Espero volver al trabajo a tiempo parcial dentro de un par de semanas. Fue muy amable por parte de tu hermana venir a visitarme y presentarse; le agradecí el gesto, de verdad. Me ha contado que ha cambiado las cosas de la oficina un poco para poder librarme de la mayor parte del trabajo del concierto, lo cual, dadas las circunstancias, es una bendición. No estaré tan preocupada por haberos dejado a Giles y a ti en la estacada. Parece una mujer muy eficiente.

—Oh, sí, Lorna es maravillosamente eficiente. —Isobel se esforzó por evitar que su voz sonara a crítica—. Pero nunca podría sustituirte. Todos tenemos muchas ganas de que vuelvas.

—¿Sabías que Lorna había ido a ver a Sheila? —le preguntó Isobel a Giles, al volver a casa. Él estaba en el vestíbulo, mirando el correo que acababa de llegar.

—Sí. De hecho, se lo sugerí yo. —Giles parecía muy satisfecho de sí mismo—. Todavía tengo la cicatriz de la tira de piel que me arrancaste cuando la madre de Sheila cayó enferma, y pensé que sería una buena jugada de la diplomacia de Glendrochatt. Así pues, ¿me he ganado una medalla esta vez, oh, Crítica Dama?

—Evidentemente fue una buena idea, pero me he sentido un poco tonta al no saber nada. Podías habérmelo dicho, Giles.

—Ah, así que nos estamos poniendo susceptibles, ¿eh? —dijo burlón—. Tienes el mismo aspecto enfurruñado que uno de los gallitos de Ed cuando lo echan del nido; con todas las plumitas erizadas.

—No seas tan asquerosamente condescendiente —dijo Isobel y añadió—: Desde luego, no imaginé ni por un momento que a Lorna, por sí sola, se le hubiera ocurrido algo tan lleno de tacto. Siempre ha sido bastante autista respecto a los sentimientos de los demás. Tal vez sea de ahí de donde le viene a Edward.

—¡Izzy! Es la primera vez que te oigo hacer un comentario venenoso de verdad —dijo Giles mirando a su esposa con sorpresa e interés.

—Me siento venenosa —murmuró Isobel, con aire desdichado, odiándose.

La noche antes, justo cuando estaba a punto de apagar la luz de Amy, esta le preguntó:

—Mamá, ¿por qué la tía Lorna tiene que estar presente cuando hago mis prácticas? Lo odio.

Isobel, que no sabía que eso estuviera sucediendo, se quedó sin habla.

—Ahora siempre está con papá. Comenta con él mi forma de tocar y no es asunto suyo para nada —dijo Amy, rabiosa—. Antes me encantaba practicar con papá, pero ahora preferiría hacerlo sola. Ya soy mayor; la próxima vez que tenga clase, le preguntaré a Valerie si puedo.

—Mira, cariño, me parece que a papá le dolería. Siempre se ha involucrado mucho en tu música.

—Bueno, pues yo también estoy dolida. Todo el tiempo le pregunta a ella qué opina y luego me manda que lo haga como ella dice. Además, a la tía Lorna no le importa un pimiento como toque… lo único que quiere es hacerle la pelota a papá —dijo Amy, muy perspicaz; Isobel no supo qué contestar. También ella sentía que Lorna estaba monopolizando a Giles. Siempre parecían estar en la oficina juntos, estudiando los gráficos e intercambiando ideas. A veces, cuando ella entraba, interrumpían la conversación de una manera que la hacía sentir como una intrusa.

Ansiaba que Giles la abrazara, la besara y la mimara como solía hacer antes, cuando ella estaba disgustada, para poderle decir cuánto lo sentía y lo mucho que detestaba dudar de él y sentirse mezquina y suspicaz hacia su hermana… pero él parecía no darse cuenta de ese deseo.

—Ah, por cierto —añadió Giles—, quería decírtelo ayer, pero me olvidé. Lorna recibió una llamada de Flavia en la oficina. Al parecer, Alistair, ella y los niños vienen, en mayo, a pasar unos días en Duntroon, con Colin y Liz, quieren echar una ojeada al teatro… para comprobar la acústica y hablar del programa para la gala.

—Oh, estupendo. —Isobel abandonó su irritabilidad; adoraba a los Forbes. Aunque Flavia era varios años más joven que ella, se habían hecho amigas durante sus frecuentes visitas a sus tíos. Además, Isobel le había prestado su apoyo moral al romperse el primer matrimonio de Flavia, cuando le cayó encima una oleada de desaprobación y unas cuantas almas censoras, como lady Fortescue, la habían desairado en público—. La llamaré para ver si pueden venir todos a almorzar el sábado. Me muero de ganas de volver a ver a mi ahijada y me encantaría cotorrear un buen rato con Flavia. Alistair y tú podéis llevaros a Ben a pescar o a jugar al golf.

—Bien. Pensaba que eso es lo que dirías, así que hice que Lorna llamara y se lo propusiera. Dicen que les encantará venir.

Hubo una pausa.

—Ah… bien. Así que todo está perfectamente arreglado. Estupendo. —El tono de Isobel era ligero, pero su corazón se ensombreció de dolor y resentimiento.

—¿Qué te parece si vienes conmigo ahora y echamos una ojeada a las últimas reservas y hablamos de un par de ideas que he tenido para el año que viene? —preguntó Giles, ofreciéndole una rama de olivo.

Isobel ojeó las cartas que había encima de la mesa y encontró una con sello francés y la dirección escrita con la letra de su madre. La abrió y empezó a leerla con un alarde de concentración.

—Hum… no gracias, en este momento no —dijo como ausente, utilizando deliberadamente la voz que empleaba para protegerse de los niños cuando estaba ocupaba—. En realidad, me dirigía a mi primera sesión con Daniel. Hoy empieza a pintar mi retrato.

—No me había dicho nada de eso. —Ahora le tocaba a Giles sentirse relegado.

—¿Ah, no? —Isobel confió parecer adecuadamente indiferente y se dirigió hacia el teatro, esperando que Daniel estuviera allí y no quedara al descubierto que había improvisado, faltando a la verdad.

15

Cuando Isobel entró en el teatro, Daniel estaba pintando el fondo del telón, silbando totalmente concentrado.

El trabajo iba bien y disfrutaba de su estancia en Glendrochatt más de lo que habría creído posible. Estaba habituado a trabajar en absoluto aislamiento, sin apenas interrupciones, pero allí siempre pasaba alguien a echar una ojeada, a buscar algo o simplemente a charlar un rato. Por lo general, esto lo hubiera exasperado, pero descubrió que disfrutaba de la compañía y le entretenían los cotilleos y lo que pasaba en Glendrochatt; además, le encantaban las reacciones que despertaba su trabajo. Siempre le había divertido observar lo que sucedía a su alrededor, y le intrigaban las luchas de poder que se libraban en la comunidad en que estaba. Pero se dijo que no debía dejarse arrastrar por ellas. Comprendió sorprendido que le resultaría demasiado fácil verse envuelto en las vidas de aquellas personas y una luz de alarma se encendió en su cabeza; se prometió que nunca rompería su norma estricta y autoimpuesta: nada de compromisos, salvo los profesionales; nada de apegos ni ataduras con ninguna persona, posesión o lugar… sobre todo con ninguna persona. Era su código de supervivencia y, aunque a veces se viera empujado a la soledad, era un precio que creía que tenía que pagar por la protección que ofrecía a su paz mental y a su corazón.

Daniel se dijo, revisando mentalmente el reparto de actores de la obra familiar, que parecía oportuno que los Grant fueran los dueños de un teatro. Primero estaba Giles, el director, que se había asignado claramente el papel protagonista, el héroe con un pasado interesante, siempre conjurando sus demonios internos, poniéndose a prueba y poniendo a prueba a los que amaba hasta un límite peligroso. A Daniel no se le había pasado por alto que a Giles le molestó descubrir que su invitado tenía una historia familiar igualmente perturbadora, aunque había que reconocer que se había recuperado con elegancia después de su primera y grosera reacción. Daniel pensó que el sentido del humor de Giles era un rasgo que lo redimía, el contrapeso de cualquier impresión de arrogancia que pudiera dar. Luego estaba Amy, con tanto talento, tan vital, tan apasionadamente leal a su difícil gemelo. Daniel había llegado a sentir mucho afecto por ella y suponía que sobreviviría a la presión para alcanzar el triunfo a que su padre la sometía constantemente, pero se preguntaba cómo se las arreglaría Giles cuando su precioso polluelo se convirtiera en un pájaro listo para volar. Le parecía que ya había señales de que la niña probaba sus alas al borde de la rama, todavía insegura de en qué dirección lanzarse. ¿Y Edward? Daniel se preguntó cómo habría sido Edward si un inexplicable accidente de nacimiento no hubiera embrollado sus cualidades como si fueran una enredada madeja de seda. ¿Tal vez su inusual manera de utilizar las palabras y su gusto por la imaginería habrían hecho de él un poeta? ¿Era posible que, con su pasión por los datos y su fenomenal memoria, hubiera llegado a ser historiador? Cuando Daniel pensaba en Edward, aquel extraño niño, sentía una punzada de compromiso no deseado, una punzada que despertaba recuerdos personales que prefería mantener bien enterrados.

La bella Lorna era el comodín de la baraja. ¿Quién podía adivinar el efecto que quizá llegara a tener en los demás? En tanto que artista, a Daniel le gustaba mirarla y estudiar su perfección física; como animal macho no podía menos que sentirse excitado por ella; como observador, especulaba sobre si era un iceberg o un infierno. ¿Amaba de verdad a Giles o era simplemente codiciosa? ¿Deseaba solamente destacar por encima de su hermana menor? Daniel estaba intrigado.

Y luego, cómo no, estaba Isobel. Al pensar en ella, Daniel cambió deliberadamente de pista y trató de concentrarse en el bosque de Birnam.

Isobel, con Flapper pegada a los talones, entró por la puerta lateral del teatro, la cerró sin hacer ruido y se quedó observando a Daniel, viendo cómo manejaba, con habilidad y rapidez, el pincel. No la había oído entrar y las pequeñas curvas y manchas de pintura verde, que de cerca no parecían más que eso, cobraban vida y se convertían en árboles de verdad desde donde ella estaba. Era como ver a un mago en acción.

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