—Sabía que estarías de acuerdo —dijo Temerario, satisfecho—. Además —añadió en tono más prosaico—, mi madre me ha dicho que se supone que los Celestiales no combaten, y dedicarme sólo a estudiar todo el tiempo no suena muy emocionante. Es mucho mejor que volvamos a casa —asintió, y volvió a mirar su poema—. Laurence —añadió—, ¿crees que el carpintero de la nave podrá fabricar más bastidores de lectura como éste?
—Mi querido amigo, le diré que te fabrique una docena si eso te hace feliz —respondió Laurence.
Lleno de gratitud a pesar de sus preocupaciones, se recostó contra el dragón y contempló la luna tratando de calcular cuándo cambiaría la marea para llevarlos de vuelta a Inglaterra y a casa.
Extractos de
Breve disertación sobre razas orientales,
con reflexiones sobre el arte de la cría de dragones
Presentado ante la ROYAL SOCIETY en junio de 1801
por SIR EDWARD HOWE, MIEMBRO DE LA ROYAL SOCIETY
Las «innumerables hordas serpentinas» de Oriente se han convertido en un paradigma en Occidente, temidas y admiradas a la vez, debido en buena medida a los conocidos relatos de los peregrinos de una época más temprana y crédula que, aun siendo en el tiempo de su publicación de inestimable valor para arrojar luz sobre la absoluta oscuridad que les había precedido, para el experto contemporáneo resultan de escasa utilidad, pues padecen la lamentable exageración que estaba tan de moda en aquellos tiempos, ya sea porque sus autores creían sinceramente lo que contaban, o bien por el no tan inocente, aunque comprensible, deseo de satisfacer a una audiencia más amplia a la espera de oír relatos orientales plagados de monstruos y otras delicias imprevisibles.
Así ha llegado a nuestros días una colección de informes, por desgracia inconsistentes. Algunos no son más que pura ficción, y casi todos los demás son distorsiones de la realidad, con lo que el lector haría mejor descartándolos en conjunto que confiando en alguno en particular. Pondré un ejemplo aclaratorio: los Sui-Riu de Japón, conocidos por los estudiosos de la ciencia de los dragones a partir del relato de 1613 del capitán John Saris, en cuyas cartas atestiguaba la habilidad de esta raza para provocar una tempestad en medio de un cielo despejado. Merced a mis propios conocimientos voy a refutar esta sorprendente afirmación que atribuye los poderes de Júpiter a una criatura mortal: yo mismo he visto un Sui-Riu y he observado que su verdadero don es tragar cantidades ingentes de agua y expulsarla en violentas ráfagas, un don que ofrece un valor incalculable no sólo en la batalla, sino también para proteger los edificios de madera japoneses de los peligros del fuego. Un viajero incauto atrapado bajo semejante aguacero bien podría imaginar que los cielos se han abierto sobre su cabeza con un trueno, pero estos diluvios rara vez van acompañados de relámpagos o nubes de lluvia; duran tan sólo unos momentos, y huelga decir que no son en absoluto sobrenaturales.
Por mi parte, me esforzaré en evitar tales errores, más que en asumir los meros hechos, y los presentaré sin excesiva ornamentación, para satisfacer a mis lectores más eruditos…
Sin duda podemos rechazar la ridícula estimación, comúnmente extendida, de que en China hay un dragón por cada diez hombres: si este cómputo estuviera remotamente cerca de la verdad, y siempre que nuestras ideas sobre la población humana de China no sean por completo erróneas, aquella gran nación estaría tan invadida por estas bestias que el desdichado viajero que nos trae esta información debería haber encontrado grandes dificultades incluso a la hora de encontrar un lugar donde estar de pie. No es del todo falsa la vívida ilustración que nos dibujó el hermano Mateo Ricci de los jardines del templo atestados de cuerpos serpentinos enroscados unos sobre otros, y que durante tanto tiempo ha predominado en la imaginación occidental. Empero, debe entenderse que en China los dragones viven más bien en el interior de las ciudades que fuera de ellas, lo cual hace que su presencia sea más palpable. Otrosí, se desplazan aquí y allá con una gran libertad, de modo que el dragón que por la tarde se encuentra en la plaza del mercado puede ser el mismo individuo que por la mañana temprano realiza abluciones en el templo y, de nuevo, horas más tarde, cena en los patios donde se cocina el ganado junto a los límites de la ciudad.
En cuanto al conjunto total de la población, he de decir que no confío demasiado en las fuentes de que disponemos. No obstante, las cartas del difunto padre Michel Benoît, un jesuita astrónomo que sirvió en la corte del emperador Qianlong, recogen que, con ocasión del cumpleaños del emperador, se contrató a dos compañías de sus Fuerzas Aéreas para sobrevolar el Palacio de Verano en una exhibición de vuelos acrobáticos que el propio padre presenció en compañía de otros dos jesuitas.
Estas compañías, que consisten en una docena de dragones cada una, equivalen aproximadamente a las formaciones occidentales más numerosas, y cada una está asignada a una compañía de trescientos hombres. Hay veinticinco de estas compañías en cada una de las ocho divisiones de las Fuerzas Aéreas de los tártaros, lo que supondrían dos mil cuatrocientos dragones en acción coordinada con sesenta mil hombres: una cifra más que respetable, aunque el número de compañías ha aumentado de forma sustancial desde la fundación de la dinastía, y en la actualidad el tamaño del ejército está cerca de ser el doble. Podemos así concluir con ciertas garantías que en China hay unos cinco mil dragones en servicio militar; una cifra que es a la vez verosímil y extraordinaria, lo que ofrece una pequeña perspectiva de su población total.
Los graves problemas inherentes al manejo de un centenar de dragones juntos en cualquier operación militar prolongada son bien conocidos en Occidente, y limitan en gran medida y por motivos prácticos el tamaño de nuestras propias Fuerzas Aéreas. Los rebaños de ganado no pueden trasladarse con tanta rapidez como los dragones, y los dragones no pueden transportar su alimento vivo. Cómo orquestar la forma de aprovisionar tan vasto número de dragones presenta un problema de gran magnitud; de hecho, los chinos han creado para este propósito un Ministerio de Asuntos Dragontinos…
… puede que la antigua práctica china de llevar sus monedas ensartadas en cuerdas se deba a la anterior necesidad de proporcionar a los dragones un medio para manejar el dinero; no obstante, es un vestigio de tiempos remotos, y el sistema actual se utiliza al menos desde la dinastía Tang. Al alcanzar la edad adulta, al dragón se le proporciona una marca hereditaria individual que indica si es macho o hembra y también su rango; una vez puesto en conocimiento del Ministerio, se ingresan en el Erario Público todos los fondos que se le deben al dragón y se van desembolsando de nuevo al recibir los vales que el dragón entrega a los comerciantes, principalmente pastores, cuando adquiere algo.
A primera vista podría parecer que es un sistema por completo impracticable y que el resultado debe de ser un gobierno que controla los salarios de sus ciudadanos. Sin embargo, lo más curioso es que a los dragones ni siquiera se les pasa por la mente la idea de falsificar un vale para realizar sus compras; incluso aunque estén hambrientos y escasos de fondos, reciben la idea con sorpresa y profundo desdén. Quizás esto podría considerarse la prueba de que existe un sentido del honor innato en los dragones, o en todo caso, un orgullo familiar; aunque, por otra parte, cuando se les presenta la oportunidad de sustraer un animal de un rebaño o un establo desatendido lo hacen sin la menor vergüenza ni vacilación, y no se les ocurre dejar ningún dinero a cambio; no lo consideran robo en modo alguno, y en tales casos puede encontrarse al dragón culpable devorando a la presa que ha obtenido de forma ilegal, sentado al lado del mismo corral del que la ha sustraído y haciendo caso omiso de las quejas del desdichado pastor que ha regresado demasiado tarde para salvar su ganado.
Siendo tan honrados como hemos visto a la hora de utilizar sus vales, raras veces los dragones resultan víctimas de personas sin escrúpulos que pretendan robarles presentando vales falsos al Ministerio. Los dragones son muy celosos de sus riquezas: cuando llegan a una población se informan de inmediato del estado de sus cuentas e inspeccionan a fondo todos sus gastos, y así advierten con rapidez si se ha producido algún cargo no justificado contra sus fondos o se ha pasado por alto algún pago; según todos los informes, la reacción bien conocida de los dragones al sufrir un robo no es menos violenta cuando el latrocinio se produce de forma indirecta y lejos de su vista. Las leyes chinas eximen de culpa al dragón que mata a un hombre si se demuestra que dicho hombre es culpable de este tipo de malversación; la sentencia más habitual consiste en poner al autor del delito a disposición del dragón. Dicha condena, que supone una muerte violenta segura, nos puede parecer un castigo inhumano, pero tanto los dragones como sus compañeros me han asegurado en repetidas ocasiones que ésta es la única forma de aplacar a un dragón víctima de tal abuso y devolverle la calma.
Esta misma necesidad de apaciguar a los dragones ha asegurado la continuidad del sistema durante más de mil años; la primera preocupación de todas las dinastías conquistadoras ha sido estabilizar la circulación de fondos, ya que cualquiera puede imaginarse los efectos de un motín de dragones enfurecidos…
El suelo de China es por naturaleza menos cultivable que el de Europa; la inmensa cantidad de ganado necesaria se sustenta en gran medida en un antiguo e ingenioso sistema agrícola por el cual los pastores, tras llevar parte de sus rebaños a las ciudades para saciar el hambre de los dragones, regresan con grandes cantidades de estiércol fermentado recogido de los estercoleros de dragones de la ciudad, que les sirve para realizar trueques con los granjeros en sus distritos rurales. Esta práctica de utilizar el estiércol de dragón como abono junto con los excrementos del ganado, casi desconocida aquí en Occidente debido a la relativa escasez de dragones y a lo aislado de sus moradas, parece especialmente eficaz para renovar la fertilidad del suelo; la razón de esta eficacia aún no ha sido explicada por la ciencia moderna, a pesar de que es evidente dada la productividad de los agricultores chinos, cuyas granjas, según me han informado fuentes fidedignas, tienen un rendimiento regular superior a las nuestras…
Una segunda novela supone una nueva serie de retos y alarmas, y estoy especialmente agradecida a mis editoras, Betsy Mitchell de la editorial Del Rey, y Jane Johnson y Emma Coode de HarperCollins Inglaterra, por su comprensión y sus magníficos consejos. También le debo un millón de gracias a mi equipo de lectores de prueba por su ayuda y sus ánimos: Holly Benton, Francesca Coppa, Dana Dupont, Doris Egan, Diana Fox, Vanessa Len, Shelley Mitchell, Georgina Paterson, Sara Rosenbaum, L. Salom, Micole Sudberg, Rebecca Tushnet y Cho We Zen.
Además debo darle las gracias a mi extraordinaria agente, Cynthia Manson, por su orientación y por su ayuda; y también a mi familia por sus consejos, su apoyo y su entusiasmo, que han sido constantes. He de decir que tengo una suerte infinita, pues el mejor lector posible está en mi propia casa y es mi esposo Charles.
También quiero dedicarle un agradecimiento especial a Dominic Harman, que no ha dejado de crear brillantes cubiertas tanto para las ediciones americanas como para las inglesas. Es una emoción indescriptible ver cómo, gracias a su arte, mis dragones cobran vida.
[1]
[N. del t.] Barrio londinense.
[2]
[N. del t.] Ay, qué lástima.
[3]
[N. del t.]
Allegiance
en el original, el nombre del barco.
[4]
[N. del t.] Turno de guardia o de trabajo en la jerga marina
(dog watch
en el original) que abarca desde las cuatro hasta las ocho de la tarde. Se divide a su vez en dos turnos, por lo que la autora se refiere al que va de las cuatro a las seis.
[5]
[N. del t.]
Chuang-yuan
. El grado más alto en el sistema de exámenes oficiales mediante el que se nombraba a los funcionarios civiles y militares en China.
[6]
[N. del t.] Famoso sistema de lucha desarrollado por los monjes del templo de Shaolin.