Némesis (21 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Némesis
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Miss Marple charló un rato más. Después dijo que ya se sentía bien, le dio las gracias a Mrs. Blackett por sus atenciones y se marchó.

Su siguiente visita fue a una muchacha que estaba plantando lechugas.

—¿Nora Broad? Oh, hace años que no está en el pueblo. Se marchó con alguien. Estaba loca por los chicos. Siempre he querido saber cómo acabó. ¿La quería ver por alguna razón en particular?

—Recibí una carta de un amiga en el extranjero —mintió miss Marple—, una familia muy agradable que estaban pensando en contratar a una tal miss Nora Broad. Creo que había tenido algunos problemas. Se casó con alguien muy poco recomendable. El marido la abandonó por otra mujer y ella buscaba un trabajo cuidando niños. Mi amiga no sabía nada de ella, pero al parecer era de este pueblo. Así que, como estoy de paso por aquí, me dije que quizás encontraría a alguien que pudiera darme algunas referencias. Usted y ella fueron compañeras de escuela, ¿verdad?

—Sí, estábamos en el mismo curso. Pero yo nunca aprobé la conducta de Nora. Tenía locura por los muchachos. Por aquel entonces, ya salía con un chico muy bueno, y le dije que no le beneficiaría en nada salir con el primero que se ofreciera a llevarla en su coche o que la invitara a un pub, donde tenía que mentir sobre su edad porque era menor. Pero, como estaba muy desarrollada y parecía mayor de lo que era, se salía con la suya.

—¿Era morena o rubia?

—Tenía el pelo oscuro y muy bonito por cierto. Siempre lo llevaba largo, como todas las chicas.

—¿La policía se preocupó de investigar la desaparición?

—Sí. Verá, ella no dejó ninguna nota ni le dijo nada a nadie. Sencillamente salió una noche y ya no volvió. Por aquel entonces, se habían cometido unos cuantos asesinatos. No todos por aquí, pero sí en la región. La policía interrogó a muchos jóvenes. Todos pensamos que acabarían por encontrar el cadáver de Nora en alguna parte, pero no fue así. No me extrañaría nada que ahora mismo esté ganando un montón de dinero en Londres o en cualquiera de esas grandes ciudades, haciendo strip-tease o algo así en algún cabaret. Era de esa clase de chicas.

—No creo —señaló miss Marple—, si se trata de la misma persona, que sea la más adecuada para trabajar en la casa de mi amiga.

—Nora tendría que cambiar mucho para serlo —opinó la joven.

Capítulo XVIII
 
-
El Archidiácono Brabazon

La recepcionista del Golden Boar salió al encuentro de miss Marple en cuanto la vio entrar en el vestíbulo.

—Miss Marple, hay alguien que la está esperando. Quiere hablar con usted. El archidiácono Brabazon.

—¿El archidiácono Brabazon? —dijo miss Marple extrañada.

—Sí. Se ve que la estaba buscando. Al parecer se enteró de que usted participaba en el viaje y quería hablar con usted antes de que continúe el recorrido. Le informé de que algunos de los viajeros se marchaban de regreso a Londres esta misma tarde con el último tren. Tiene mucho interés en verla antes de que se marche. Está en la sala de la televisión. Allí no hay tanto jaleo como en la sala de juegos.

Miss Marple, un tanto sorprendida, se dirigió a la sala indicada. El archidiácono Brabazon resultó ser el hombre mayor que había visto en el oficio fúnebre. El clérigo se levantó para saludarla.

—Miss Marple. ¿Miss Jane Marple?

—Sí, soy yo. ¿En qué puedo servirle?

—Soy el archidiácono Brabazon. Vine esta mañana para asistir al funeral de una muy vieja amiga mía, miss Elizabeth Temple.

—¿Sí? Por favor, siéntese.

—Muchas gracias. Ya no resisto tanto como antes —Se sentó con mucho cuidado.

Miss Marple se sentó junto al clérigo.

—¿Cuál es el motivo de su visita?

—Se lo explicaré. Me doy cuenta de que usted no me conoce. Verá, esta mañana estuve en el hospital de Carristown y hablé con la directora antes de venir aquí para asistir al funeral. Fue ella la que me comentó que Elizabeth, antes de morir, había preguntado por una de sus compañeras de viaje: miss Jane Marple. También me dijo que usted la había visitado y que había estado con ella un par de horas antes de producirse el fallecimiento.

El archidiácono miró a miss Marple con una expresión ansiosa.

—Sí —admitió la anciana—, así es. Reconozco que me sorprendió mucho que me llamara.

—¿Era usted una vieja amiga suya?

—No. Nos vimos por primera vez en este viaje. Por eso me sorprendió. Habíamos charlado un par de veces y también nos sentamos juntas en el autocar en algunas ocasiones. Me pareció una persona encantadora. Pero, así y todo, me sorprendió que preguntara por mí cuando estaba tan grave.

—Sí, sí, me lo imagino. Como le he dicho, era una muy vieja amiga mía. La verdad es que hacía este viaje para venir a verme. Vivo en Fillminister, que es donde la excursión llegará pasado mañana. Al parecer, quería hablar conmigo sobre diversos asuntos, convencida de que yo podría ayudarla.

—Comprendo. ¿Puedo hacerle una pregunta? Espero que no la considere demasiado íntima.

—Por supuesto, miss Marple. Puede usted preguntarme lo que quiera.

—Una de las cosas que me comentó miss Temple fue que su presencia en este viaje no sólo se debía a un deseo de ver las casas y jardines históricos. Empleó una palabra poco habitual para describirlo. Dijo que era una peregrinación.

—¿Eso dijo? Sí, es interesante. —El archidiácono hizo una pausa y después añadió—: Muy interesante y quizá significativo.

—De ahí mi pregunta. ¿Cree usted que al hablar de peregrinación se refería a la visita que le haría a usted?

—No podía ser otra cosa —opinó Brabazon—. Creo que sí.

—Estuvimos hablando —continuó miss Marple— de una muchacha, una joven llamada Verity.

—Ah, sí, Verity Hunt.

—No sabía el apellido. Creo que miss Temple sólo la mencionó como Verity.

—Verity Hunt está muerta —le informó el archidiácono—. Murió hace años. ¿Lo sabía?

—Sí, lo sabía. Miss Temple y yo hablamos de esa muchacha. Miss Temple me dijo algo que yo no sabía. Me comentó que Verity había estado prometida en matrimonio con el hijo de Mr. Rafiel. Por cierto que Mr. Rafiel era amigo mío. Fue él quien tuvo el gesto de invitarme a hacer este viaje con todos los gastos pagados. Creo que su intención era que conociera a miss Temple en este viaje. Supongo que pretendía que me diera cierta información.

—¿Información referente a Verity?

—Sí.

—Ésa era la razón por la que ella venía a verme. Quería conocer ciertos hechos.

—Quería saber —precisó miss Marple— por qué Verity rompió su compromiso con el hijo de Mr. Rafiel.

—Verity —replicó el archidiácono— no rompió el compromiso. Estoy seguro de que no lo hizo.

—¿Miss Temple no lo sabía?

—No. Creo que estaba intrigada y muy triste por lo ocurrido. Si no me equivoco, su intención era preguntarme por qué no se casaron.

—¿Puede usted decirme por qué no se casaron? Por favor, no me tome por una entrometida. No es la curiosidad lo que me mueve. Yo también tengo un propósito definido, aunque lo mío no es un peregrinaje sino una misión. Yo también quiero saber por qué no se casaron Michael Rafiel y Verity Hunt.

El archidiácono miró a su interlocutora con una expresión pensativa.

—Veo que está usted involucrada en este asunto, aunque no sé sus razones.

—Estoy involucrada por expreso deseo del padre de Michael Rafiel. Antes de morir me pidió que lo hiciera.

—No hay ningún motivo que me impida decirle lo que sé —manifestó el archidiácono—. Usted me pregunta lo mismo que me hubiera preguntado Elizabeth Temple, me pregunta algo que no sé. Aquellos dos jóvenes, miss Marple, querían casarse. Habían hecho los preparativos para la boda. Yo oficiaría la ceremonia. Era una boda, por lo que entendí, que debía mantenerse en secreto. Conocía a los dos jóvenes. Conocía a mi querida Verity desde que era una niña. Yo la preparé para la confirmación. Yo oficiaba las misas de Cuaresma, la Pascua y, en ciertas ocasiones, en el colegio de Elizabeth Temple. Era un colegio excelente y ella una mujer extraordinaria, una maestra única en su clase, con una gran capacidad para valorar la capacidad de sus alumnas, para saber cuál era su vocación. Aconsejaba que estudiaran una carrera a aquellas que disfrutarían haciéndolo y no obligaba a aquellas que no sacarían ningún provecho.

»Era una gran mujer y una gran amiga. Verity era una niña, mejor dicho muchacha, de las más bellas que he conocido a lo largo de mi vida. Hermosa de mente y de corazón, además de la belleza física. Tuvo la gran desgracia de perder a sus padres antes de llegar a la edad adulta. Ambos murieron en un accidente de avión cuando volaban hacia España. Cuando acabó el colegio, Verity se fue a vivir con miss Clotilde Bradbury-Scott a la que sin duda usted conoce, ya que vive aquí. Era amiga íntima de la madre de Verity. Eran tres hermanas, aunque la mediana estaba casada y vivía en el extranjero, o sea que sólo dos vivían aquí.

«Clotilde, la hermana mayor, quería muchísimo a Verity. Hizo todo lo posible por darle una vida feliz. La llevaba al extranjero, le pagó los estudios de arte en Italia y se ocupó de ella con un gran cariño en todos los sentidos. Verity llegó a quererla como si fuera su verdadera madre. Dependía de Clotilde, que era una intelectual y muy culta. No insistió en que Verity estudiara una carrera, pero eso sólo porque Verity no quería estudiar ninguna. Prefería estudiar arte, música y cosas por el estilo. Vivía aquí, en la casona, y creo que tuvo una vida muy feliz. Por lo menos, parecía serlo. Naturalmente, no la volví a ver cuando se trasladó aquí porque Fillminister, donde yo era párroco de la catedral, está a unas sesenta millas de aquí. Le escribía por Navidad y por las fiestas, y ella siempre me recordaba enviándome una felicitación. Pero no supe nada más de ella, hasta que un buen día apareció sin más, convertida en una hermosa mujer, en compañía de un joven muy atractivo a quien yo conocía, el hijo de Mr. Rafiel, Michael. Vinieron a verme porque estaban enamorados y querían casarse.

—¿Accedió usted a la petición?

—Sí, lo hice. Quizá crea usted, miss Marple, que no debí acceder a la petición. Era obvio que había venido a verme en secreto. Me imaginé que Clotilde Bradbury-Scott había intentado impedir el romance entre ellos. Estaba en todo su derecho. Michael Rafiel, y se lo digo con toda franqueza, no era el marido que nadie querría para una hija o un familiar. Ella, en realidad, era muy joven para tomar una decisión así y Michael siempre había causado problemas desde muy joven. Había tenido que presentarse ante el tribunal de menores, tenía amigos delincuentes, había participado en actividades del crimen organizado, había saqueado edificios y cabinas de teléfono. Había mantenido relaciones íntimas con varias muchachas y debía pagar varias pensiones de paternidad. Sí, era un demonio en cuestión de mujeres, pero era muy guapo y atractivo. Las muchachas se enamoraban de él y se comportaban como verdaderas tontas. También había estado en la cárcel en dos ocasiones. A pesar de su juventud, tenía un largo historial delictivo. Yo conocía a su padre, y creo que él hizo todo lo posible, todo lo que podía hacer un hombre de su carácter para ayudar a su hijo. Acudió en su ayuda, le consiguió trabajos en los que podría haber destacado, pagó sus deudas, pagó los daños. Hizo todo eso, pero no sé si...

—¿Cree usted que podría haber hecho más?

—No. He llegado a una edad en la que sé que debemos aceptar a los seres humanos tal como son. No creo que Mr. Rafiel sintiera afecto por su hijo, al menos un afecto normal entre padre e hijo. Digamos que, como mucho, lo apreciaba. En ningún momento le dio el amor de un padre. Tampoco sé si las cosas hubieron sido de otro modo si se lo hubiese dado. Quizá no hubiera representado ninguna diferencia. La situación era penosa. El muchacho no era un estúpido. Tenía inteligencia y talento. Podría haber triunfado de habérselo propuesto, pero su naturaleza le empujaba a ser un delincuente.

«Tenía algunas cualidades que sería injusto negarle. Tenía sentido del humor, era generoso y amable. Era capaz de echar una mano a un amigo, siempre dispuesto a ayudarle a salir de un apuro. En cambio, trataba muy mal a sus amigas, las ponía en una situación comprometida y después las abandonaba para irse con alguna otra chica. Así que me enfrenté a aquellos dos y acepté casarlos. Le expliqué a Verity, le expliqué sin pelos en la lengua, cómo era el muchacho con el que quería casarse. Descubrí que él no había intentado engañarla. Se lo había contado todo. Sus problemas con la policía y su comportamiento con las otras chicas. Le había prometido que el matrimonio sería el punto de partida de una nueva vida, que estaba dispuesto a pasar página y a cambiar. Le advertí a Verity que eso no pasaría, que las personas no cambian, que sólo tienen la intención de hacerlo. Creo que Verity lo sabía tan bien como yo. Admitió que lo sabía. Me dijo: "Sé como es Michael. Sé que siempre será como ahora, pero le quiero. Quizá pueda ayudarle o quizá no, pero debo correr el riesgo."

»Le diré una cosa, miss Marple. He casado a muchos jóvenes, he visto hundirse sus matrimonios, pero también he visto muchos que han salido adelante. Sé cuando una pareja está enamorada de verdad. Y no me refiero sólo a sentirse atraídos sexualmente. Hoy se habla mucho del sexo, se le presta demasiada atención. No quiero decir que haya nada malo en el sexo, eso es una tontería, pero el sexo no puede reemplazar al amor; lo acompaña, pero no puede triunfar en solitario. Amar significa cumplir los votos matrimoniales para bien o para mal, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Esos son los compromisos que asumes cuando estás enamorado y te casas. Aquellos dos se querían hasta que la muerte los separara. Aquí termina mi relato —afirmó el archidiácono—. No puedo seguir porque no sé lo que ocurrió. Sólo sé que acepté hacer lo que me pedían, que hice todos los preparativos. Fijamos un día, la hora y el lugar. Creo que sólo se me puede reprochar haber aceptado mantenerlo en secreto.

—¿No querían que nadie lo supiera?

—No. Verity no quería que nadie se enterara y estoy seguro de que Michael compartía el mismo deseo. Tenían miedo de que alguien se interpusiera. Creo que en el caso de Verity, además del amor, había un deseo de libertad, algo muy natural si consideramos las circunstancias de su vida. Había perdido a sus padres, había entrado en una nueva etapa de su vida, después de la muerte de éstos, a una edad en que las colegialas sienten un afecto extraordinario por una persona determinada. Es un estado que no dura mucho y es una parte natural de la vida. A partir de entonces, pasas a una nueva etapa donde te das cuenta de que lo que quieres en la vida es algo que te complemente: una relación entre un hombre y una mujer. Empiezas a buscar pareja, la que quieres para toda la vida. Si eres prudente, te tomas tu tiempo, tienes amigos, pero continúas esperando, como les decían las viejas niñeras a sus pupilas, que aparezca Mr. Perfecto. Clotilde Bradbury-Scott era muy buena con Verity y creo que ella la tenía en un pedestal. Tenía mucha personalidad. Era una persona inteligente, capacitada, interesante. Creo que Verity la quería de una manera casi romántica y que Clotilde llegó a quererla como si fuese su hija.

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