Authors: Agatha Christie
—Parece algo muy melodramático hablar de un «enemigo secreto».
—Sí, así es. ¿Quién querría matar a una directora jubilada? Ésa es la pregunta que necesita una respuesta. Es posible, aunque no confío mucho en que así sea, que la misma miss Temple nos lo pueda decir. Tal vez reconociera a la figura en lo alto de la colina o sepa el nombre de alguien que quisiera vengarse de ella por alguna razón.
—Me parece poco probable.
—Estoy de acuerdo. Parece la persona menos indicada para ser el objetivo de un atentado criminal, aunque si reflexionamos un poco, veremos que una directora de colegio conoce a mucha gente y por sus manos han pasado infinidad de personas.
—Querrá usted decir una infinidad de muchachas.
—Sí, sí, a eso me refiero. A las muchachas y a sus familias. Una directora se entera de muchas cosas. Las aventuras románticas que puedan haber tenido las alumnas a espaldas de sus familias. Suele ocurrir y con bastante frecuencia, sobre todo en los últimos diez o veinte años. Se dice que las muchachas maduran antes. Eso es cierto en el aspecto físico, pero en lo que se refiere a su conocimiento del mundo, maduran más tarde. Siguen siendo infantiles durante más tiempo. Son infantiles en las ropas que visten, infantiles en los peinados. Incluso las minifaldas representan el culto a la infancia. Las prendas interiores, las prendas de dormir, todo responde a una moda infantil. No quieren convertirse en adultas, no quieren aceptar las mismas responsabilidades que nosotros. Sin embargo, como todos los niños, quieren que se las considere como personas adultas, con plena libertad para hacer lo que creen cosas de adultos. Eso, algunas veces, conduce a verdaderas tragedias.
—¿Está usted pensando en algún caso en particular?
—No, no. Sólo estoy pensando en... digamos que dejo correr la imaginación. Me niego a creer que Elizabeth Temple pudiera tener un enemigo personal. Alguien tan despiadado que aprovechara la primera oportunidad para hacer algo así. Lo que pienso... —Miró a miss Marple—. ¿Quiere usted hacer alguna sugerencia?
—¿De una posibilidad? Creo saber qué está usted pensando. Usted sugiere que miss Temple sabía algo, algún hecho o algo que podía ser muy inconveniente e incluso peligroso para alguien si se divulgara.
—Sí, creo que eso resume muy bien lo que pienso.
—Por consiguiente, parece lógico suponer que alguien de nuestro grupo reconoció a miss Temple o sabía quien era, pero era alguien que, debido al paso de los años, no fue reconocido por miss Temple, aunque cabe la posibilidad de que ella no lo conociera. Todo parece llevarnos de vuelta a nuestros compañeros, ¿no es así? —Hizo una pausa—. El jersey que mencionó... ¿dijo usted que era a cuadros rojos y negros?
—¿Cómo? Ah, el jersey —Miró a miss Marple, con curiosidad—. ¿Por qué le llama la atención?
—Era muy llamativo. Eso al menos es lo que dan a entender sus palabras. Destacaba mucho. Tanto que esa muchacha, Joanna, lo mencionó con mucha claridad.
—Sí. ¿Le sugiere a usted algo?
—El ondear de las banderas —respondió miss Marple pensativamente—. Algo que será visto, recordado y reconocido.
—Siga. —El profesor Wanstead la miraba con una expresión de aliento.
—Si usted describe a una persona que ha visto no de cerca sino a cierta distancia, lo primero que describirá serán sus prendas. No hablará de su cara, de las manos, de las piernas o de sus andares. Mencionará una capa roja, una chaqueta de cuero, un pañuelo amarillo, un jersey a cuadros negros y rojos. Algo muy visible, muy llamativo. La intención es que cuando la persona se quite la prenda, se deshaga de ella, la meta en una caja y la envíe por correo a una dirección, pongamos a cien millas de distancia, la arroje en un cubo de la basura o la queme, la reduzca a trocitos o la destruya, él o ella volverán a ser una persona vestida con mucha sencillez y discreción en la que nadie se fija ni considera como un presunto sospechoso. Usó aquel jersey a cuadros con toda intención. Quería que lo vieran aunque nunca más lo volverán a ver puesto en aquella persona.
—Una idea muy plausible —proclamó el profesor—. Como le dije, Fallowfield no está muy lejos de aquí. A unas dieciséis millas, si no me equivoco. O sea que ésta es su zona, el lugar donde es bien conocida y donde tal vez ella conozca a mucha gente.
—Sí, amplía las posibilidades —manifestó miss Marple—. Estoy de acuerdo con usted en que el atacante debió ser un hombre. Aquel peñasco, si se hizo con intención, cayó con mucha puntería y la puntería es una cualidad más masculina. Por otro lado, sería más fácil que se tratara de alguien que viajaba en el autocar, que no de alguien que viva en la zona, alguien al que miss Temple hubiere reconocido en la calle. Alguna alumna suya de hace algunos años, alguien al que quizá ella no hubiere reconocido al cabo de los años, pero la muchacha a la mujer sí que pudo haberla reconocido, pues una directora de más de sesenta años no se diferencia mucho de la misma directora a los cincuenta. Es reconocible. Alguna mujer que hubiera reconocido a su antigua directora y que también supiera que ella sabía algo en su contra. Alguien que pudiera resultar un peligro —Miss Marple exhaló un suspiro—. No conozco esta región, ¿usted sí?
—No —respondió Wanstead—, nunca he estado antes por aquí. Todo lo que sé de lo ocurrido en estos lugares es a través de usted. De no haberla conocido y si no me lo hubiera contado, estaría más en ayunas de lo que estoy.
»¿Qué está usted haciendo aquí? —añadió el profesor después de pensar unos instantes—. Usted no lo sabe. Sin embargo, la enviaron aquí. Mr. Rafiel arregló con toda intención que usted viniera aquí, que participara en el viaje, que usted y yo nos conociéramos. Hay otros lugares en los que hemos hecho escala, y hemos pasado por muchos más, pero se hicieron arreglos para que usted pasara un par de noches en este lugar. La invitaron a alojarse con unas viejas amigas suyas que no podían rechazar la petición que les hizo. ¿Había alguna razón?
—Se hizo para que me enterara de ciertos hechos que debía conocer —respondió la anciana.
—¿Unos asesinatos que se cometieron muchos años atrás? —El profesor Wanstead la miró con una expresión de duda—. Eso no tiene nada de particular. Lo mismo se puede decir de muchos lugares de Inglaterra y Gales. Esas cosas siempre parecen ir en serie. Primero encuentran a una muchacha violada y asesinada. Luego, a otra en un lugar cercano. A continuación, a una tercera a unas veinte millas de distancia. Todas asesinadas de la misma manera.
»Se informó de la desaparición de dos muchachas de Jocelyn St. Mary. De una de ellas ya hemos hablado. Encontraron su cadáver al cabo de unos seis meses, a muchas millas de distancia. La habían visto por última vez en compañía de Michael Rafiel.
—¿Quién era la otra?
—Una joven llamada Nora Broad. No era una mosquita muerta. Quizá tenía demasiados novios. Nunca encontraron el cadáver. Ya lo encontrarán algún día. Sé de casos en que tardaron más de veinte años —Wanstead aminoró la marcha—. Ya hemos llegado. Esto es Carristown y aquél es el hospital.
Miss Marple entró en el hospital escoltada por el profesor. Era obvio que esperaban a Wanstead. Lo hicieron pasar inmediatamente a una habitación donde había una empleada.
—Ah, sí —dijo la mujer—. El profesor Wanstead, y la señora es... —Vaciló.
—Miss Jane Marple —manifestó Wanstead—. Hablé por teléfono con la hermana Barker.
—Eso es. La hermana Barker me informó que ella le acompañaría.
—¿Cómo está miss Temple?
—Hasta el momento no se ha producido ninguna mejora —La mujer se levantó—. Les llevaré con la hermana Barker.
La enfermera jefe era una mujer alta y delgada. Hablaba en voz baja y con tono firme, y sus ojos tenían el hábito de mirar fugazmente a sus interlocutores, dejándolos con la sensación de que habían sido evaluados en un instante.
—No sé qué arreglos habrá dispuesto usted —comentó el profesor Wanstead.
—Le diré a miss Marple lo que hemos organizado. En primer lugar, quiero dejarle bien claro que la paciente, miss Temple, está en coma y sólo tiene algunos breves momentos de lucidez en los que reconoce el entorno y es capaz de articular unas pocas palabras. Pero no se puede hacer nada para estimularla. Todo se reduce a una cuestión de paciencia. Supongo que el profesor Wanstead ya le habrá informado de que, en uno de los intervalos de lucidez, dijo con toda claridad: «Miss Jane Marple», y después añadió: «Quiero hablar con ella. Miss Jane Marple». Luego volvió a perder el conocimiento. El médico consideró aconsejable que nos pusiéramos en contacto con el grupo de viajeros. El profesor Wanstead vino a vernos, nos explicó la situación y dijo que volvería con usted. Mucho me temo que sólo podemos pedirle que se instale en la habitación privada donde está miss Temple y se prepare para tomar nota de lo que diga si vuelve a despertar. El pronóstico no es muy alentador. Con toda sinceridad, y creo que es lo mejor dado que usted no es una pariente cercana y difícilmente se sentirá molesta por esta información, el médico cree que las esperanzas de que se recupere son mínimas y que puede morir sin recuperar el conocimiento. No se puede hacer nada para aliviar el trauma craneal. Es importante que alguien escuche lo que pueda decir, y el doctor es partidario de que no vea a mucha gente a su alrededor si es que se despierta. Miss Marple estará sola, excepto por la presencia de una enfermera que la paciente no verá desde la cama y que no intervendrá si no se lo pide. Estará sentada en un rincón detrás de un biombo. También tenemos a un policía preparado para tomar cualquier declaración. El doctor cree más prudente que miss Temple no la vea. La presencia de una sola persona, que sea precisamente la persona que ella espera ver, no la asustará ni le hará perder el hilo de lo que quiera decir. Espero que todo esto no le resulte demasiado complicado.
—Oh, no —respondió miss Marple—. Estoy preparada. Tengo una libreta y un bolígrafo que procuraré disimular. Puedo recordar lo que se diga, aunque no por mucho tiempo, así que no me verá tomando nota de sus palabras. Puedo confiar en mi memoria y tampoco estoy sorda, quiero decir en el sentido literal de la palabra. No creo que mi oído sea tan bueno como antes, pero si estoy sentada junto a la cama, escucharé todo lo que me diga aunque lo susurre. Estoy acostumbrada a las personas enfermas. He tratado mucho con ellas a mis años.
Una vez más, la rápida mirada de la hermana Barker se posó en miss Marple. Esta vez, un gesto apenas perceptible demostró su aprobación.
—Es muy amable de su parte, y estoy segura de que nos ayudará en todo lo que pueda. Si el profesor Wanstead prefiere esperar en la sala de abajo, lo llamaremos inmediatamente si es necesario. Bien, miss Marple, si tiene usted la bondad de acompañarme.
Miss Marple siguió a la hermana hasta una habitación privada. Elizabeth Temple yacía en la cama, alumbrada por una luz tenue porque las cortinas estaban echadas. Permanecía inmóvil como una estatua, pero no daba la impresión de estar dormida. Respiraba con cierta dificultad. La hermana Barker examinó a la paciente y luego le señaló a miss Marple la silla que había junto al lecho. Después se acercó a un biombo, y apareció un joven con una libreta en la mano.
—Órdenes del doctor Reckitt —dijo la hermana Barker.
También apareció la enfermera que había estado sentada en otra esquina de la habitación.
—Llámeme si es necesario, enfermera Edmonds —ordenó la hermana Barker—, y facilite a miss Marple cualquier cosa que pueda necesitar.
Miss Marple se desabrochó el abrigo. Hacía calor en la habitación. La enfermera cogió el abrigo y volvió a ocultarse detrás del biombo. Miss Marple se sentó en la silla. Miró a Elizabeth Temple y admiró una vez más la perfección de su cabeza. El pelo, peinado hacia atrás, resaltaba la pureza de sus facciones. Sí, era algo muy lamentable, se dijo miss Marple, una auténtica pena que el mundo estuviera a punto de perder a Elizabeth Temple.
La anciana se acomodó mejor el cojín en la espalda, acercó la silla un poco más a la cama y se sentó a esperar tranquilamente. No tenía la menor certeza de acabar consiguiendo algo positivo. Pasó el tiempo. Diez minutos, veinte, media hora, treinta y cinco minutos. Entonces, sin previo aviso, sonó una voz baja, un tanto ronca, sin nada de la sonoridad que había tenido, pero clara.
—Miss Marple...
Elizabeth Temple había abierto los ojos. Miraba a miss Marple con toda lucidez. La paciente observaba el rostro de la mujer sentada junto a su cama sin ninguna señal de sorpresa o emoción. Era un escrutinio atento y consciente.
—Miss Marple... ¿Es usted Jane Marple?
—Así es. Sí. Soy Jane Marple.
—Henry me hablaba a menudo de usted. Me contó cosas.
La voz se detuvo.
—¿Henry? —preguntó miss Marple.
—Henry Clithering, un amigo mío, un viejo amigo mío.
—También era un viejo amigo mío, Henry Clithering.
Miss Marple recordó a su amigo y los muchos años de amistad que les habían unido, las cosas que le había dicho, la ayuda que él le había solicitado en algunas ocasiones y la que ella le había pedido en otras. Un viejo amigo.
—Recordé su nombre. Lo vi en la lista de pasajeros, y me dije que no podía ser otra persona. Usted puede ayudar. Eso es lo que él diría, me refiero a Henry, si estuviese aquí. Usted puede ayudar. Descubrirlo. Es importante. Sí, es muy importante, aunque haya pasado mucho tiempo, muchos... años.
La voz flaqueó un poco, la mujer entornó un poco los párpados. La enfermera se acercó a la cama, cogió un vaso de agua y lo acercó a los labios de la paciente. Miss Temple bebió sólo un sorbo, y asintió. La enfermera dejó el vaso y volvió a su puesto en el rincón.
—Si puedo ayudar lo haré —manifestó miss Marple sin hacer ninguna pregunta.
—Bien. —Miss Temple permaneció en silencio durante un par de minutos y después repitió—: Bien.
Una vez más, guardó silencio y mantuvo los ojos cerrados unos dos o tres minutos. Entonces, abrió los ojos bruscamente.
—¿Cuál? —preguntó—. ¿Cuál de ellas? Eso es lo que debemos averiguar. ¿Sabe usted de qué estoy hablando?
—Creo que sí. Murió una muchacha, ¿no? ¿Nora Broad?
Miss Temple frunció el entrecejo.
—No, no. La otra chica. Verity Hunt. —Hizo una pausa para después añadir—: Jane Marple. Usted es muy vieja, más vieja que cuando él hablaba de usted. Es muy vieja, pero todavía es capaz de descubrir cosas, ¿no es así?