Authors: Agatha Christie
Miss Marple emprendió el camino de regreso a la casa. Caminaba a paso lento porque estaba cansada. No había conseguido nada de provecho. Hasta ahora, la vieja mansión no le había dado ninguna idea y sólo se había enterado por boca de Janet de una tragedia antigua, pero siempre había viejas tragedias guardadas en los recuerdos de la servidumbre y que eran recordadas con la misma claridad que los acontecimientos felices, tales como bodas, fiestas e intervenciones quirúrgicas, o accidentes de los que alguien se había recuperado de una manera milagrosa.
Vio a dos mujeres que se encontraban junto a la verja de la mansión. Una de ellas se dirigió a su encuentro. Era Mrs. Glynne.
—Ah, ya está usted aquí. Nos preguntábamos dónde estaría. Supuse que habría ido a dar un paseo. Espero que no se haya cansado demasiado. De haber sabido que pensaba salir tan temprano, la hubiera acompañado para mostrarle las pocas cosas interesantes que tenemos en el pueblo.
—Sólo salí a dar una vuelta. Hasta el cementerio y la iglesia —respondió miss Marple—. Siempre me han interesado mucho las iglesias. A veces encuentras unos epitafios muy curiosos. Tengo toda una colección. Supongo que la iglesia fue restaurada durante la época victoriana.
—Sí, colocaron unos bancos bastantes feos. Madera de calidad, bien hechos, pero muy poco artísticos.
—Espero que no se llevaran nada de interés.
—No, no lo creo. En realidad no es una iglesia muy antigua.
—No vi muchas placas ni piezas de latón.
—¿Le interesa a usted mucho la arquitectura religiosa?
—No es que me dedique a su estudio ni nada parecido, pero, por supuesto, en mi pueblo, St. Mary Mead, las cosas siempre giran en torno a la iglesia. Me refiero a que siempre ha sido así o, al menos, así era durante mi juventud. Ahora, desde luego, es algo diferente. ¿Creció usted aquí?
—La verdad es que no. Vivíamos relativamente cerca, a unas treinta millas. En Little Herdsley. Mi padre era un militar retirado, comandante de artillería. Veníamos aquí de vez en cuando para ver a mi tío, incluso antes veníamos a visitar a mi tío abuelo. No, no he estado mucho por aquí en los últimos años. Mis hermanas se trasladaron a la casa después de fallecer mi tío, pero, por aquel entonces, yo continuaba viviendo en el extranjero con mi marido. Me quedé viuda hace cinco años.
—Ah, comprendo.
—Tenían muchas ganas de que viniera a vivir con ellas y, en realidad, parecía lo más acertado. Vivimos en la India durante algunos años. Mi marido continuaba destinado allí cuando falleció. En la actualidad, resulta muy difícil decidir dónde quiere uno echar raíces.
—Sí, por supuesto, y lo comprendo. Usted sintió que tenía sus raíces aquí por ser el lugar donde su familia llevaba establecida desde hacía tanto tiempo.
—Sí, eso es lo que una siente. Claro que siempre mantuve el contacto con mis hermanas, venía a visitarlas. Pero las cosas siempre son muy diferentes de lo que te imaginas. Compré una pequeña casa cerca de Londres, en Hampton Court, donde paso la mayor parte del tiempo y, de vez en cuando, colaboro en una par de sociedades benéficas en Londres.
—O sea que tiene todo el tiempo ocupado. Eso está muy bien.
—Sin embargo, en los últimos tiempos he venido aquí con cierta frecuencia. Estoy algo preocupada por mis hermanas.
—¿Su salud? —preguntó miss Marple—. La verdad es que en estos tiempo tienes que preocuparte, sobre todo porque no se encuentra a nadie competente para cuidar de las personas cuando se hacen mayores o están enfermas. Son tantos los que padecen un reumatismo o una artritis. Siempre tienes miedo de que alguno se caiga en la bañera o tenga un accidente bajando las escaleras.
—Clotilde siempre ha sido muy fuerte —señaló Mrs. Glynne—. Yo la describiría como dura. Pero la que me preocupa más es Anthea. Va perdiendo facultades, se distrae. En ocasiones sale a vagar por ahí y no parece saber dónde está.
—Sí, es muy triste cuando las personas se preocupan. Hay tantos motivos de preocupación.
—No creo que Anthea tenga motivos para preocuparse.
—Quizá le preocupan los impuestos, asuntos de dinero.
—No, no creo que se trate de cuestiones de dinero. Lo que más le preocupa es el jardín. Lo recuerda como era antes y está deseando, sabe usted, invertir dinero y recuperarlo. Clotilde le ha dicho mil veces que no podemos permitirnos ese lujo. Pero ella insiste y no deja de hablar del invernadero, de los melocotones, de las uvas y de todo lo demás.
—¿También la
polygonum
de las paredes? —sugirió miss Marple, recordando el comentario.
—Es curioso que usted lo recuerde. Sí, sí, es una de esas cosas que se recuerdan. Un perfume muy bonito. También las parras con aquella uva temprana pequeña y muy dulce. Ah, no es bueno recordar el pasado con demasiada frecuencia.
—¿Supongo que también querría césped bordeando los senderos?
—Sí, sí. A Anthea le encantaría tener una zona de césped bien cuidada, algo prácticamente imposible en la actualidad. Ya es difícil conseguir que alguien del pueblo venga a cortar el poco césped que queda. Cada año tienes que contratar a alguien diferente. También le gustaría plantar rosas blancas junto a los bordillos de piedra de los senderos, y una higuera delante mismo del invernadero. Recuerda todo lo que había y lo repite una y otra vez.
—Debe ser difícil para usted.
—Sí, lo es. No me van las discusiones. Clotilde, por supuesto, es muy clara en estas cosas. Se niega en redondo y dice que no quiere ni oír hablar del tema.
—Es difícil saber cómo comportarse en estos casos —opinó miss Marple—. Si hay que mostrarse firme, un tanto autoritario, incluso quizás un poco despiadado, o si hay que ser comprensivo. Escuchar lo que se dice y tal vez alimentar esperanzas que son imposibles. Sí, es complicado.
—Para mí es más sencillo porque me marcho y sólo vengo de vez en cuando. Por lo tanto, no me cuesta mucho decir que las cosas mejorarán y se podrá hacer algo más. Pero el otro día, cuando volví a casa, descubrí que Anthea había intentado contratar a una empresa de jardinería carísima para remozar el jardín y reconstruir el invernadero, cosa que es completamente absurda porque si plantas parras no tendrías uva hasta dentro de dos o tres años. Clotilde no sabía ni una palabra y se puso hecha un basilisco cuando encontró el presupuesto en el escritorio de Anthea. Se mostró muy dura.
—Hay tantas cosas que son difíciles —señaló miss Marple, repitiendo una frase que siempre era muy útil—. Creo que mañana me marcharé a primera hora. Llamé al Golden Boar y me dijeron que el autocar sale temprano. Alrededor de las nueve.
—Vaya por Dios. Espero que no le resulte demasiado fatigoso.
—No, no lo creo. Me parece que iremos a un lugar llamado Stirling St. Mary o algo parecido. No está muy lejos. En el camino hay una iglesia interesante y un castillo. Por la tarde, visitaremos un jardín que no es muy grande, pero con unas flores dignas de ver. Estoy segura de que, después de estos dos días de descanso tan agradables que he pasado aquí, estaré perfectamente. Me doy cuenta de que ahora estaría cansadísima si me hubiese pasado estos dos días subiendo y bajando acantilados.
—Le recomiendo que descanse esta tarde para estar bien fresca mañana —dijo Mrs. Glynne, mientras entraban en la casa—. Miss Marple estuvo visitando la iglesia —le comentó a Clotilde.
—No creo que haya mucho que ver —afirmó Clotilde—. Casi todas son vidrieras victorianas bastante horribles. No repararon en gastos y me temo que mi tío tuvo parte de culpa. Le encantaban los rojos y azules chillones.
—Siempre me han parecido vulgares y de muy mal gusto —señaló Mrs. Glynne.
Miss Marple hizo la siesta después de comer y no se reunió con sus anfitrionas hasta poco antes de la hora de la cena. Cenaron y luego se entretuvieron conversando hasta la hora de acostarse. La anciana habló de su juventud, de los lugares que había visitado, los viajes y las personas que había conocido.
Se fue a la cama cansada y con una sensación de fracaso. No se había enterado de nada más, quizá porque no lo había. Había querido pescar en un sitio donde no había peces. ¿Es que no había escogido el cebo adecuado?
A miss Marple le sirvieron el té a las siete y media de la mañana para darle tiempo más que suficiente para levantarse y meter en la maleta las pocas cosas que había traído. Precisamente acababa de cerrar la maleta cuando llamaron a la puerta de su habitación y entró Clotilde, que parecía un tanto alterada.
—Miss Marple, abajo hay un joven que ha venido a verla. Emlyn Price. Es del grupo que viaja con usted y le han enviado aquí.
—Sí, ya sé quien es.
—Al parecer, ha venido para comunicarle una mala noticia. Lamento tener que decírselo, pero ha ocurrido un accidente.
—¿Un accidente? —Miss Marple la miró asombrada—. ¿Se refiere usted al autocar? ¿Ha tenido un accidente en la carretera? ¿Alguien ha resultado herido?
—No, el autocar no ha tenido ningún percance. Ocurrió en el transcurso de la excursión de ayer por la tarde. Quizás usted recuerde que soplaba mucho viento, aunque no sé que relación puede tener. Creo que el grupo se dispersó. Hay un camino, pero puedes subir por la ladera y cruzar por el otro lado. Los dos caminos llevan hasta Memorial Tower en lo más alto de Bonaventure, que es el lugar que iban a visitar. Todos se separaron y supongo que no había nadie que los guiara o se ocupara de vigilarlos como quizás hubieran tenido que hacer. Cualquiera puede dar un traspié y la pendiente que da al precipicio es muy pronunciada. Se produjo un desprendimiento de rocas en la ladera y una de las piedras alcanzó a una de las personas que estaban en el camino.
—Lo siento —dijo miss Marple—. Lo siento muchísimo. ¿Quién resultó herido?
—Una tal miss Temple o Tender.
—Elizabeth Temple. ¡Qué desgracia! Hablé mucho con ella. Nos sentábamos juntas en el autocar. Creo que había sido directora de un colegio de señoritas, un colegio muy famoso.
—Por supuesto. La conozco muy bien. Era la directora de Fallowfield, una institución muy famosa. No tenía idea de que participara en este viaje. Se retiró hará cosa de un par de años y ahora tienen una nueva directora bastante más joven y de ideas un tanto progresistas. Pero miss Temple no era una persona muy mayor. Muy activa, le gustaba mucho caminar y todo eso. En realidad es algo muy lamentable. Espero que no esté malherida. Todavía no me han informado de los detalles.
—Ya estoy lista —anunció miss Marple, cerrando la maleta—. Bajaré ahora mismo para hablar con Mr. Price.
Clotilde se hizo cargo de la maleta.
—Permítame, yo se la llevaré. Baje conmigo y tenga cuidado con las escaleras.
Miss Marple bajó al vestíbulo, donde la esperaba Emlyn Price. Tenía el pelo más alborotado que de costumbre y vestía un estrafalario atuendo de botas de fantasía, chaqueta de cuero y pantalones verde esmeralda.
—Un episodio tan desgraciado —comentó, cogiendo la mano de miss Marple—. Me pareció que sería mejor venir a verla y hablarle del accidente. Supongo que miss Bradbury-Scott se lo habrá dicho. Se trata de miss Temple, la directora de un colegio. No sé muy bien que estaba haciendo o lo que ocurrió, pero se desprendieron unas piedras, o mejor dicho peñascos, que rodaron ladera abajo. Es una pendiente muy pronunciada. Una de las piedras la derribó y anoche tuvieron que trasladarla al hospital. Tengo entendido que está grave. La cuestión es que se ha cancelado la excursión de hoy y nos quedaremos aquí a pasar la noche.
—Dios, cuanto lo siento.
—Creo que decidieron no continuar hoy porque tienen que esperar hasta saber cuál es el informe médico. Nos quedaremos una noche más en el Golden Boar y reorganizarán un poco el plan de viaje, o sea que tal vez nos perdamos la excursión de mañana a Grangmering. Tampoco creo que nos vayamos a perder gran cosa porque, según me han dicho, no es muy interesante. Mrs. Sandbourne se ha marchado al hospital esta mañana a primera hora para ver cómo evolucionan las cosas. Se reunirá con nosotros en el hotel a las once. Me pareció que quizás a usted le interesaría venir y enterarse de las últimas noticias.
—Por supuesto que le acompañaré —manifestó la anciana—. Ahora mismo —Se volvió para despedirse de Clotilde y Mrs. Glynne, que acababan de hacer acto de presencia—. Quiero darles las gracias. Han sido ustedes muy amables y he disfrutado mucho de las dos noches pasadas aquí. Me siento muy descansada. Es una lástima que ocurriera esta desgracia.
—Si quisiera usted pasar otra noche con nosotros —manifestó Mrs. Glynne—, estoy segura de que... —Miró a Clotilde.
A miss Marple le pareció ver por el rabillo del ojo que Clotilde ponía cara de reproche y que incluso había meneado la cabeza, aunque de una manera prácticamente imperceptible. Así y todo, a la anciana le pareció que silenciaba la propuesta hecha por la hermana.
—... aunque por supuesto supongo que usted preferirá estar con los demás.
—Sí, creo que será lo más conveniente. Así podré enterarme de cuáles son los planes, lo que se hará, y quizá pueda ayudar en algo, nunca se sabe. Otra vez muchas gracias. Supongo que no será difícil conseguir una habitación en el Golden Boar —Miró a Emlyn.
—No habrá ningún problema —la tranquilizó el joven—. Hoy han quedado varias habitaciones libres. El hotel no está lleno. Creo que Mrs. Sandbourne se ha encargado de reservar habitaciones para todo el grupo, al menos para esta noche, y mañana ya veremos como evolucionan las cosas.
Después de despedirse una vez más, Emlyn Prince se hizo cargo de la maleta de miss Marple y los dos se marcharon rumbo al hotel a buen paso.
—El hotel está doblando la esquina y después la primera calle a la izquierda.
—Sí, creo que pasé por delante ayer por la tarde. Pobre miss Temple. Espero que no esté malherida.
—Yo creo que lo está —replicó el joven—. Por supuesto, ya sabe usted como son los doctores y los hospitales. Siempre dicen lo mismo: «todo lo bien que se puede esperar». Aquí no hay ningún hospital, así que tuvieron que llevarla a Carristown, que está a unas ocho millas. En cualquier caso, Mrs. Sandbourne estará de regreso con las novedades dentro de un par de horas.
Llegaron al hotel cuando el grupo se disponía a tomar café. Mr. y Mrs. Butler llevaban la voz cantante.
—Oh, qué tragedia —afirmó Mrs. Butler—. Algo muy lamentable, ¿no les parece? Precisamente cuando todos estábamos tan felices y disfrutábamos de la excursión. Pobre miss Temple. Creía que era una buena andarina, pero ya lo ven, nunca se sabe, ¿no es así, Henry?