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Authors: Agatha Christie

Némesis (22 page)

BOOK: Némesis
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»Por lo tanto, podemos decir que Verity llegó a la madurez como una persona muy querida, que llevaba una vida interesante con estudios cuidadosamente elegidos para estimular su intelecto. Llevaba una vida feliz, pero creo que poco a poco fue consciente, aunque sin saberlo, de que necesitaba escapar para sentirse libre. Quería escapar, aunque no tenía claro porqué o dónde. Pero lo supo después de conocer a Michael. Quería ser libre para disfrutar de una vida en la que el hombre y la mujer se unen para dar un nuevo paso en este mundo.

»Pero, al mismo tiempo, sabía que era imposible hacerle comprender sus sentimientos a Clotilde. Era consciente de que Clotilde se opondría tenazmente a tomar en serio el amor que sentía por Michael. En cuanto a Clotilde, mucho me temo que tenía razón. Ahora lo comprendo. Michael no era el marido que Verity se merecía. El camino que deseaba emprender no la llevaría a una vida plena de felicidad y alegría, sino al dolor, a la desesperación y a la muerte. Verá, miss Marple, tengo un terrible sentimiento de culpa. Mis intenciones eran buenas, pero no comprendía algo que debería haber tenido muy claro. Conocía a Verity, pero no conocía a Michael. Comprendí el deseo de Verity de mantener el secreto porque sabía que Clotilde tenía una personalidad muy fuerte, la suficiente como para convencer a Verity de que desistiera del matrimonio.

—¿Cree usted que eso fue lo que hizo? ¿Cree que Clotilde la convenció de que Michael era un delincuente empedernido y que su matrimonio sería una desgracia?

—No, no lo creo. Sigo sin creérmelo. Verity me lo hubiera dicho. De alguna manera, se las habría arreglado para mandarme un aviso.

—¿Qué pasó aquél día?

—Todavía no se lo he dicho. Se fijó una fecha: el día, el lugar y la hora, y los esperé. Esperé a una pareja de novios que no se presentaron, que no dijeron ni una palabra, que no enviaron ninguna excusa, nada. ¡No supe el porqué entonces y sigo sin saberlo ahora! Todavía me parece increíble. Cuando digo increíble no me refiero a que no vinieran, eso se podría explicar fácilmente, pero no que no me avisaran. Una nota, una llamada. Por eso confiaba en que Elizabeth Temple le hubiera dicho algo antes de morir, que quizá le hubiese dado algún mensaje para mí. Si sabía o intuía que estaba a punto de morir, cabía la posibilidad de que le hubiera dejado algún mensaje.

—Quería obtener información de usted —afirmó miss Marple—. Ése era el motivo por el que iba a visitarle.

—Sí, supongo que ésa es la verdad. Siempre he supuesto que Verity no dijo nada a las personas que hubieran podido impedir el matrimonio, Clotilde y Anthea, pero, como siempre había sentido un profundo cariño por Elizabeth y ella había ejercido una gran influencia en la joven, me pareció lógico pensar que le hubiera escrito o le hubiera dado alguna información.

—Creo que lo hizo.

—¿Cree usted que le dio información?

—La información que le dio a miss Temple fue la siguiente: le comunicó que iba a casarse con Michael Rafiel. Miss Temple lo sabía. Fue una de las cosas que me dijo. «Conocí a una muchacha llamada Verity que iba a casarse con Michael Rafiel» y la única persona que pudo decírselo era la propia Verity. Tuvo que escribirle o enviarle un aviso. Cuando le pregunté: «¿Por qué no se casó?», sólo me respondió: «Ella murió.»

—Entonces, hemos llegado al final del camino —manifestó el archidiácono. Exhaló un suspiro—. Elizabeth y yo sólo sabíamos dos hechos. Elizabeth, que Verity iba a casarse con Michael, y yo, que se casarían, que habían fijado el día, el lugar y la hora, y que los esperé, pero que no hubo boda, ni novios ni aviso alguno.

—¿No tiene usted la menor idea de lo que pudo pasar?

—Me niego a creer bajo ningún concepto que Verity o Michael decidieran separarse, no seguir adelante con la boda.

—Pero algo tuvo que pasar entre ellos, algo que quizá le abriera los ojos a Verity, que viera ciertos aspectos del carácter y la personalidad de Michael que no había conocido hasta entonces.

—Ésa sigue siendo una respuesta poco satisfactoria porque ella me lo hubiera hecho saber. No me habría dejado esperando en la sacristía para unirlos en santo matrimonio. Aunque parezca ridículo, era una muchacha con unos modales excelentes, de una educación perfecta. Me hubiera mandado algún aviso. No, sólo se me ocurre una explicación para que no lo hiciera.

—¿La muerte? —dijo miss Marple. Recordó la palabra que había dicho miss Temple y que le había sonado como un toque de difuntos.

—Sí —asintió Brabazon—. La muerte.

—El amor —manifestó miss Marple pensativamente.

—¿Quiere usted decir...? —El clérigo vaciló.

—Es lo que me dijo miss Temple. Le pregunté: «¿Qué la mató?» y ella respondió «El amor» y ese «amor» sonó como la palabra más terrible del mundo. Una palabra aterradora.

—Comprendo, o por lo menos eso creo.

—¿Cuál es su solución?

—La doble personalidad. Algunas veces no es evidente para los demás, a menos que estén capacitados técnicamente para observarla. El Dr. Jekyll y Mr. Hyde son reales. No fueron una invención de Stevenson. Michael Rafiel era... tuvo que ser un esquizofrénico. Tenía una doble personalidad. Carezco de conocimientos médicos o psicológicos, pero lo único que se me ocurre es la solución de las dos identidades. Una de ellas corresponde a un muchacho bien intencionado, un chico casi encantador, alguien cuyo mayor atractivo era el deseo de hacer felices a los demás y a él mismo. Pero la otra es la de alguien que se ve forzado, quizá por alguna deformación mental, algo de lo que todavía no estamos seguros, a matar, no a un enemigo, sino a la persona que ama, y por eso mató a Verity, sin saber tal vez por qué tenía que hacerlo o lo que representaba. Hay muchas cosas aterradoras en este mundo: enfermedades mentales, deformidades en el cerebro. Una de mis feligresas fue uno de esos casos trágicos. Dos mujeres jubiladas que vivían juntas. Eran amigas desde hacía muchos años. Parecían llevarse muy bien. Sin embargo, un día una de ellas mató a la otra. Después fue a ver al vicario, que era un viejo amigo, y le dijo: «He matado a Louisa. Es muy triste, pero vi al diablo que miraba a través de sus ojos y comprendí que era mi deber matarla». Cosas como esas te producen una desesperación tremenda. Uno se pregunta ¿por qué? y ¿cómo? Y sin embargo, algún día lo sabremos. Los médicos descubrirán algún día que se debe a una pequeña alteración en un gen o en un cromosoma, alguna glándula que trabaja demasiado o deja de funcionar.

—¿Usted cree que fue eso lo que pasó?

—Pasó. Sé que no encontraron el cadáver hasta al cabo de unos meses. Verity desapareció sin más. Se marchó de su casa y no la volvieron a ver.

—Pero entonces tuvo que ocurrir aquel mismo día.

—Sin duda, en el juicio...

—¿Se refiere a después de que encontraran el cadáver, cuando la policía arrestó a Michael?

—Él fue el primero al que la policía interrogó. Le habían visto en compañía de la muchacha, la habían visto en su coche. Estaban seguros de que él era el hombre que buscaban. Fue el primer sospechoso y no dejaron de sospechar de él en ningún momento. También interrogaron a otros jóvenes que habían conocido a Verity, pero todos tenían una coartada. Siguieron sospechando de Michael y, finalmente, encontraron el cadáver. Estrangulado y con la cabeza y el rostro destrozados a golpes. Un ataque propio de un demente. No estaba en su sano juicio cuando descargó los golpes. Digamos que Mr. Hyde tenía el control.

Miss Marple se estremeció.

—Sin embargo, incluso ahora —prosiguió el archidiácono con una voz muy triste—, tengo la sensación de que fue algún otro joven el autor del crimen, algún loco al que nadie conoce. Quizás un extraño que ella encontró por casualidad en el vecindario, una persona que se ofreció a llevarla en su coche y entonces... —Brabazon meneó la cabeza.

—Supongo que eso podría ser cierto —opinó miss Marple.

—Mike causó una pésima impresión en el jurado —manifestó el clérigo—. Contó un montón de mentiras a cual más tonta e insensata. Mintió sobre el paradero del coche. Hizo que sus amigos presentaran coartadas inverosímiles. Estaba asustado. En ningún momento mencionó los planes de matrimonio. Creo que su abogado era de la opinión que podía ser una baza en su contra, que creyeran que se trataba de un matrimonio a la fuerza. Ha pasado mucho tiempo y no recuerdo los detalles, pero las pruebas eran concluyentes. Era culpable y lo parecía.

«Supongo que ahora comprende por qué soy un hombre triste y desdichado. Tomé una decisión equivocada. Lancé a una muchacha muy dulce y encantadora a las garras de la muerte por culpa de mi desconocimiento de la naturaleza humana. No me di cuenta del peligro que corría. Siempre me ha quedado la duda de que, si ella le hubiese tenido miedo o hubiera averiguado cualquier cosa mala de su prometido, si eso la hubiese empujado a romper el compromiso y a acudir a mí a contármelo. Pero no fue así. ¿Por qué la mató? ¿La asesinó quizá porque sabía que ella iba a tener un bebé? ¿La mató porque tenía una nueva amiga y no quería verse forzado al matrimonio? No me lo puedo creer. Tal vez fue por otra razón muy distinta. ¿De pronto ella sintió miedo y decidió romper la relación? ¿Verity provocó la ira de Michael y él, en un arrebato de furia, la asesinó? No podemos saberlo.

—Usted no lo sabe —señaló miss Marple—, pero sí sabe y sigue creyendo en una cosa, ¿verdad?

—¿A qué se refiere usted cuando habla de creer? ¿Está hablando desde un punto de vista religioso?

—No, de ninguna manera. No me refería a eso. Quiero decir que está usted firmemente convencido, o al menos a mí me lo parece, que aquellos dos jóvenes se querían, que estaban dispuestos a casarse, pero que ocurrió algo que lo impidió, algo que acabó con la muerte de Verity. No obstante, usted sigue creyendo que, de no haber sido por algo que ocurrió, se habría celebrado la boda.

—Tiene usted toda la razón. Sí, sigo creyendo en una pareja de novios que deseaban casarse, que estaban dispuestos a aceptar todas las obligaciones del matrimonio. Ella le amaba y estaba dispuesta a aceptarlo para bien o para mal. Fue para mal y le costó la vida.

—Usted lo sigue creyendo —afirmó miss Marple—. Yo también creo lo mismo.

—Entonces, ¿qué ocurrió?

—No lo sé. No estoy segura, pero creo que Elizabeth Temple sabía o comenzaba a sospechar lo que había ocurrido. Utilizó aquella palabra terrible. Amor. Cuando la dijo creí que Verity se había suicidado por un asunto amoroso porque había descubierto algo de Michael o porque él había hecho algo que le fue imposible tolerar. Pero no pudo ser un suicidio.

—No, no lo fue —ratificó el archidiácono—. El forense describió las heridas con toda claridad. Nadie se suicida y después se destroza la cabeza.

—¡Horrible! —exclamó miss Marple—. No hay nadie capaz de hacer eso con la persona amada, incluso si la mata «por amor», ¿no le parece? Pudo estrangularla, pero ¿destrozar el rostro amado? —La anciana hizo una pausa y después añadió—: Amor, amor, una palabra terrible.

Capítulo XIX
 
-
Despedidas

El autocar estaba aparcado delante de la entrada del Golden Boar. Miss Marple había bajado para despedirse de sus compañeros de viaje. Saludó a Mrs. Riseley-Porter que estaba francamente indignada.

—La verdad es que las muchachas de hoy en día no tienen aguante. En seguida se cansan.

Miss Marple la miró un tanto desconcertada.

—Me refiero a Joanna. Mi sobrina —le aclaró la buena señora.

—Vaya. ¿No se encuentra bien?

—Dice que no. No creo que le pase nada malo. Dice que le duele la garganta y que tiene algo de fiebre. Pamplinas.

—Lo siento mucho. ¿Puedo hacer algo por ella? ¿Ver si necesita cualquier cosa?

—Yo en su lugar no me preocuparía —afirmó la tía—. Para mí no es más que una excusa.

Miss Marple volvió a mirarla en busca de una aclaración.

—Las muchachas son unas tontas. En cuanto menos te lo esperas, se enamoran.

—¿Emlyn Price?

—Ah, usted también se ha dado cuenta. Sí, parecen dos tontos que no dejan de mirarse. No me parece un muchacho muy adecuado para una chica decente. Es uno de esos estudiantes melenudos, de los que va a «manis» y cosas por el estilo. ¿Por qué no dicen manifestaciones? Detesto las abreviaturas. Además, ¿cómo voy a arreglármelas yo sola, sin nadie que me atienda, alguien que se ocupe del equipaje, de subirlo y de bajarlo? He pagado una fortuna por este viaje por las dos.

—Siempre me pareció que era muy atenta con usted —comentó miss Marple.

—No lo ha sido tanto en los últimos dos días. Las muchachas parecen incapaces de comprender que las personas necesitan que las ayuden un poco cuando se hacen mayores. Ella y ese chico, Price, tienen la idea absurda de ir a visitar no sé qué montaña. Es una caminata de ocho millas ida y vuelta.

—Pero si le duele la garganta y tiene fiebre...

—Ya verá usted como en cuanto se marche el autocar le desaparecerá el dolor de garganta y se le bajará la fiebre —declaró Mrs. Riseley-Porter—. Vaya, ya tenemos que subir. Adiós, miss Marple, ha sido un placer conocerla. Lamento mucho que no venga con nosotros.

—Yo también, pero ya ve, no soy tan joven ni tan vigorosa como usted, y la verdad es que, después de todo lo ocurrido en estos últimos días, necesito por lo menos veinticuatro horas de descanso.

—Bien, espero tener el placer de volver a verla en alguna otra ocasión.

Se dieron la mano y la tía de Joanna subió al autocar.


Bon voyage
y no vuelva —dijo una voz detrás de miss Marple.

La anciana se volvió. Emlyn Price la miraba con una sonrisa.

—¿Se lo decía usted a Mrs. Riseley-Porter? —preguntó miss Marple.

—Sí. ¿A quién más se lo podía decir?

—Lamento mucho que Joanna no se encuentre bien esta mañana.

Emlyn Price volvió a sonreír.

—Mejorará muchísimo en cuanto se marche el autocar.

—Vaya, ¿quiere usted decir que... ?

—Sí, es tal como le digo. Joanna está hasta las narices de su tía, que no deja de darle órdenes a todas horas.

—Entonces, ¿usted tampoco continuará con el grupo?

—No. Me quedaré aquí un par de días. Quiero hacer algunas excursiones por estos parajes. No me mire así, miss Marple. No puede ser que le parezca algo tan reprobable.

—He visto hacer lo mismo en mi juventud —respondió miss Marple—. Las excusas variaban un poco y, por lo general, no teníamos tantas posibilidades de salirnos con la nuestra como ocurre con los jóvenes en estos tiempos.

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