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Authors: Agatha Christie

Némesis (25 page)

BOOK: Némesis
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—Bueno, una piensa en todas las posibilidades.

—Mr. Caspar —dijo miss Cooke—. No me gustó nada el aspecto de ese hombre desde el primer momento. Me miraba como si tuviera algo que ver con el espionaje. Quién sabe si no vino a este país en busca de secretos atómicos o algo por el estilo.

—No creo que tengamos secretos atómicos por aquí —opinó Mrs. Glynne.

—Por supuesto que no —señaló Anthea—. Quizás era alguien que la seguía. Tal vez la vigilaba porque ella había cometido algún acto criminal.

—Tonterías —proclamó Clotilde—. Era la directora jubilada de un famoso colegio de señoritas, además de una erudita de fama. ¿Por qué razón la iban a seguir?

—No lo sé. Quizá hubiera perdido la chaveta o algo por el estilo.

—Estoy segura de que miss Marple tiene alguna idea —afirmó Mrs. Glynne.

—Sí que la tengo. A mí me parece que las únicas personas que pudieron... Vaya, sí que es difícil decirlo. Pero me refiero a que hay dos personas que destacan como las más probables. La verdad es que no creo que hayan sido ellas porque ambas son muy agradables. Sin embargo, la lógica nos indica que son los sospechosos naturales.

—¿A quiénes se refiere? Es muy interesante.

—No creo que esté bien decirlo, porque no es más que una conjetura.

—¿Quién cree usted que empujó el peñasco? ¿Quién cree usted que era la persona que vieron Joanna y Emlyn?

—Lo que yo pienso es que quizá no vieron a nadie.

—No lo entiendo —intervino Anthea—. ¿Qué quiere decir con eso de que no vieron a nadie?

—Que quizá se lo inventaron.

—¿Se inventaron qué? ¿Que vieron a alguien?

—Es posible, ¿no les parece?

—¿Dice usted que lo pudieron declarar sólo por divertirse? ¿Para gastar una broma?

—En la actualidad, los jóvenes hacen las cosas más extraordinarias —respondió miss Marple—. Ponen cosas en los ojos de las cerraduras, rompen las ventanas de los consulados, atacan a las personas. Cada vez que alguien ataca a pedradas a la gente en la calle, se trata de un joven, ¿me equivoco? Ellos eran los únicos jóvenes del grupo, ¿no es así?

—¿Está usted diciendo que Emlyn y Joanna empujaron el peñasco ladera abajo?

—Son los únicos que pudieron hacerlo, ¿no?

—¡Nunca se me hubiera ocurrido mirarlo de esa manera! —afirmó Clotilde—. Pero lo que ha dicho no deja de tener su lógica. Claro que yo no conozco a ninguno de los dos y no sé como son. No he viajado con ellos.

—Son muy amables y encantadores —comentó miss Marple—. Joanna me pareció una muchacha muy capaz.

—¿Capaz de cualquier cosa? —preguntó Anthea.

—Anthea, cállate.

—Sí, muy capaz —respondió miss Marple—. Después de todo, si haces algo que puede acabar en un asesinato, tienes que ser capaz de hacerlo sin que te vean.

—Lo más lógico es que sean cómplices —opinó miss Barrow.

—Sí, por supuesto —contestó la anciana—. Están en esto juntos y la prueba es que contaron historias prácticamente idénticas. Son los sospechosos obvios, es lo único que puedo decir. Se encontraban fuera de la vista de los demás. El resto del grupo caminaba por el sendero principal. Nada les impedía subir hasta la cumbre y empujar el peñasco. Tal vez no tenían la intención de matar a miss Temple. Sólo querían comportarse como anarquistas o causar daño sólo por el placer de hacerlo. Lo empujaron. Después se inventaron el cuento del desconocido en la cumbre, alguien vestido de una manera muy llamativa, lo que no parece muy lógico. Sé que no se deben decir estas cosas, pero eso he pensado.

—A mí me parece algo muy interesante —opinó Mrs. Glynne—. ¿Tú qué dices, Clotilde?

—Creo que es una posibilidad. A mí no se me había ocurrido.

—Bien —dijo miss Cooke, levantándose—, debemos regresar al Golden Boar. ¿Viene usted con nosotras, miss Marple?

—No, no. Supongo que ustedes no lo saben. Me olvidé de comentarlo. Miss Bradbury-Scott ha tenido la amabilidad de invitarme y pasaré una noche aquí, o tal vez dos, en esta casa.

—Comprendo. Estoy segura de que estará usted comodísima. Mucho mejor que en el hotel. Cuando salimos, acababa de llegar un grupo que parecía muy bullanguero.

—¿No quieren venir a tomar café con nosotras? —sugirió Clotilde—. Hace una noche muy agradable. No las invito a cenar porque no contábamos con nadie más, pero si quieren venir a tomar café, serán bienvenidas.

—Será un placer —manifestó miss Cooke—. Sí, creo que aceptaremos su hospitalidad.

Capítulo XXI
 
-
El Reloj Da Las Tres
1

Durante la cena, Anthea le preguntó a miss Marple quiénes eran las dos damas que vendrían a tomar café.

—Resulta muy curioso que desearan quedarse.

—No, no lo creo —replicó miss Marple—. Me parece bastante natural. Si no me equivoco siguen un plan bien definido.

—¿Qué quiere decir con un plan? —intervino Mrs. Glynne.

—Yo diría que están siempre preparadas para las más diversas contingencias y que tienen un plan para cada caso.

—¿Se refiere usted a que tienen un plan para resolver un asesinato? —quiso saber Anthea.

—Desearía que no hablaras de la muerte de la pobre miss Temple como un asesinato —protestó Mrs. Glynne.

—Por supuesto que fue un asesinato —insistió Anthea—. Lo único que me pregunto es quién quería asesinarla. Yo creo que fue obra de alguna antigua alumna suya que se la tenía jurada.

—¿Cree usted que se puede odiar a una persona durante tantos años? —preguntó miss Marple.

—Yo diría que sí. Creo que se puede odiar a alguien durante años y más años.

—Yo opino lo contrario. Creo que el odio acaba por desaparecer. Se puede intentar mantenerlo artificialmente, pero sería un intento inútil. No es una fuerza tan poderosa como el amor.

—¿No cree usted posible que miss Cooke o miss Barrow, o quizás ambas, pudieran cometer el asesinato?

—¿Por qué iban a asesinarla? —exclamó Mrs. Glynne—. ¡La verdad, Anthea, dices unas cosas! A mí me parecieron muy agradables.

—Creo que hay algo misterioso en las dos —replicó Anthea—. ¿Tú no, Clotilde?

—Me parece que tienes razón. A mí me dieron la impresión de ser un tanto artificiales, tú ya me entiendes.

—Creo que son unas personas muy siniestras —afirmó Anthea.

—Siempre te dejas llevar por esa imaginación calenturienta que tienes —comentó Lavinia—. Además, iban con el grupo por el sendero principal. Usted las vio, ¿no es así, miss Marple?

—No, no pude verlas. La verdad es que no tuve ocasión.

—¿Quiere usted decir que...?

—No estaba allí —la interrumpió Clotilde—. Estaba aquí, en nuestro jardín.

—Por supuesto, lo había olvidado.

—Hacía un día precioso y muy tranquilo —dijo miss Marple—. Lo disfruté mucho. Mañana por la mañana me gustaría ir otra vez a aquel lugar del fondo del jardín donde está el montículo. La trepadora estaba a punto de florecer y supongo que ahora será toda una bella masa blanca. No olvidaré nunca esa parte del jardín como recuerdo de mi estancia.

—Yo lo detesto. Quiero que la quiten. Quiero que vuelvan a construir el invernadero. ¿No te parece, Clotilde, que si ahorráramos dinero podríamos hacerlo?

—No comencemos otra vez con el tema. No quiero que toquen ese montículo. ¿Para qué queremos un invernadero? Pasarían años antes de que pudiéramos comer ni un solo grano de uva.

—Venga, no vale la pena discutir —les recordó Mrs. Glynne—. Pasemos a la sala. Nuestras invitadas no tardarán en presentarse.

Miss Cooke y miss Barrow se presentaron puntualmente a las nueve menos cuarto. Una vestía de gris con encajes y la otra de verde oliva.

Clotilde se encargó del café. Sirvió las tazas y las distribuyó. No había acabado de servirle la taza a miss Marple, cuando miss Cooke intervino.

—Perdóneme, miss Marple, pero la verdad es que yo en su lugar no me lo tomaría. El café no sienta bien a estas horas de la noche. Después no pegará ojo.

—¿Usted cree? Estoy acostumbrada a tomar café por la noche.

—Sí, pero este es un café de primera, muy fuerte. Le recomiendo que no se lo beba.

La anciana miró a miss Cooke. La mujer parecía un tanto angustiada, un mechón de pelo teñido le tapaba un ojo. El otro le hizo un guiño.

—Sí, creo que tiene usted razón. Seguiré su consejo. Por lo visto, entiende usted mucho de dietas.

—Por supuesto. Asistí a unas cuantas clases como parte de un curso de enfermera.

—¿Sí? —Miss Marple apartó la taza—. Supongo que no tendrán ustedes una foto de la muchacha, ¿verdad? ¿De Verity Hunt? El archidiácono Brabazon me habló de ella. Al parecer, la apreciaba muchísimo.

—Así es. El archidiácono siempre ha mostrado un gran aprecio por los jóvenes —manifestó Clotilde.

Se levantó para ir al otro extremo de la sala. Abrió un cajón del escritorio, sacó una foto y se le trajo a miss Marple.

—Ésta era Verity.

—Un rostro muy bello. Sí, un rostro muy bello y poco corriente. Pobre niña.

—Es terrible ver las cosas que ocurren en estos tiempos —afirmó Anthea—. Las muchachas no se preocupan nada de la catadura moral de los jóvenes que las acompañan. Nadie se toma la molestia de velar por ellas.

—Ahora cuidan de ellas mismas —replicó Clotilde— y no tienen ni idea de cómo hacerlo. ¡Que Dios las proteja!

Tendió una mano para coger la foto que sostenía miss Marple y, al hacerlo, la manga de su vestido tocó la taza de café y la tiró al suelo.

—¡Vaya! —exclamó miss Marple—. ¿Ha sido por mi culpa? ¿Le he tocado el brazo?

—No, ha sido la manga que es muy ancha. Tal vez prefiera usted un vaso de leche, si tiene miedo de tomar café.

—Se lo agradezco. Un vaso de leche caliente antes de acostarse relaja y te asegura un sueño placentero.

Después de intercambiar unas cuantas banalidades, miss Cooke y miss Barrow se marcharon. Fue una marcha un tanto confusa porque primero una y después la otra regresaron para recoger algo que se habían dejado atrás. Un pañuelo, un bolso, los guantes.

—Dios, creía que no acabarían nunca —se quejó Anthea, cuando las dos mujeres se marcharon definitivamente.

—Creo que coincido con Clotilde en que esas dos no parecen reales —le comentó Mrs. Glynne a miss Marple—. Usted ya me entiende.

—Sí, estoy de acuerdo con usted. No parecen muy reales. A mí también me llaman mucho la atención. Me pregunto para qué vinieron a este viaje y si lo disfrutaban.

—¿Ha descubierto las respuestas a sus preguntas? —intervino Clotilde.

—Creo que sí —La anciana exhaló un suspiro—. He descubierto las respuestas a un buen número de preguntas.

—Espero que haya disfrutado —dijo Clotilde.

—La verdad es que me alegro de no seguir con el viaje. Ya no me resulta atractivo.

—La comprendo.

Clotilde fue a la cocina a buscar el vaso de leche y, después, acompañó a miss Marple hasta su habitación.

—¿Puedo hacer algo más por usted? ¿Necesita cualquier cosa?

—No, muchas gracias —respondió miss Marple—. Tengo todo lo que necesito. Le agradezco una vez más a usted y a sus hermanas la amabilidad de acogerme en su casa.

—No podíamos hacer menos, después de la carta que nos envió Mr. Rafiel. Era un hombre muy concienzudo.

—Sí, era de la clase de hombres que piensan en todo. Una persona muy inteligente.

—Creo que era una persona que destacaba en las finanzas.

—No sólo en las finanzas. No descuidaba ningún detalle. Bueno, ha llegado la hora de acostarse. Buenas noches, miss Bradbury-Scott.

—¿Prefiere desayunar en la cama? Diré que le suban el desayuno si usted lo desea.

—No, no quiero trastornar la rutina de la casa. Bajaré a desayunar con ustedes. Quizás una taza de té no estaría mal, pero quiero salir al jardín. Tengo muchas ganas de ver el montículo cubierto de flores blancas, tan hermosas y espectaculares.

—Buenas noches —dijo Clotilde—. Que duerma bien.

2

En el vestíbulo de la casona, el reloj de péndulo tocó las dos de la mañana. Los relojes de la casa no sonaban todos al unísono y algunos sencillamente no sonaban. Conseguir que funcionaran bien no era una tarea fácil. A las tres sonó el reloj que había en el primer rellano. Las campanadas sonaron con mucha suavidad. Un rayo de luz se coló por el resquicio de la puerta.

Miss Marple se sentó en la cama con la mano puesta en el interruptor de la lámpara que había en la mesilla de noche. La puerta se abrió silenciosamente. Ahora no había luz en el rellano pero se oyó crujir una de las tablas del suelo cuando alguien entró en la habitación. La anciana encendió la luz.

—Ah, es usted, miss Bradbury-Scott. ¿Ocurre algo?

—Sólo entré para ver si necesitaba usted alguna cosa —contestó la mujer.

Miss Marple la miró. Clotilde vestía una bata larga de color rojo. «Qué mujer tan elegante», pensó contemplando la figura todavía esbelta, las facciones y el peinado. Pero también la vio una vez más como una figura trágica, un personaje salido de una obra griega: Clitemnestra.

—¿Está usted segura de que no necesita nada?

—No. muchas gracias. Ni siquiera me ha apetecido beberme el vaso de leche.

—¿Por qué no se lo tomó?

—Algo me dijo que no me sentaría bien —Clotilde se acercó a los pies de la cama—. Me pareció poco saludable.

—¿Qué ha querido decir con eso? —preguntó Clotilde con un tono áspero.

—Creo que usted lo sabe muy bien —respondió miss Marple—. Diría que lo sabe desde el primer momento.

—No sé de qué me habla.

—¿No? —Miss Marple se las arregló para dar al monosílabo un tono de ironía.

—Ahora la leche está fría. Bajaré a la cocina y se la calentaré.

Clotilde recogió el vaso que estaba en la mesilla de noche.

—No se moleste. Aunque me la sirva caliente, no me la beberé.

—La verdad es que no la entiendo. Qué mujer más extraña. ¿Por qué me dice estas cosas? ¿Quién es usted?

Miss Marple se quitó la toquilla de lana rosa que le tapaba la cabeza.

—Uno de mis nombres es Némesis —declaró.

—¿Némesis? ¿Qué significa?

—Creo que usted lo sabe. Es una mujer culta. A veces tarda, pero siempre llega.

—¿De qué está hablando?

—Hablo de una hermosa muchacha a la que usted asesinó.

—¿Que asesiné? ¿A quién se refiere?

—Me refiero a Verity.

—¿Por qué iba a matarla?

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