Némesis (24 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Némesis
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¿Qué pasaba con Anthea? Había llevado el paquete a la estafeta. Había ido a buscarla al hotel. Tenía sus dudas sobre Anthea. ¿Estaba ida? Demasiado ida para alguien de su edad. Su mirada no paraba quieta ni un momento. Daba la impresión de ver cosas que los demás no veían. «Está asustada —pensó miss Marple—. Hay algo que la asusta». ¿Qué podía ser? ¿Sufría trastornos mentales? ¿Tenía miedo de que la ingresaran en alguna clínica? ¿Tenía miedo de que sus hermanas decidieran que era un peligro dejarla en libertad? ¿Tenían miedo sus hermanas de lo que Anthea pudiera decir o hacer?

Se respiraba algo raro en el ambiente. Se preguntó, mientras se acababa el té, qué estarían haciendo miss Cooke y miss Barrow. ¿Habrían ido a visitar la iglesia o aquello sólo había sido una excusa? No dejaba de ser extraño. Le parecía extraño que se hubieran presentado en St. Mary Mead como si hubiesen querido saber qué aspecto tenía y que, después, cuando se encontraron otra vez en el autocar, simularan no haberla visto antes.

Había un montón de preguntas que necesitaban una respuesta urgente. Mrs. Glynne retiró el servicio de té, Anthea se marchó al jardín y miss Marple se quedó sola con Clotilde.

—Creo que usted conoce al archidiácono Brabazon, ¿no es así? —comentó miss Marple.

—Sí, por supuesto. Ayer estaba en la iglesia cuando se celebró el funeral por miss Temple. ¿Es amigo suyo?

—No, pero se presentó en el Golden Boar para hablar conmigo. Según me dijo, había estado en el hospital para que le dieran detalles sobre el fallecimiento de miss Temple. Al parecer, creía que miss Temple le había dejado un mensaje. Por lo que me dijo, miss Temple tenía la intención de ir a visitarle. Como es lógico, le respondí que no podía ayudarle porque, mientras yo estuve en el hospital, miss Temple no recuperó el conocimiento. Fue un viaje inútil.

—¿Ella no le dijo nada, no le dio ninguna explicación de lo ocurrido?

Clotilde formuló la pregunta sin mucho interés. Miss Marple se preguntó si pretendía disimularlo, pero llegó a la conclusión de que no era así. Los pensamientos de Clotilde iban por otros derroteros.

—¿Cree usted que fue un accidente? —preguntó la anciana—. ¿Da usted algún crédito a la historia que contó la sobrina de Mrs. Riseley-Porter? Aquello de que había visto a una persona empujando un peñasco.

—Supongo que, si ella y Mr. Price lo declararon así, entonces había alguien allá arriba.

—Sí, ambos lo dijeron aunque no con los mismos términos. Claro que eso puede ser algo natural.

Clotilde la miró con una expresión de curiosidad.

—Parece estar usted intrigada.

—La verdad es que resulta un tanto extraño, una historia poco creíble, a menos que...

—¿A menos que qué?

—Sólo me lo preguntaba.

Mrs. Glynne entró en la sala.

—¿Qué se preguntaba?

—Estábamos hablando del accidente o de lo que no fue un accidente —le explicó Clotilde.

—Pero ¿quién pudo...?

—A mí me parece una historia muy curiosa —insistió miss Marple.

—Hay algo en este lugar —afirmó Clotilde bruscamente—, hay algo en el ambiente. Nunca ha desaparecido. Nunca. Desde que murió Verity. Han pasado varios años, pero no se va. Aquí hay una sombra. —Miró a miss Marple—. ¿No cree usted que tengo razón? ¿No percibe la presencia de una sombra?

—Yo soy una extraña —replicó la anciana—. Es diferente para usted y sus hermanas que viven aquí y conocían a la chica muerta. Tengo entendido, por lo que me dijo el archidiácono Brabazon, que era una joven encantadora y muy bella.

—Era una muchacha adorable —afirmó Clotilde.

—Lamento no haberla conocido mejor —comentó Mrs. Glynne—. Claro que en aquellos años yo vivía en el extranjero. Mi marido y yo sólo veníamos cuando él disfrutaba de alguna licencia, pero permanecíamos la mayor del tiempo en Londres. No veníamos aquí muy a menudo.

Anthea regresó de su paseo por el jardín, cargada con un enorme ramo de lilas.

—Flores para el funeral —explicó—. Es lo que tendríamos que tener hoy aquí, ¿no? Las pondré en un jarrón. Flores para el funeral —repitió y después se echó a reír sin más, con una risa extraña, aguda, histérica.

—Anthea, no hagas eso —le suplicó Clotilde—. No está bien.

—Ahora mismo las pondré en un jarrón —añadió Anthea alegremente y salió de la habitación.

—La verdad es que Anthea dice cada cosa —manifestó Mrs. Glynne—. Creo que...

—Cada día está peor —señaló Clotilde.

Miss Marple adoptó una actitud como si no estuviera presente. Cogió una cajita de metal esmaltado y la observó con admiración.

—Es capaz de romper el jarrón —dijo Mrs. Glynne, que se levantó para ir a la cocina.

—¿Están ustedes preocupadas por su hermana? —preguntó miss Marple.

—Sí, no tiene objeto negarlo. Siempre ha sido un poco desequilibrada. Es la menor de nosotras y tuvo una infancia complicada, pero creo que en los últimos tiempos empeora a ojos vista. No tiene ni la menor idea de la gravedad de las cosas. Tiene esos ridículos ataques de histeria. Se ríe de cosas que son muy serias. No queremos... bueno, ya sabe, llevarla a una institución o algo así. Tendría que recibir algún tratamiento, pero no creo que quiera dejar esta casa. Después de todo, éste es su hogar, aunque no niego que algunas veces la situación es muy difícil.

—Siempre hay dificultades en esta vida.

—Lavinia habla de marcharse —añadió Clotilde—. Dice que quiere irse a vivir al extranjero. A Taormina. Es un lugar donde fue muy feliz con su marido. Ahora lleva con nosotras varios años, pero siempre ha tenido el ansia de viajar. Algunas veces creo que no le gusta estar en la misma casa que Anthea.

—Conozco el caso. He visto más de uno.

—Tiene miedo de Anthea, eso está claro, y eso que yo le digo que no tiene motivos. Anthea sólo es un poco excéntrica. Se le ocurren ideas extrañas y muchas veces dice lo primero que le viene a la cabeza, pero no creo que eso sea un peligro para nadie. Es incapaz de hacerle daño a nadie.

—¿Alguna vez han tenido problemas de esa clase? —preguntó miss Marple.

—No, nunca ha pasado nada. A veces pilla una rabieta o le coge tirria a alguna persona. También es muy posesiva y celosa. Siente celos si se le presta demasiada atención a otras personas. No lo sé. Hay ocasiones en las que pienso que lo mejor para todos sería vender esta casa y marcharnos.

—Supongo que para usted tiene que ser muy triste —comentó miss Marple—. Comprendo que debe resultarle muy triste vivir aquí con todos esos recuerdos del pasado.

—Usted lo comprende, ¿verdad? Sí, ya me doy cuenta. No se puede evitar. Recuerdo constantemente a aquella niña tan adorable. Era como una hija para mí. Tenía dotes de artista y era muy inteligente. Descollaba en los estudios de arte y diseño. Yo me sentía muy orgullosa. Pero entonces apareció aquel monstruo, aquel muchacho que era un demonio.

—¿Se refiere usted a Michael, el hijo de Mr. Rafiel?

—Sí. No sé por qué tuvo que venir aquí. Ocurrió que estaba por la zona y su padre le propuso que nos hiciera una visita. Nos llamó y le invitamos a cenar. Podía ser muy encantador, pero era una mala pieza, un delincuente. Había estado en la cárcel en dos ocasiones, y su historial con las muchachas era pésimo. Pero nunca imaginé que Verity... fue uno de esos flechazos que sufren las muchachas a esa edad. No le veía ningún defecto. Insistía en que todo lo que le había ocurrido no era culpa suya. Ya sabe usted las cosas que dicen las muchachas. «Todo el mundo está contra él.» y «Nadie le perdona el más mínimo error.» Una termina harta de oír esas cosas. ¿Es que es imposible que las muchachas tengan un poco de sentido común?

—Es algo que francamente escasea entre las jóvenes —manifestó miss Marple.

—No quiso escucharme. Intenté mantenerlo fuera de esta casa. Le dije que no volviera más por aquí, que no era bien recibido. Desde luego, fue algo estúpido por mi parte. Después me di cuenta. Sólo conseguí que ella se reuniera con ese joven fuera de la casa. No sé dónde. Se citaban en diversos lugares. Él iba a buscarla con el coche a un lugar determinado y la traía a casa muy tarde. En un par de ocasiones, no regresó hasta el día siguiente. Procuré convencerlos de que eso no podía ser, que aquello debía terminar, pero no me escucharon. Verity no me hizo el menor caso y él todavía menos.

—¿Verity quería casarse?

—No creo que estuviera dispuesta a llegar hasta ese extremo, ni tampoco creo que a él se le hubiera pasado por la cabeza la idea de casarse.

—Lo siento mucho por usted. Sin duda, sufrió muchísimo.

—Sí. Lo peor de todo fue tener que identificar su cuerpo. Aquello fue al cabo de un tiempo, después de su desaparición. Por supuesto todos creíamos que se había fugado y que tendríamos alguna noticia. También sabía que la policía lo consideraba como un hecho más grave que la simple fuga de casa de una muchacha. Llamaron a Michael a comisaría y el relato que ofreció no concordaba con las declaraciones de los vecinos.

«Entonces la encontraron. Muy lejos de aquí, a unas treinta millas. En una zanja cerca de un sendero casi abandonado. Sí, tuve que ir al depósito a identificar el cadáver. Un espectáculo terrible. La crueldad, la fuerza que se había utilizado. ¿Por qué tuvo que destrozarle la cabeza? ¿Es que no tuvo bastante con estrangularla? La estranguló con la bufanda. Lo siento, no puedo seguir hablando. No lo soporto, no lo soporto.

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Clotilde.

—Lo siento muchísimo, se lo aseguro.

—Gracias. —Clotilde miró a miss Marple con los ojos llorosos y entonces añadió bruscamente—: Pero no sabe usted lo peor.

—¿A qué se refiere?

—Es que no sé, no estoy segura de Anthea.

—¿Qué pasa con Anthea?

—Se comportó de una manera muy extraña. Estaba muy celosa. De pronto pareció volverse contra Verity. La miraba de una manera como si la odiara. Algunas veces he pensado que quizá.... No, es algo horrible, es algo que no puedes pensar de tu propia hermana. En una ocasión atacó a alguien en un arranque de furia. Me preguntaba si no sería posible... No, ya está bien. No diré nada más. Por favor, olvide lo que he dicho. No tiene la menor importancia. No significa nada, aunque sí debo reconocer que no es del todo normal. Ya cuando era muy joven le ocurrieron cosas extrañas con los animales. Teníamos una cotorra. La pobre repetía palabras, tonterías como todas las cotorras. Anthea le retorció el cuello y yo nunca más volví a tenerle confianza. Comencé a tenerle miedo, a dudar. Vaya, comienzo a comportarme como una histérica.

—Vamos, vamos, no piense en esas cosas.

—Ya es bastante malo saber que Verity está muerta, que la asesinaron. Al menos cabe el consuelo de que otras muchachas están a salvo de ese monstruo. Lo condenaron a cadena perpetua. Sigue en la cárcel y no le dejarán salir para que vuelva a hacer daño. Tampoco entiendo como es que no alegaron demencia temporal o algunas de esas argucias de los abogados. Tendrían que haberlo internado en Broadmoor. Estoy segura de que no era plenamente responsable de ninguno de los actos que cometió.

Se levantó. Mrs. Glynne entró en la sala en el momento mismo de marcharse su hermana.

—No le haga mucho caso a Clotilde —manifestó—, nunca se recuperó del todo de aquella tragedia. Quería con locura a la pobre Verity.

—Parece preocupada por su otra hermana.

—¿Por Anthea? A Anthea no le pasa nada. Bueno, es un poco despistada, le da por tener fantasías extrañas y a veces se enfada mucho, pero tampoco es nada del otro mundo. Clotilde hace mal en preocuparse tanto. Dios mío. ¿quiénes son esas personas?

Dos figuras acababan de aparecer en el ventanal.

—Oh, discúlpenos —dijo miss Barrow—. Sólo estábamos dando un rodeo a la casa para ver si encontrábamos a miss Marple. Nos dijeron que había venido aquí con usted y me preguntaba... Vaya, pero si está usted aquí, miss Marple. Queríamos decirle que, después de todo, decidimos no ir a la iglesia esta tarde. Por lo visto, está cerrada por obras de mantenimiento, así que por hoy se acabaron las excursiones y ya se verá mañana. Espero que no le moleste que hayamos venido por aquí. Tocamos el timbre pero, al parecer, no funciona.

—Mucho me temo que tiene usted toda la razón —admitió Mrs. Glynne—. Tiene sus caprichos. Algunas veces suena y otras no. Por favor, siéntense. No sabía que hubieran decidido ustedes no irse en el autocar.

—No. Decidimos quedarnos por aquí y visitar los sitios más interesantes de los alrededores. Nos pareció que continuar el viaje nos resultaría un tanto doloroso después de lo ocurrido.

—Les serviré un jerez —dijo Mrs. Glynne.

Salió y, al cabo de unos minutos, regresó en compañía de Anthea, que parecía muy tranquila, con una bandeja con las copas y la botella de jerez.

—La verdad es que me interesa saber qué pasará con todo este asunto —comentó Lavinia después de sentarse junto a su hermana—. Me refiero a la pobre miss Temple. Es imposible saber lo que opina la policía. Al parecer, continúan ocupándose del caso y, a la vista de que la encuesta se reanudará dentro de un par de semanas, es obvio que no están satisfechos. No sé si tendrá algo que ver con la fractura del cráneo.

—No lo creo —replicó miss Barrow—. Me refiero a que un golpe en la cabeza, es la consecuencia lógica del impacto del peñasco. Lo único que parece estar en discusión es si el peñasco se cayó sólo o alguien lo hizo rodar.

—No creerá que alguien fuera capaz... —intervino miss Cooke—. ¿Qué motivos podría tener alguien para empujar un peñasco o algo parecido? Claro que siempre hay gamberros. Jóvenes extranjeros o estudiantes. Me pregunto si....

—Se pregunta si no habrá sido alguien de nuestro grupo —dijo miss Marple.

—Yo no diría tanto —respondió miss Cooke.

—Sin embargo, es inevitable pensarlo. Quiero decir que tiene que haber una explicación. Si la policía está segura de que no fue un accidente, entonces tuvo que hacerlo alguien. Recuerde que miss Temple era una forastera en este lugar, o sea que no parece probable que lo hiciera alguien de por aquí. Por lo tanto, tendría que haber sido alguno de los que viajábamos en el autocar, ¿no les parece?

Miss Marple se rió con una risa cascada.

—¡Qué cosas se le ocurren!

—Supongo que no tendría que decirlas. Pero, sabe usted, los crímenes son muy interesantes. Algunas veces ocurren las cosas más extraordinarias.

—¿Tiene usted alguna idea, miss Marple? Me gustaría oírla —manifestó Clotilde.

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