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Authors: Agatha Christie

Némesis (17 page)

BOOK: Némesis
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La voz de miss Temple sonó más aguda, más insistente.

—Lo hará, ¿verdad? Diga que sí. No tengo mucho tiempo, lo sé. Una de ellas, pero ¿cuál? Descúbralo. Henry diría que usted puede hacerlo. Quizá pueda ser peligroso para usted, pero lo descubrirá, ¿no es así?

—Lo descubriré si Dios quiere —respondió miss Marple. Era una promesa.

—Ah.

Los ojos se cerraron por un momento y después volvieron a abrirse. Algo parecido a una sonrisa pasó fugazmente por el rostro de la mujer.

—La piedra desde lo alto. La piedra de la muerte.

—¿Quién hizo rodar la piedra?

—No lo sé. No importa, sólo importa Verity. Descubra lo de Verity. La verdad. Otro nombre para la verdad. Verity.

Miss Marple vio como el cuerpo comenzaba a aflojarse. Apenas si alcanzó a oír las últimas palabras.

—Haga todo lo que pueda.

El cuerpo de miss Temple se relajó al tiempo que se le cerraban los ojos. La enfermera apareció una vez más junto a la cama. Le tomó el pulso a la paciente y, después, le hizo una señal a miss Marple, que se levantó obedientemente y la siguió fuera de la habitación.

—Ha sido un esfuerzo tremendo para ella —comentó la enfermera—. Tardará en volver a recuperar la conciencia, si es que la recupera. Espero que se haya usted enterado de algo útil.

—No lo creo, pero nunca se sabe.

—¿Consiguió algo que nos pueda servir? —le preguntó el profesor en cuanto subieron al coche.

—Un nombre. Verity. Ése era el nombre de la muchacha, ¿verdad?

—Sí. Verity Hunt.

Elizabeth Temple falleció una hora y media más tarde sin recuperar el conocimiento.

Capítulo XIV
 
-
Las Dudas De Mr. Broadribb

—Has leído
The Times
esta mañana? —le preguntó Mr. Broadribb a su socio Mr. Schuster. Mr. Schuster respondió que no podía permitirse el lujo de leer
The Times
. Su periódico era el
Telegraph
.

—Quizá también lo hayan publicado —comentó Mr. Broadribb—. En las necrológicas. Miss Elizabeth Temple.

Mr. Schuster mostró una expresión de extrañeza.

—La directora de Fallowfield —le ayudó el socio mayor—. Has oído hablar de Fallowfield, ¿verdad?

—Por supuesto. Un colegio de señoritas. Lleva funcionando medio siglo o más. Un colegio excelente y carísimo. Así que ella era la directora. Creía que había abandonado el cargo hacía ya tiempo. Seis meses como mínimo. Estoy seguro de que leí la noticia en el periódico. Había un pequeño artículo sobre la nueva directora. Una mujer casada. Joven. Entre treinta y cinco y cuarenta años. Ideas modernas. Las muchachas tienen clases de maquillaje y pueden llevar pantalones. Algo así.

—Hum —dijo Mr. Broadribb con el tono que los abogados de su edad suelen utilizar cuando oyen algo que despierta su crítica basada en una larga experiencia—. No creo que llegue a tener la fama de Elizabeth Temple. Era todo un personaje. Llevaba muchos años en el colegio.

—¿Sí? —contestó Mr. Schuster sin darle mucha importancia, mientras se preguntaba a qué venía tanto interés por las directoras de colegio difuntas.

Las escuelas y los colegios no tenían mayor interés para ninguno de los dos caballeros. Sus retoños estaban más o menos colocados. Los dos hijos de Mr. Broadribb trabajaban uno en la administración pública y el otro en una empresa petrolera. En cuanto a los dos de Mr. Schuster, estaban en universidades diferentes, dedicados a crear el máximo posible de disturbios a las autoridades universitarias.

—¿Qué pasa con ella? —añadió.

—Participaba en un viaje en autocar.

—Lo de los autocares es terrible —opinó Mr. Schuster—. No dejaría que nadie de mi familia fuera en un viaje en autocar. La semana pasada en Suiza, uno se cayó por un precipicio y, hace un par de meses, otro chocó en una autopista y murieron veinte personas. En la actualidad contratan a cualquiera para conducir un autocar.

—Se trataba de uno de los viajes organizados por la agencia de Casas, Jardines Famosos y Objetos de Interés de Gran Bretaña o algo así. Sé que no es el nombre correcto, pero tú ya sabes a la que me refiero.

—Oh, sí. Era en el que viajaba la tal miss No-sé-cuantos. El viaje que contrató el viejo Rafiel.

—Miss Jane Marple era una de las personas del autocar.

—No se habrá matado, ¿verdad?

—No que yo sepa. Pero estaba pensando en el asunto.

—¿Fue un accidente de carretera?

—No. Ocurrió en uno de esos lugares pintorescos. Caminaban por un sendero colina arriba. Una caminata bastante dura, una colina con peñascos y cosas así. Se ve que se desprendieron algunos de los peñascos, que rodaron colina abajo. Una de las piedras alcanzó a miss Temple. La llevaron al hospital, pero no pudieron salvarla.

—Mala suerte —opinó Mr. Schuster, que esperaba más información.

—Me llamó la atención —añadió Mr. Broadribb—, porque recordé que Fallowfield era el colegio donde había estudiado la muchacha.

—¿Qué muchacha? La verdad, Broadribb, es que no sé de qué me estás hablando.

—La muchacha que murió a manos del joven Michael Rafiel. Estaba recordando algunas cosas que podrían tener alguna relación con todo este curioso asunto que tanto interesaba al viejo Rafiel. Es una pena que no nos contara nada más.

—¿Cuál es la relación? —preguntó Mr. Schuster.

Ahora parecía más interesado. Su mente legal se había activado y se preparaba para dar una opinión sensata y precisa sobre lo que fuera que su socio se dispusiera a confiarle.

—Aquella muchacha... ahora no recuerdo el apellido. El nombre era Esperanza, Caridad o algo así. Alto, ya lo tengo: Verity. Ése era su nombre: Verity Hunt. Fue una de las muchachas asesinadas. Encontraron el cadáver en una zanja a unas treinta millas de su lugar de residencia. Llevaba muerta unos seis meses. La habían estrangulado y, después, le habían destrozado la cabeza para impedir la identificación, pero la identificaron sin problemas. Las prendas, el bolso, las alhajas, algún lunar o una cicatriz. Sí, desde luego, la identificaron fácilmente.

—A él lo juzgaron por ese crimen, ¿no es así?

—Efectivamente. Sospechaban que Michael había matado a otras tres muchachas durante el año, pero las pruebas no pasaban de ser circunstanciales en los otros crímenes, así que la policía se concentró en éste: había muchas pruebas y tenía pésimos antecedentes. Otros casos de asalto y violación. Todos sabemos en qué consiste hoy en día eso de las violaciones. La madre le dice a la muchacha que debe acusar al joven de violación aunque el pobre no podía hacer otra cosa, con ella persiguiéndole todo el día para que fuera a su casa, mientras la madre estaba en el trabajo o el padre de vacaciones, y así constantemente, hasta obligarlo a acostarse con ella. Luego, como digo, la madre le dice a la muchacha que lo acuse de violación. Sin embargo, ésa no es la cuestión. Me pregunto si todo esto no encaja con la proposición hecha a miss Marple, que estuviera relacionada en cierto modo con Michael.

—Le declararon culpable y lo condenaron a cadena perpetua, ¿verdad?

—Ahora no lo recuerdo. Han pasado muchos años. No sé si no acabaron dando un veredicto de demencia temporal.

—¿Verity Hunter o Hunt se educó en aquel colegio, en el de miss Temple? Sin embargo, creo que, cuando la asesinaron, ya no era una estudiante, al menos que yo recuerde.

—No, no, tenía dieciocho o diecinueve años. Vivía con unos parientes o amigos de sus padres, o algo parecido. Una buena casa, una buena familia, una buena muchacha en opinión de todos. Una de esas chicas cuyos familiares siempre dicen: «era una muchacha muy discreta, un tanto tímida, no salía con extraños ni tenía novio». Las familias nunca saben nada de los novios que tienen las chicas. Ellas ya se encargan de mantenerlo bien oculto. Por otra parte, se decía que el joven Rafiel era muy atractivo.

—¿Se planteó alguna duda sobre la autoría de los hechos? —preguntó Mr. Schuster.

—Ninguna. Contó un montón de mentiras cuando se sentó en el banquillo. Su abogado se equivocó al dejar que prestara declaración. Unos cuantos amigos suyos intentaron fabricarle una coartada, pero no les sirvió de nada. Por lo visto, todos ellos eran mentirosos consumados.

—¿Qué opinas de todo esto, Broadribb?

—No tengo ninguna opinión formada. Sólo me preguntaba si la muerte de aquella mujer podría tener alguna relación.

—¿En qué sentido?

—Me da mala espina eso de que los peñascos caigan ladera abajo y aplasten a una persona. No es algo que entre en el curso normal de la naturaleza. Por lo que sé, los peñascos se suelen quedar donde están.

Capítulo XV
 
-
Verity

—Verity —dijo miss Marple en voz bien alta.

Elizabeth Margaret Temple había muerto la tarde anterior. Había sido una muerte tranquila. Miss Marple, sentada en una de las butacas de la sala de la vieja casona, había dejado a un lado la prenda de bebé de lana rosa y ahora se ocupaba en tejer una bufanda rojo oscuro. Esta nota de duelo concordaba con sus ideas victorianas del comportamiento más adecuado ante una tragedia.

Al día siguiente, a las once de la mañana, tendría lugar la encuesta judicial. Habían hablado con el vicario para celebrar un servicio religioso tan pronto como fuera posible. Un representante de la funeraria, después de consultar con la policía, se había hecho cargo de todo. Todos los participantes en la excursión habían aceptado asistir a la encuesta y varios de ellos también habían manifestado su intención de asistir al servicio religioso.

Mrs. Glynne se había presentado en el Golden Boar para invitar a miss Marple a que se alojara en la casona hasta que se decidiera reanudar el viaje.

«Se evitará las molestias de los reporteros», le dijo.

Miss Marple agradeció el interés de las hermanas y aceptó la invitación.

El viaje se reanudaría después de celebrarse el servicio religioso. Primero irían a South Bedestone, a unas treinta y cinco millas, donde había un hotel de primera clase que en un principio sólo figuraba como una de las paradas de la excursión. A partir de allí, el viaje seguiría de acuerdo con el programa original.

Sin embargo, algunas personas, como miss Marple ya había supuesto, pensaban desistir de proseguir el viaje. Regresarían a sus hogares o se marcharían a otros lugares. Ninguna de estas dos cosas era criticable. Desistir de un viaje ensombrecido por penosos recuerdos o continuar una excursión por la que habían pagado una cantidad considerable y que había sido interrumpida por uno de esos dolorosos accidentes que pueden ocurrirle a cualquier grupo de viajeros. Todo dependería, se dijo miss Marple, del resultado de la encuesta. Miss Marple, después de intercambiar varios comentarios convencionales propios de la ocasión con las tres anfitrionas, se dedicó a su labor mientras consideraba su próxima línea de investigación, y entonces, mientras sus manos manejaban hábilmente las agujas, pronunció la palabra «Verity» como quien arroja una piedra al agua, sólo para observar cuál sería el resultado si es que había alguno. ¿Significaría algo para las tres hermanas? Tal vez sí o tal vez no. Si no conseguía nada, lo volvería a probar cuando se reuniera con los demás participantes del viaje a la hora de la cena en el hotel. Estaba segura de que había sido la última palabra o tal vez la penúltima que había pronunciado Elizabeth Temple.

Por eso había dicho «Verity», sin interrumpir su trabajo porque podía leer un libro o mantener una conversación mientras sus dedos, aunque un tanto endurecidos por el reumatismo, seguían efectuando automáticamente los movimientos correctos.

¿Como una piedra arrojada a un estanque que provocaba ondas en el agua, un chapoteo, algo? O nada. Sin duda tenía que producirse alguna reacción. Sí, no se había equivocado. Aunque su expresión permanecía impasible, su mirada alerta detrás de las gafas observaba a las tres personas a un tiempo, de la manera que había aprendido a hacer hacía muchos años, cuando tenía interés en observar a sus vecinos en la iglesia, en las reuniones de su madre, o en cualquier acto público en St. Mary Mead y no perderse así alguna noticia o un chisme interesante.

Mrs. Glynne dejó caer el libro que leía para mirar a la anciana con cierta sorpresa. Al parecer, le había sorprendido que miss Marple la dijera, pero no la palabra en sí.

Clotilde reaccionó de una manera diferente. Levantó la cabeza, se inclinó un poco hacia adelante y, después, miró no a miss Marple, sino en dirección a la ventana. Apretó los puños mientras permanecía inmóvil como una estatua. Miss Marple, aunque simulaba no fijarse, advirtió unas lágrimas en sus ojos que, un segundo después, corrían por sus mejillas. No hizo ningún intento de sacar un pañuelo. Miss Marple se sintió impresionada por el dolor que parecía transmitir la pobre mujer.

La única que reaccionó con viveza, excitada y casi alegre, fue Anthea.

—¿Verity? ¿Ha dicho usted Verity? ¿La conocía? No lo sabía. ¿Se refiere usted a Verity Hunt?

—¿Es un nombre de pila? —preguntó Lavinia Glynne.

—No conozco a nadie con ese nombre —respondió miss Marple—, pero me refiero a un nombre de pila. Sí. Creo que es un nombre muy poco habitual. Verity —repitió con expresión pensativa.

Dejó el ovillo de lana roja y miró a sus anfitrionas con la expresión un tanto avergonzada de quien se da cuenta de que ha cometido una grave equivocación, pero desconoce el motivo.

—Lo siento. ¿He dicho algo que no debía? Lo dije sólo...

—No, por supuesto que no —la tranquilizó Mrs. Glynne—. Verá usted, es un nombre bien conocido por nosotras, el nombre de una persona con la que tuvimos relación.

—Me ha venido a la memoria así, sin más —añadió miss Marple, con un tono de disculpa—, porque fue la pobre miss Temple quien la mencionó. Fui a verla ayer por la tarde. El profesor Wanstead me llevó al hospital. Al parecer, creía que yo sería capaz de... no sé si es la palabra correcta... despertarla. Estaba en coma y creyeron, no porque fuera amiga de ella, sino porque habíamos hablado durante el viaje, sobre todo cuando nos sentábamos juntas en el autocar, el profesor creyó que yo podría ayudarla. Mucho me temo que no fue así en absoluto. Estuve sentada en la habitación, junto a la cama. Pasó más de media hora y entonces dijo una o dos palabras, pero no parecían tener ningún sentido. Por último, cuando ya estaba a punto de marcharme, abrió los ojos y me miró, no sé si me confundió con alguna otra persona, y dijo aquella palabra: «¡Verity!» Por supuesto, se me quedó grabada porque ella murió al cabo de unas horas. Sin duda, se refería a alguna cosa o a algo que le daba vueltas por la cabeza. Claro que quizá sólo se refería a la verdad. Eso es lo que significa Verity, ¿no es así?

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