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Authors: Agatha Christie

Némesis (15 page)

BOOK: Némesis
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—La percepción de la maldad —dijo el profesor Wanstead—. Bien, si percibe usted la maldad, dígamelo. Me alegraría saberlo. No creo que yo sea capaz de percibir la maldad. Puedo percibir la enfermedad, pero no la maldad aquí arriba —Se tocó la frente.

—Creo que lo mejor será contarle cómo me metí en este asunto —manifestó miss Marple—. Mr. Rafiel, como usted ya sabe, falleció. Sus abogados me pidieron que fuera a verles y me hablaron de la propuesta. Recibí una carta del difunto en la que no explicaba nada. Después, no recibí noticias durante algún tiempo. Luego me llegó una carta de la agencia que organiza estos viajes. Decían que Mr. Rafiel había hecho una reserva a mi nombre como un regalo sorpresa. Me sentí muy sorprendida, pero lo interpreté como el primer paso de la misión. Debía participar en este viaje y, supuestamente, en algún momento recibiría alguna otra pista o indicación. No me equivoqué. Ayer, no, anteayer, cuando llegamos aquí, vino a verme una señora que vive con sus dos hermanas en una vieja casona y me hizo una invitación. Comentó que Mr. Rafiel les había escrito una carta pocos días antes de su muerte, en la que les decía que una vieja amiga suya participaba en este viaje y que si tendrían la amabilidad de invitarme a pasar dos o tres días en su casa porque a su juicio no estaba yo para andar subiendo y bajando por las colinas de esta región y, mucho menos, hasta la torre que era el punto principal de la visita de ayer.

—¿Usted lo interpretó como una indicación de lo que debía hacer?

—Por supuesto —replicó la anciana—. No podía haber otro motivo. Mr. Rafiel no era hombre que hiciera nada sin una razón o porque le preocupara el bienestar de una vieja que no puede caminar mucho. No. Él quería que fuera a esa casona.

—¿Fue usted allí? ¿Qué encontró en la casona?

—Nada. Sólo a las tres hermanas.

—¿Tres hermanas locas?

—Tendrían que haberlo sido, pero no creo que lo sean. Al menos, no lo parecen. Todavía no lo sé. Parecían personas normales. La casa la heredaron de un tío abuelo y vinieron a vivir aquí hace unos años. No gozan de una situación económica holgada, son amables y no muy interesantes. Tampoco se parecen mucho. Ninguna de ellas conocía bien a Mr. Rafiel, o al menos eso es lo que saqué en limpio.

—¿O sea que fue una estancia poco provechosa?

—Me enteré de los hechos del caso que usted me acaba de mencionar, pero no por boca de ellas, sino por una vieja criada, que comenzó a recordar cosas desde los tiempos del tío abuelo. Conocía a Mr. Rafiel sólo de nombre, pero se mostró muy elocuente en el tema del asesinato: todo comenzó con una visita del hijo de Mr. Rafiel, que era un muchacho con muy mala fama. La muchacha se había enamorado, él la había estrangulado y toda había sido una tragedia terrible. Desde luego, exageró mucho, aunque no deja de ser una historia repugnante y, según ella, la policía opinaba que el muchacho había cometido más de un crimen.

—¿Cree usted que puede tener alguna relación con las tres hermanas?

—No. Por lo visto, eran las tutoras de la muchacha y la querían muchísimo. Nada más.

—Quizá saben algo más, algo relacionado con otro hombre.

—Sí. Eso es lo que nos interesa, ¿verdad? El otro hombre, una persona brutal, alguien que no vacilaría en aplastar la cabeza de una muchacha después de asesinarla, la clase de hombre que enloquece de celos. Los hay.

—¿No ocurrió ninguna otra cosa curiosa en la casona?

—Nada importante. Una de las hermanas, creo que la más joven, hablaba constantemente del jardín. Daba la impresión de ser una gran aficionada a la jardinería, pero no debe de serlo porque no sabe ni la mitad de los nombres de las plantas. Le tendí un par de trampas y quedó claro que la jardinería no es lo suyo. Eso me recuerda...

—¿Qué le recuerda?

—Usted dirá que soy una tonta con tanto hablar de jardines y plantas, pero me refiero a que una sabe cosas del tema. Sé unas cuantas cosas de pájaros y de jardines.

—Me parece que no son los pájaros y los jardines los que la preocupan.

—Así es. ¿Se ha fijado usted en aquellas dos mujeres que nos acompañan? Miss Barrow y miss Cooke.

—Sí. Me he fijado en ellas. Un par de solteronas de mediana edad que viajan juntas.

—Efectivamente. Bueno, descubrí algo extraño en relación con miss Cooke. Ése es su nombre, ¿no? Me refiero a que ése es el nombre que aparece en la lista de pasajeros.

—¿Por qué? ¿Acaso tiene otro nombre?

—Creo que sí. Es la misma persona que me visitó... bueno, no me visitó, pero estaba al otro lado de la verja de mi jardín en St. Mary Mead, el pueblo donde vivo. Me hizo unos cuantos comentarios muy amables sobre mi jardín y hablamos del tema. Me dijo que estaba viviendo en el pueblo. Al parecer, se ocupaba de atender el jardín de alguien que había comprado una casa en una de las nuevas urbanizaciones. Pero creo, sí, creo que me contó un montón de mentiras. Otra persona que no sabía nada de jardinería. Quiso hacerse pasar por una experta, pero no era así.

—¿Por qué cree que apareció por su pueblo?

—En aquel momento no se me ocurrió ningún motivo. Dijo que se llamaba Barlett y el nombre de alguien que la había empleado que comenzaba con hache, aunque ahora no lo recuerdo. Llevaba el pelo peinado de otra manera y, además, teñido. En cuanto a sus prendas, también eran diferentes. Cuando emprendimos este viaje, no la reconocí. Sólo me pregunté por qué su rostro me resultaba conocido. Entonces, de pronto lo recordé. Me había despistado el color del pelo. Le comenté que la había visto antes. Ella admitió haber estado en mi pueblo y que tampoco me había reconocido. Todo mentira.

—¿Cuál es su opinión?

—Hay una cosa muy clara. Miss Cooke, para llamarla por el nombre que emplea ahora, fue a St. Mary Mead sólo para verme y así asegurarse de que me reconocería la próxima vez que me viera.

—¿Por qué cree que tenía que hacerlo?

—No lo sé. Hay dos posibilidades, pero una de ellas no me hace ninguna gracia.

—Creo que a mí tampoco me la haría.

Permanecieron en silencio durante un par de minutos. El profesor añadió:

—No me gusta lo que le ocurrió a Elizabeth Temple. ¿Habló con ella durante el viaje?

—Sí, hablé con ella. Cuando esté mejor volveré a hablar con ella. Podrá decirme, decirnos, cosas de la muchacha que fue asesinada. Me la mencionó. Dijo que había sido alumna de su colegio, que había estado prometida en matrimonio con el hijo de Mr. Rafiel, pero que no se casaron, que la joven había muerto. Le pregunté cómo o por qué había muerto, y me respondió con una palabra: «Amor». Interpreté que había sido un suicidio, pero se trataba de un asesinato. Un crimen cometido por celos. Otro hombre. Una persona a la que debemos encontrar. Quizá miss Temple nos diga quién era.

—¿Alguna otra posibilidad siniestra?

—Creo que necesitamos más información en general. No veo ninguna razón para pensar que ninguno de nuestros compañeros de viaje sea un personaje siniestro o que lo sean las hermanas que viven en la casona, pero una de las hermanas quizá sepa algo o recuerde algo que la muchacha o Michael dijeron en una ocasión. Clotilde se llevaba a la muchacha en sus viajes al extranjero. Por lo tanto, tal vez sepa algo que hubiera ocurrido en alguno de esos viajes, algo que la muchacha dijera, mencionara o hiciera. Tal vez algún hombre que conociera. Algo que no tenga ninguna relación con la casona. Es difícil porque, sólo a través de una conversación informal, podremos obtener alguna pista. La segunda hermana, Mrs. Glynne, se casó bastante joven y vivió durante años en la India donde estaba destinado su marido. Visitaba de vez en cuando a sus hermanas y, seguramente, llegó a conocer a la muchacha, pero no creo que sepa más que sus hermanas. No quiero decir que tal vez no sepa algunos hechos importantes relacionados con la joven muerta. La menor de las hermanas está un poco ida y no parece darse mucha cuenta de las cosas, aunque no descarto que pueda tener información sobre posibles amantes o novios, o que hubiera visto a la muchacha con algún desconocido. Por cierto, ahí va, es esa mujer que pasa ahora por delante del hotel.

Miss Marple, por muy inmersa que estuviera en la conversación, no había abandonado sus hábitos. Para ella, una calle siempre era un buen lugar de observación. De manera inconsciente se fijaba en todos los transeúntes.

—Anthea Bradbury-Scott es aquella que va cargada con el paquete. Supongo que irá a la oficina de correos. Está a la vuelta de la esquina.

—Tiene todo el aspecto de estar un poco ida —comentó el profesor Wanstead—, con todo ese pelo cano flotando al viento. Parece una Ofelia cincuentona.

—Yo también pensé en Ofelia cuando me la presentaron. Cuánto me gustaría saber cuál es mi próximo paso. No sé si quedarme aquí otro par de días o continuar con el viaje. Es como buscar una aguja en un pajar. Si metes la mano e insistes en la búsqueda, acabas encontrando algo, aunque te pinches los dedos.

Capítulo XIII
 
-
Cuadros Rojos Y Negros
1

Mrs. Sandbourne entró en el hotel cuando el grupo se sentaba a comer. Las noticias que traía no eran buenas. Miss Temple seguía inconsciente. No había esperanzas de una pronta recuperación, por lo cual no podía pensarse en trasladarla.

En cuanto acabó con su informe, Mrs. Sandbourne pasó a cuestiones prácticas. Repartió horarios de trenes para aquellos que desearan regresar a Londres y propuso planes adecuados para reanudar el viaje al día siguiente o al otro. Comunicó que había coches de alquiler para llevar a aquellos dispuestos a participar en las excursiones por las cercanías durante la tarde.

El profesor Wanstead buscó a miss Marple cuando salían del comedor.

—Quizá quiera usted descansar durante la tarde. Si no es así, la pasaré a buscar dentro de una hora. Hay una iglesia muy bonita que podría interesarle.

—Será sin duda un paseo muy agradable —comentó la anciana.

2

Miss Marple permanecía sentada muy quieta en el coche que había venido a recogerla. El profesor Wanstead había sido puntual.

—Me pareció que a usted le gustaría ver esta iglesia. El pueblo donde está es muy bonito —explicó el profesor—. No hay ninguna razón para no disfrutar de los atractivos locales.

—Es muy amable de su parte —contestó miss Marple, mirándole con una expresión un tanto desconcertada—. Muy amable —repitió—, sólo que me parece un tanto despiadado, usted ya me entiende.

—Mi querida señora, miss Temple no es una vieja amiga suya ni nada que se le parezca, aunque no deja de ser un accidente muy lamentable.

Miss Marple se dijo que el profesor era muy atento al invitar a una mujer mayor a disfrutar de los atractivos locales. Podía haber elegido a alguien más joven, más interesante y, desde luego, mucho más atractivo. Le observó con aire pensativo, mientras Wanstead miraba a través de la ventanilla.

En cuanto salieron del pueblo y circulaban por una carretera secundaria que serpenteaba por la ladera de una colina, el profesor se volvió hacia su invitada.

—Mucho me temo que dejaremos la visita a la iglesia para otro momento.

—Sí, ya lo había pensado.

—Me lo suponía.

—¿Puedo preguntar cuál es nuestro punto de destino?

—Vamos a un hospital, en Carristown.

—Ah sí, el hospital donde está ingresada miss Temple.

—Así es. Mrs. Sandbourne la visitó y me trajo una carta del médico que la atiende. Hablé con él por teléfono antes de salir.

—¿Mejora?

—No, no mejora.

—Comprendo, aunque preferiría no comprenderlo.

—Su recuperación es muy problemática porque no se puede hacer nada. Quizá no vuelva a recuperar el conocimiento. Sin embargo, puede tener algunos momentos de lucidez.

—¿Por qué me lleva usted allí? Usted sabe que no soy amiga suya. La conocí por primera vez en este viaje.

—Sí, me doy cuenta. La llevo allí porque en uno de los momentos de lucidez preguntó por usted.

—Comprendo. Me gustaría saber por qué preguntó por mí, qué le llevaría a pensar que podría serle de alguna utilidad. Es una mujer muy inteligente, una gran mujer, a su manera. Como directora de Fallowfield, ocupaba un lugar destacado en el mundo docente.

—Es el mejor colegio de señoritas del país, ¿no es así?

—Efectivamente. Ella fue quien lo convirtió en un gran centro docente. Era profesora de matemáticas, pero el término «educadora» la define mucho mejor. Sabía cuál era la verdadera vocación de sus alumnas y las estimulaba para que siguieran adelante. Por otro lado, colaboraba en una multitud de proyectos docentes. Sería algo muy triste y cruel que falleciera. Una gran pérdida. Aunque se había retirado, conservaba una gran influencia entre sus colegas. El accidente... —Miss Marple se interrumpió—. Quizá no quiera usted que hablemos del accidente.

—Creo que es el mejor momento para hacerlo. Un peñasco rodó ladera abajo. Es algo que ya había ocurrido en otras ocasiones, pero no es algo frecuente. No obstante, alguien vino a verme y me lo comentó.

—¿Alguien habló con usted del accidente? ¿Quién?

—En realidad, fueron aquellos dos jóvenes: Joanna Crawford y Emlyn Price.

—¿Qué dijeron?

—Joanna me dijo que había visto a alguien en lo alto de la colina. Ella y Emlyn subían por uno de los senderos. En el momento que doblaban un recodo, vieron con toda claridad recortada contra el cielo la silueta de un hombre o una mujer que empujaba un peñasco. Después de mucho empujar, el peñasco comenzó a rodar, al principio lentamente y, después, cada vez más rápido a medida que caía por la pendiente. Miss Temple, que caminaba por otro sendero un poco más abajo, se encontraba justo en la trayectoria del peñasco y resultó alcanzada. Si empujaron el peñasco con toda la intención de alcanzarla, no pudieron hacerlo mejor. No había muchas posibilidades de dar en el blanco, pero así fue.

—¿La figura que vieron era un hombre o una mujer?

—Lamentablemente, Joanna Crawford no lo sabe. La persona vestía pantalón y un jersey a cuadros rojos y negros. La figura desapareció de la vista casi de inmediato. Así y todo, opina que se trataba de un hombre.

—¿Usted, o ella, creen que fue un atentado deliberado contra la vida de miss Temple?

—La muchacha se inclina a pensar que fue un ataque deliberado, y su amigo comparte esa opinión.

—¿No tiene usted idea de quién pudo ser?

—Ninguna y ellos tampoco. Pudo ser alguien de nuestro grupo, alguien que aquella tarde saliera a dar un paseo, o alguien totalmente desconocido para nosotros que conociera el recorrido de la excursión y escogiera aquel lugar para atacar a uno de los pasajeros. Algún joven violento que quisiera hacer una travesura, o quizás algún enemigo de miss Temple.

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