Authors: Agatha Christie
Miss Marple hizo una pausa, cambió de posición, se puso un cojín en la espalda y continuó escribiendo.
«Debo procurar hacer un análisis lo más lógico posible de la tarea asumida. Mis instrucciones son, hasta ahora, muy poco adecuadas, mejor dicho, prácticamente inexistentes. Por lo tanto, debo plantearme una pregunta muy clara. ¿De qué trata todo esto? ¡Respuesta! ¡No lo sé! Algo curioso e interesante. Una manera muy extraña de hacer las cosas, sobre todo para un hombre como Mr. Rafiel, máxime cuando era una figura descollante en los negocios y las finanzas. Quiere que adivine, que emplee el instinto, que observe y obedezca las indicaciones que se me den o me insinúen.
«Por lo tanto, número 1: recibiré indicaciones, las indicaciones de un hombre muerto. Número 2: La justicia está involucrada en el problema. Debo enmendar una injusticia o bien vengar un mal llevándolo ante la justicia. Esto concuerda con la palabra clave Némesis que me dio Mr. Rafiel.
«Después de las explicaciones sobre el comienzo del juego, recibí la primera indicación concreta. Mr. Rafiel dispuso antes de su muerte que yo debía participar en el recorrido n° 37 de las Casas y Jardines Famosos. ¿Por qué? Esto es lo que debo preguntarme, ¿Es por alguna razón geográfica o territorial? ¿Una vinculación o una pista? ¿Alguna de las casas famosas? ¿Es algo relacionado con algún jardín o un panorama? Esto último parece poco probable. La explicación más lógica apunta a las personas o, como mínimo, a una de las personas que forman el grupo. No conozco personalmente a ninguna de ellas, pero tiene que haber una que esté vinculada con el acertijo que debo resolver. Alguien del grupo está vinculado con un asesinato. Alguien tiene información o un vínculo especial con la víctima de un crimen, o alguien es un asesino, un criminal todavía insospechado.»
Miss Marple dejó de escribir. Asintió complacida por el análisis hecho. Ahora tocaba irse a la cama. La anciana escribió una última frase:
«Aquí acaba el primer día.»
A la mañana siguiente visitaron una pequeña mansión estilo Queen Anne. El viaje no fue muy largo ni fatigoso. Era una casa encantadora con una historia muy interesante y un jardín muy hermoso.
Richard Jameson, el arquitecto, mostró su admiración por la belleza estructural de la casa y, siendo como era uno de esos jóvenes enamorados de su voz, se detuvo en casi todas las habitaciones para señalar hasta las más mínimos detalles y ofrecer fechas y referencias históricas. Algunos de los miembros del grupo, hartos de la monótona conferencia, comenzaron a retrasarse. El cicerone local tampoco parecía satisfecho al ver sus funciones usurpadas por uno de los visitantes. Hizo varios intentos para poner las cosas en orden, pero no había manera de hacer callar a Mr. Jameson. El guía lo probó por última vez.
—Esta habitación, damas y caballeros, es la Sala Blanca, así llamada por la gente, y fue aquí donde encontraron el cadáver. Se trataba de un joven, apuñalado con una daga, que yacía sobre la alfombra. Ocurrió allá por el mil setecientos y pico. Dijeron que era el amante de lady Moffat. Entró por una pequeña puerta lateral y subió por una escalera muy empinada que comunica con esta habitación por un panel secreto que se encuentra a la izquierda de la chimenea. Sir Richard Moffat, el marido, se encontraba en los Países Bajos, pero, al parecer, regresó inesperadamente y sorprendió a los amantes.
Hizo una pausa, orgulloso al ver la respuesta de su público, que agradecía un respiro de tantos detalles arquitectónicos que le habían hecho tragar.
—¿No es terriblemente romántico, Henry? —preguntó Mrs. Butler con su resonante acento transatlántico—. Desde luego que en esta habitación se nota algo especial. Yo lo percibo.
—Mamá es muy sensible a las atmósferas —afirmó el marido para conocimiento de todos quienes le rodeaban—. Recuerdo que en una ocasión, mientras visitábamos una casa muy antigua en Louisiana...
La narración sobre la sensibilidad extrema de Mamie se puso en marcha, y miss Marple, junto con dos o tres más, aprovecharon para salir discretamente de la habitación y bajar a la planta baja por unas escaleras bellamente decoradas.
—Una amiga mía —le comentó miss Marple a miss Cooke y a miss Barrow que la acompañaban— vivió una experiencia escalofriante hace unos pocos años. Una mañana encontraron un cadáver en su biblioteca.
—¿Alguien de la familia? —preguntó miss Barrow—. ¿Un ataque epiléptico?
—Oh, no, era un asesinato. Una muchacha desconocida con un vestido de noche. Rubia, pero teñida. En realidad, era morena y... oh... —Miss Marple se interrumpió con la mirada fija en el mechón de pelo rubio que asomaba por debajo del pañuelo que miss Cooke llevaba en la cabeza.
Lo había recordado bruscamente. Sabía por qué el rostro de miss Cooke le había resultado conocido y también sabía dónde lo había visto antes. Pero, en aquella ocasión, el pelo de miss Cooke mostraba un color oscuro, casi negro, y ahora era de un tono amarillo brillante.
Mrs. Riseley-Porter apareció en aquel instante. Acabó de bajar las escaleras y se abrió paso hacia ellas, en dirección a la salida mientras comentaba:
—Estoy harta de subir y bajar escaleras, y estar de pie en todas las habitaciones resulta agotador. Creo que el jardín, aunque no es muy grande, es realmente muy bonito. Les sugiero que vayamos a verlo sin más pérdida de tiempo. No creo que tarde mucho en nublarse. Tendremos lluvia antes de que se acabe la mañana.
La autoridad con la que Mrs. Riseley-Porter hacía sus comentarios tuvo un efecto inmediato. Todos aquellos que la oyeron la siguieron obedientes a través de los ventanales del comedor para ir al jardín. La buena señora no les había mentido y, acompañada por el coronel Walker, encabezó la marcha. Algunos los acompañaron y otros tomaron por senderos que iban en la dirección opuesta.
Miss Marple no perdió ni un segundo en encaminar sus pasos hacia un banco que, además del mérito artístico, prometía ser muy cómodo. Se sentó complacida y otro suspiro de satisfacción acompañó al suyo cuando miss Elizabeth Temple, que la había seguido, se sentó a su lado.
—Visitar casas siempre es cansado —manifestó miss Temple—. Es lo más agotador que te puedas imaginar y se hace insoportable si encima tienes que aguantar una conferencia en cada habitación.
—Todo lo que nos han dicho es muy interesante —opinó miss Marple con un tono de duda.
—¿Usted cree? —replicó miss Temple. Volvió la cabeza por un momento y cruzó una mirada con la anciana. Algo pasó entre las dos mujeres, una especie de mirada de comprensión mezclada con sorna.
—¿Usted no? —preguntó miss Marple.
—No.
Esta vez la comprensión quedó establecida definitivamente. Permanecieron un rato en amable silencio. Después, Elizabeth Temple comenzó a hablar de jardines y de este jardín en particular.
—Lo diseñó Holman entre 1798 y 1800. Murió joven. Una verdadera lástima. Era un genio.
—Es tan triste cuando alguien muere joven.
—No lo sé —señaló miss Temple con un tono reflexivo.
—Se pierden tantas cosas.
—O se evitan muchas.
—Vieja como soy ahora —dijo miss Marple—, supongo que no puedo evitar sentir que una muerte prematura significa perderse cosas.
—En cambio yo que he pasado casi toda mi vida entre jóvenes, miro la vida como un período completo en sí mismo. Como dijo T.S. Elliot: «El momento de la rosa y el momento del tejo duran lo mismo.»
—Comprendo lo que quiere decir. Una vida, con independencia de su duración, es una experiencia completa. Pero, no... —miss Marple vaciló—... ¿no cree usted que la vida puede ser incompleta si es demasiado corta?
—Sí, así es.
—Qué bonitas son las peonías —añadió miss Marple, contemplando las flores—. Parecen tan orgullosas y al mismo tiempo tan hermosas y frágiles.
—¿Ha venido en este viaje para ver las casas o los jardines? —preguntó miss Temple.
—Supongo que a ver casas. Disfrutaré mucho con los jardines pero las casas serán una experiencia nueva para mí. La variedad y la historia, los preciosos mobiliarios antiguos y los cuadros. Un bondadoso amigo me obsequió con este viaje. Le estoy muy agradecida. No he visto muchas mansiones famosas en mi vida.
—Un bonito regalo.
—¿Participa usted con frecuencia en estos recorridos turísticos?
—No. Para mí no es exactamente un recorrido turístico.
Miss Marple la miró interesada. Abrió la boca, pero consiguió evitar la pregunta. Miss Temple le sonrió.
—Se pregunta usted por qué estoy aquí, cuáles son mis motivos. ¿No quiere usted adivinar?
—No me gustaría hacerlo.
—Sí, por favor, hágalo —Elizabeth Temple habló con cierta urgencia—. Me interesa, sí, me interesa de verdad. Adivine.
Miss Marple permaneció en silencio durante unos instantes. Sus ojos miraban a Elizabeth Temple con firmeza, mientras meditaba la respuesta.
—Lo que diré no es por lo que sé de usted o lo que me han dicho de usted. Sé que es una persona de prestigio y que su colegio goza de una gran fama. No, sólo estoy adivinando a partir de lo que veo. Yo diría que es una peregrina. Tiene todo el aspecto de alguien que hace una peregrinación.
Se produjo una larga pausa, hasta que Elizabeth acabó confirmando:
—Eso lo describe muy bien. Sí, hago una peregrinación.
—El amigo que me envió a este viaje y pagó todos los gastos está muerto. Se llamaba Mr. Rafiel, un hombre muy rico. ¿Tuvo usted ocasión de conocerlo?
—¿Amos Rafiel? Lo conocí de nombre, por supuesto. Nunca traté con él en persona ni me lo presentaron. En una ocasión, entregó una gran suma a un proyecto educativo del que yo formaba parte. Me sentí muy agradecida. Como usted dice, era un hombre muy rico. Leí la noticia de su muerte hace unas semanas. ¿Era un viejo amigo suyo?
—No. Lo conocí hace poco más de un año en un viaje a las Antillas. Nunca supe gran cosa de él, de su vida, de su familia o de sus amigos. Era un gran financiero y un hombre que guardaba celosamente su vida privada. ¿Conocía usted a su familia o a alguien...? —Miss Marple hizo una pausa—. A menudo me lo he preguntado, pero no me gusta hacer preguntas ni parecer una curiosa.
—Una vez conocí a una muchacha —manifestó miss Temple—, una joven que fue alumna de Fallowfield, mi colegio. No era pariente de Mr. Rafiel, pero en una ocasión estuvo prometida con el hijo de Mr. Rafiel.
—Pero, ¿no se casó con su prometido?
—No.
—¿Por qué no?
—Quisiera poder decir..., me gustaría decir que fue porque tenía un gran sentido común. Él no era la clase de joven con quien te gustaría ver casada a alguien que aprecias. Ella era una muchacha encantadora y muy dulce. No sé por qué no se casaron. Nunca nadie me lo dijo —Exhaló un suspiro—. En cualquier, caso, ella murió.
—¿Por qué murió?
Elizabeth Temple contempló las peonías durante unos minutos. Cuando respondió, la respuesta consistió en una sola palabra, y sonó como el tañido de una campana.
—¡Amor!
—¿Amor? —repitió miss Marple con un tono agudo.
—Una de las palabras más escalofriantes que existen en este mundo. Amor —dijo con voz amarga.
Miss Marple decidió saltarse la visita de la tarde. Comentó que estaba un tanto cansada y que lo mejor sería no ir a visitar una antigua iglesia que tenía unos magníficos vitrales del siglo XIV. Descansaría un par de horas y se reuniría más tarde con los demás en el salón de té que había en la calle principal. La guía dijo que le parecía algo muy razonable.
La anciana se instaló en un banco que había delante del salón de té y reflexionó sobre lo que pensaba hacer a continuación y si sería prudente hacerlo.
Cuando se presentaron los demás, no le costó nada compartir mesa con miss Cooke y miss Barrow. La cuarta silla la ocupó Mr. Caspar, pero a miss Marple no le molestó su presencia porque su escaso dominio del inglés evitaría que se enterara de gran parte de la conversación. Probó una pasta y luego se encaró con miss Cooke.
—Sabe usted, estoy muy segura de que nos hemos visto antes. No he dejado de preguntarme cuándo fue, pero me cuesta un poco recordar las caras, pero estoy convencida de que tengo razón.
Miss Cooke mostró una expresión amable pero dubitativa. Miró a su amiga miss Barrow. Lo mismo hizo la anciana. Miss Barrow no manifestó ninguna intención de aclarar el misterio.
—No sé si alguna vez estuvo usted en la zona donde vivo —añadió miss Marple—. Tengo mi casa en St. Mary Mead. Un pueblo muy pequeño. Bueno, ahora no tanto porque están construyendo muchas casas como en todas partes. No está muy lejos de Much Benham y sólo a doce millas de la costa en Loomouth.
—Ah, deje que haga memoria —replicó miss Cooke—. Conozco Loomouth bastante bien y quizá...
Miss Marple la interrumpió con una exclamación de placer.
—¡Por supuesto, ya lo tengo! Estaba yo un día en mi jardín y usted habló conmigo cuando pasaba por el sendero junto a mi casa. Usted me comentó que se alojaba en el pueblo con una amiga.
—Claro, claro, qué tonta soy —dijo miss Cooke—. Ahora lo recuerdo. Hablamos de lo difícil que resultaba encontrar a un jardinero de verdad, alguien dispuesto a trabajar.
—Así es. Usted no vivía allí. Estaba en casa de alguien.
—Sí, estaba con... con.... —Miss Cooke vaciló un momento con el aire de quien no se acuerda de un nombre.
—¿No era Mrs. Sutherland? —sugirió miss Marple.
—No, no, era... Mrs...
—Hastings —afirmó miss Barrow mientras se servía un trozo de tarta de chocolate.
—Ah, sí, en una de las casas nuevas —señaló miss Marple.
—Hastings —intercaló Mr. Caspar inesperadamente. En su rostro apareció una expresión de alegría—. He visitado Hastings y también Eastbourne. Todo muy bonito. Junto al mar.
—Vaya coincidencia, ¿no? —añadió la anciana—, volver a encontrarnos tan pronto. El mundo es un pañuelo, ¿verdad?
—A todas nos gustan tanto los jardines —comentó miss Cooke con un tono vago.
—Las flores son muy bonitas —dijo Mr. Caspar con otra sonrisa—. Me encantan las flores.
—Hay muchas variedades a cual más hermosa —apuntó miss Cooke.
Miss Marple continuó hablando de jardinería con la fluidez de una experta. Miss Cooke respondió adecuadamente. Miss Barrow hacía alguna aportación de vez en cuando. Mr. Caspar permaneció en silencio.