—No tiene más que pedirlos.
—Muy bien. Regresaré a mi nave y pediré al consejero Wessilewsky que se una a mi misión.
Lucky estrechó brevemente la mano al capitán, que ahora le miraba como a un sincero amigo, y, seguido del consejero Wessilewsky, se internó por el tubo internaves que comunicaba la almiranta con la Shooting Starr.
El tubo internaves estaba desplegado casi en toda su longitud, y tardaron varios minutos en recorrerlo. El tubo carecía de aire; pero los dos consejeros pudieron mantener los trajes espaciales en contacto sin ninguna dificultad, y las ondas sonoras viajarían por el metal para emerger un poco cortadas pero suficientemente claras. Además, no hay ninguna comunicación más reservada que las ondas sonoras, a distancia corta; de modo que Lucky pudo hablar brevemente a su compañero por el tubo de aire.
Finalmente, cambiando un poco de tema, Wess habló:
—Escucha, Lucky, si los sirianos tratan de armar camorra, ¿cómo te dejaron marchar? ¿Por qué no te hostigaron hasta obligarte a dar media vuelta y luchar?
—A este respecto, Wess, escucha la grabación de lo que me anunció la nave siriana. Las palabras tenían cierta rigidez; no lograban dar la expresión de verdadero daño, sólo representaban una presa magnética. Estoy convencido de que se trataba de una nave pilotada por robots.
—¡Robots! —Wess abrió unos ojos como naranjas.
—Sí. Juzga por tu propia reacción cuál sería la de la Tierra si esta especulación se divulgase.
Los terrestres tienen un miedo ilógico a los robots. La realidad es que aquellas naves pilotadas por robots no habrían podido causar ningún daño a una tripulada por un hombre.
La Primera Ley de la Robótica (la de que ningún robot puede lesionar a ningún ser humano) lo habría impedido. Por lo cual, precisamente, el peligro era mayor todavía. Si yo hubiese atacado, como ellos esperaban probablemente que hiciera, los sirianos habrían insistido en que había perpetrado un ataque asesino y no provocado contra unos navíos indefensos. Y los mundos exteriores valoran lo referente a los robots de modo distinto a como lo hace la Tierra. No, Wess, lo único que podía hacer para fastidiarles era marcharme, y lo hice.
Con estas palabras habían llegado al cierre de aire de la Shooting Starr.
Bigman los aguardaba. Su rostro se vistió de la acostumbrada sonrisa de alivio de cuando se reunía de nuevo con Lucky.
—¡Eh! —exclamó—. ¿No sabes? Al fin y al cabo todavía no has salido del tubo internaves y... ¿Qué hace Wess aquí?
—Irá con nosotros, Bigman.
El pequeño marciano parecía molesto.
—¿Para qué? La nave que tenemos es para dos personas.
—Nos las arreglaremos para albergar a un invitado, temporalmente. Y ahora será mejor que nos pongamos a obtener energía de las otras naves y a recibir equipo por el tubo de aire.
Luego nos prepararemos para salir disparados al instante.
Lucky hablaba con voz firme; había cambiado de tema sin lugar a réplicas. Bigman le conocía demasiado para discutir.
—Sin duda —murmuró. Y se metió en el cuarto de máquinas después de mirar al consejero Wessilewsky con expresión hostil y ceño fruncido.
—¿Qué diablos le pasa? —preguntó Wess—. No he mencionado su estatura ni por casualidad.
—Bueno, hay que comprender a nuestro hombrecito —comentó Lucky—. Oficialmente no es consejero, aunque sí lo es a todos los efectos prácticos. Y él es el único que no se da cuenta. Sea como fuere, se figura que siendo tú otro consejero, haremos cabildo aparte tú y yo, y le dejaremos a un lado, sin dejarle participar en nuestros secretillos.
—Comprendo —aseguró Wess con un signo afirmativo—. ¿Recomiendas entonces que le digamos... ?
—No. —Lucky destacó la negación con acento blanco, pero marcado—. Yo le explicaré lo que haya que explicar. Tú no digas nada.
En ese momento, Bigman penetró de nuevo en el cuarto del piloto y anunció:
—La nave está absorbiendo toda la energía. —Luego paseó la mirada de uno a otro y refunfuñó—: Vaya, lamento interrumpir. ¿Debo salir de la nave, caballeros?
Lucky replicó:
—Primero tendrás que derribarme a puñetazos, Bigman.
Este hizo unos rápidos movimientos de esgrima y chilló.
—Oh, chico, ¡qué tarea tan difícil! ¿Crees que un puñado más de grasa apisonada sirve para algo?
Con la velocidad del rayo esquivó el brazo de Lucky, que se había disparado hacia él, acompañado de una carcajada, se acercó al pretendido antagonista y sus puños aterrizaron en un uno-dos sobre el estómago y el hígado de su amigo.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó éste. Bigman retrocedió con un paso de danza pugilística.
—He retenido el golpe porque no quería que el consejero Conway me reprendiera por haberte lastimado.
—Gracias —dijo Lucky, riendo—. Ahora, escucha. Tienes que calcularme una órbita y enviarla al capitán Bernold.
—¡No faltaba más! —Ahora Bigman parecía perfectamente tranquilo, desvanecido todo asomo de rencor.
—Escucha, Lucky —solicitó Wess—, me fastidia el papel de aguafiestas, pero no estamos muy lejos de Saturno. Me parece que en estos momentos los sirianos nos han localizado, nos siguen con los instrumentos y saben exactamente dónde estamos, cuándo partiremos y adónde iremos.
—También yo lo creo, Wess.
—Bueno, pues, ¿cómo, ¡por el Espacio!, abandonaremos la escuadrilla y nos dirigiremos nuevamente hacia Saturno sin que nuestros amigos sepan exactamente dónde estamos y nos localicen demasiado lejos del Sistema para lograr nuestros propósitos?
—Buena pregunta. Yo estaba pensando si imaginarías cómo. Y si no lo imaginabas, estaba razonablemente seguro de que tampoco los sirianos habían de imaginarlo; aparte de que ellos no conocen los detalles de nuestro Sistema tan a la perfección como nosotros.
Wess se arrellanó en su silla de piloto.
—No lo guardes como un misterio, Lucky.
—Es perfectamente sencillo. Todas las naves, incluida la nuestra, salen disparadas en apretada formación, de modo que, considerando la distancia entre los sirianos y nosotros, nos registrarán como una sola mancha en sus detectores de masas. Nosotros conservaremos la formación, volando casi en la órbita mínima hacia la Tierra, aunque lo bastante alejados de la trayectoria normal para acercarnos razonablemente al asteroide Hidalgo, que ahora se mueve hacia su afelio.
—¿Hidalgo?
—Vamos, Wess, tú lo conoces. Es un asteroide perfectamente legítimo y conocido desde los días primitivos, anteriores a los viajes espaciales. Pero lo interesante de ese cuerpo es que no permanece en el cinturón de los asteroides. Cuando se encuentra más cerca del Sol se interna hasta llegar tan próximo como la órbita de Marte; pero en su punto más alejado se aparta hasta la distancia de la de Saturno. Pues bien, cuando pasemos cerca de Hidalgo, el asteroide se registrará también en las pantallas de detección de masas de los sirianos, y por la potencia con que se hará notar, comprenderán que se trata de un asteroide. Luego localizarán la masa de nuestras naves, dejando atrás a Hidalgo y en dirección a la Tierra, y no detectarán el descenso de menos de un diez por ciento de la masa de las naves que se producirá cuando la Shooting Starr dé la vuelta y se aleje del Sol a la sombra de Hidalgo. El camino de Hidalgo no apunta directamente hacia la posición actual de Saturno, ni mucho menos; pero después de dos días de navegar a la sombra del asteroide, podremos apartarnos señaladamente de la eclíptica, en dirección a Saturno, confiando no haber sido detectados.
Wess enarcó las cejas.
—Espero que salga bien, Lucky.
Veía perfectamente la estrategia de tal maniobra. Las rutas de todos los planetas así como de los vuelos espaciales comerciales estaban en la eclíptica. En la práctica, uno casi nunca buscaba nada muy por encima o muy por debajo de dicha zona. Era lógico suponer que una nave espacial que se moviera en la órbita recién planeada por Lucky escaparía a la vigilancia de los instrumentos sirianos. A pesar de lo cual el rostro de Wess conservaba la expresión de incertidumbre.
Lucky inquirió:
—¿Crees que lo conseguiremos?
—Puede que lo consigamos —le respondió Wess—. Y aun en el caso de que regresemos..., Lucky, estoy con vosotros y desempeñaré el papel que me corresponde; pero deja que diga una cosa una sola vez y te prometo no repetirla nunca más. ¡Creo que es lo mismo que si ya hubiéramos perecido!.
De modo que la Shooting Starr cruzó por el costado de Hidalgo y luego se alejó en su vuelo más allá de la eclíptica para subir de nuevo hacia las regiones polares meridionales del segundo planeta, en volumen, del Sistema Solar.
Lucky y Bigman no habían permanecido tantas horas seguidas en el espacio, en toda su historia, todavía corta, de aventuras por dicho elemento. Hacía cerca de un mes que habían salido de la Tierra. No obstante, la burbujita de aire y calor que era la Shooting Starr constituía un trocito de Tierra que podía mantenerse a sí mismo por un período de tiempo casi indefinido.
Su suministro de energía, elevado al máximo por la donación de las otras naves, duraría cerca de un año, exceptuando una batalla en toda escala. El aire y el agua, recirculados por los tanques de algas, durarían toda una vida. Las algas, además, constituían una reserva alimenticia en caso de que los concentrados, más ortodoxos, que traían se agotaran.
Era la presencia del tercer hombre la que producía la única verdadera incomodidad. Tal como Bigman había hecho notar, la Shooting Starr había sido construida para dos personas.
Su desacostumbrada concentración de potencia, velocidad y armamentos había sido posible, en parte, por la inusitada economía del espacio reservado a los tripulantes. Por ello había que establecer turnos para dormir sobre una colcha en el cuarto del piloto.
Lucky puntualizó que las incomodidades que sufrieran quedaban compensadas por el hecho de que ahora se podía establecer turnos de cuatro horas en los mandos, en lugar de los acostumbrados de seis horas.
A lo cual, Bigman replicó acaloradamente:
—Claro, y cuando trato de dormir en esa maldita manta y el cara redonda de Wess está en los mandos, me envía al rostro, directamente, todas las luces de señales.
—En cada guardia, compruebo dos veces las diversas señales de emergencia para asegurarme de que funcionan bien —explicó pacientemente Wess—. Así está ordenado.
—Y silba continuamente entre dientes —añadió Bigman—. Mira, Lucky, si me vuelve a obsequiar con el estribillo de Mi dulce Afrodita de Venus... (bastará con una sola vez) me levanto, le corto los brazos a mitad de distancia entre los hombros y los codos, y luego le mato de la paliza que le doy con ellos.
—Wess, abstente de silbar estribillos —solicitó suavemente Lucky—. Si Bigman se ve obligado a castigarte, llenará de sangre toda la cabina del piloto.
Bigman no dijo nada; pero la próxima vez que estuvo en los mandos, con Wess dormido sobre la manta y roncando musicalmente, se las arregló para pisar los dedos de la mano extendida de Wess, al ir a sentarse en el taburete del piloto.
—¡Arenas de Marte! —exclamó, levantando ambas manos, palmas al frente, y haciendo rodar los ojos, después del repentino aullido de tigre del otro—. De verdad que me ha parecido notar algo bajo mis pesadas botas marcianas. Vaya, vaya, Wess, ¿eran tus pulgarcitos?
—Será mejor que en adelante permanezcas siempre despierto —chilló Wess enfurecido de dolor—. Porque si te duermes mientras yo esté en el cuarto de control, so rata de arena marciana, te aplastaré como a una cucaracha.
—¡Oh, qué miedo me das! —exclamó Bigman, simulando un paroxismo de llanto que sacó, fatigadamente, a Lucky de su camastro.
—Escuchad —ordenó—, al primero de los dos que vuelva a despertarme, le hago viajar en la estela de la Shooting, cogido a la punta de un cable, todo el resto de la travesía.
Pero cuando Saturno y sus anillos quedaron a la vista, y cercanos, los tres estaban en el cuarto del piloto, mirando. Hasta visto según la perspectiva acostumbrada, desde un enfoque ecuatorial, Saturno brindaba el panorama más bello del Sistema Solar, y desde un enfoque polar...
—Si recuerdo bien —aseguró Lucky—, el viaje de exploración de Hogg sólo tocó este Sistema en Japetus y Titán, de modo que Hogg sólo vio Saturno desde un enfoque ecuatorial. A menos que los sirianos hayan logrado resultados distintos, nosotros somos los primeros seres humanos que ven a Saturno tan cerca, desde esta dirección.
Lo mismo que en el caso de Júpiter, la suave luz amarilla de la «superficie» de Saturno era en realidad la del Sol, reflejada por las capas superiores de una atmósfera turbulenta, que tenía mil seiscientos kilómetros de espesor, o más. Y, también lo mismo que en el caso de Júpiter, las alteraciones atmosféricas se manifestaban en forma de zonas de colores variables. Aunque dichas zonas no tenían la forma de franjas que solían aparentar desde el enfoque ecuatorial acostumbrado, sino que formaban círculos concéntricos color marrón claro, amarillo más diluido y verde pastel alrededor del polo de Saturno, que actuaba de centro.
Pero hasta éste que daba apagado y reducido a la nada comparado con los anillos. A la distancia a que se encontraban ahora, se estiraban en una amplitud de veinticinco grados, que comprendía cincuenta veces la anchura de la fase de luna llena. El borde interno de los anillos estaba separado del planeta por un espacio de cuarenta y cinco minutos de arco en el que había sitio para retener cualquier objeto del tamaño de la luna llena tan desahogadamente como para permitirle trepidar.
Los anillos circundaban Saturno, sin tocarlo por ninguna parte, vistos desde el punto en que se hallaba la Shooting Starr. Eran visibles en casi los tres quintos de su círculo, y el resto quedaba escondido, disimulado notablemente por la sombra del planeta. A cosa de unos tres cuartos de la distancia hasta el borde externo del anillo se encontraba la brecha negra conocida por «división de Cassini». Tenía unos quince minutos de anchura; era una espesa cinta de oscuridad que dividía los anillos en dos pistas de luz de anchura desigual. Dentro del borde interior de los anillos había un reguero de puntos que brillaban, pero no formaban una blancura continua. Era el llamado «anillo de crespón».
El área total expuesta por los anillos era ocho veces mayor que la del globo de Saturno.