Las palabras se apagaban; luego volvían. Reinaba un silencio absoluto, salvo por el leve zumbido del registrador que iba recogiendo permanentemente lo que le llegase, fuera lo que fuera.
—... no... va... acá... —Hubo una larga pausa mientras Bigman luchaba furiosamente con sus detectores—, sobre mi pista... no me los puedo quitar de encima... se termino y debo transmitir... anillos... en orb... norm... ya aterri... mantenerse o... siguen... coordinado dice así...
La comunicación se interrumpió repentina y definitivamente en este punto exacto. Termino todo: la voz, las interferencias, todo.
—¡Arenas de Marte, algo ha estallado! —gritaba Bigman.
—Aquí nada —replico Lucky—. Ha sido la Net of Space.
Había visto el fenómeno dos segundos después de haber cesado la transmisión, que, siendo subetérea se producía a una velocidad virtualmente infinita. La luz que vio por medio de la pantalla visora viajaba solamente a 300.000 kilómetros por segundo.
La imagen visual del fenómeno tardo dos segundos en llegar a Lucky. Este vio que el extremo trasero de la Net of Space despedía un resplandor rojo cereza, luego se abría y dispersaba en una flor de metal fundido.
Bigman presencio el final del fenómeno, y él y Lucky miraron en silencio hasta que la radiación amortiguo el espectáculo. Lucky meneaba la cabeza.
—A esa proximidad de los anillos, aunque uno esté fuera de la masa principal de los mismos, el espacio va mas que servido de material en movimiento. Quizás ya no le quedara energía para alejar la nave de uno de esos pedazos. O acaso convergieran dos trozos sobre él, desde direcciones ligeramente distintas. En todo caso, era un hombre valiente y un enemigo inteligente.
—No lo entiendo, Lucky. ¿Que se proponía?
—¿No lo ves aun? Si bien le importaba mucho no caer en nuestras manos, no le importaba tanto como para morir. Yo tendría que haberlo comprendido antes. La tarea más importante que el tenía que realizar era la de hacer llegar a Sirio la información que había robado y guardaba en su poder. No ha querido arriesgarse a utilizar la transmisión subetérea para transmitir los millares de palabras de información que debía de llevar... habiendo unas naves que le perseguían y, posiblemente, captaban su rayo. Había de restringir su mensaje a lo más esencial y breve y cuidar de que la cápsula fuese a parar a manos, real y materialmente, de los sirianos.
—¿Cómo ha podido lograrlo?
—Lo que hemos captado de su mensaje contiene la «orb», probablemente por «órbita» y «ya aterri» significando «ya aterrizado».
Bigman cogió a Lucky por los antebrazos. Sus pequeños dedos se clavaban con fuerza en las vigorosas muñecas del otro.
—Ha dejado la cápsula en los anillos, ¿no es eso, Lucky? Será una gravilla mas entre los miles de millones que hay, como... una piedrecita en la Luna... o una gota de agua en un océano.
—O como —continuó Lucky—, una gravilla en los anillos de Saturno, que es lo peor de todo. Por supuesto, ha quedado destruido antes de poder dar las coordenadas de la órbita que había elegido para la cápsula, de modo que los sirianos y nosotros empezamos en igualdad de condiciones; y conviene que saquemos el mejor partido posible de la circunstancia, sin esperar a después.
—¿Que empecemos a mirar? ¿Ahora?
—¡Ahora! Si estaba dispuesto a dar las coordenadas sabiendo que yo le perseguía con sana, debía de saber también que los sirianos estaban muy cerca... Ponte en contacto con las naves, Bigman, y dales la noticia.
Bigman se volvió hacia el transmisor, pero no llego a tocarlo. El botón de recepción brillaba a causa de las ondas de radio interceptadas. ¡Radio! ¡Comunicación etérea ordinaria!
Evidentemente había alguien muy cerca (dentro del sistema saturniano, sin lugar a dudas) y, además, ese alguien no sentía el menor deseo de permanecer en secreto, puesto que un rayo de radio, a diferencia de la comunicación subetérea, se captaba y descifraba sin la menor dificultad.
Lucky entorno los ojos.
—Recibamos, Bigman.
La voz llego con aquel rastro de acento, aquel ensanchar las vocales y afinar las consonantes. Era una voz siriana. Decía:
—... eis antes de que nos veamos obligados a colocar un arpón sobre vosotros y guardaros en custodia. Os concedemos catorce minutos para confirmar que habéis recibido el mensaje.
—Hubo un minuto de pausa—. Por la autoridad del Cuerpo Central, se os ordena que os identifiquéis antes de que nos veamos obligados a colocar un arpón sobre vosotros y guardaros en custodia. Tenéis trece minutos para confirmar que habéis recibido el mensaje.
Lucky contesto fríamente:
—Hemos recibido el mensaje. Esta es la Shooting Starr, de la Federación Terrestre, navegando pacíficamente por la esfera espacial. En estos espacios no existe otra autoridad que la de la Federación, Hubo un par de segundos de silencio (las ondas de radio corren a la velocidad de la luz solamente) y la voz replico:
—La autoridad de la Federación Terrestre no se reconoce en un mundo colonizado por gente siriana.
—¿Qué mundo es ese? —pregunto Lucky.
—Se ha tomado posesión del sistema saturniano deshabitado en nombre de nuestro Gobierno bajo la Ley Interestelar que otorga cualquier mundo deshabitado a quienes lo colonicen.
—No cualquier mundo deshabitado. Cualquier sistema estelar deshabitado.
No hubo respuesta. La voz agrego estólidamente:
—Ahora estáis dentro del sistema saturniano y se os conmina a salir de él inmediatamente.
Todo retraso en acelerar hacia el exterior motivara que os cojamos en custodia. A partir de este momento, toda nave de la Federación Terrestre que entre en nuestro territorio quedara retenida en custodia sin nuevo aviso. Dentro de ocho minutos tendréis que haber empezado a acelerar para la salida. De lo contrario, entraremos en acción.
Con el rostro contraído con maligno regocijo, Bigman susurró:
—Entremos y peleemos con ellos, Lucky. Demostrémosles que la vieja Shooting Star sabe luchar.
Pero Lucky no le hizo caso, y contesto por el transmisor:
—Vuestro comentario queda anotado. Nosotros no aceptamos la autoridad de Sirio; pero decidimos marcharnos, por nuestra libre voluntad, y nos disponemos a salir. —Y cerro el contacto.
Bigman estaba espantado.
—¡Arenas de Marte, Lucky! ¿Vamos a huir de un puñado de sirianos ¿Vamos a dejar esa cápsula en los anillos de Saturno para que los sirianos la recojan?
—Por el momento, Bigman, tenemos que dejarla —respondió Lucky. Había inclinado la cabeza y tenía la cara pálida y tensa; pero había algo en sus ojos que no denotaba al hombre que retrocede. Cualquier cosa menos eso.
El oficial de mayor categoría del escuadrón perseguidor (sin contar al consejero Wessilewsky, por supuesto) era el capitán Myron Bernold. Era un «tres estrellas», y además de que no había cumplido aún los cincuenta, tenía el físico de un hombre diez años más joven. El cabello se le volvía canoso; pero las cejas conservaban el negro primitivo y la barba le azuleaba debajo del afeitado mentón. En este momento miraba a Lucky Starr, mucho más joven que él, sin disimular su desprecio.
—¿Y se han marchado ustedes?
La Shooting Starr, que había puesto rumbo hacia el interior del Sistema, en dirección al Sol nuevamente, encontró las naves del escuadrón a mitad de camino aproximadamente entre las orbitas de Júpiter y Saturno. Lucky había subido a la nave almiranta. Y ahora contestaba tranquilamente:
—Hice lo que era preciso hacer.
—Cuando el enemigo ha invadido el Sistema que es nuestra patria, jamás puede ser preciso retirarse. Acaso os hubieran hecho estallar en mitad del espacio; pero habríais tenido tiempo para avisarnos, y nosotros habríamos estado allí para sustituiros.
—¿Con cuánta energía restante en vuestras unidades de micropila, capitán? El capitán se sonrojó:
—Tampoco importaría que a nosotros nos hubieran lanzado fuera del espacio. No habrían podido hacerlo antes de que hubiésemos dado la alerta a la base.
—¿E iniciado una guerra?
—Son ellos los que han iniciado la guerra. Los sirianos... Ahora pienso lanzarme sobre Saturno y atacar.
La gallarda figura de Lucky se puso tiesa. Era más alto que el capitán, y sufría mirada no se desvió ni un instante.
—Como consejero de pleno derecho del Consejo de Ciencias, capitán, le supero en jerarquía, y usted lo sabe. No daré la orden de atacar. La que le doy a usted es la de regresar a la Tierra.
—Antes me... —El capitán luchaba visiblemente con su mal genio. Cerró los puños y musitó con voz ahogada—: ¿Puedo preguntar el motivo de esta orden, señor? —Y acentuó las sílabas del tratamiento con pesada ironía.
—Si quiere saber mis razones, capitán —respondió Lucky—, siéntese y se las daré. Y no me diga que la flota no retrocede. Retroceder es parte de las maniobras de una guerra, y el comandante que prefiera que le destruyan las naves antes que retroceder no sirve para el mando. Pienso que no es usted quien habla, sino la cólera que le domina. Vamos, capitán, ¿estamos en condiciones de desencadenar una guerra?
—Le digo que ellos la han empezado ya. Han invadido la Federación Terrestre.
—No es así, exactamente. Han habitado un mundo que no lo estaba. Lo malo, capitán, es que el Salto por el hiperespacio ha hecho que fuese tan fácil viajar hacia las estrellas, que los hombres hemos colonizado los planetas de otras estrellas antes de colonizar las porciones remotas de nuestro propio Sistema Solar.
—Los terrestres han aterrizado en Titán. El año...
—Estoy enterado del vuelo de James Francis Hogg. Aterrizó, además, en Oberón del sistema uraniano. Pero aquello fue una exploración, meramente, no una colonización. El sistema saturniano continuó vacío, y un mundo deshabitado pertenece al primero que lo coloniza.
—Siempre que —puntualizó el capitán en tono ponderoso—, el planeta o sistema planetario deshabitados formen parte de un sistema estelar deshabitado. Saturno no forma parte de tal sistema estelar, usted lo reconocerá sin duda. Forma parte del nuestro, el cual, ¡por todos los aullantes demonios del Espacio!, sí está habitado.
—Cierto; pero no creo que exista ningún acuerdo internacional a este respecto. Acaso decidan que Sirio está en su derecho al ocupar Saturno.
El capitán se dio un puñetazo en la rodilla.
—No me importa lo que digan los abogados del espacio. Saturno es nuestro, y todo terrícola con sangre en las venas dirá lo mismo. Echaremos a los sirianos a puntapiés y dejaremos que nuestras armas establezcan qué ley debe imperar.
—¡Pues esto es precisamente lo que los sirianos desean que hagamos!
—Entonces, démosles lo que quieren.
—Y se nos acusará de agresión... Capitán, hay cincuenta mundos por esas estrellas que no olvidan que en otro tiempo fueron colonias nuestras. Les dimos la libertad sin que hubieran de combatir; pero esto sí que lo olvidan. Sólo recuerdan que seguimos siendo el mundo más poblado y adelantado de todos. Si Sirio se pone a gritar que hemos perpetrado una agresión no provocada, se unirán todos a su alrededor, contra nosotros. Por este motivo, concretamente, tratan de provocarnos para que ataquemos ahora, y por este motivo no quise aceptar esa invitación y me he marchado.
El capitán se mordió el labio inferior, y habría contestado; pero Lucky prosiguió:
—Por otra parte, si no hacemos nada, podremos acusar a los sirianos de agresión y dividiremos claramente la opinión pública de los mundos exteriores. Explotando este incidente, los pondremos de nuestra parte.
—¿Los mundos exteriores de nuestra parte?
—¿Por qué no? No existe ni un solo sistema estelar que no tenga centenares de mundos, de todos los tamaños y deshabitados. Y no querrán establecer un precedente que incitaría a cada sistema invadir cualquiera de los otros para conseguir bases. El único peligro que nos amenaza ahora es el de echarlos en brazos de la oposición, obrando de modo que parezcamos la poderosa Tierra que carga su tremendo peso sobre nuestras antiguas colonias.
El capitán se levantó del asiento, midió la longitud de su sala de mandos a grandes zancadas y regresó.
—Repita la orden —pidió. Lucky preguntó:
—¿Comprende mis razones para retirarme?
—Sí. ¿Puedo recibir las órdenes?
—Muy bien. Le ordeno que entregue al consejero jefe Héctor Conway esta cápsula que le doy ahora. No puede hablar con nadie de lo que ha ocurrido en esta persecución, ni por el subéter ni de ningún otro modo. No emprenderá ninguna acción hostil, se lo repito, ninguna acción hostil, contra ninguna fuerza siriana, a menos que le ataquen directamente. Y si da algún rodeo para encontrarles, o si las provoca intencionadamente para que le ataquen, me encargaré de que se le forme Consejo de Guerra y se le condene. ¿Queda bien claro?
El rostro del capitán adquirió una expresión glacial. Movía los labios como si los tuviera tallados en madera y mal articulados.
—Con todo el respeto debido, señor, ¿sería posible que el consejero tomara el mando de mis naves y entregara el mensaje?
Lucky Starr levantó un poco los hombros y contestó:
—Es usted muy obstinado, capitán, y hasta le admiro por ello. Hay ocasiones, en una batalla, en que esa clase de testarudez puede rendir grandes servicios... No puedo entregarlo yo mismo en modo alguno, puesto que tengo intención de volver a la Shooting Starr y regresar de nuevo a Saturno con la velocidad del rayo.
La rigidez militar del capitán se disolvió.
—¿Qué? ¡Mil demonios espaciales! ¿Qué?
—Creía haberme expresado con claridad y sencillez, capitán. He dejado allí algo por hacer.
Mi primera tarea consistía en cuidar de que la Tierra recibiera aviso del terrible peligro político con que nos enfrentamos. Si usted se encarga de transmitirlo, yo puedo continuar en el sector al que actualmente pertenezco; me voy de nuevo al sistema saturniano.
El capitán sonreía de oreja a oreja.
—Ah, bueno, eso es diferente. Me gusta ría acompañarle.
—Lo sé, capitán. La tarea más difícil que se le puede pedir a usted es que se aleje de un combate; y yo le pido que lo haga porque espero que le utilizarán para trabajos duros de verdad. Ahora necesito que cada una de sus naves transfiera parte de su energía a las unidades de micropilas de la Shooting Starr. Además, necesitaré otros suministros de sus almacenes.