—Sin duda; pero Sirio ocupa su parte del mismo y, en una conferencia interestelar, la Tierra no podrá hacer nada por modificar la situación, a menos que esté dispuesta a empezar una guerra.
La sentencia no admitía replica. Wess retorno a sus mandos, y la Shooting Starr, con un gasto mínimo de fuerza impulsora, utilizando al máximo la gravedad de Saturno, continúa descendiendo rápidamente hacia las regiones polares del planeta.
Bajando cada vez más, adentrándose en el dominio de lo que ahora ya era un mundo siriano y por cuyo espacio se movía un enjambre de naves sirianas, a unos ochenta billones de kilómetros de su patria planetaria y solo a mil millones de kilometres de la Tierra. En una gigantesca maniobra, Sirio había cubierto el noventa y nueve con novecientas noventa y nueve milésimas por ciento de la distancia que lo separaba de la Tierra y había establecido una base militar en el propio umbral de esta.
Si se permitía que Sirio continuara allí, luego, en un movimiento repentino, la Tierra caería a la situación de potencia de segundo orden y quedaría a merced de Sirio. Y la situación política interestelar era tal que por el momento la Tierra, a pesar de toda su enorme instalación militar y de todas sus poderosísimas naves y armas espaciales, no podía hacer nada por remediar la situación.
Solo quedaban tres hombres metidos en una nave pequeña por propia iniciativa y sin autorización de la Tierra, para tratar de invertir la situación utilizando su astucia y destreza, sabiendo que si los apresaban podían ejecutarlos sin formación de causa como espías (en su propio Sistema Solar y por unos invasores del mismo) y que la Tierra no podía mover ni un dedo para salvarlos.
Solamente un mes atrás nadie habría pensado en aquel peligro, nadie habría tenido la más ligera idea, hasta que, de pronto, estallo en plena faz del Gobierno de la Tierra. Continua y metódicamente, el Consejo de Ciencias había ido limpiando el nido de espías robots que infestaba la Tierra y sus posesiones y cuyo poder había quebrantado Lucky Starr en las nieves de Io.
Había sido una tarea ingrata y, en cierto modo, amedrentadora, porque el espionaje se realizó de manera eficiente y completa, y, además, estuvo a punto de dañar irremediablemente a la Tierra.
Luego, en el último momento, cuando la situación parecía completamente despejada por fin, apareció un resquicio en la estructura de recuperación, y Héctor Conway, consejero jefe, despertó a Lucky de madrugada. Se notaba a la legua que se había vestido precipitadamente y tema su hermoso cabello blanco revuelto y desordenado.
Lucky, parpadeando medio dormido, le ofreció café y exclamo atónito:
—¡Gran Galaxia, tío Héctor! —Lucky le llamaba así desde su infancia de niño huérfano, cuando Conway y August Henree eran sus tutores—. ¿Es que el circuito visiófono se ha estropeado?
—No me he atrevido a confiarme al visiófono, hijo mío. Nos encontramos en un apuro espantoso.
—¿En qué sentido? —Lucky hizo la pregunta sosegadamente; pero al mismo tiempo se quito la parte superior del pijama y empezó a lavarse.
John Bigman entro, desperezándose y bostezando.
—¡Eh! ¿A qué viene este ruido desamparado de Marte? —Pero al reconocer al consejero jefe despertó de pronto completamente—. ¿Algún conflicto, señor?
—Hemos dejado que el Agente X se nos filtrase por entre los dedos.
—¿El Agente X? ¿El siriano misterioso? —Los ojos de Lucky se entornaron un poco—. Según mis ultimas noticias, el Consejo había decidido que no existía.
—Esto fue antes de que se descubriera el asunto de los espías robots. Ha sido muy listo, Lucky, condenadamente listo. Se precisa un espía muy inteligente para convencer al Consejo de que no existe. Os debería haber puesto sobre sus pasos pero siempre parecía haber algo más urgente que teníais que hacer. De todos modos...
—¿Qué?
—Ya sabes que tal como se desenvolvió este asunto de los espías robots indicaba que debía haber un organismo central de clasificación donde se reunieran las informaciones y que señalara a la misma Tierra como lugar donde se hallara enclavado dicho organismo. Esto nos puso nuevamente sobre la pista del Agente X. Uno de los que parecía más probable para desempeñar este papel era un hombre llamado Jack Dorrance, de Acme Air Products, aquí mismo en la Ciudad Internacional.
—No estaba enterado.
—Había otros muchos candidatos para la tarea. Pero entonces Dorrance escapo de la Tierra en una nave particular, cruzando como el rayo un bloqueo de emergencia. Fue una gran suerte que tuviéramos un consejero en Port Center. Nuestro hombre tomó al momento la medida adecuada y ha continuado adelante. Cuando tuvimos noticias de la voladura del bloqueo por parte de la nave, no tardamos mas de unos minutos en descubrir que de todos los sospechosos solo Dorrance estaba libre en aquellos momentos de vigilancia especial. Se nos había escapado. Entonces empezaron a encajar en sus puestos unas cuantas cuestiones más y... en fin, que ese es el Agente X. Ahora estamos bien seguros.
—Muy bien, pues, tío Héctor. ¿Dónde está el mal? El hombre se ha marchado.
—Sabemos una cosa. Se ha llevado consigo una cápsula personal, y no dudamos que la tal cápsula contiene informaciones que ha logrado reunir gracias a la red de espionaje que cubre la Federación y que, es de presumir, todavía no ha tenido tiempo de entregar a su amo siriano., Solo el Espacio sabe exactamente que tiene el Agente X, y ha de tener lo suficiente para hacer añicos nuestra organización de seguridad, si llega a manos sirianas.
—Has dicho que lo siguieron. ¿Han conseguido traerlo nuevamente?
—No. —El atormentado consejero jefe comenzó a irritarse—. ¿Estaría yo aquí si lo hubieran capturado?
—La nave que cogió, ¿está equipada para dar el Salto? —le pregunto repentinamente Lucky.
—No —grito el consejero je fe con su rostro Colorado, alisándose la plateada barba de cabello, como si se le hubiera erizado de horror a la sola idea del Salto.
También Lucky inspire profundamente con expresión de alivio. Sin lugar a dudas, el Salto significa el brinco hacia el hiperespacio, un movimiento que sacaba a una nave fuera del espacio ordinario y la volvía a introducir en el nuevamente, pero en un lugar distante muchos años luz del primero, todo en un instante.
En una nave de esta clase, era muy probable que el Agente X pudiera escapar. Conway continuó:
—Trabajaba solo; su secreto residía en trabajar solo. Esta es parte de la razón de que se nos colase entre los dedos. Y la nave que cogió era un crucero interplanetario ideado para ser tripulado por un hombre solo.
—Pero las naves equipadas con aparatos hiperespaciales no están ideadas para que las tripule un solo hombre. Al menos hasta la fecha. Tío Héctor, si ha cogido un crucero interplanetario, supongo que será porque no necesita otra cosa.
Lucky había terminado de lavarse y se estaba vistiendo con rapidez. De pronto se volvió hacia Bigman.
—Y tú, ¿qué haces? Vístete inmediatamente, Bigman.
El interpelado, que estaba sentado en el borde de la cama, se puso en pie dando, casi, un salto mortal.
—Probablemente, le estará esperando en algún punto del espacio una nave tripulada por sirianos y equipada con hiperespaciales —comento Lucky.
—En efecto. Y él dispone de una nave rápida; de modo que con la delantera que nos lleva y la velocidad de su nave, quizá no podamos alcanzarle, ni siquiera acercarnos lo suficiente para poder usar las armas. Solo nos queda...
—La Shooting Starr. Ahora me adelanto yo a usted, tío Héctor. Estaré dentro de la Shooting antes de una hora, y Bigman estará conmigo, suponiendo que sea capaz de ponerse la ropa.
Basta con que me dé la localización actual y la trayectoria de las naves que lo persiguen, así como los datos para identificar la del Agente X, y nos pondremos en marcha.
—Bien. —El preocupado rostro de Conway se tranquilizo un poco—. Ah, David... —dijo utilizando el verdadero nombre de Lucky, como hacia siempre en momentos de emoción—, ¿tendrás cuidado?
—¿Se lo ha preguntado también a los tripulantes de las otras diez naves, tío Héctor? — interpelo Lucky, pero su voz era suave y afectuosa.
En estos momentos Bigman se había puesto ya una bota que le llegaba a la cadera y tenía en la mano la otra, a cuya pistolera, en el aterciopelado forro interior, daba unos golpecitos.
—Ya estamos en marcha —le aseguro Lucky, alargando la mano para mesar el rojizo cabello de Bigman—. Nos estamos oxidando en la Tierra desde... ¿desde cuándo? ¿Desde hace seis semanas? Bueno, pues, es demasiado tiempo.
—¡Y que lo digas! —exclamo gozosamente Bigman, calzándose la otra bota.
Habían dejado atrás la órbita de Marte antes de poder establecer contacto subetéreo satisfactorio con las naves de persecución, después de haber echado mano de las máximas velocidades posibles.
El que les contestaba era el consejero Ben Wessilewsky, a bordo de la T.S.S. Harpoon (Terrestrial Space Ship Harpoon: Nave Espacial Terrestre, Harpoon).
—¡Lucky! —grito—. ¿Te reúnes con nosotros? ¡Estupendo! —Su rostro sonreía en la pantalla visora, y guiño el ojo—. ¿Te queda sitio para meter el feo hocico de Bigman en un rincón de la pantalla? ¿O es que no va contigo?
—Estoy con él —aulló Bigman, clavándose entre Lucky y el transmisor—. ¿Cree que el consejero Conway permitiría que ese pedazo de bobalicón fuese a ninguna parte sin que yo le tenga el ojo encima, para que no tropiece con sus propios pies?
Wess se puso serio y dio la información.
—La nave es la Net of Space —confirmo—. Es de propiedad particular, con los papeles de fabricación y venta en regla. El Agente X la debe haber comprado bajo nombre supuesto y la tendría preparada para una emergencia. Es una nave formidable, y ha estado acelerando desde que arranco. Nos va dejando atrás.
—¿Qué potencia tiene?
—Ya se nos había ocurrido. Hemos consultado los datos del fabricante, y al ritmo que gasta su energía ahora, puede llegar muchísimo más lejos sin parar los motores ni sacrificar maniobrabilidad para cuando llegue a su destino. Confiamos que podremos empujarle hasta su madriguera.
—Es de suponer que habrá tenido la buena idea de incrementar la capacidad energética de la nave.
—Probablemente —asintió Wess—; pero aun así no puede continuar de este modo eternamente. Lo que me preocupa es la posibilidad de que esquive a nuestros detectores de masas metiéndose entre los asteroides. Si puede introducirse en el cinturón de asteroides, quizá lo perdamos.
Lucky conocía esta treta. Colocas un asteroide entre tu propia nave y la del perseguidor, y los detectores de masas de este localizan el asteroide antes que la nave. Cuando llegas a la altura de otro asteroide, la nave se sitúa nuevamente detrás de este segundo, dejando al perseguidor con el instrumento todavía fijo en el primer peñasco.
—Se mueve a demasiada velocidad para efectuar la maniobra —aseguro Lucky—. Tendría que pasarse medio día desacelerando.
—Se precisaría un milagro —convino Wess francamente—; pero un milagro se preciso para ponernos sobre su pista, de modo que casi espero otro que neutralice el primero, — ¿Cuál fue el primer milagro? El jefe mencionó algo sobre no sé qué bloqueo de emergencia.
—Es cierto. —Wess explico la anécdota vivamente, sin dedicar mucho rato a la narración.
Dorrance, o el Agente X (Wess lo llamaba unas veces de un modo, otras de otro) había burlado la vigilancia empleando un instrumento que alteraba e inutilizaba el rayo espía.
(Habían encontrado dicho instrumento; pero tenía las pie zas fundidas y no podía determinarse ni siquiera si lo habían fabricado los sirianos.) El Agente X había llegado sin contratiempos a la nave en que había de fugarse, la Net of Space, y estaba en disposición de largarse con el micro reactor protónico activado, el motor y los mandos repasados, el espacio de vuelo despejado... cuando apareció en la estratosfera una nave de carga que marchaba irregularmente, dañada por un meteoro y con la emisora de radio estropeada, haciendo desesperadas señales por que le dejaran el campo libre.
Las luces del campo anunciaron el bloqueo de emergencia. Todas las naves quedaron rigurosamente inmovilizadas. Todas las que se dispusieran a despegar, a menos que estuvieran ya en movimiento, habían de abandonar su propósito.
Y la Net of Space, que hubiera debido renunciar a elevarse, no renuncio. Lucky Starr comprendía muy bien cual hubo de ser el estado de ánimo de su tripulante, el Agente X. El objeto más candente de todo el Sistema estaba en su poder, y cada segundo tenía una importancia enorme. Ahora que había dado ya el paso, no podía suponerse que el Consejo tardase mucho en emprender su persecución. Si abandonaba el despegue se condenaba a un retraso incalculable mientras una nave averiada descendía laboriosamente y las ambulancias la vaciaban poco a poco. Luego, cuando el campo quedara libre de nuevo, habría que activar otra vez el micro reactor y repasar el motor y los mandos. No podía permitirse un retraso tan grande.
De modo que sus tubos de reacción entraron en furiosa actividad y la nave salió disparada hacia lo alto y a pesar de todo el Agente X había podido escapar. Sonó la alarma, la policía del aeropuerto envió enojados mensajes a la Net of Space; pero fue el consejero Wessilewsky, que hacía una escala habitual en Port Center, quien tomó la medida adecuada.
Wessilewsky había representado su papel en la búsqueda del Agente X, y una nave que hiciera caso omiso de un bloqueo de emergencia olía poderosamente a la cantidad necesaria de desesperación para hacer pensar en el Agente X. Se trataba de la suposición más atrevida que se pudiera imaginar; pero el hombre actuó.
Respaldado por la autoridad del Consejo de Ciencias (que superaba cualquiera otra excepto la contenida en una orden directa del presidente de la Federación Terrestre) ordenó que despegaran las naves de la Guardia del Espacio, se puso al habla con el Cuartel General del Consejo y luego subió a la T.S.S. Harpoon para dirigir la persecución. Había pasado ya horas enteras en el espacio antes de que el Consejo en pleno se pusiera al corriente de los acontecimientos. Pero por fin llegó el mensaje de que estaba persiguiendo realmente al Agente X y de que otras naves se le reunían para colaborar en la empresa.
Lucky escucho gravemente y aprobó:
—Fue un azar verdaderamente afortunado, Wess. Y tú has hecho lo que con exactitud debías hacer. Buen trabajo.