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Authors: David Sherman & Dan Cragg

La prueba del Jedi (5 page)

BOOK: La prueba del Jedi
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—¡Odie! —exclamó una voz áspera. Ella frenó al instante. ¡Reconocería aquella voz en cualquier parte, era la del sargento Maganinny! Se tambaleó hacia ella, sujetando flojamente la pistola en la mano. Incluso en la escasa luz pudo ver que estaba herido. La carne de su mejilla izquierda colgaba en jirones, y su oreja izquierda, junto al pelo de ese lado de la cabeza, había desaparecido. Había ardido. Y por la forma en que cojeaba, Odie estaba segura de que tenía otras heridas.

El sargento se tambaleó frente a ella, con una retorcida sonrisa en su rostro:

—Me alegra volver a verte, pequeña.

—¡Sargento Maganinny!

Odie desmontó de la motojet y lo ayudó a sentarse en el suelo.

—Creí..., creí que los habían matado a todos. Mi motojet... —hizo una pausa para recuperar el aliento y señaló algún punto tras él—. Creí que habían acabado con todos nosotros, chica.

—Sargento...

Él agitó su cabeza.

—Mi cara no está tan mal como parece, casi todo es superficial. Déjame aquí y vete. Envía ayuda luego, pero antes tienes que volver al cuartel general.

—No —negó Odie con firmeza—. Iremos los dos en mi motojet. No pienso abandonarlo aquí.

—Escucha, soldado —cortó el sargento con un tono de voz que hacía recordar que era un viejo combatiente—. Harás lo que...

—No —repitió ella, pasándole una mano por debajo del brazo y ayudándolo a ponerse en pie—. Podemos ir en tándem. Pronto habrá anochecido y usaremos los accidentes del terreno para cubrirnos.

Maganinny gruñó, en parte por el dolor de sus heridas y en parte porque estaba demasiado débil para discutir.

—Una cosa, soldado... —dijo—, no pienso ir en esa moto con un soldado que no sabe llevar correctamente su uniforme.

—¿Qué?

—Ponte el casco.

Odie lo contempló fijamente por un instante, escéptica. Ambos estallaron en una carcajada histérica.


El general Khamar se encaró con su jefe de Estado Mayor.

—Movámonos. Podemos encargarnos de esos androides. Lleve nuestra infantería blindada y nuestra artillería hasta esa loma de ahí —movió su dedo por encima del mapa tridimensional para señalarla—. Excave trincheras y espere a que carguen contra nosotros. Entonces los atacaremos con todos los cazas disponibles para cubrir nuestro propio avance —se volvió hacia sus oficiales—. Podremos detener sus avances si conseguimos llegar los primeros a ese terreno elevado.

Los oficiales se dirigieron a sus regimientos para impartir las órdenes y poner al ejército en movimiento.

Odie, inmóvil, había prestado atención mientras el general y su personal organizaban el ataque con la información conseguida por ella. Se preguntó por el destino de sus camaradas, ya que no había visto a ninguno. Luchaba por controlar el nudo que se formaba en su garganta cuando comprendió que probablemente estaban muertos. De vez en cuando alguien la saludaba con un gesto de cabeza o levantaba un pulgar, y aquellos silenciosos reconocimientos a su labor hacían que su pecho se hinchara de orgullo y la ayudaban a sobreponerse al dolor que sentía y al agotamiento físico que la abrumaba.

Por fin, Khamar se volvió hacia ella.

—Descanse, soldado. No sólo es valiente..., sino bastante afortunada.

Nunca había estado tan cerca de los oficiales de alto rango y se sentía impresionada ante la tranquila eficacia con la que trazaban sus planes. ¡Y ahora, el propio general se dirigía directamente a ella! No había tenido tiempo de lavarse; tenía la cara manchada de suciedad y sudor, y el pelo le colgaba sobre la cara en sucias mechas. Su voz sonó demasiado aguda cuando respondió, pero no dudó al contestar.

—Estuve asustada todo el tiempo, señor, y no necesité suerte; tenía al sargento Maganinny respaldándome.

El general la contempló un momento, y asintió con la cabeza.

—Bien, ahora ya sabe lo que hace que un ejército funcione de verdad.

Capítulo 5

El general Khamar y varios de sus oficiales de Estado Mayor observaban a los invasores desde el mismo risco en que horas antes había estado Odie. Khamar había conseguido llegar al risco antes de que el enemigo pudiera desplegar sus fuerzas y establecer una posición defensiva fuerte. De momento, los invasores se habían contentado únicamente con hostigar a las fuerzas de Khamar mediante fuego de artillería, pero sin intentar atacarlas.

—Estamos demasiado bien atrincherados —señaló uno de los oficiales.

—De todas formas, casi todos son androides. No son rivales para nuestras tropas —observó otro.

El general Khamar lo contempló unos instantes.
¿No son rivales para nuestras tropas?
Obviamente, el oficial no tenía ni idea de lo letales que podían ser los androides. Pensó en sustituirlo por alguien que estuviera más en contacto con la realidad de la situación, pero comprendió que no tenía tiempo de que llegase un sustituto. Volvió a meditar sobre la situación que se le planteaba. En todo aquello había algo extraño. El ejército de cincuenta mil androides estaba allí abajo, tranquilamente, sin realizar un solo movimiento contra él. ¿Qué podían estar esperando?

—No pueden flanquearnos, señor... Tenemos fuertes defensas en ambos lados —observó otro oficial—. Si piensan atacar, tendrán que hacerlo cargando directamente por la ladera; y si hacen eso, los haremos pedazos. Deben de estar esperando refuerzos.

El general Khamar frunció el ceño, pensativo, mientras se acariciaba la corta barba. No había dormido en cuarenta y ocho horas. Era uno de los grandes problemas de la guerra: nunca se podía dormir lo suficiente. Khamar había solicitado refuerzos de Coruscant muchas veces, así como acorazados para proteger el planeta desde la órbita, pero siempre le rechazaban las solicitudes. La República, y él lo sabía bien, estaba metida en una guerra a gran escala. Y las fuerzas que necesitaba para defender Praesitlyn le habían sido negadas porque eran necesarias en otros frentes. Cuando señaló la importancia estratégica del Centro de Comunicaciones Intergalácticas le respondieron que tenía que defenderse con las fuerzas a su disposición. Ni siquiera los sluissi podían ayudarlo; aunque tenían naves espaciales, las necesitaban para proteger sus astilleros.

Era casi como si la República hubiera querido que los separatistas atacaran Praesitlyn. El general se había guardado ese pensamiento, por supuesto. De todas formas, era ridículo. Todo el mundo sabía lo importante que era Praesitlyn. Todo el mundo sabía lo peligrosamente dispersas que estaban las fuerzas de la República.

Pero...

De repente, el general supo con absoluta claridad lo que iba a pasar. Se giró hacia el mapa holográfico que mostraba sus posiciones y el terreno circundante, y puso su dedo sobre una vasta y confusa formación rocosa, a unos diez kilómetros tras su línea defensiva.

—Quiero que establezcamos ahí una posición —ordenó con rapidez—. Empezad a trasladar nuestras tropas. Movedlas rápidamente, pero en pequeños grupos, empezando por la infantería y las tropas de apoyo. Si el enemigo descubre nuestro movimiento y nos ataca, no quiero que cojan al descubierto al grueso de nuestras tropas. Que los ingenieros de combate acompañen al primer grupo y fortifiquen la zona. La artillería móvil se encargará de lanzar una cortina de fuego contra el enemigo para que tengan que mantener la cabeza agachada. Acabarán atacándonos, así que resistiremos en este risco hasta el último momento posible, mientras aseguramos la nueva zona defensiva. Entonces, nos retiraremos. ¿De cuántos cazas disponemos?

—Tenemos toda una escuadrilla operativa, señor, pero...

—¡Bien! Podemos utilizar nuestra superioridad aérea para cubrir nuestra retirada.

—Pero, señor —protestó otro oficial—, aquí tenemos una posición defensiva clásica. No pueden romper nuestras líneas.

Otros miembros del equipo murmuraron un asentimiento a esa observación, mirándose nerviosamente los unos a los otros y de forma interrogadora a su comandante.

—Ni quieren romper nuestras filas, ni ésa es su fuerza principal —anunció el general con tranquilidad—. Nos han engañado. La fuerza principal todavía no ha desembarcado. Y cuando lo haga, lo hará detrás de nosotros, entre esta posición y el Centro de Comunicaciones. Esas tropas —señaló más allá del risco— son el yunque. El martillo nos golpeará... por la espalda.

Un silencio absoluto siguió a las palabras del general Khamar durante cinco segundos, mientras su significado penetraba profundamente en los soldados.

—Oh, no —susurró alguien.

—Escuchadme con atención —suspiró el general Kahmar—. No hay una forma suave de decirlo, pero nos estamos retirando. Llamadlo como queráis, pero es vital que la moral no se vea afectada.

—Entonces, general, no diremos que nos retiramos —interrumpió un oficial—. Sólo diremos que estamos moviendo nuestras posiciones ofensivas en una dirección distinta.

El general Khamar sonrió y palmeó a su oficial en el hombro.

—¡Genial! Muy bien, adelante. Intentaré salvar lo que pueda de este ejército, y si los separatistas logran capturar el planeta, lo cual terminaran haciendo si tengo razón, al menos se lo haremos pagar caro. Espero que no sea demasiado tarde para fortificar aquellas rocas.


Pors Tonith ni siquiera se molestó en mirar a Karaksk Vet'lya, su jefe de Estado Mayor, cuando el bothano le llevó las noticias:

—Vaya, no es tan estúpido cómo pensábamos —comentó Tonith con una tensa sonrisa en sus labios teñidos de púrpura—. ¿Cuánto hace que están realizando ese movimiento?

Su tono era engañosamente controlado. La piel de Karaksk se onduló suavemente mientras buscaba las palabras apropiadas para que lo que tenía que decir apareciera con la mejor luz posible.

—Más o menos una hora, señor, pero nosotros...

—¡Ah! —Tonith terminó mirando a Karaksk y levantando su índice para pedir silencio—. ¿"Nosotros", dices? ¿"Nosotros"? ¿Tienes por casualidad un dianoga de peluche en tu bolsillo? ¿Quiénes son esos “nosotros” que han tomado decisiones que afectan a mi ejército?

Karaksk tragó saliva nerviosamente.

—Quiero decir, señor, que nuestro Estado Mayor observó ese movimiento de retirada por parte de los defensores, y nosotros, el Estado Mayor y yo, decidimos observarlo durante un cierto tiempo para esto..., para intentar deducir el plan del enemigo. —Su pelaje onduló con más violencia, mientras el miedo afloraba a la superficie.

—¿Vosotros decidisteis eso? —Tonith dejó delicadamente su taza de té sobre el plato y se puso en pie—. Y según vosotros resulta que se están retirando, ¿verdad? —Sonrió antes de gritar—. ¡Idiota! —La saliva voló de sus labios y una mancha húmeda apareció en el pelaje de Karaksk—. Han descubierto nuestro plan y no se retiran, sino que se trasladan a posiciones mas defensivas... ¡Hasta un androide lo habría deducido! —Tonith intentó calmarse—. ¿Qué fuerza mantienen en su posición original? ¿A que distancia se encuentra el grueso de sus fuerzas del Centro de Comunicaciones?

—Su artillería móvil sigue en su puesto original, señor —replicó Karaksk, sintiendo más confianza—. Parte de su infantería y de sus tropas de apoyo han llegado hasta una barrera natural de rocas situada a unos diez kilómetros de distancia del frente original. El resto parece estar en ruta. Se encuentran a unos ciento cincuenta kilómetros del Centro.

—Interesante —Tonith empezaba a creer que aquello iba a resultar todo un reto para él—. Que el grueso de nuestras tropas aterrice de inmediato. Tengo dos elecciones: puedo dejar que fortifiquen una guarnición, y aislarla mientras avanzo para que el resto de mi ejército tome el Centro..., o puedo destruir primero la guarnición y después tomar el Centro. ¿Qué curso de acción seguirías tú, querido compañero?

—Bueno, señor, yo aislaría la guarnición y seguiría avanzando hacia el Centro de Comunicaciones Intergalácticas. ¡Su plan está funcionando perfectamente, señor!

—¿Y dejar un contingente enemigo a mis espaldas? ¿Lo dices en serio?

—Bueno...

—Los enemigos muertos no vuelven a combatir. Primero destruiremos su ejército y después tomaremos el Centro de Comunicaciones. Tenemos la fuerza y el tiempo. Ahora, vete —concluyó, dirigiéndole una mirada feroz.

Tonith sonrió ante la rápida retirada de Karaksk. Los bothanos eran traicioneros, oportunistas y avariciosos, características que comprendía perfectamente y que le servían para manipularlos. Y las ondulaciones de su pelaje permitían que alguien con un mínimo de astucia pudiese leer fácilmente sus intenciones.


—Tengo una misión para usted.

Odie se cuadró ante el comandante del pelotón de reconocimiento, y ante otro oficial al que, por las insignias de su uniforme, identificó como un ingeniero.

—Éste es el teniente coronel Kreen, comandante de nuestro batallón de ingenieros. Quiero que lleve al coronel Kreen hasta esa formación rocosa donde encontró al sargento Maganinny. Ahora mismo.

—Sí, señor —respondió Odie.

—Cuando quiera, soldado —añadió Kreen.

Salió tras dirigir al teniente un breve asentimiento de cabeza. Mientras se dirigían al batallón de ingenieros, le explicó el motivo de la misión.

—Tengo una caravana de esquifes de carga llenos hasta los topes y dispuestos a moverse. Quiero que lo guíe hasta esa formación rocosa. Allí descargarán y prepararán otra posición defensiva —sonrió a la chica pero su corazón dio un vuelco cuando vio que ella interpretaba instantáneamente aquel movimiento de repliegue como lo que realmente era—. No es una retirada —le advirtió—. Sólo intentamos establecer una base trasera de aprovisionamiento. ¿Está dispuesta para partir? —preguntó, frunciendo el ceño. Había conseguido recuperar su confianza, pero aquella mínima pausa casi lo traiciona.

—¡Sí, señor! —replicó Odie, entusiasmada.

Dado que por el momento no necesitaban realizar misiones de reconocimiento, la habían trasladado a Comunicaciones para trabajar en su segunda especialidad..., y allí se aburría mortalmente.


La soldado de reconocimiento Odie Subu montó en su motojet mientras contemplaba de cerca los trescientos vehículos que el batallón de ingenieros había conseguido reunir para dirigirse hacia la retaguardia. Había excavadoras, removedoras de tierra, constructoras de puentes, transportes de material y más máquinas exóticas cuyos usos ni siquiera se atrevía a imaginar. No obstante, los más numerosos eran los transportes de carga, muchos de los cuales estaban marcados con símbolos que indicaban que su cargamento eran explosivos militares.

BOOK: La prueba del Jedi
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