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Authors: David Sherman & Dan Cragg

La prueba del Jedi (23 page)

BOOK: La prueba del Jedi
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Extendió la mano. Con su considerable estatura, sus amplios pechos y hombros y su llameante pelo rojo, Slayke era una figura imponente.

—El mismo, capitán —respondió Alción.

Se dieron la mano. En el momento del contacto físico, cada uno miró directamente a los ojos del otro: eran dos rivales recelosos midiéndose mutuamente. Anakin intentó mantener una expresión neutra; sabía que era el convidado de piedra del triunvirato que Alción iba a proponer, y también sabía, instintivamente, que el silencio era su mejor aportación a aquella situación.

—¿Qué ha traído esta vez que pueda robarle? —preguntó Slayke con una expresión seca y retadora en su rostro.

Alción no hizo caso de la pregunta.

—Éste es mi ayudante, el comandante Skywalker.

—Ya nos conocemos —Slayke hizo una mínima reverencia—. ¿Y esos dos amigos de ahí detrás? —preguntó, indicando a los dos guardias que Alción había traído con ellos.

—El cabo Raders y el soldado Vick, mis consejeros personales en asuntos militares —respondió Alción.

—El comandante que escucha la opinión de sus hombres es un buen comandante —asintió Slayke—. Me empieza a gustar su estilo.

Los dos guardias se cuadraron orgullosos ante los oficiales de Slayke.

—Veo que también lo ha traído a él —apuntó Slayke señalando a Grudo, que intentaba pasar desapercibido tras la multitud.

—Grudo va allí donde yo voy... Así han de ser las cosas —explicó Anakin.

—¡Vaya, vaya, resulta que el niñato tiene mente propia! —se burló Slayke—. Me gustan los soldados que tienen mente propia. Son mucho más difíciles de robar que..., digamos la nave espacial de alguien.

Estalló en carcajadas, pero Alción volvió a negarse a seguirle el juego.

—¿Podemos hablar en privado?

—No. Lo que tenga que decirme a mí, pueden oírlo mis oficiales. No oculto a mi tropa ninguna información vital —Slayke hizo señas a un sargento para que limpiara una mesa de campaña—. Perdonen el desorden, pero..., esto, hemos tenido que trasladarnos hasta aquí muy recientemente y el equipo de limpieza aún no ha tenido tiempo de poner un poco de orden —sonrió—. Los restos de la batalla —añadió con un gesto amplio, abarcando toda la sala—, los cuales nos incluyen a mis tropas y a mí, me temo. Pero su ejército y usted tienen energía, vigor, sangre, ansia por combatir. Siéntense, por favor, y les contaré un par de cosas sobre la batalla que hemos sostenido aquí.

Alción y Anakin se unieron a Slayke en la mesa.

—Lamento no tener refrescos para mis honorables invitados —empezó—, pero nos hemos quedado sin cerveza y pastelitos. Bien... —se frotó sus grandes manos—. He pensado en llevar a cabo varias maniobras en las que confío. Con la llegada de sus tropas, podré aplicarlas para atacar con éxito las posiciones enemigas de la meseta. Por favor, observen el esquema del terreno en la pantalla. Lo que propongo que hagamos es...

—Perdone, capitán —interrumpió Alción—. Estoy ansioso por escuchar su plan de batalla, pero primero hay algo que tenemos que aclarar.

Slayke fingió sorpresa.

—Adelante, por favor, Nejaa... No le importa que lo llame Nejaa, ¿verdad? —preguntó con tono sarcástico.

El puesto de mando, atestado como estaba, había quedado en completo silencio, a excepción de las voces llenas de estática de las unidades de Slayke enviando sus informes, el mudo telón de fondo común a todos los centros de mando militares.

—Puede llamarme como quiera, mientras incluya la palabra "señor". He sido enviado aquí por el Senado para hacerme cargo de esta operación y pienso hacerlo. Usted colocará las fuerzas sobrevivientes bajo mi mando. Por mucho que valore su opinión y me interese escuchar sus opiniones, y le aseguro que es así, yo tomaré las decisiones de cualquier plan para la utilización de ese ejército. ¿Ha quedado claro?

Anakin comprendió instantáneamente que Alción se había equivocado con Slayke, pero no hizo ningún comentario. Se jugaban algo más que una simple ejecución de órdenes.

Slayke se echó hacia atrás en su silla e hinchó las mejillas.

—Vaya, ha sido todo un discurso... Sobre todo para alguien que no es capaz de impedir que le roben sus bolsillos —y sonrió diabólicamente.

Alción siguió negándose a entrar al trapo.

—Capitán, tengo la autorización del Senado...

—Dígales que pueden besarme mi hermoso culo —respondió Slayke.

—...y tengo una flota en órbita y un ejército de tropas de refresco...

—Malditos clones sin cara —escupió Slayke—. ¡Mire a su alrededor! ¡Esto es un ejército, éstos son soldados veteranos endurecidos por mil batallas, que han resistido lo peor que el enemigo ha lanzado contra ellos y que todavía tienen ganas de combatir! ¿Cree que sus clones pueden igualar su espíritu...? Ja! —colocó las manos detrás de la cabeza. Un susurro de asentimiento circuló por todos los oficiales del Estado Mayor de Slayke—. ¡Y además, añadiré que se ha tomado su maldito tiempo para llegar hasta aquí!

—Capitán... —Anakin se inclinó hacia delante para poder hablar con cierto grado de confidencialidad—. Usted nunca habría sobrevivido al último ataque. Diría que nos debe una, no al revés.

—¡Jo, Jo, jo! ¡El niño de teta ha hablado! —se mofó Slayke. Varios de sus hombres soltaron unas risitas burlonas—. General Alción, ¿quiere que le devuelva su
Plooriod Bodkin
? Se la cambio por su nave insignia. Ahora que he hecho sangrar la nariz a nuestro enemigo, creo que necesito una nave que corresponda a un hombre de mi muy considerable habilidad, ¿no cree? —estalló en carcajadas y golpeó la masiva mesa con su enorme puño.

—Mi nave insignia fue dañada y la mayor parte de mi tripulación murió cuando rompimos el bloqueo y restauramos las comunicaciones, capitán —respondió Alción, con una voz seca y sin inflexiones.

—¿Ah, sí? ¡Pues mientras usted se tomaba su tiempo en llegar hasta Praesitlyn, nosotros estábamos combatiendo y perdiendo a miles de buenos soldados! ¿Cree que nos importa lo más mínimo la tripulación de su nave insignia? —el rostro de Slayke estaba rojo de ira—. Nosotros tampoco teníamos la Fuerza para que nos ayudase. Supongo que usted la invocó para que le sacara de apuros.

—Sí. Y a esto también.

Con un rápido movimiento, tan veloz que nadie lo advirtió —ni siquiera Anakin—, Alción desenfundó su sable láser y lo activó. Todos los presentes retrocedieron ante la visión de la brillante hoja de pura energía.

Los ojos de Slayke se entrecerraron, y su cuerpo se tensó, pero no hizo movimiento alguno ni mostró ninguna sorpresa.

—¿Algún truco más? —preguntó con un tono de voz normal.

—Me gustan estas cosas —dijo Alción tranquilamente, desactivando el sable láser y devolviéndolo a su cinturón—. Son muy útiles cuando el enemigo te supera por cien a uno. ¿Decía algo, capitán? —y sonrió retadoramente.

—¡Empiezo a admirar su estilo, lo admito! —rió Slayke.

Anakin perdió la paciencia ante aquel duelo de esgrima verbal.

—No tenemos mucho tiempo para organizarnos, sigamos con nuestra sesión de estrategia —interrumpió—. Lo ocurrido en Bpfassh es el pasado, y esto es el presente. Superen aquello y concentrémonos en lo que nos espera —hizo una pausa, dejando ver la oscura furia en sus ojos.

Ambos, Alción y Slayke, lo contemplaron unos segundos, en silencio.

—¡Bien dicho, sí, señor! —terminó exclamando el ex pirata, y le dedicó un saludo casual.

—Tiene razón, Slayke —aceptó Alción, aclarándose la garganta—. Tenemos que cooperar para... —lo interrumpió su comunicador personal—. Debe de ser importante. Perdónenme, por favor.

Era el oficial de comunicaciones de la flota:

—Señor, acabo de recibir una..., bueno, una transmisión muy interesante desde el Centro Senatorial de Comunicaciones en Coruscant. Creo que debería verla.

La sala volvió a quedar en silencio. Slayke alzó una ceja.

—¿Puede decirme de qué trata? —preguntó Alción—. Estoy en medio de una conferencia en el puesto de mando del capitán Slayke.

—General, creo que debería verla y... —el oficial de comunicaciones hizo una pausa—. Bueno, entonces lo comprenderá. ¿Tiene un receptor de HoloRed en su actual localización?

Alción miró a Slayke:

—Tenemos uno —repuso éste, señalando con un gesto a uno de los rincones de su puesto de mando.

—Sí, lo tenemos —confirmó Alción, antes de dirigirse a Slayke— ¿Cuáles son sus códigos?

Slayke hizo un gesto con la mano, indicando a Alción que le pasara el comunicador. El Jedi se lo entregó tras un segundo de duda. Slayke habló tranquilamente unos segundos, le devolvió el comunicador y añadió:

—Será mejor que echemos un vistazo.

Se acercaron al transmisor de HoloRed justo cuando la imagen de Reija Momen parpadeaba en el monitor.

—Soy Reija Momen, directora del Centro de Comunicaciones Intergalácticas de Praesitlyn. Mis hombres y yo hemos sido hechos prisioneros por un ejército separatista. El comandante de dicho ejército exige la inmediata retirada de vuestras tropas de Praesitlyn. Por cada hora de retraso en cumplir esta orden, un miembro de mi equipo será ejecutado, yo en último lugar. Os lo ruego, por el bien de mi gente... ¡atacad! ¡Atacad! ¡¡ATACAD!!

El último "¡atacad!" levantó ecos en la silenciosa sala. Slayke juró por lo bajo antes de ordenar:

—¡Páselo de nuevo!

—Una mujer con agallas —dijo Alción, admirado—. Nos está pidiendo que ataquemos aunque eso le cueste su vida y la de su gente. Es como pedir que bombardeen tus propias posiciones para evitar que caigan en manos del enemigo.

—Más o menos —corroboró Slayke—. Así que ésa es la mujer que hemos venido a rescatar.

Anakin no podía verbalizar ni una sola palabra. Había algo en la mujer que...

—¿Anakin? —preguntó Alción, mirando a su segundo al mando.

El joven Jedi siguió con los puños apretados, tensando los músculos de su cara. El monitor estaba en blanco, pero él seguía contemplándolo como si la imagen de Momen siguiera allí.

—¿Anakin? —insistió Alción.

Alguien tras él lanzó juramentos en los términos más blasfemos posible. Alguien más ladró una orden y los tacos cesaron.

—¿Anakin? —repitió Alción, colocando una mano sobre el hombro del joven Jedi, sacudiéndolo con fuerza.

—¿Qué? —Anakin parpadeó repetidamente, como si despertase de golpe de un sueño.

—Anakin, ha terminado.

—S... sí. E... es que... —Anakin agitó la cabeza y tomó aliento—. Esa mujer me recuerda a..., bueno, no lo sé...

—Escuchadme todos —intervino Slayke con un tono de voz tan serio que hasta sorprendió a sus propios oficiales—. Si nuestros camaradas, los que han muerto combatiendo a los separatistas, pudieran ver lo que ha hecho esa mujer, sabrían... —su voz se quebró— ...sabrían que su sacrificio no fue en vano —hizo una pausa y tomó aliento—. ¡Si alguna vez hemos necesitado una razón para seguir luchando, ahora la tenemos!

Caminó hasta Alción y le tendió la mano. Después se la ofreció a Anakin, y éste la estrechó con calidez.

—Lo que queda de mi ejército y yo mismo estamos completamente a vuestra disposición. ¿Cuáles son vuestras órdenes?

Capítulo 20

Uno de los muchos inconvenientes de pertenecer a un ejército en tiempo de guerra, además de la posibilidad de morir, es la falta de sueño. En esos tiempos, el comandante que espera para tomar una decisión no suele vivir para rectificar al día siguiente. Todos los movimientos y las operaciones militares parecen ocurrir durante la noche, noche cerrada, y todo el que consigue dormir en vísperas de un ataque, o es un veterano o está tan cansado que ya no le importa. Por supuesto, el constante bombeo de adrenalina en el sistema del soldado lo mantiene activo, pero, tarde o temprano, el agotamiento acaba haciendo presa en él.

La sesión de estrategia que empezó en el puesto fortificado de Judlie duró horas. Una vez terminada, se trasladaron al puesto de mando de Alción, más grande y mejor equipado. Hasta tenía refrescos que los menguados recursos de Slayke no podían ofrecer.

Trazar un plan de ataque no es tarea fácil. Debe ser detallado y conciso, al tiempo que lo bastante flexible como para adaptarse a los cambios instantáneos que provoca una situación fluida en el campo de batalla. Al oficial de operaciones de Alción le fue encomendada la tarea de trazar el plan, pero con la supervisión de Anakin. Todos los especialistas del ejército de Alción fueron informados de una parte del plan, un "anexo" que debían realizar: el jefe de personal, el de operaciones, el cirujano jefe, el jefe de Inteligencia, el de suministros, el de artillería, el de infantería, el de las divisiones blindadas y los comandantes del aire; y, por último, pero no menos importante, el de intendencia y transportes, el anciano Mess Boulanger. Cada parte del plan debía estar integrado en el todo. No obstante, tenían poco tiempo y nadie estaba de acuerdo en cuál sería el mejor curso de acción.

Tras varias horas, por fin eligieron dos enfoques básicos.

—Un ataque frontal está fuera de cuestión —rugió Slayke—. Ya deberíais saber que si se envía una fuerza de choque contra una posición fortificada, tendrá una proporción de bajas de al menos tres a una. ¡Es justo lo que él espera para poder hacernos pedazos!

—Lo sé, lo sé —replicó Alción—. Sólo digo que finjamos un ataque contra el centro de sus posiciones, mientras enviamos el grueso de nuestras tropas contra sus flancos. Presionar el centro de sus líneas y hacerle creer que es nuestro ataque principal, y golpearlo por las alas, superarlo y entonces atacar por la retaguardia.

—¿Qué tal un ataque por aire? Disponemos de los transportes —sugirió Anakin—. Podríamos desembarcar tropas en su retaguardia y atacar desde allí, mientras nuestra fuerza principal avanza hacia el centro de la línea.

Slayke alzó una ceja pensativo.

—¿Qué opinas? —preguntó a Alción.

—No sé —replicó con cautela el Maestro Jedi—. ¿Cuál es su capacidad antiaérea?

—Hemos hecho una estimación —respondió el oficial de Inteligencia—. Anticipándonos a su pregunta, señor, hace una hora enviamos aviones a control remoto sobre sus líneas... pero no ha vuelto ninguno. Transmitieron suficiente información como para poder determinar que sus defensas antiaéreas son especialmente numerosas. Hemos descubierto cañones láser y cañones de iones. Debieron desembarcarlos de sus naves e instalarlos como defensa antiaérea. Estimamos unas bajas durante la entrada de al menos un treinta y cinco por ciento, señor... Y más altas todavía en la salida.

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