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Authors: David Sherman & Dan Cragg

La prueba del Jedi (22 page)

BOOK: La prueba del Jedi
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Slayke se detuvo ante el anciano para llamar su atención, y lo saludó marcialmente. Al elevar la mano hasta su ceja derecha, en un ángulo exacto de cuarenta y cinco grados, una pequeña nube de polvo surgió de su manga.

—Capitán Zozridor Slayke, comandante de las fuerzas que se enfrentan a los invasores separatistas de Praesitlyn, señor. Le ofrezco toda la ayuda de que sea capaz en su campaña para liberar este mundo.

El anciano devolvió lentamente el saludo a Slayke, con una embarazosa expresión en el rostro.

—¡Vaya, siento decírselo, pero creo que no me busca a mí sino a él! —y señaló a un Jedi que se encontraba junto a un... ¿un rodiano?

—¿Quién es ése? —preguntó Slayke, sorprendido.

Anakin dio un paso adelante.

—El Jedi Anakin Skywalker, capitán Slayke. Soy el comandante de las fuerzas de desembarco —señaló a Grudo—. Este es mi sargento mayor. Me siento encantado y honrado de conocerlo.

Slayke miró al anciano que había tomado equivocadamente por el comandante, pero éste sólo se encogió de hombros.

—La República anda tan escasa de soldados que ahora los recluían directamente de las cunas, ¿eh? —Slayke se palmeó el muslo, levantando una nubécula de polvo—. ¿Puede repetirme su nombre, Jedi general?

—Anakin Skywalker, señor —el Jedi hizo una leve reverencia a modo de saludo—. Y soy comandante, no general. He oído hablar mucho de usted, señor, y me siento honrado por...

—Mire, comandante Jedi Anakin Skywalker, sólo me quedan dos mil soldados de los que aterrizaron conmigo. Luchamos muy intensamente e hicimos fracasar sus planes... ¿Y usted se siente honrado? No me hable de "honor", Jedi. Sólo somos sangre, entrañas y sudor —sacudió la cabeza mientras abarcaba con la vista las fuerzas desembarcadas—. Si hay algo más inútil en esta galaxia que el cerebro de un Jedi, es un soldado clon. Están a un paso por encima de un androide... De hecho, prefiero los androides a esos horribles clones. No puedes hacer pedazos a los clones, y todos tienen la misma personalidad.

—¡Eh, un momento! —protestó el anciano oficial—, ¡Ya le hemos escuchado bastante, Slayke, tengo que decírselo!

—Si no es el general, ¿quién es éste? —preguntó Slayke a Anakin.

—Mi intendente general, el mayor Mess Boulanger.

Slayke estalló en carcajadas y señaló a Boulanger con el dedo.

—¿Me estáis diciendo que he sido lo bastante estúpido como para presentarme oficialmente ante un maldito intendente? ¡Oh, esto es genial! Bueno, mayor, en el fondo quizá sería mejor que usted comandara esas tropas que no esa maravilla barbilampiña de ahí.

Anakin alzó una mano, reclamando atención.

—Capitán Slayke, en este momento estoy muy ocupado desembarcando mis tropas. Vamos a establecer una posición defensiva. Le sugiero que traiga sus fuerzas hasta aquí y nos ayude a consolidarla. En cuanto el general Alción se reúna con nosotros...

Slayke gruñó y se dio una palmada en la frente:

—¿Has dicho Alción? ¿Nejaa Alción? ¿Él comanda esta flota?

—Sí, señor. Y en cuanto se reúna con nosotros...

Slayke estalló en carcajadas. Alzó los ojos al cielo y levantó ambos brazos por encima de su cabeza.

—¿Por qué me pasa esto a mí?

—Capitán, sé que el general Alción y usted han tenido..., esto, ciertas diferencias, pero...

—Oh, ¿lo sabes? ¿Sabes lo que pasó en realidad, joven Jedi imberbe? —Slayke rió más fuerte todavía—. Pues ni siquiera lo conozco, entérate. Estaba demasiado ocupado robándole su nave. Así que lo mejor que la maldita República podía enviarme es un niño y un idiota declarado, con un ejército de..., de soldados de probeta.

—Así es —cortó Anakin, controlándose con mucho esfuerzo.

—¡Está bien, está bien! —Slayke alzó ambas manos, pidiendo paz— Me vuelvo con mis tropas. ¿Ves aquel pequeño risco de allí? Ése es mi puesto de mando. Cuando llegue el general Alción, venid los dos y hablaremos. Soy yo quien ha estado combatiendo al ejército androide. Si queréis saber lo que eso significa, acudid a mí.

Dio media vuelta sobre sus talones y se alejó a grandes zancadas.

—¡Buuuf! —suspiró uno de los oficiales cercanos—. Eso es lo que en mi planeta llaman "todo un caso".

—Bueno, sus hombres y él han sufrido mucho... —respondió lentamente Anakin—. ¿Ha oído lo que ha dicho? Sólo le quedan dos mil soldados del ejército que desembarcó aquí. ¡Eso es un nivel de bajas terriblemente alto! No me extraña que esté amargado —se volvió hacia los demás oficiales—. Que desembarque el resto de nuestras tropas. Cuando llegue el general Alción, haremos una visita formal a Zozridor Slayke.

El desembarco continuó sin oposición.


La expresión del Canciller Supremo Palpatine no cambió mientras contemplaba la corta transmisión llegada de Praesitlyn.

—Reija Momen es de Alderaan, ¿verdad? —preguntó Armand Isard, que disfrutaba de una bebida con el Canciller cuando el teniente Jenbean, oficial de vigilancia del Centro Senatorial de Comunicaciones, entregó la transmisión.

—Eso creo, señor.

Isard también había asistido a la declaración de Reija Momen sin dar muestras evidentes de ninguna emoción.

—Mmm —Palpatine volvió a pasar la transmisión—. Una mujer valiente.

—¿Convocamos una sesión de emergencia del Senado? ¿O debemos responder a la transmisión? La primera hora del ultimátum está a punto de cumplirse.

—¿Para que vean esto? No creo. ¿De qué serviría? No pueden matar a los rehenes. Es un farol, un chantaje. La República no puede permitirse algo así. Teniente Jenbean —añadió, volviéndose hacia el oficial que había traído el holograma de Momen directamente desde el Centro de Comunicaciones—, ¿ha enseñado esto a alguien más?

—No, señor. Traje la transmisión directamente, en cuanto la recibimos. Los técnicos del turno de noche la han visto, claro, pero nadie más.

—Bien —Palpatine hizo una pausa—. ¿Conoce a Momen personalmente?

—No, señor, personalmente no. Pero conozco su reputación. Es una de las personas más respetadas de nuestra profesión.

—Comprendo. Me quedaré con la grabación hasta que decidamos qué hacer. Hasta entonces la consideraremos máximo secreto, ¿entendido? Anote en su informe que se ha recibido una transmisión de Praesitlyn, nada más. Si llega otra, tráigamela directamente. Cuando termine su turno, informe a su sustituto para que haga lo mismo si llega algún otro mensaje de Praesitlyn.

Cuando Jenbean se marchó, Isard se dirigió a Palpatine:

—¿Realmente cree que podrá mantenerlo en secreto?

—No, Armand. Allí donde reina la emoción, un hombre sabio protege siempre sus apuestas. ¿Ha visto la expresión del teniente mientras pasábamos la transmisión? Seguro que la ha visionado varias veces antes de traérnosla. Esa mujer, Reija Momen, es un icono, parece la madre ideal que todos quisiéramos tener. Sólo los ancianos como nosotros podemos resistir una atracción como ésa, dirigida a nuestros instintos más básicos. ¿Y qué opina de Tonith? ¿Cree que habla en serio, que es capaz de matar a los técnicos?

—Sí, Canciller Supremo, lo creo muy capaz si pierden todo valor para él. O quizá no los mate. Depende de sus posibilidades de supervivencia personal. Es muy frío, muy calculador, lo que se espera de un banquero. Es como una calculadora viviente: beneficios aquí, pérdidas allí, sumas, restas y balances cuadrados. ¿Qué haremos ante esta situación?

—Por ahora, nada. Nuestro joven amigo de comunicaciones lo hará por nosotros —Palpatine sonrió enigmáticamente.

—¿Puedo preguntarle cómo lo sabe?

El Canciller inclinó su cabeza en una ligera reverencia.

—Lo sé, confíe en mí. Sólo tuve que mirar la cara de ese joven. ¿Quiere que le vuelva a llenar la copa?


El teniente Jenbean estaba indignado. Y cuanto más se alejaba de la residencia del Canciller Palpatine, más furioso se sentía. Aquellos políticos se habían quedado allí sentados, contemplando la transmisión, sin mostrar la más mínima expresión. ¿Cómo podían tomarse la situación tan a la ligera? ¿Es que en aquella República ya no contaban las personas? ¿No garantizaba la República la vida y la libertad de todos y cada uno de sus ciudadanos? Nadie esperaba que Palpatine reuniera a toda la flota para socorrerlos, pero, ¿ni siquiera compartir la información con sus consejeros? ¿No encargar al menos un plan para liberar a los rehenes?

Todos los guardias de su turno habían visto la transmisión varias veces, creyendo que podía ser un engaño. Nadie en Comunicaciones sabía exactamente lo que estaba ocurriendo en Praesitlyn, sólo que los separatistas habían capturado el planeta y que el Senado había organizado una expedición para liberarlo. Pero todos conocían a Reija Momen, y ella estaba —apretó los puños y sacudió furioso la cabeza— prisionera de un demonio que la había obligado a realizar aquella transmisión.

Aunque Jenbean no tenía nada claro qué podía hacer el Canciller Palpatine, o cualquiera, para resolver la situación de Momen, se sentía indignado de que ni siquiera propusiera hacer algo, lo que fuera. Uno de los técnicos de Praesitlyn sería asesinado dentro de pocos minutos quizá ya estaba muerto. Se estremeció ante la idea de recibir una nueva transmisión que mostrase a gente que conocía muerta en el Centro de Comunicaciones Intergalácticas de Praesitlyn.

Antes de colocar en la transmisión la advertencia que Palpatine le había pedido, el teniente Jenbean enviaría la retransmisión de Momen a alguien que podría hacer algo por salvarla. Se jugaba su futuro, pero haría lo que él creía que era lo correcto.


Cuando Alción entró en el puesto de mando, Anakin sonrió. Se estrecharon calurosamente las manos.

—El desembarco y despliegue del ejército ha sido excelente, felicidades —le dijo Alción—. ¿Qué está pasando allí?

Y señaló con la cabeza las tierras altas. Anakin le explicó brevemente la situación.

—Nuestro desembarco no ha encontrado oposición. El enemigo se retira hacia la meseta, pero no pudimos obtener ventaja porque cuando empezó todavía no habíamos desplegado nuestras tropas. Ahora ocupan las alturas y estoy seguro de que se fortificarán allí, usando el Centro de Comunicaciones y a su gente como rehenes para impedir que lancemos un ataque masivo. Será difícil desalojarlos.

—Por eso tenemos que ser flexibles —comentó Alción—. Tengo un par de ideas. ¿Aún no has visto a Slayke?

—Sí, lo he visto —sonrió Anakin—. Quiere que lo visitemos en su puesto de mando en cuanto lo creamos conveniente.

—No lo conozco en persona, ¿sabes? Cuando nuestros caminos se cruzaron, estaba demasiado ocupado robándome la nave —confesó Alción. Se quitó la capa y se sentó en la silla más cercana antes de pasarse una mano por el pelo—. Estoy cansado, y eso que la batalla ni siquiera ha empezado.

—¿Está muy dañada la
Ranger
? —se interesó Anakin.

—Perdimos a gran parte de la tripulación y tuvimos que abandonarla. Anduvo cerca.

—Para el capitán Slayke también —dijo Anakin—. Presentaron una resistencia feroz, pero su ejército fue casi aniquilado.

—Malo, malo —murmuró Alción, agitando la cabeza. Se mantuvo en silencio durante un largo momento. Al final, aspiró profundamente y volvió a ponerse en pie—. ¿Qué tal si le hacemos una visita formal al Gran Hombre en su madriguera y ponemos en marcha todo este ejército?

Capítulo 19

La vasta armada viajaba por la fría y eterna negrura del espacio con su rumbo inexorablemente trazado. Los sistemas a bordo de cada nave pulsaban de energía mientras sus ordenadores, cuidadosamente atendidos por un ejército de androides que funcionaba a la perfección, mantenían la ruta predeterminada. Los sistemas de armamento que podían destruir flotas enteras estaban preparados.

Eran máquinas letales, casi tan frías interiormente como el espacio que rodeaba sus cascos, pero con el punto de calor necesario para impedir que los metales y el plástico se debilitasen y los lubricantes se congelasen. No tenían nombres, sólo números y nomenclaturas. En ninguna de las naves, salvo en la nave insignia —una monstruosa máquina asesina por derecho propio— se oía la voz de un ser vivo. Ninguna risa, ningún juramento, ninguna queja, ninguna vida... Sólo el mudo susurro de la maquinaria. Y en esa nave insignia, seres de rostro gris se afanaban en sus deberes, con una calma nacida de una disciplina militar tan rigurosa como la tecnología que controlaba la infantería androide de las naves de transporte que seguían a los cruceros de combate. En esos transportes, el silencio reinaba en los compartimentos atestados con cientos de miles de androides de combate, inmóviles en sus perchas, esperando la señal que los convertiría en máquinas de matar tan eficientes como desapasionadas.

Las naves habían transportado una vez seres vivientes a bordo, seres que habían caminado por los compartimentos de almacenaje, donde los androides esperaban la llamada a las armas. Por aquel entonces, parecían recorrer una vasta cripta donde los huesos de una especie monstruosa dormían pacientemente a la espera de su resurrección. Ahora, los enormes hangares estaban silenciosos, excepto por la constante pulsación de los motores de las propias naves, que enviaban sus vibraciones a través de todas las cubiertas. Los androides estaban perfectamente alineados en apretadas filas, y una ligera desviación del curso o un pequeño cambio en la velocidad de las naves provocaba un leve balanceo ocasional, respondido por el suave repiqueteo de metal contra el metal. Si un visitante contemplase demasiado rato y demasiado de cerca uno de esos milagrosos esqueletos de mecánica invulnerabilidad, su atención se habría visto especialmente atraída por las negras cuencas de sus sensores ópticos, se habría estremecido ante aquel reflejo de su propia mortalidad, y habría vuelto corriendo al mundo de calidez, camaradería y esperanza que distinguía a los seres vivos de sus máquinas.

Aquella flota eran los tan esperados refuerzos separatistas, el puño de hierro dispuesto a aplastar el mundo conocido como Praesitlyn.


—Bienvenidos a mi humilde y última fortaleza —exclamó Slayke a modo de saludo mientras se ponía en pie. Su oficial permaneció silencioso, contemplando a los dos Jedi y a sus tres compañeros. Slayke entrecerró los ojos, pero sólo dijo—: Dejad que os presente a mi Estado Mayor.

Presentó por turno a cada oficial, que se inclinaron ligeramente ante los visitantes a modo de saludo.

—Supongo, señor, que usted es... —Slayke sólo dudó un breve instante, pero a Nejaa Alción le parecieron siglos— ...el inestimable general Alción.

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