Read La prueba del Jedi Online

Authors: David Sherman & Dan Cragg

La prueba del Jedi (19 page)

BOOK: La prueba del Jedi
12.75Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Señor, éste es el despliegue de nuestras tropas.

Un oficial le alargó un mapa, y Slayke le echó un vistazo rápido.

—Di a todos los comandantes que resistan cueste lo que cueste. Pero diles también que tienen permiso para que cualquier unidad se disperse antes de ser aniquilada. Si nuestras tropas tienen alguna oportunidad escapando al desierto, pueden intentarlo. Que quede claro.

El oficial saludó antes de dirigirse hacia la consola de comunicaciones.

Slayke pensaba que morirían si se internaban en el desierto. Pero, incluso así, se consoló. Vivirían un poco más.

Una cortina de fuego de artillería empezó a caer sobre sus posiciones, haciendo temblar el suelo.

—Cuando termine el bombardeo, empezará el asalto —dijo a sus comandantes—. Si rompen nuestras líneas, todo el que quiera que intente escapar. No pienso quedarme aquí para que me frían.

Los binoculares ya no le servían de nada: el terreno entre los dos ejércitos estaba calcinado y convertido en polvo, era imposible ver nada. Dio media vuelta para contemplar a todo su equipo. Tenían las mejillas hundidas y el rostro pálido, como si no les quedase una sola gota de sangre, pero se mantuvieron en sus puestos, comunicándose con sus unidades, revisando el armamento, el equipo, el agua, las raciones. El polvo permaneció suspendido en el aire que los rodeaba, estanco y húmedo. Una enorme descarga sacudió el bunker, y un oficial gritó:

—¡Han vuelto a fallar!

Muchos rieron, alguien tosió. Los oficiales susurraron entre ellos, dispuestos a poner en marcha un ejército que prácticamente ya no existía.

Un rugido desgarrador los ahogó. Al principio se oía distante, pero el tono se elevó rápidamente en un
crescendo
ensordecedor, tan profundo que hizo que sus entrañas vibrasen al unísono. Slayke se llevó un puño a la frente. Nadie tuvo dudas sobre cuál era el significado del gesto: era su redoble de difuntos.

—Han recibido refuerzos —dijo Slayke con calma—. Recoged vuestras armas y equipo.

—¡A por ellos! —gritó un oficial cuando el personal técnico se precipitó a la salida del bunker—. ¡Al menos, moriremos luchando!

Slayke levantó su rifle láser por encima de la cabeza.

—¡Seguidme! —ordenó.

Capítulo 16

Anakin paseaba por el puente de la
Neelian
, abriendo y cerrando los puños mientras observaba cómo los cruceros de combate se desplegaban en formación de ataque.

—Debería estar con ellos —murmuró.

—No, tu sitio es éste —respondió Grudo—. Ese es el plan, y todo el mundo estuvo de acuerdo... Tú estuviste de acuerdo. Los comandantes también deben obedecer órdenes. Una vez se aprueba el plan de batalla, todo el mundo debe cumplir con su misión. De esa forma todo funciona según el plan previsto. Siéntate, por favor. Haces que la tripulación se ponga nerviosa.

En ese momento, el capitán Luhar, de la
Neelian
, llamó la atención de Anakin y dio unas palmaditas al sillón antigravedad que había a su lado.

—Comandante, aquí hay un asiento.

—Odio sentarme ahí —gruñó Anakin, pero se dejó caer sobre el sillón.

—Muy pronto tendrá acción suficiente como para hartarse —replicó Luhar. No estaba muy seguro de que Anakin fuera el comandante adecuado, ya que, Jedi o no, le parecía demasiado joven e inexperto para ser el segundo al mando de la flota. Esperaba que no le ocurriera nada al general Alción—. Más aumentos —ordenó a su navegante, y la
Ranger
quedó enfocada en las pantallas—. Es una nave preciosa.

Luhar era un oficial de aspecto distinguido, que Anakin calculaba de mediana edad, y con el pelo gris. El joven Jedi había admirado la calma profesional del hombre desde el momento en que pisó el puente de la nave. Pero el papel de la
Neelian
era guiar los transportes de tropas hasta una órbita segura y supervisar las operaciones de aterrizaje, no entablar combate con la flota enemiga, y, pese a la gran responsabilidad que Anakin se había echado sobre los hombros al aceptar el mando de la operación, necesitó hacer un esfuerzo para controlar su tendencia natural a la acción.

El comandante enemigo había dispuesto sus naves en órbita, en una formación semejante a una caja, sobre el hemisferio donde se hallaba el Centro de Comunicaciones Intergalácticas.

—Tendremos que romper ese cuadrado para poder descender hasta el planeta —observó Anakin.

—Es una formación defensiva fuerte, señor —asintió Luhar—, pero la romperemos formando una columna de tres naves en fondo y atacando a toda velocidad. Nuestras naves se concentrarán en un lado del cuadrado al mismo tiempo, en escalera, como si fueran un conjunto de escalones móviles, y centraremos en ese sector toda la potencia de fuego de nuestra flota de combate. Entonces será nuestro turno. Una vez atravesemos las defensas, dispersaremos a las demás naves enemigas y las destruiremos una por una. ¿Ha visto alguna vez una batalla entre dos flotas espaciales, señor?

Habían repasado el plan innumerables veces, pero sabía que Anakin se sentiría más tranquilo si volvían a hacerlo minutos antes de ponerlo en práctica.

—Sí —asintió Anakin—, pero no desde el puente de una nave, mirando cómo se desarrolla todo. Conseguí esto... —y le mostró su prótesis—en combate individual. ¿Ha luchado alguna vez cuerpo a cuerpo contra alguien deseoso de matarlo, capitán? ¿Ha matado alguna vez con sus propias manos?

—No puedo decir que sí. El trabajo de un comandante es hacer que otros se encarguen de eso, no hacerlo él personalmente.

Anakin le echó un vistazo, repentinamente molesto con el capitán. Por su tono, al joven Jedi tuvo la impresión de que Luhar consideraba el combate individual no muy por encima de una riña de pilotos espaciales en una taberna.

—¡Ah! Ahí están las naves de Slayker —señaló el capitán Luhar, echándose hacia delante en su sillón—. Se han dado cuenta de lo que vamos a hacer y asumen una posición que les permita atacar el mismo lado del cuadrado. Mire, romperemos la formación enemiga en un santiamén. ¡Maldita sea, ojalá pudiéramos comunicarnos con esas naves!

—Si la plataforma que genera las interferencias está en alguna parte de la órbita, la destruiremos —dijo el oficial de control de fuego desde su consola, mirando por encima del hombro.

Anakin intentó autocontrolarse. Recurriendo a su entrenamiento Jedi, disminuyó el ritmo de sus latidos y se obligó a relajarse. Sabía que no debía haberse tomado la observación de Luhar de forma tan personal. Para aquellos veteranos militares profesionales era algo natural cuestionar su habilidad para el mando: tenían mentes propias y una larga lista de campañas que demostraban su eficacia en el combate. Él aún no había demostrado su capacidad. Inspiró más profundamente, haciendo desaparecer la tensión de sus músculos y expulsando todo pensamiento negativo de su mente.

Ahora podía observar con claridad toda la actividad del puente. La tripulación cumplía sus deberes con tranquilidad, con la confianza que da la larga experiencia. Cambió la visión de su consola para que mostrase el despliegue de los transportes, formando alargadas columnas detrás de la
Neelian
. Las naves escolta, atentas a cualquier peligro que se acercara, revoloteaban en la periferia de las columnas de transportes, que se movían en cursos aparentemente azarosos, pero Anakin sabía que los comandantes de esas naves tenían mucho cuidado en patrullar los sectores que les habían sido asignados, alertas a cualquier peligro. Si algo le ocurría a los transportes de tropas, la expedición resultaría un fracaso total por mucho que destruyeran por completo la flota enemiga, cosa que ahora parecía inevitable.

Un brillante estallido de luz iluminó las consolas.

—Bueno, vamos allá. La
Ranger
acaba de lanzar la primera andanada —dijo tranquilamente el capitán Luhar, como si el comienzo de una batalla espacial fuera algo que ocurriera todos los días—. Parecen torpedos. Ahora veremos cómo funcionan. ¡Cuenta atrás! A todas las estaciones, informen —escuchó atentamente, mientras sus hombres afirmaban estar preparados para la batalla—. Comandante, su turno. En cuanto se asegure de que el enemigo está ocupado, puede enviar los transportes.

Anakin sabía que tenía que hacerlo. La tensión nerviosa que lo dominaba unos minutos antes había desaparecido. Veía todo el plan de ataque en su mente. Pensó en los miles de soldados de las naves de transporte, con las armas y los equipos preparados, esperando pacientemente el momento de desembarcar en la superficie del planeta. La señal para el movimiento de los transportes hasta la órbita debía darse cuando la
Neelian
llegase a una posición determinada. Y era responsabilidad de Anakin dar aquella orden al capitán de la
Neelian
.

—Preparen mi nave de desembarco —ordenó. En cuanto los transportes estuvieran en camino, él los seguiría.

—Nave de desembarco preparada —replicó el boatswaino de inmediato.

—Todos preparados —confirmó el capitán Luhan—. Comandante, esperamos su orden.

—Todavía no, todavía no. Aumentad más la imagen de la
Ranger
, por favor.


Nejaa Alción se encontraba de pie en el puente de la
Ranger
, con una leve sonrisa en los labios. Se balanceaba relajado sobre la punta de los pies y los talones, con perfecto autocontrol. Faltaban minutos, quizá segundos, para embarcarse en la misión más importante de su vida, pero confiaba en la gente que lo rodeaba y en sí mismo. No le preocupaban ni el fracaso ni la muerte; si algo le sucedía a la
Ranger
, o a él, Anakin era perfectamente capaz de liderar la expedición. Si tenía que caer, lo haría como un hombre honorable. Las pantallas de energía de la
Ranger
estaban levantadas y toda la tripulación se hallaba en sus puestos de combate. Por fin estaban preparados para enfrentarse al enemigo.

—Comandante, estamos a dos minutos del punto inicial —anunció el capitán Quegh, de la
Ranger
.

—¿General Alción? ¿Señor? —era el oficial de Inteligencia de la flota—. Por favor, observe su pantalla. Ese punto brillante en el centro de la formación defensiva enemiga es la plataforma que están utilizando para bloquear todas las comunicaciones hacia Coruscant.

—¡Por fin tenemos a tiro a esa maldita cosa! —estalló Quegh, golpeando el brazo de su sillón antigravedad.

—¿Está seguro? —preguntó Alción con una amplia sonrisa.

—Positivo, señor. Es ella. Parece una especie de nave de control androide. Los separatistas pueden permitirse una tecnología fuera de nuestro alcance. Ojalá tuviéramos sus recursos.

—En menos de un minuto tendremos sus colas —rió el capitán Quegh.

—Bien, Inteligencia, buen trabajo. Muy buen trabajo. Capitán, la primera andanada la dirigiremos contra esa plataforma.

—Recibido, señor. Oficial de tiro, fije el blanco para una batería de torpedos de protones. Desactive el sistema automático y utilice el sistema de guía visual. Quiero que usted mismo dirija a esos bebés.

La
Ranger
llevaba dos tubos lanzatorpedos de protones MG1-A. Eran armas nuevas, armas auxiliares de las baterías de cañones láser. Aún no los habían probado, pero eran potencialmente devastadores, con un alcance de tres mil kilómetros y una velocidad de veinte mil km/h. No les afectaban los campos de energía e iban directos al blanco, sin interferencias. Si los guiaban manualmente, los misiles seguirían hasta sus blancos primarios y no se desviarían hacia otras naves que pudieran cruzarse en su camino.

—Blanco centrado, señor. Distancia: mil kilómetros.

—Treinta segundos hasta el punto inicial —informó el navegante.

—Fuego cuando estén preparados, capitán —ordenó Alción. Se sentó en el sillón antigravedad, junto a Quegh, y esperó.

—Control de disparo —dijo el capitán—. Atentos a mis órdenes...

—PI alcanzado, señor —dijo el navegante.

—...¡fuego! Oficial de vigilancia, marque en las pantallas la hora en que se ha disparado la primera salva —se giró hacia Alción—. General, entramos en combate con el enemigo.

Un estallido cegador llenó las pantallas.

—¡Le hemos dado! ¡Le hemos dado! —gritó el oficial de navegación.

Inmediatamente, las consolas de comunicaciones parpadearon y el puente se llenó con la cacofonía de voces del resto de naves de la flota.

—Un poco de autocontrol —ordenó Quegh al oficial de comunicaciones, que se ocupó de inmediato de restablecer la red de comunicaciones de mando y control con el resto de la flota—. Dígale a la flota que nos siga y ejecute el plan de ataque —se volvió a Alción—. Esto es lo que necesitábamos para conseguir superioridad sobre el enemigo.

—Capitán, ¿puede intentar establecer el contacto con las fuerzas de Slayke? Abra también una línea con Coruscant. Quiero informar que hemos entablado combate contra el enemigo y hemos derramado la primera sangre.

—La segunda es nuestra —observó el capitán Quegh, señalando una pantalla. Un sucio fulgor rojo empezó a florecer en un crucero pesado del extremo de la formación de ataque y creció rápidamente, hasta convertirse en un fogonazo cegador que consumió toda la nave. Sacudió la cabeza con tristeza—. Era la
By'ynium
, la nave de Lench, un buen capitán. Tenía una buena tripulación esa nave.

Los brillantes fogonazos empezaron a aparecer en las naves enemigas a medida que la flota de Alción se acercaba a ellas.

La
Ranger
sufrió una repentina sacudida.

—¡Todo el mundo a sus puestos! ¡Informe de daños! —Las estaciones de la nave informaron que no se habían producido daños significativos—. Casi nos alcanzan —exclamó Quegh con un suspiro—. Convergen hacia nosotros, así que sujetaos todos.

Las baterías de la
Ranger
empezaron a disparar, mientras las naves enemigas se hacían cada vez más grandes en las pantallas. Alción contempló satisfecho que muchas de ellas estaban ardiendo.

—Dadme una vista externa de nuestro casco —ordenó Quegh. Cuando cambió la imagen, gritó—: No, esperad, eso no era un disparo cercano... ¡Nos están abordando!

Una enorme explosión volvió a sacudir a la
Ranger
. Su velocidad empezó a descender hasta que la nave quedó a la deriva.

—Ordenad a las demás naves que continúen con el ataque —gritó Alción mientras se desabrochaba el cinturón de su sillón antigravedad—. ¿Cuál es nuestra situación, capitán?

BOOK: La prueba del Jedi
12.75Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Second to Cry by Carys Jones
Piercing a Dom's Heart by Holly Roberts
A Smaller Hell by A. J. Reid
Taboo by Mallory Rush
Cuttlefish by Dave Freer
Trading Up by Candace Bushnell
The Empire of Yearning by Oakland Ross
Deliver Us from Evil by Ralph Sarchie
Black Velvet by Elianne Adams