Read La prueba del Jedi Online

Authors: David Sherman & Dan Cragg

La prueba del Jedi (8 page)

BOOK: La prueba del Jedi
10.14Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Bien. Entonces nos superan en número. Eso es malo —dijo Slayke—. ¡Pero sólo son androides! Y eso es muy bueno.

Más risas.

—Señor, han conseguido bloquear todas las comunicaciones a y desde Praesitlyn —apuntó el jefe de comunicaciones de Slayke. Éste sólo asintió con la cabeza—. Tenemos que suponer que la República no sabe lo ocurrido aquí. No sé cómo lo han conseguido... Debe de ser una tecnología nueva. La maldita Confederación de Comercio tiene miles de millones de créditos invertidos en Investigación y Desarrollo, así que no me extrañaría. Por lo pronto, nuestras comunicaciones no se han visto afectadas. Y esperamos que sigan así, al menos hasta que descendamos a Praesitlyn.

—Esos idiotas del Senado nos harán perder la guerra —susurró Slayke para sí mismo. Se aferró con ambas manos al borde del mapa para poder inclinarse hacia delante y contemplar de cerca los brillantes puntitos blancos que representaban las naves enemigas que rodeaban Praesitlyn. Eran tan numerosos que parecían un cinturón de asteroides que circundase el planeta—. Somos la única fuerza de combate lo bastante cercana como para intervenir de inmediato. Todos sabéis la importancia que tiene Praesitlyn para la República, para nuestros mundos natales, para nuestros amigos y nuestras familias —hizo una pausa y añadió con tranquilidad—: Así es cómo actuaremos...

La flota de Slayke era pequeña en comparación con la que se disponían a atacar, y consistía en cazas estelares
CloakShape
, remolcadores armados de cañones y fragatas ligeras de la clase Halcón Fénix. Sus naves principales consistían en varios cruceros ligeros de clase Carrack, unas cuantas corbetas corellianas, helicópteros de combate y algunos acorazados. Aunque sus fuerzas terrestres constaban únicamente de cincuenta mil hombres, estaban muy bien entrenadas, altamente motivadas y equipadas con vehículos blindados, carros militares de cañón doble con motores Bespin Tormenta IV y toda una batería de armas de apoyo. La gran ventaja de esa pequeña fuerza de asalto es que era una fuerza combinada de infantería, aire y artillería que actuaba siguiendo un plan de batalla elaborado pero flexible. Es más, Slayke confiaba plenamente en que sus comandantes tomasen las iniciativas tácticas más adecuadas ante las fluidas condiciones del campo de batalla.

Una persona razonable podría pensar que era una completa locura utilizar un ejército tan minúsculo como el de Slayke para atacar las fuerzas de Tonith. Pero Zozridor Slayke no era siempre un hombre razonable.

Se volvió hacia sus oficiales y levantó el puño.

—Así es cómo actuaremos, golpeando como un enorme puño, concentrando todas nuestras fuerzas en un solo sector de su cordón alrededor de Praesitlyn. Los atacaremos con todo lo que tengamos y abriremos un agujero para entrar por él y así desembarcar nuestro ejército. La situación será especialmente difícil para las naves que queden en órbita —añadió, dirigiéndose a sus capitanes—, pero contamos con que puedan mantener su flota en jaque. Una vez aterricemos en el planeta, rodearemos al enemigo y nos pegaremos a él todo lo que nos sea posible. Así, su flota no podrá atacarnos sin riesgo de bombardear sus propias fuerzas. No nos esperan, así que nuestro ataque inicial los pillará por sorpresa y tardarán tiempo en recuperarse. Aprovecharemos ese elemento sorpresa para dirigirnos directos hacia nuestro objetivo —hizo una pausa—. Vamos a cruzar un puente y, una vez lo hayamos hecho, lo quemaremos detrás de nosotros. Venceremos o moriremos.

Todos lo sabían. Una vez en el planeta, si las cosas iban mal, el ejército de Slayke no podría recibir refuerzos. El fracaso no era una opción. Pero Slayke no era un estúpido con exceso de confianza.

—He enviado un mensaje a Coruscant solicitando refuerzos —prosiguió—. Quizá puedan prescindir de un Jedi o dos.

El comentario también provocó carcajadas: todos sabían lo mucho que Slayke despreciaba a los Jedi.

—Bueno, señor, mirémoslo de esa forma —dijo un oficial desde el fondo de la sala—. ¡Así no tendremos que compartir la gloria con ellos!

—¡Bien dicho! Antes de que puedan llegar para estropearlo todo, podremos divertirnos con los soldaditos de metal de ahí abajo. Bien, ¿qué pensáis?

—¡Hurraaaaaa! —gritaron los oficiales, golpeando al unísono las placas del suelo con sus botas.

—Recibirán órdenes concretas antes de que cada uno regrese a su nave —anunció Slayke. Pero no los despidió.

Era el gran momento de Zozridor Slayke. Lo había arriesgado todo, llegando hasta a convertirse en un proscrito y ver cómo ponían precio a su cabeza, para conseguir su puesto actual y llegar a este instante crucial. Se veía a sí mismo como una piedra angular de la historia.

Slayke se irguió todo lo que le permitía su estatura, que era mucho. Se dirigió a sus oficiales... Sabía que, a muchos de ellos, por última vez. Aquellos soldados habían sido reclutados por toda la galaxia y llegado a posiciones de confianza y autoridad en aquel pequeño ejército gracias a su valor, su devoción y su demostrada habilidad.

—¡Recordad quiénes sois! —gritó. Sus últimas palabras levantaron ecos en toda la sala—. Lo que vamos a hacer no lo hacemos por la fama, la recompensa o la ambición. ¡La motivación para esta pelea no la basamos en la necesidad, como si fuéramos esclavos! ¡Entraremos en combate sólo porque es nuestro deber hacia nuestro pueblo!

La sala de guerra estaba en completo silencio. Todos los ojos estaban enfocados en su comandante y en muchos de ellos podían verse lágrimas. Slayke aspiró profundamente. Cuando volvió a hablar, alzó la voz hasta que resonó en las paredes de metal.

—¡Los Hijos e Hijas de la Libertad esperan que todos cumpláis con vuestro deber!


Odie y Erk no se habían alejado mucho de las cavernas cuando el terreno sobre el que se movían y el aire que los rodeaba palpitó y reverberó ante los sonidos de la batalla, esta vez muy alejada de ellos.

—El general Khamar debe de estar contraatacando —dijo Odie, quitándose el casco.

Erk apartó la tela que utilizaba para protegerse el rostro del viento y de las partículas de arena, y miró al cielo.

—No creo. ¡Mira! —señaló hacia el Norte. Por encima del horizonte, brillantes dedos de llamas caían del firmamento.

El cielo estalló de repente en cegadores fogonazos de luz, seguidos, segundos después, por un profundo rumor; uno de los dedos llameantes descendió hasta el suelo, floreciendo en un brillante crisantemo de fuego.

—Son naves intentando aterrizar —gritó Erk—. Han derribado a una. Vienen en nuestra ayuda... ¡Coruscant ha enviado refuerzos!

Abrazó a Odie impulsivamente y la besó en la mejilla. Odie estaba tan sorprendida, y encantada, que no supo cómo reaccionar, así que respondió rápidamente.

—El sargento Maganniny suele decirnos que las tropas de reconocimiento siempre siguen el sonido de las armas. ¿Qué te parece?

—¡Que des media vuelta a este trasto y vayamos hacia allí!

Pero cuando Odie pisó el pedal del acelerador, el motor de la motojet se limitó a toser débilmente.

—¿Se ha quedado sin energía? —Erk esperó que su voz no pareciera tan alarmada como realmente se sentía. Desmontó para que Odie pudiera acceder al compartimiento de la célula energética, que se encontraba en la parte trasera del vehículo.

—No —respondió ella con una expresión de preocupación en su rostro—. Y estas cosas no suelen necesitar mucho mantenimiento.

—Aquí, mira esto —Erk señaló un pequeño agujero en la cubierta de la carcasa. Exploró el agujero con un dedo—. Te han disparado. Mira los bordes del agujero, parecen fundidos por un intenso calor.

—M..., me topé con algunos soldados enemigos —dijo ella, quitando la cubierta. Parpadeó desconcertada antes de apartar la mirada. La arena llenaba el compartimiento, y la célula de energía estaba cubierta de más arena que el calor había convertido en cristal. Mientras la contemplaban, la célula soltó un pequeño chasquido y dejó escapar un delgado tentáculo de humo rosa.

—Se acabó —confirmó Odie—. Ahora somos soldados de infantería.

Dio un paso atrás y contempló un instante su motojet, antes de echarse a llorar.

—Oye, no importa —dijo Erk poniéndole una mano en el hombro—. Lo conseguiremos.

—No es eso —Odie sacudió la cabeza—. Es... es por mi motojet...

—Oh —exclamó Erk, riñéndose mentalmente—. Debí suponerlo. Un soldado de reconocimiento y su motojet son equivalentes a un piloto y su caza. Vamos, soldado, ahora los dos somos viudos.

Odie sonrió a través de sus lágrimas.

—Es una estupidez, pero..., bueno, ya sabes, esta motojet y yo...

—¿A qué distancia crees que nos encontramos del Centro?

—A unos setenta y cinco kilómetros, quizá cien.

—¿Podemos llegar a pie?

—Si podemos conservar el agua... —respondió Odie, agitando su cantimplora.

Antes de abandonar las cuevas habían bebido toda el agua de que eran capaces, en un intento de hidratarse al máximo para el largo viaje que les esperaba. Pero en aquel momento contaban con viajar en la motojet de Odie, no con caminar.

—¿Sabes si podremos encontrar agua por el camino?

—La buscaremos a medida que avancemos —aseguró Odie. Abrió la tapa del compartimiento que se encontraba bajo el sillín y empezó a sacar todo lo que creyó que podían necesitar en el viaje.

—Vamos bien pertrechados, ¿eh? —dijo Erk irónicamente.

—Bueno, espero que esos zapatitos que llevas puedan aguantar.

Odie señaló sus propias botas pesadas, del tipo estándar para las tropas de reconocimiento, ya que necesitaban aquel tipo de calzado para proteger sus pies y sus piernas de la maleza, las piedras y cualquier clase de escombro. Las botas de Erk eran mucho más ligeras y no parecían muy resistentes.

—Conmigo como copiloto, lo conseguiremos —replicó Erk, empezando a caminar.


—¿Qué estamos qué? —aulló Tonith, poniéndose en pie y derramando el té sobre su ropa blanca cuando su jefe de Estado Mayor le informó de que estaban siendo atacados—. ¿Por quién? Dame los detalles —exigió, recuperando parte de su compostura.

—Aparentemente, señor, una flota ha entablado combate con nuestras naves. No puede provenir de Coruscant o de Sluis Van, y no puede ser muy numerosa, ya que ha evitado la detección, y...

—Continúa —cortó Tonith, impaciente, haciendo un gesto con la mano.

Su mente ya funcionaba a pleno rendimiento. No le gustaban las sorpresas, pero tenía que enfrentarse a ellas. Cuando el bothano terminó el informe, su pelaje ondulaba sin cesar; pero cuanto más graves eran las noticias, mayor era la calma de Tonith.

—Señor —aventuró Karaksk—, creo que debería haberse quedado con la flota. En nuestras naves reina la confusión.

Lamentó aquellas palabras en cuanto surgieron de su boca y casi se encogió esperando el estallido de rabia que, estaba seguro, vendría a continuación. Tonith levantó una mano.

—No. Todo se decidirá aquí, no en la órbita —hizo una pausa y Karaksk suspiró de alivio al ver que el almirante apenas había hecho caso de su comentario—. Bien, sus fuerzas son muy inferiores a las nuestras, pero nos atacan por sorpresa. ¿Sabes lo que harán? Intentarán acercarse a nosotros todo lo rápido que puedan hasta estar tan cerca que nuestras naves orbitales no les dispararán por miedo a darnos a nosotros. Debemos esperar un plan de batalla flexible y lleno de iniciativas individuales... Tienen que actuar así para atreverse a atacarnos con tanto atrevimiento. —Alzó un dedo huesudo y señalo con él al bothano—. Una fina línea separa el atrevimiento de la estupidez. Veamos cómo podemos hacer que su plan se vuelva contra ellos. Empezad a fortificar nuestras posiciones inmediatamente. Dejaremos que nos ataquen cuanto quieran. Cuando estén agotados, contraatacaremos.

Tonith recuperó su taza con cuidado. Removió las pocas gotas que quedaban en ella y, metódicamente, con un gesto nacido de la práctica vertió más líquido humeante. Hasta él llegó un rumor de batalla muy próximo. Sonrió, descubriendo sus dientes teñidos de púrpura.

—¡Ah, un reto! —exclamó, sorbiendo té— Muy interesante... Sí, mucho.

El único factor que Zozridor Slayke no había tenido en cuenta era Pors Tonith.

Capítulo 8

El Canciller Supremo Palpatine hizo una serie de llamadas, una de ellas a la senadora Paige-Tarkin.

La senadora Tarkin nunca había visto tan preocupado al Canciller, ni por el transmisor de la HoloRed ni en persona. Su pelo parecía más gris de lo que era realmente, y su rostro estaba más surcado de preocupación. Ella sentía un genuino sentimiento de lástima por aquel gran hombre. Lo había estudiado cuidadosamente desde que asumió los poderes del estado de emergencia para poder encargarse de la amenaza separatista, y creía que las tensiones del servicio público en esta crisis estaban consumiendo al pobre hombre.

—Es un asunto de la máxima urgencia —dijo—. Necesito verla inmediatamente.

—¿No podemos discutirlo ahora? —preguntó ella—. Espero invitados para cenar.

—No, me temo que esta línea no es segura para lo que tenemos que hablar —la imagen del Canciller sonrió tristemente—. Me disculpo por interferir de esta manera en sus planes para la velada, senadora.

—No, no, señor, no importa. Estoy a su disposición. ¿Cuánto cree que tardaremos?

—Puede que tardemos un poco, senadora. Vuelvo a disculparme.

Ella dudó. Como miembro de la poderosa familia Tarkin, Paige-Tarkin era una rendida admiradora del Canciller Supremo y, tanto en su vida pública como en la privada, lo describía como la única persona capaz de superar la actual crisis y liderar a la República hacia la victoria. Ahora, él, que había dedicado toda su vida al servicio público, se disculpaba por pedirle que interrumpiera una simple velada casera con sus amigos para tratar de un importante acontecimiento galáctico.

—No importa —respondió al hombre con la voz sobrecogida por la emoción—, pero ¿puede darme una idea de qué se trata?

—Todo lo que puedo decirle es que se ha presentado una situación que puede tener las más graves consecuencias para los habitantes del sector Seswenna, senadora.

A Paige-Tarkin se le encogió el corazón. Seswenna era el sector que ella representaba ante el Senado.

—¿Dónde nos encontraremos?

—En mi apartamento. Tan pronto como pueda venir. Debo...

—¿En su apartamento, Canciller Supremo? —se le escapó—. ¿No en su despacho?

BOOK: La prueba del Jedi
10.14Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Backfire by Catherine Coulter
Thief of Lies by Brenda Drake
Alone by Kate L. Mary
Circle of Danger by Carla Swafford
Writ in Stone by Cora Harrison