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Authors: David Sherman & Dan Cragg

La prueba del Jedi (4 page)

BOOK: La prueba del Jedi
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—Mala suerte para Aguador —dijo Pleth. Ambos estaban pensando en la joven alférez.


, pensó Erk,
muy mala suerte
.


Fue la habilidad, no la suerte, la que hizo que Odie Subu y su motojet no fueran detectadas mientras llegaban a la cresta de un risco, desde donde pudo observar el aterrizaje de la fuerza enemiga y su despliegue por la llanura que tenía ante ella. La chica formaba parte del pelotón de reconocimiento que el general Khamar había desplegado antes de que su ejército consiguiera reunir información sobre el desembarco enemigo. El sistema orbital de vigilancia había sido destruido o estaba bloqueado electrónicamente, y los androides de reconocimiento de las fuerzas de defensa enviados no habían podido transmitir ninguna información. Incluso las comunicaciones con el grueso del ejército habían sido interceptadas con éxito; sólo las transmisiones de corto alcance eran posibles, aquellas que tenían una línea de visión directa, vía red de comunicaciones tácticas. Por lo que el general Khamar estaba obligado a fiarse exclusivamente de sus fuerzas de reconocimiento.

Odie estaba tumbada boca abajo junto a su motojet, bajo la cresta del risco. Levantó la placa facial del casco para secarse el sudor de la frente. Su rostro era de un rojo oscuro, a causa de la constante exposición al viento, al sol y a la arena; pero la zona que rodeaba sus ojos seguía perfectamente blanca, protegida de los elementos por su placa facial. Se pasó la punta de la lengua por los cuarteados labios. ¿Agua? No, no era momento para eso.

—Androides —susurró una voz dentro de su casco.

Era otro soldado de su pelotón, situado más abajo, en otra parte del risco. Parecía demasiado excitado por lo que veía para utilizar el procedimiento de comunicaciones adecuado, y ni siquiera reconoció su voz a causa de la distorsión causada por el equipo que creaba las interferencias.
Probablemente es Tami
, pensó. Pero la verdad era que todos se sentían excitados. Exceptuando al sargento Makx Maganinny, jefe del pelotón de reconocimiento, era la primera situación de combate real para todos. Evidentemente, Tami ya había sido capaz de utilizar sus electrobinoculares y estaba contemplando el ejército congregado bajo el risco. Desde su posición, Odie podía oír con claridad el rugido de los transportes de desembarco y el rumor del equipo pesado colocándose en posición.

Reptó con cautela por la cima del risco, sacó sus propios electrobinoculares y ajustó los delicados controles. De repente, ante sus ojos apareció una imagen nítida de miles y miles de androides de combate. Las lecturas de la pantalla indicaban que se encontraban a una distancia de 1.250 metros. Los gemelos TT-4 de Odie, los únicos del pelotón, empezaron a grabar imágenes que serían de un valor incalculable para el general Khamar cuando volviera —si es que volvía— y se reuniera con su equipo. Dado el coste de las tarjetas de datos que grababan las imágenes holográficas, sólo se había entregado una unidad TT-4 a cada pelotón. El sargento Maganinny se los había dado a ella por ser la mejor manejando la motojet.

—Probablemente no sucederá nunca —le había dicho—, pero si las comunicaciones se interrumpen en una situación de combate, o son interferidas por el enemigo, necesitaremos a alguien que pueda volar como el viento para que regrese al batallón con la información. Y ésa eres tú, jovencita. —El anciano combatiente había sonreído y posado la mano en su hombro—. Recuérdalo. En una guerra real, el mejor plan no tarda en evaporarse en cuanto se dispara el primer tiro. Puede que, algún día, esa motojet tuya y tú salvéis a todo el ejército.

—Son miles —susurró Tami.

El corazón de Odie se aceleró. Nunca había visto tan de cerca máquinas de combate reales como aquéllas. Ríos de sudor nervioso le surcaron la frente y gotearon de la punta de su nariz. Sintió náuseas, pero mantuvo los binoculares firmemente enfocados en la escena de abajo, de izquierda a derecha y al revés, lentamente, una y otra vez, tal como le habían enseñado.

—Utiliza el procedimiento adecuado y mantén las comunicaciones abiertas —había gruñido el sargento Maganinny.

Cada segundo que cualquier parte de la cabeza de Odie quedase expuesta por encima de la cresta aumentaban las posibilidades de que un aparato de detección enemigo pudiera localizarla y le disparase. Su corazón batía como un tambor. Otra nave aterrizó entre una vasta pluma de fuego y humo. Enormes nubarrones de polvo se alzaron en el aire hasta oscurecer la nave. Odie incrementó el aumento de sus gemelos, intentando descubrir alguna marca en la nave que aterrizaba.

Una onda conmocionadora tan fuerte como la bofetada de un wookiee impactó contra el lado izquierdo del casco de Odie, resultado de un disparo efectuado a unos cien metros de su posición, más abajo del risco. La imagen de sus electrobinoculares se tornó borrosa durante un segundo. Una enorme nube de polvo se alzó de la zona de impacto, y Odie se vio bombardeada por piedras y esquirlas de roca. Otros disparos empezaron a impactar a su alrededor, y se sintió zarandeada a derecha e izquierda. El canal táctico de su casco explotó en gritos y alaridos. Alguien empezó a aullar descontroladamente y, de repente, Odie comprendió que era a ella. Pero en ningún momento apartó los binoculares de sus ojos. Aunque ella no pudiera ver nada, seguro que el aparato seguiría grabando datos valiosos. Sintió que algo húmedo se deslizaba por el interior de su traje. ¿Era sangre o...?

Alguien maldijo furiosamente a través del comunicador. Sólo el sargento Maganinny hablaba así.

—¡Salid de ahí! —aulló.

La transmisión terminó con un gruñido de dolor. Era cuanto Odie necesitaba para marcharse. Se arrastró hacia atrás por el risco, devolviendo cuidadosamente a su caja los preciosos electrobinoculares con sus valiosísimas grabaciones, y se dirigió a su motojet. Estaba aturdida por las explosiones, pero no gravemente herida.

Las motos utilizadas por el pelotón de reconocimiento no estaban construidas para fines militares, sino que eran un vehículo civil modificado por los técnicos militares de las fuerzas de defensa de Praesitlyn. Una de las muchas medidas económicas que las fuerzas de defensa habían tenido que adoptar para poder disponer de un equipo en condiciones mínimas. Si el enemigo tenía sus propias tropas de reconocimiento, y éstas pilotaban modelos 74-Z, tendría problemas graves. Su motojet no era rival para las 74-Z, superiores en maniobrabilidad, blindaje y armamento. Y todo lo que ella tenía para defenderse era una simple pistola láser. No obstante, Odie conocía como la palma de la mano el terreno que la separaba del ejército del general Khamar, y, si era perseguida por tropas terrestres, incluso por fuerzas aéreas, podría utilizar esa ventaja en su favor.

También contaba con otra ventaja: podía conducir más deprisa que casi cualquier otro ser de la galaxia. Cuando Odie montaba en una moto se convertía en otra persona. A menudo, mientras viajaba a toda velocidad durante los ejercicios de entrenamiento, ni siquiera era consciente de hacer correcciones de rumbo. Era algo innato en ella. Sus compañeros se maravillaban de su habilidad como motorista. En los muchos meses que hacía que la habían asignado a las fuerzas de defensa de Praesitlyn, había perfeccionado sus habilidades naturales hasta un punto óptimo. No sólo cumplía escrupulosamente con los entrenamientos, sino que añadía unas cuantas maniobras más por su cuenta para mantenerse en forma. Los soldados se quejaban amargamente de los entrenamientos, incluso cuando se trataba de practicar maniobras que sabían que podían salvarles la vida en combate, pero Odie disfrutaba cada segundo de ellos.

Vivía por poder realizar carreras como la que ahora tenía que emprender.

Utilizando el risco como cobertura, se lanzó a toda velocidad, a unos 250 Km./h., pegándose al contorno del terreno y a menos de un metro de altura. A esa velocidad, y yendo tan cerca del suelo, el menor error podía convertirse en un desastre. Cuando ya se encontraba a un kilómetro de la cresta, se zambulló hacia un profundo arroyo y redujo la velocidad. De repente, su corazón se detuvo. Justo por encima de ella y fuera de su línea de visión, sobre el borde del cañón, oyó el rugido de otra motojet. Malas noticias: el motor no era de los suyos.

Se detuvo en las profundas sombras, junto a la pared del cañón, y se quitó el casco para oír mejor. El único sonido que percibía era la pulsación de la sangre en sus propias venas. La otra motojet también se había detenido.

Sacó con cuidado la pistola láser de la funda. Como tenía las manos muy pequeñas, Odie había pedido a los técnicos de mantenimiento que le modificaran el arma para poder sujetarla bien. Le habían quitado la mira telescópica y el inyector para que pudiera sacarla de la funda con más rapidez, y habían reducido la longitud del cañón, lo que aligeraba considerablemente el arma. También habían reducido la culata e instalado una célula de energía más pequeña para que sus dedos pudieran sujetar mejor el arma. Un punto de mira de hierro sobre la boca del cañón reemplazaba la voluminosa mira telescópica.

Todo aquello hacía que la pistola láser fuera mucho más ligera y más fácil de desenfundar, aunque su alcance, en manos de un tirador normal, se había reducido de veinticinco metros a sólo diez. Pero Odie no era una tiradora normal. Los otros miembros de su pelotón se habían burlado de Odie por su "pistolita de juguete", ya que, al ser la célula de energía más pequeña, el número de disparos que podía realizar se había reducido y ellos insistían en ese hecho con machacona insistencia. Pero un viejo sargento de artillería le había dicho: "Si el primer tiro es bueno, ¿para qué necesitas toda la potencia de fuego que tienen los modelos más grandes? Deja que esos tipos jueguen con sus cañones manuales".

Los técnicos habían descrito orgullosamente su remodelaje de la pistola definiéndola como un "arma de cintura", sólo para ser utilizada desde muy cerca. No obstante, incluso disparando con una sola mano, Odie acertaba blancos situados a sesenta metros con una precisión impresionante; tras esa demostración, las burlas de sus compañeros se habían convertido en respeto. Disparar bien con un arma manual requiere una buena coordinación ojo-mano, y eso era algo que a Odie le sobraba. De todas formas, se suponía que las tropas de reconocimiento nunca tenían que entrar en combate con el enemigo, y aquella pistola modificada era justo lo que Odie necesitaba para viajar ligera y veloz.

Odie se echó hacia atrás el casco y agitó su corto pelo trigueño. Lo tenía empapado de sudor y sucio por la arena. A partir de ese momento necesitaba 360 grados de visibilidad y, dado que probablemente no podía contar con ayuda, las comunicaciones ya no importaban. Con el seguro de la pistola quitado y el dedo fuera del gatillo, manejó la motojet con una mano, haciéndola avanzar poco a poco. Delante de ella, el terreno se elevaba abruptamente. Hizo una pausa sobre una roca caída, contemplando la pendiente por la que el cañón ascendía hasta la superficie.

Surgió del cañón a doscientos kilómetros por hora. Frente a ella había un soldado enemigo sentado en una motojet. Disparó contra él, pero no esperó a ver si el láser le acertaba y lo derribaba de su montura. Por un segundo se preguntó si debía volver y apoderarse de su vehículo, pero los reflejos adquiridos durante su entrenamiento actuaron por ella, y eso le salvó la vida. Zigzagueaba en amplios giros a izquierda y derecha, cuando un rayo de alta energía disparado por un segundo soldado que no había visto le pasó por encima del hombro. Se lanzó tras Odie, pasó a su lado como un borrón de velocidad gracias a la mayor velocidad de su maquina dio una curva cerrada y cargó directo contra ella. Odie frenó de golpe y disparó, pero falló. El disparo del soldado también falló, por mucho. Podría haber jurado que sonreía ferozmente mientras pasaba a su lado.

Cien metros por delante de Odie se alzaba una dentada formación de rocas que el tiempo y la erosión habían convertido en una serie de peñascos del tamaño de un bantha, y que se extendía a lo largo de varios kilómetros en la dirección en la que Odie quería viajar. Había visto aquella formación mientras se alejaba del grueso del ejército. Condujo su motojet hacia ella y se ocultó tras uno de los enormes peñascos. Si el soldado resultaba ser lo bastante estúpido como para ir en su busca, podría tenderle una emboscada. No lo fue. Captó un fogonazo sobre su cabeza. Era la motojet militar, que avanzaba a toda velocidad, unos veinticinco metros por encima de las piedras. Demasiado lejos para intentar siquiera dispararle.

Las sombras empezaban a alargarse y Odie miró su crono de muñeca. No faltaba mucho para el anochecer. Si conseguía ocultarse entre las rocas hasta que se hiciera de noche, sus oportunidades de salir viva de allí aumentarían considerablemente. Pero eso no era una opción. Los datos que había grabado debían llegar rápidamente al cuartel general. Tenía que actuar con el supuesto de que era la única exploradora que había logrado sobrevivir al ataque. Tendría que arriesgarse. Cuando llegase al cuartel general, ya sería de noche.

Penetró todavía más en la formación rocosa, con la precaución de mantener la motojet a poca velocidad. Una serie de enormes peñascos, le bloquearon el camino. No veía forma de rodearlos y no se atrevía a sobrevolarlos, aunque su motojet podía alcanzar la altura necesaria. La única salida era un estrecho paso de unos quince metros de anchura. El paso estaba muy oscuro y dudó.
Es ideal para una emboscada
, pensó. El vello de su antebrazo se erizó, y un frío escalofrío recorrió su columna vertebral. Tomó aliento profundamente y entró en el angosto declive.

Las sombras crecieron entre las rocas, dejando algunas zonas en una oscuridad casi total. Odie pensó en volver a colocarse el casco para poder aprovechar su función de visión nocturna, pero rechazó la idea. Se sentía aprisionada llevándolo. Avanzó lentamente en la oscuridad, sorteando cuidadosamente las obstrucciones o pasando por encima de ellas.

Su corazón se saltó de repente un latido. ¿Qué era ese ruido que surgía de aquella mancha de oscuridad? Se quedó inmóvil y busco la pistola láser.

—¡Quieto! —restalló una voz. Su dueño salió de las sombras empuñando una pistola láser que apuntaba directamente a su pecho—. No te muevas —ordenó.

Odie se inclinó hacia delante, preparándose para lanzarse contra él, pero el soldado disparó un tiro de aviso. En el breve resplandor de luz, Odie se sorprendió al ver otra figura acechando en las sombras, un poco detrás del soldado y dirigiéndose hacia él. ¿Eran dos? La cabeza del soldado se volvió ligeramente en dirección a la figura que se le acercaba. En el mismo instante en que la figura disparaba con su pistola, Odie impulsó su motojet hacia delante. Sorprendentemente, el rayo no iba dirigido contra ella sino contra el otro soldado, que trastabilló hacia las sombras con un humeante agujero en su pecho.

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