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Authors: David Sherman & Dan Cragg

La prueba del Jedi (7 page)

BOOK: La prueba del Jedi
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—¡Oh! —Tonith se inclinó hacia Reija—. ¿Amor? ¿Odio? Esas emociones no significan nada para mí. Tu vida tampoco, mujer. He venido a realizar un trabajo y para mí sólo sois activos, meros activos en una cuenta de resultados.

Reija ya estaba harta. Su mano se disparó para golpear el rostro de aquella criatura que había llegado para destrozar su vida y matar a su gente. El restallido de la bofetada sorprendió a todo el mundo, pero especialmente a Pors Tonith, que retrocedió tambaleándose hasta chocar contra uno de sus androides, la mano en la mejilla y una expresión de absoluta incredulidad en el rostro, tan ridícula que Reija, sabiendo que no tenía nada que perder, soltó una carcajada.

Tonith se abalanzó hacia delante con agilidad y fuerza inesperadas, cogió a Reija por el pelo y la arrojó al suelo. Slith saltó para proteger a su jefa y Tonith se giró hacia él.

—¡Matad a ese reptil! —gritó.

El androide más cercano alzó su rifle láser en dirección a Slith mientras los técnicos se apartaban de la línea de fuego, algunos gritando de terror.

—¡No! ¡No! —aulló Reija desde el suelo—. ¡Basta! ¡Basta, por favor!

Tonith hizo un gesto para que el androide bajara el arma.

—Escuchadme todos —dijo, dirigiéndose al pequeño grupo en general—. Habéis sido completamente abandonados por la República. Ahora, Praesitlyn es mío. Sois mis prisioneros y seréis bien tratados si obedecéis mis órdenes.

—He enviado un mensaje de aviso a Coruscant —interrumpió Reija, mientras se ponía nuevamente en pie. Era un farol, pero estaba dispuesta a seguir mostrándose desafiante.

—Querrás decir que intentaste enviar un mensaje, pero sabes que nunca lo recibieron —replicó Tonith, haciéndola callar—. Bloqueamos todas las transmisiones a y desde Praesitlyn. Ningún mensaje llegará a Coruscant... a menos que lo envíe yo —volvió a sonreír—. Nadie sabe lo que está pasando aquí, y cuando lo descubran será demasiado tarde. Bien... —saludó con la cabeza a los aterrorizados técnicos e hizo una nueva reverencia a Reija—. Esta breve entrevista ha sido una experiencia muy satisfactoria, pero ahora debo volver con mi ejército.

Dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo antes de salir de la sala de control, como si acabara de recordar algo, y se dirigió a Reija.

—Una cosa más, señora. Mantenga su boca cerrada a partir de ahora o la entregaré a los androides.

Hizo girar su capa y cruzó el umbral de la puerta.


La tormenta de arena volvía a soplar, pero con mucha más fuerza, y la temperatura había descendido vertiginosamente. Odie Subu y el teniente Erk H'Arman encontraron refugio en un grupo de rocas y se acurrucaron tiritando bajo la escasa protección que les ofrecía el terreno y la manta de campaña que ella extrajo de su equipo.

—¿Qué hacemos ahora, señor?

—Oye, dejemos una cosa clara: nada de protocolo militar, ¿de acuerdo? Yo soy Erk y tú eres Odie. Soy un simple piloto de caza, ¿recuerdas?, no un oficial de Estado Mayor. Y si queremos salir de aquí, creo que tú deberías llevar la voz cantante. Si estuviéramos en un caza espacial... —rió y dio un suave y amistoso puñetazo a Odie en el hombro.

Una fuerte ráfaga de viento amenazó con hacer volar la manta, pero sujetaron el ligero tejido con todas sus fuerzas y lograron retenerlo.

El ataque masivo de las naves orbitales de Tonith contra el ejército del general Khamar había sorprendido a la pareja en terreno abierto, entre el grueso de las fuerzas y la posición fortificada. Ambas líneas del frente fueron primero bombardeadas y luego atacadas por tropas terrestres. Incapaces de ayudarlos, decidieron refugiarse y esperar el final de la batalla, que no tardó mucho en llegar. Una vez cesó el fragor del combate, Odie utilizó los electrobinoculares para escrutar el campo de batalla, pero no descubrió señales de resistencia en ninguno de los dos puestos avanzados.

—Androides de combate —había dicho ella con voz temblorosa—. Miles de ellos.

Los androides de combate se hallaban ahora en el mismo risco en el que había acampado el general Khamar. Entonces, la tormenta de arena volvió a arreciar como si el clima se hubiera aliado con los invasores. Odie y Erk se vieron obligados a buscar nuevamente un precario refugio.

—¿Cuánta agua tenemos? —preguntó Erk.

—Menos de un litro —respondió Odie tras revisar su cantimplora.

—Bien, rendirse no es opción.

—No.

—¿Conoces algún lugar donde podamos ocultarnos un tiempo?

—Sí, pero, ¿no tendríamos que volver al Centro? Puede que aún resista.

—Puede. Pero el Centro es un objetivo separatista, seguro, y creo que deberíamos quedarnos aquí fuera hasta estar seguros de quién lo tiene en su poder. Además, tú misma has visto lo poderosas que son las fuerzas de desembarco. —Negó con la cabeza—. No, no creo que nadie haya podido hacerles frente.

—¡Oh, no! —los hombros de Odie empezaron a sacudirse, a medida que asimilaba el impacto de lo que había ocurrido—. ¡Todos mis amigos, todos los...!

—Y los míos también, Odie, los míos también —dijo Erk, colocándole una mano en el hombro—. Es lo que sucede en una guerra. ¡Ah, éramos una escuadrilla magnífica! —susurró antes de tomar aliento—. Mira, estamos vivos y seguiremos así. ¡Ey, no soy un superhombre! Si tú te rindes, no duraré mucho aquí fuera.

—S..., sí, sí. Quiero decir, no, no te abandonaré. Déjame pensar. Hay unas cuevas a unos setenta y cinco kilómetros de aquí, en dirección Sureste. Las he visto varias veces mientras patrullaba. Podemos ocultarnos allí. No sé qué hay en ellas, quizás encontremos agua. Tengo unas cuantas raciones de comida en la motojet. Si las racionamos, nos mantendrán un tiempo.

—¿Puedes guiarnos hasta allí a pesar de... eso? —Erk hizo una señal con la cabeza a la tormenta que los rodeaba.

—Oye, ¿puedes tú manejar un caza? ¡Claro que puedo guiarnos hasta allí! —rió ella sin rastro de humor.

—¿Sabes? Una vez salgamos de ésta, ¿por qué no te presentas a los entrenamientos para cazas de combate?

—¿Hablas en serio? —se sorprendió Odie.

—Claro que sí. Tienes la actitud adecuada. Vamos, puede que estemos solos, pero dos valientes como nosotros, con tu habilidad y mi cerebro...

—Con mi cerebro y tu habilidad...

—¡Así habla un piloto de combate!


Tardaron dos agónicos días en encontrar las cuevas. Cuando llegaron al refugio habían consumido la poca agua que tenían y estaban al borde de la deshidratación. Pero al menos consiguieron reptar hasta la fresca sombra de las cavernas, evitando el efecto devastador del ardiente sol.

—Tenemos que buscar agua —susurró Odie.

—¿Me lo dices o me lo cuentas? —graznó Erk—. Descansemos un rato aquí, a la sombra, ya exploraremos luego las cuevas. En alguna parte tiene que haber agua. ¿Sabes si estas cuevas son muy extensas?

—No —respondió ella, sacudiendo la cabeza—. Nos detuvimos aquí una vez, en una misión de rutina, pero nadie estaba interesado en explorarlas.

Descansaron unas horas antes de poder reunir energías suficientes para empezar la búsqueda. Odie sacó una bengala de uno de los bolsillos de su cinturón y utilizó su brillante luz blanca para iluminar el camino.

—Durará unos veinte minutos —informó a Erk por encima del hombro, mientras caminaban con precaución por el suelo cubierto de piedras—. Después tendremos que cambiar a otro color distinto.

—Asegúrate de reservar una para que no tengamos que volver a oscuras.

La penetrante luz proyectó sus enormes sombras sobre las paredes que los rodeaban, como si fueran grotescas criaturas cavernosas.

—¡Espera! —gritó Erk de repente—. Alumbra esa parte de ahí.

Indicaba un conjunto de piedras que parecían más oscuras que las demás.

—¡Humedad! El agua se filtra a través de esa roca. Estamos salvados.

Un poco más allá, el estrecho pasaje se abrió abruptamente para dejar paso a una enorme caverna.

—¡Ey! —gritó Odie. Su voz levantó ecos en las paredes de la cámara. Alzó la bengala por encima de su cabeza—. Este lugar es enorme, ni siquiera puedo ver el techo.

—¡Escucha! —Erk levantó una mano para pedir silencio— ¡Escucha, se oye el rumor del agua! ¿No lo oyes, Odie? Por aquí hay una corriente subterránea.

El suelo de la caverna se inclinaba de forma gradual y, mientras descendían por él, les llegó claramente el maravilloso sonido del agua corriente desde algún punto situado frente a ellos, allí donde un curso de agua fresca formaba una charca profunda antes de desaparecer en las profundidades de la caverna. Odie colocó la bengala entre dos piedras y se lanzó atrevidamente a la piscina. Erk no tardó en seguirla. Bebieron hasta saciarse de aquel glorioso líquido que daba la vida.

Pasaron dos días en las cuevas, recuperándose.

—Tenemos que movernos —dijo Odie al atardecer del segundo día—. Aunque sólo sea porque nos estamos quedando sin comida.

—¿Qué te parece si partimos mañana al amanecer? —sugirió Erk—. Viajaremos hasta que haga demasiado calor, y después descansaremos hasta que anochezca. Y si tenemos suficiente luz para poder ver el terreno, podemos seguir viajando toda la noche. ¿Cuánto crees que tardaremos en llegar al Centro de Comunicaciones?

—Dos días, quizá tres. El terreno es bastante abrupto y habrá que dar unos cuantos rodeos para llegar hasta allí. No tenemos ningún recipiente útil excepto la cantimplora, ¿podremos sobrevivir tres días con sólo dos litros de agua?

—Tendrán que bastar. Tenemos tu motojet, así que al menos no malgastaremos toda nuestra energía caminando. Nos lo tomaremos con calma, procurando conservar tanto líquido en nuestros cuerpos como sea posible. ¡No hay nada que no podamos conseguir tú y yo juntos, Odie!

Erk le pasó el brazo alrededor de sus hombros y la besó suavemente en la mejilla. El rostro de la chica se volvió más rojo de lo habitual. Después alzó la cara y lo besó en los labios. Permanecieron abrazados un largo momento.

—Ah... —dijo Erk por fin—, ¿qué te decía? ¡Eres la mejor compañera de escuadrilla que pueda tener un piloto de caza!

Tras pensárselo un instante, Odie respondió:

—Me pregunto si habrá sobrevivido alguien de los nuestros...

—Seguro que sí. Vamos, durmamos un poco.

Permanecieron muy juntos un buen rato, sin hablar, pensando en lo que les esperaba. Antes de caer dormido, Erk se giró hacia Odie.

—Quizá sólo quedemos nosotros dos con vida en esta maldita roca, pero seguiremos así, ¿de acuerdo?

—Completamente —respondió Odie.

Y se arrebujó más cerca del calor de Erk.

Capítulo 7

Pero no estaban solos... No del todo.

—¡Menudos idiotas! —remarcó Zozridor Slayke a uno de sus oficiales—. El Senado de la República siempre se ha mostrado muy tacaño respecto a los gastos de defensa. ¿Qué esperan que hagan los separatistas si dejan un enclave estratégico como ése defendido únicamente por una pequeña guarnición? ¿Cruzarse de brazos?

—Las fuerzas de la República están muy diseminadas por toda la galaxia, señor —apuntó el oficial, encogiéndose de hombros—. ¿Debemos ir en su ayuda?

Sonrió a su comandante y se inclinó hacia delante, expectante. Aquél era el momento que estaba esperando.

—¿Y darles la sorpresa de sus cortas vidas? —preguntó Zozridor Slayke, devolviéndole la sonrisa—. Puedes apostar a que sí. Reúne a mis comandantes.

La atmósfera en la sala de guerra de la
Plooriod Bodkin
era tensa, como siempre antes de entrar en combate, pero nadie estaba nervioso. Los oficiales reunidos alrededor de los mapas estelares sentían la cercanía de la batalla, como una manada de perros de combate cyborreanos ansiosos de que sus entrenadores les soltaran las correas.

No obstante, el propio Zozridor Slayke estaba relajado, como siempre. Aventajaba por toda una cabeza la estatura de todos sus oficiales, un grupo mixto de humanos y no humanos, y sólo podía ser tomado por su líder. No sólo por su túnica sin adornos, de mangas largas y cuello alto, al estilo militar, uniforme estándar de los oficiales de su ejército, sino también por el lenguaje corporal de sus propios oficiales, inclinados hacia él, expectantes, ansiosos por escuchar sus palabras. Slayke proyectaba la confianza de un hombre que sabía que tenía el mando y que sabía lo que estaba haciendo, y sus hombres —hasta el último soldado del escalafón de su flota— también lo sabían.

—El espacio ahí fuera está jodidamente atestado... —Slayke hizo un gesto, señalando el mapa holográfico de las rutas espaciales alrededor de Praesitlyn y Sluis Van. El comentario provocó algunas risas entre sus oficiales—. Nos superan en una proporción de al menos cuatro a uno —hizo el comentario como si se limitara a comentar la brillantez de las estrellas que parpadeaban en el mapa—. Bien, ahora que estamos aquí, ¿alguien tiene un plan? —y miró a su alrededor, expectante.

—Pe..., pero, señor..., ¡creíamos que usted lo tenía! —balbuceó un hombre situado a su lado, pálido de horror.

Todos los demás estallaron en carcajadas. Sabían que Zozridor Slayke tenía un plan. Y le conocían lo bastante bien como para que no tuviera que explicarles la esencia de ese plan: atacar, atacar y atacar.

Slayke dejó que disfrutasen del momento, y después alzó una mano, pidiendo calma:

—Veamos: según el último informe, hay ciento veintiséis naves formando un cordón alrededor de Sluis Van, ¿no es así? —hizo un gesto de cabeza hacia su jefe de Inteligencia, que le confirmó los datos—. Eso es malo porque los sluissis estarán muy ocupados defendiendo su propio mundo. Pero la flota separatista también estará ocupada manteniendo su cerco. Eso es bueno porque esas naves no podrán atacarnos a nosotros. El comandante enemigo ha dividido sus fuerzas, eso también es bueno. Y los separatistas todavía no saben que estamos aquí... Eso es incluso mejor.

La forma en que Slayke enfatizó la palabra "todavía" provocó una carcajada general entre sus oficiales. Señaló con un dedo el mapa del sector Sluis.

—Tienen unas doscientas naves orbitando Praesitlyn, algunas de ellas acorazados. Eso es malo. —Acarició pensativo su corta barba negra, se frotó bajo la nariz con el dedo índice y terminó estirándose del lóbulo de una oreja, como si no estuviera seguro de lo que debía decir a continuación. Miró nuevamente a su jefe de Inteligencia—. Sus sondas indican que ahí abajo tienen un fuerte ejército androide.

—Sí, señor. Parece ser que han derrotado a las fuerzas de defensa y han tomado el Centro de Comunicaciones Intergalácticas. Por el número de transportes terrestres y la cantidad de equipo desplegado, estimo que su ejército supera el millón de androides de combate. Están decididos a quedarse una buena temporada, señor.

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