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Authors: David Sherman & Dan Cragg

La prueba del Jedi (2 page)

BOOK: La prueba del Jedi
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¿Fundar una familia? Bueno, a todos los efectos prácticos, su equipo de Praesitlyn había sido su familia durante los últimos siete años. La querían y la llamaban: "mamá Momen".

¿Volver a casa? ¡Ya estaba en casa!
Renovaré mi contrato
, pensó,
si vivo lo suficiente
.

Un androide de trabajo, modificado para atender los árboles y la vegetación del jardín, circulaba por entre los extraños matorrales que crecían bajo los imponentes árboles kaha, importados de Talasea años antes por algún administrador jefe anterior. Normalmente, el susurrante sonido de los androides entre el follaje le resultaba reconfortante, pero no ese día. Reija volvió a cambiar de posición, abrió los ojos y suspiró. La relajación era imposible. Algunos miembros de su equipo habían salido al jardín y ya buscaban un lugar donde sentarse. No para disfrutar de la informal comida del mediodía, que se había convertido en tradición durante los años en que ella era administradora jefe, sino para conocer las últimas noticias y recibir las últimas órdenes. Reija sintió un breve fogonazo de rabia al ver interrumpida su rutina. No es que aquellas comidas fueran algo especial, sólo era una reunión de amigos y colegas disfrutando de la compañía de los demás y charlando animadamente mientras comían, pero su equipo las disfrutaba tanto como los habituales viajes de permiso a Sluis Van.

Hoy todos hablaban en susurros de preocupación, todos ansiaban recibir noticias del Sur. ¿Qué podía decirles? No saber qué pasaba realmente era peor que recibir malas noticias. Hacía varias horas estándar que una flota invasora había aterrizado a unos 150 kilómetros al suroeste del centro.

—Señora —dijo el general Khamar en su último informe—, dos de nuestros cazas espaciales han descubierto un gran número de naves hostiles cuando realizaban una patrulla de rutina sobre el océano. El control aéreo que monitorizaba la patrulla ha sido silenciado; pero, antes de perder el contacto, informó del desembarco de todo un ejército de androides. Sea como fuere, tenemos que destruirlos sin más demora. Estoy enviando a tierra todas mis tropas de asalto para atacarlos.

—¿Cómo es de numerosa la flota? —preguntó.

—Varios transportes y acorazados, nada que no podamos manejar. De necesitar refuerzos, cosa que dudo, Sluis Van nos los proporcionará.

—¿No sería prudente llamar ya a la flota de Sluis Van, por si acaso?

—Lo sería si los necesitáramos —gruñó Khamar—, pero no es buena táctica pedir refuerzos sin conocer todo el potencial de la amenaza enemiga. Dejaré un destacamento aquí, a las órdenes del comandante Llanmore, para mantener la seguridad del Centro.

Brusco y directo, Khamar era un corelliano, un soldado profesional, y Reija confiaba en su buen juicio. El joven comandante Llanmore le gustaba de forma especial. No podía evitar la sonrisa ante las formas puntillosamente militares que adoptaba en su presencia; aunque, por supuesto, le pareciera transparente. Para ella era uno de los muchos hijos que nunca había tenido.

Pero ya hacía una hora que no tenía noticias del general Khamar. Si resultaba ser un intento separatista de apoderarse del Centro de Comunicaciones, su tranquila estancia en Praesitlyn estaba a punto de terminar.

La cúpula solar que protegía el jardín se activó sin previo aviso. Se produjo un brillante fogonazo y un rugido ensordecedor. Con el corazón en la garganta, Reija se puso de pie y volvió corriendo a la sala principal de control. Slith Skael, el jefe sluissi del equipo de comunicaciones, se situó a su lado. Nunca había visto a la metódica criatura moverse tan rápidamente, o parecer tan preocupado.

—¿Vuelve Khamar? —preguntó Reija, dubitativa. Echó un vistazo general a la sala de control. Normalmente era un lugar de tranquila confianza, con técnicos afanándose en sus puestos de trabajo mientras los androides se dedicaban tranquilamente a sus tareas. Ahora, no.

—No, señora, son extranjeros —respondió Slith, oscilando nerviosamente—. Creo que es otra fuerza de invasión. En cuanto aterrizó la primera nave, ordené que cerrasen la cúpula. Le ruego me perdone si la he sobresaltado. ¿Cuáles son sus órdenes?

Reija había llegado a apreciar a Slith en los años que llevaban trabajando juntos en Praesitlyn. Bajo su impasible y calmado aspecto exterior se escondía un ser devoto y apasionado. Y sabía que podía contar con él. La sala de control era un caos. Los técnicos discutían entre ellos, manipulando frenéticamente los instrumentos. Un rugido profundo, gutural, recorría toda la instalación. Podía sentir su vibración en los paneles del suelo.

—Un gran número de naves ha aterrizado en la parte inferior de la colina —dijo un técnico con un tono de histerismo en la voz que indicaba a Reija que estaba al borde del pánico.

—¡Calma todo el mundo! ¡Escuchadme! —gritó con voz potente y firme. Era el momento de poner orden en aquella confusión—. Que todo el mundo vuelva a su puesto y me escuche. —Su tono, ahora tranquilo y controlado, provocó el efecto deseado. La gente dejó de discutir y volvió a sus asientos—. Bien, envíe un mensaje de alerta a Coruscant y...

—Ya lo he hecho —respondió el sluissi—. La transmisión ha sido bloqueada.

—¡No es posible! —exclamó, sorprendida.

—Evidentemente, lo es —rectificó Slith. Sólo informaba de un hecho, no lo discutía—, ¿Cuáles son sus órdenes?

Reija permaneció silenciosa unos segundos.

—¿Comandante Llanmore?

—Aquí estoy, señora —Llanmore, con su armadura y completamente armado, dio un paso adelante hasta colocarse frente a ella.

—¿Qué pasa ahí fuera?

La sala de control había quedado completamente silenciosa. Todos los ojos estaban fijos en la pareja.

—Un ejército androide ha aterrizado al pie de la colina —respondió Llanmore, buscando palabras concretas, precisas—. No podremos resistir si no recibimos refuerzos inmediatos y... —dudó—, y no los recibiremos.

—¿Sabemos algo del general Khamar?

—No, señora —la voz de Llanmore bajó un tono—. Debemos suponer que está..., que ha sido derrotado.

Reija pensó un segundo.

—Muy bien. No sabemos cómo, pero los invasores están bloqueando nuestras transmisiones y el general Khamar no puede ayudarnos, así que no podremos resistir. ¡Escuchadme todos! No podemos permitir que este complejo caiga en manos invasoras. —Hizo una pausa para recomponerse, antes de seguir dando unas órdenes que nunca creyó que tendría que dar—. Destruid todo el equipo.

Empezó a dar rápidas órdenes individuales a los técnicos, incitándolos a desarmar piezas concretas del equipo. Pero aquello llevaría tiempo; nunca se habían preparado para una emergencia semejante, ni tenían medios para garantizar la destrucción rápida y total que imponía la situación.

—Comandante...

—¿Sí, señora?

La única señal del nerviosismo de Reija era una pequeña gota de sudor que se deslizaba lentamente desde el pelo, junto a la ceja derecha.

—¿Puede retrasar a los invasores? Sólo necesitamos unos minutos.

—Puedo intentarlo.

Llanmore también sudaba ligeramente, pero giró sobre sus talones y salió de la sala de control. Lo último que Reija vio de él fue su espalda, mientras se dirigía presuroso a cumplir la orden. Tuvo miedo de estar enviando al joven a su muerte.

—¡Moveos! —ordenó a los técnicos, muchos de los cuales se habían detenido para escuchar su conversación con Llanmore. ¿Por qué nadie había previsto un plan de destrucción de emergencia para una contingencia como aquélla? El Centro de Comunicaciones Intergalácticas era vital para la República, y no podían permitir que sus instalaciones cayeran en manos enemigas.

Desde el exterior de la colina llegó el aplastante rugido de las armas. Llanmore se enfrentaba a los invasores. Reija sintió una desesperación creciente. Su tranquilo mundo había llegado a su fin.

Capítulo 2

—El Conde Dooku desea un informe de situación, Tonith.

El comandante muun de la fuerza invasora, el almirante Pors Tonith, sorbió tranquilamente su té dianogano y sonrió, ignorando ostensiblemente la clara falta de respeto con que se había dirigido a él la comandante Asajj Ventress.

—El Conde ya tiene un completo plan de batalla, Ventress —replicó con suavidad, mostrando el mismo nivel de ofensa. Dejó la taza en un plato cercano—. Se lo di antes de partir. Sabe que, cuando planeo algo, lo llevo a cabo. Por eso me eligió a mí para dirigir esta campaña.

Sonrió amistosamente, separando los labios teñidos de púrpura para revelar sus dientes también púrpuras y sus encías negras efecto del té. Esa mancha temporal era una indignidad que Tonith estaba dispuesto a soportar a cambio de disfrutar del exquisito aroma, del sabor y del efecto medianamente narcótico del té, obtenido a partir de una sustancia química del bazo de la dianoga. Además, era comandante de una vasta flota invasora; ningún ser inteligente bajo su mando se atrevería a reírse de él y los androides no tenían sentido del ridículo.

La expresión de Ventress no cambió, pero sus ojos oscuros brillaron como dos ascuas incandescentes en el transmisor de la HoloRed.

—Un plan no es un informe de situación —replicó con voz neutra. No estaba acostumbrada a que nadie le replicara, y menos ese anodino financiero sin sangre en las venas, convertido de pronto en comandante militar.

Tonith suspiró teatralmente. Consideraba a la asesina como una intrusa en cuestiones estratégicas que estaban más allá de su primitivo conocimiento del verdadero arte de la planificación y el mando militares. Pero era la protegida de Dooku y debía ir con cuidado.

—No puedo dirigir con eficiencia esta expedición si se me interrumpe constantemente con..., con... —se encogió de hombros y buscó su taza de té.

—El informe —insistió la mujer.

—En estos momentos estoy extremadamente ocupado.

—Infórmame. A mí. Ahora.

Su voz pareció tan cortante a través de la larga distancia como el sable láser por cuyo experto manejo era famosa.

Tonith se irguió en el asiento y dejó caer las manos sobre el regazo. En realidad, encontraba a Ventress bastante atractiva. Creía que ambos tenían algo en común: ella era una guerrera despiadada; él un estratega intrigante y despiadado. Cuando Tonith pensaba en mujeres, lo cual no era muy a menudo, las prefería con pelo en la cabeza, pero la calvicie de Ventress no carecía de atractivo. Irradiaba poder y confianza, incluso a través del transmisor, y eso era algo que él respetaba.

—Haríamos un buen equipo —dijo—. Podría necesitar su ayuda.

—Hombrecito, si yo fuera hasta Praesitlyn no sería para ayudarte, sino para reemplazarte como comandante en jefe —escupió ella—. Pero el Conde me reserva para asuntos más importantes. Deja de hacerme perder el tiempo y haz el informe.

Tonith volvió a encogerse de hombros, lánguidamente, y se rindió ante lo inevitable.

—Mientras hablamos, una flota de ciento veintiséis naves, setenta y cinco de ellas acorazados, rodea Sluis Van para impedir que puedan enviar cualquier refuerzo. En este mismo instante estoy haciendo aterrizar una fuerza de cincuenta mil androides de combate en Praesitlyn para crear una diversión que distraiga a la guarnición del Centro de Comunicaciones Intergalácticas. Cuando la operación esté completamente en marcha, haré desembarcar la fuerza principal, compuesta por un millón de androides de combate más o menos, aplastaré a los defensores con una maniobra de contención y capturaré intacto el Centro. Mi flota invasora consta de doscientas naves. Esta operación no puede fallar. Le garantizo que Praesitlyn será nuestro en las primeras veinticuatro horas estándar desde el comienzo de la Operación Caja Blanca. Tendremos el control total de las comunicaciones que unen los distintos mundos de la República. Y nuestras fuerzas podrán situarse en este punto estratégico de la galaxia para atacar a cualquiera de los aliados de la República sin que nada ni nadie pueda avisarlos. Y lo más importante, nuestro control de Praesitlyn será como una vibrocuchilla dirigida contra el propio Coruscant —Mientras hablaba, movió el brazo hacia delante de improviso, como si su mano empuñase aquella arma—. Esta campaña nos hará ganar la guerra —concluyó, con una sonrisa de satisfacción en sus labios teñidos de púrpura—. Esos técnicos de ahí abajo y sus fuerzas de seguridad ni se enterarán de lo que les pasa. Pronto habrán muerto todos, o estarán en nuestro poder.

Se recostó y volvió a beber de su té.

—¿Y la plataforma de contramedidas electrónicas? —pregunto Ventress sin parecer muy impresionada.

—Completamente operativa. El Centro intentó enviar una señal de alarma pan-galáctica hace un rato, pero la bloqueamos con éxito —sonrió mostrando los dientes púrpura y las encías ennegrecidas.

—¿Y el equipo de camuflaje? ¿Detectaron tu nota? ¿Conseguiste una sorpresa táctica?

—Sí. Y no sólo una sorpresa táctica, sino una sorpresa estratégica. No lo olvide.

—Muy bien. El Conde Dooku querrá informes regulares a medida que progrese la campaña. Envíemelos a mí, así te verá acostumbrándote a hacerlos.

—Sí —respondió Tonith con la voz teñida de falsa resignación, dejando claro que pensaba que aceptaba una molestia de la que podía prescindir.

Nunca se había encontrado con Ventress en persona, pero le habían dicho que era una oponente letal en combate cuerpo a cuerpo. No le preocupaba en lo más mínimo. Sólo los estúpidos perdían las batallas, y él no era estúpido. Si una guerrera como Ventress podía partir por la mitad a su oponente con una velocidad cegadora, Tonith destrozaba a sus enemigos siendo más inteligente que ellos. Por eso el Conde Dooku le había dado el mando. No malgastaría su tiempo en combates personales ni se expondría a sufrir daños físicos, para eso estaban los androides. Él se limitaría a dar órdenes... y vencería.

—A propósito —añadió Ventress—, estoy muy impresionada por su interesante trabajo dental.

Tonith, completamente desprevenido, no supo que contestar, ¿se burlaba de él o hablaba en serio? Quizá tuviera que volver a evaluar su nivel de inteligencia.

—Gracias —balbuceó por fin, haciendo una reverencia en dirección al holograma—. Y yo le felicito por la elección poco usual de su peinado.

Ventress asintió, y su imagen se desvaneció.


Pors Tonith era uno de los miembros de más éxito de una de las familias más despiadadas del Clan Bancario Intergaláctico. Para él, la vida era lucha y competitividad constantes. Enfocaba los negocios como si fueran una guerra. Durante generaciones, había sido práctica familiar realizar OPAS hostiles a compañías, a mundos enteros si era necesario, mediante el uso de la fuerza. Tonith había convertido sus desagradables maniobras en un arte. Un arte militar.

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