Read La palabra de fuego Online
Authors: Fréderic Lenoir y Violette Cabesos
Tags: #Histórico, Intriga
—Es la biblioteca —susurra Ostorio con deferencia—, la habitación preferida del patrón. Detrás de los batientes hay cavidades que contienen sus
volumina
. Nadie posee más que él, y nadie tiene derecho a tocarlos salvo él. La estancia está orientada al sol naciente para evitar el enmohecimiento producido por los vientos, y el señor unta él mismo sus rollos de papiro con aceite de cedro para protegerlos de los insectos. Normalmente pasa aquí todo el día, y a veces incluso la noche.
A través de una habitación vacía, el intendente y la esclava llegan a otro jardín, un huerto oculto detrás de la
domus
y con un pozo, donde se cultivan las verduras para el consumo cotidiano.
—¡Qué espléndida y extraordinaria residencia! —exclama Livia, transportada por lo que acaba de ver.
—¿La de tu ama romana no era más admirable?
—Era más grande, más alta, pero mucho menos deslumbrante… Jamás había visto un jardín tan maravilloso, ni unas pinturas tan poéticas…
Ostorio aprecia el cumplido y deja de fruncir el entrecejo. Levanta orgullosamente el mentón como si fuera el propietario de la villa.
—Los pintores de Pompeya son muy reputados, y, desde que vino a vivir aquí hace trece años, mi patrón ha restaurado y embellecido esta casa sin parar. Ha invertido toda su fortuna.
—Muchas habitaciones parecen desocupadas —dice Livia.
—Aquellas en las que vivía y recibía la patrona —admite Ostorio con un aire abrumado—. La echamos mucho de menos…
—¿Cuándo murió?
—Hará nueve años el próximo verano. Accedió al Hades durante el reinado del emperador Vitelio, un gran día de fiesta, el de los
Indi martiale
. La belleza de Gala Minervina era superior a la de Popea. Su familia era una de las más nobles de Roma… Acompañó a su marido aquí y se enamoró de nuestra ciudad. Con él, levantó esta casa, que estaba en ruinas cuando llegaron. La
domina
la convirtió en una morada muy alegre, donde a todos los nobles pompeyanos les gustaba reunirse… Vivíamos por todo lo alto… Desgraciadamente…
—¿De qué murió? —insiste Livia.
—De la fiebre del parto. Al traer al mundo un heredero varón que expiró unas horas después que su madre. El patrón adoraba a svi mujer, deseaba más que nada en el mundo un hijo, pero este deseo se había visto varias veces frustrado… Nunca ha podido rehacerse de la pérdida. Algún tiempo más tarde, gracias a su tía, regresó a la Urbe, pero ya había cambiado mucho… y la
domus
también. Antes de partir, manumitió a más de la mitad de los esclavos y no los ha sustituido. Desde su regreso, hace siete años, solo busca la soledad. Ha delegado la gestión de las tierras en Escílax, ya no interviene en los asuntos de la ciudad, ni siquiera va a las termas ni a los juegos, y vive recluido en esta casa. Su única compañía es la de las cartas de sus lejanos amigos y sus libros… No volverá a casarse nunca.
Livia comprende ahora mejor el aire taciturno y austero de Javoleno cuando visitaba a Faustina. Piensa que el patricio vive un doble exilio: el de Roma y sus hermanos de corazón, y sobre todo el de su familia de sangre. Se da cuenta de que, en el fondo, pese a la diferencia social, sus penas se parecen.
—Entonces, ¿el señor no tiene descendencia? —continúa preguntando.
—Sí, tiene una hija. Se casó el otoño anterior a la muerte de su madre con uno de los mejores partidos de Pompeya. El patrón tiene tres nietos. Pero ya está bien de confidencias —dice el intendente adoptando de nuevo su expresión autoritaria—Vamos, todavía tengo que enseñarte los almacenes subterráneos.
Ostorio la conduce al sótano de la casa, tan vasto como la planta baja y ventilado por múltiples aberturas. Las habitaciones subterráneas se suceden hasta el infinito en una multitud de bodegas, reservas de provisiones, áreas de secado de frutas y pescados, y sobre todo espacios de almacenamiento de aceite de oliva y vino. El intendente le indica dónde están guardados los productos frescos para la cocina. Livia está asombrada de la cantidad de ánforas gigantes, los
dolia
, que hay apoyadas en las paredes o semienterradas en el suelo.
—¡Es la producción del señor! —explica el intendente con énfasis—.Aceite y, sobre todo, vino, ¡y qué vino! El mejor
vesuvinum
y
lympa vesuviana
…, por no hablar del
mulsum
, especialidad local: una bebida medicinal a base de vino y miel de tomillo. Exportamos a todo el Imperio. Los vinos jóvenes y espumosos que no pueden viajar se venden directamente en la
taberna
de la planta baja.
—¿La tienda es del señor?
—Las dos
tabernae
son suyas. Como todos los propietarios de la ciudad, ahí da salida a una parte de su mercancía. Si tienes sentido comercial, quizá te coloque como vendedora…
Livia se queda pálida. Aunque hayan pasado años, no se siente suficientemente fuerte para trabajar en una tienda de vino reviviendo a cada instante su infancia rota.
—Sé leer y escribir perfectamente, pero se me da muy mal contar —contesta para quitarle esa idea de la cabeza.
En ese instante se percata de que Ostorio la mira de una forma extraña, muy diferente del examen al que la ha sometido hasta hace un momento: con los ojos relucientes y la cara roja, el intendente la observa a través de dos ranuras que despiden un brillo que la cándida joven todavía no ha aprendido a identificar como el del deseo. Sin embargo, instintivamente se siente incómoda a causa de la mirada del liberto y vuelve la cabeza para dejar de sentirla sobre su piel. A fin de terminar la visita, Ostorio la acompaña al establo, donde Livia recupera el pequeño hatillo que contiene sus efectos personales. La presenta a dos esclavos ocupados en descargar los muebles, la vajilla de oro y de plata, y diversos objetos que habían pertenecido a Faustina Pulcra. La expresión de Livia se torna melancólica. El intendente la lleva a la cocina de la zona de la servidumbre, le sirve un vaso de vino y le da de comer. Para alejar la nostalgia, Livia se interesa por él. Ostorio responde de buen grado, pero en un tono despegado.
—Nací en esta casa, al igual que mi hermana y mis dos hermanos. Mis padres habían sido comprados por el padre del señor al mismo tiempo que la villa. A su muerte, todos fuimos manumitidos. Mis hermanos y mi hermana se marcharon a Neápolis y a Cuma, donde se casaron, pero mis padres y yo nos quedamos al servicio del hijo, que había heredado la
domus
. No venía casi nunca. Luego, cuando se estableció aquí, mi padre se convirtió en el intendente y mi madre entró a formar parte del servicio de Gala Minervina. Ella murió poco después del fallecimiento de la
domina
. Mi padre murió hace cinco años. Entonces el patrón me nombró intendente a mí.
—¿Qué cargo ejerce vuestra esposa?
—Bambala administra las cocinas del patrón. Mis dos hijos trabajan en la casa de su hija. Ella siempre necesita personal, mientras que aquí… Debo ir a presentar al señor mi informe de lo que ha sucedido en su ausencia.
Livia se queda sola. «¿Cómo es posible que una casa que exhala una belleza tan exuberante sea una casa de sufrimiento y luto? —se pregunta—. ¿Cómo es posible que un hombre como él siga siendo fiel a una mujer que lleva casi nueve años muerta?» Se refugia en su habitación, se cubre la cabeza con el chal y se pone a rezar.
Hacia el anochecer, Ostorio va a decirle que el señor quiere verla en el atrio. La joven se apresura a ir allí.
—Livia —dice Javoleno—, coge un manto. Voy a salir y quiero que vengas conmigo. Te enseñaré algo que no has visto nunca en la capital del Imperio.
Livia obedece encantada y se instala, de pie, junto al señor, que conduce el carro. Se siente más cerca de él, ahora que conoce detalles de su vida. El vehículo tirado por un caballo se aleja de la casa por la callejuela desierta y llega al amplio y ruidoso
cardo maximus
[11]
. Pero, en lugar de dirigirse hacia el sur y la calle principal, el
decumanus maximus
[12]
, el carro sube hacia la puerta norte de la ciudad antes de desviarse a la izquierda para ir hacia el oeste, a lo largo de las murallas.
—Nuestras calles son de un solo sentido —explica Javoleno—. Es más cómodo para circular, pero exige conocer bien la ciudad. De todas formas, tranquila, esto solo afecta a los carros. ¡Como peatón, no tienes que preocuparte!
Livia sonríe en silencio. Desde que conoce el mudo dolor de su amo, aprecia todavía más su afabilidad teñida de humor. No obstante, se siente apocada y torpe, orgullosa e incómoda de sentarse a su lado. Faustina nunca la instaló junto a ella, la esclava caminaba siempre detrás de la litera.
—Puesto que pasamos junto a las fortificaciones —prosigue el guía—, en uno de los barrios más antiguos de la ciudad, voy a contarte su historia. Su cosmopolitismo se debe al hecho de que, antes de convertirse en una colonia romana, hace más de ciento cincuenta años, fue osea, etrusca, griega y, por último, samnita. La plebe todavía habla la lengua osea, y aquí todo el mundo entiende el griego desde que nace. Eso facilita el comercio.
—No imaginaba que os dedicarais al cultivo de uva y el comercio del vino —dice Livia.
—¡Aquí prácticamente todo el mundo vive de esa actividad! En este paraíso agrícola, la tierra, y en particular las viñas, es lo que ennoblece, lo que confiere poder y honorabilidad. Pero yo soy solo un pequeño propietario. Confieso, incluso, que habría preferido no preocuparme de la viticultura, puesto que no entendía nada de eso. Pero no tuve elección: cuando llegué, la casa estaba tan destrozada por el terremoto que invertí la herencia de mis padres en su reconstrucción. Después no tenía nada de qué vivir. Así que tuve que endeudarme y dedicar mis últimos recursos a la compra de campos de olivos y viñedos. Por suerte, conté con una ayuda preciosa y mis negocios prosperaron. Has debido de beber mi vino en casa de mi tía, a menos que lo reservara solo para ella…
Livia supone que «la ayuda preciosa» es su difunta mujer. En el momento en que se detiene en ese pensamiento, el carro cruza una puerta de tres vanos, sale de la ciudad y se interna en una carretera bordeada de tumbas y panteones: la vía de los sepulcros. Livia se alarma en silencio: ¿desea su amo mostrarle la tumba de su esposa? Sospecha que sí. ¿Acaso el monumento es una curiosidad arquitectónica, a semejanza de la pirámide de Faustina Pulcra? Inquieta, no se atreve a mirar el rostro de Javoleno y escruta los alrededores. La calle de los muertos, invadida de vegetación, es casi alegre: sepulturas de mármol ricamente esculpidas en forma de templo o de altar están rodeadas de jardines, vergeles y pozos. Algunas están bordeadas de bancos de piedra o de terrazas con mesas y camas de obra destinadas a los banquetes, idénticas a las de los comedores de verano de las casas pompeyanas. Algunas grandes villas resultan visibles entre los sepulcros. El conjunto es majestuoso.
Sin dejar de mirar al frente, Javoleno le indica a Livia un establecimiento de baños de mar y de curas de agua dulce alimentado por una fuente termal. En un cruce, el carro sale del cementerio y gira a la derecha. Livia no puede contener más su curiosidad y pregunta cuál es la meta de su viaje.
—Vamos a casa de mi hija y mi yerno —responde él.
—Es un gran honor para mí —dice la esclava, que rebosa de contento.
—Ya verás, mi hija es espléndida… Tiene más o menos tu edad. Nació en Roma y era muy reacia a venir aquí con su madre y conmigo. En aquella época tenía diez años. Sin embargo, en Pompeya ha encontrado el amor, y yo, un aliado inestimable en la persona de su marido. De no ser por los consejos y el apoyo de Marco Istacidio Zósimo, quizá hoy estaría como todos esos mendigos que has visto en la calle… Fue él quien me vendió las tierras de las que te hablaba antes, las tierras más fértiles de las laderas del Vesubio, quien me inició en el cultivo de la vid y del olivo y quien me recomendó a Escílax. Y es también él quien aloja a mi administrador y mis esclavos rústicos, me arrienda la mano de obra suplementaria necesaria para vendimiar y pisar la uva, me presta sus lagares y sus muelas. Yo he hecho excavar los sótanos bajo mi modesta vivienda, pero solo sirven como lugar de almacenamiento de los productos acabados. Ahora comprenderás por qué.
Los cascos del caballo restallan contra la vía de piedra volcánica. De pronto, en mitad de la pendiente, se alza una edificación que deja a Livia atónita: de una sola planta, construida sobre una terraza artificial sostenida por un criptopórtico, sus dimensiones son tales que parece el palacio del emperador. Comparada con esa residenciaba mansión de Faustina es la vivienda de un portero.
—¡Es impresionante! —exclama.
—Noventa estancias —precisa Javoleno—. Este increíble edificio es a la vez una de las residencias más agradables de Pompeya y la explotación agrícola más rentable de la región. Es la finca vitícola más vasta y mejor organizada que conozco. Cuando Marco Istacidio Zósimo adquirió la casa, poco después del seísmo, no era más que una antigua villa patricia medio derruida y abandonada por su anterior propietario. El talento de Marco, y el de sus arquitectos, la ha convertido en el templo del vino, un inmenso y majestuoso complejo dedicado a la producción vitícola a escala industrial.
—Debe de ser un señor muy poderoso…
—Su familia es una de las más influyentes de Pompeya. Posee cerca de un millar de esclavos. Uno de sus hermanos es procurador, y el otro, duunviro encargado de impartir justicia.
El filósofo pronuncia las últimas palabras sin vanidad ni orgullo, como un hecho objetivo. Si bien aprecia el poder de su yerno, no parece envidiarlo ni codiciarlo. Livia advierte su modestia.
Dos esclavos acuden de inmediato y los ayudan a bajar del carro. Livia, muy intimidada, sigue a su amo a considerable distancia. La entrada de la residencia es una exedra semicircular, una amplia veranda bordeada de arcadas y de terrazas con rosales. En el
tablinum
, con minúsculos personajes amarillos pintados sobre fondo negro, aparece una mujer de una belleza impresionante: alta y esbelta, su cabellera, adornada con flores, es de un rubio claro y luminoso que a Livia, como experta, le parece natural. Sus ojos pintados de negro son de un intenso azul marino, y bajo la cerusa, la
ornatrix
detecta una tez blanca y lisa. Todos sus gestos poseen una gran nobleza y su
stola
, de color malva como la de Venus, parece cubrir el cuerpo de una diosa.