Read La isla de las tres sirenas Online
Authors: Irving Wallace
La puerta de cañas se abrió a sus espaldas, con un golpe, y él giró sobre sus talones. Tehura se dirigía a su encuentro. Marc quedó sin respiración.
Había olvidado por completo la belleza de la joven. También había olvidado el modo como vestían las mujeres indígenas.
No llevaba nada, nada para cubrirse, ningún adorno, como no fuese el breve faldellín de hierbas, que le ponía nervioso al alzarse y caerse de…acuerdo con el movimiento de sus muslos. Verla así era como contemplar a una bailarina que saliese a escena llevando únicamente el tutú, sin corpiño ni mallas. Desesperado, intentó no mirar los senos, que se balanceaban suavemente cuando ella andaba, pero le era imposible no hacerlo.
—Hola —le dijo ella—. No sabía quién de ustedes deseaba hablar conmigo. Ahora ya lo veo. Es el que no cree en nuestra manera de amar.
—No es exactamente eso lo que dije anoche…
—No importa— le atajó ella—. Mi tío desea que responda a sus preguntas.
—Sólo en caso de que usted también lo desee —repuso Marc con embarazo.
Ella se encogió de hombros, indiferente.
—Me da igual. Pero deseo complacer a mi tío. —Su mirada se cruzó con la de Marc y le preguntó: ¿Qué hará usted con mis palabras? ¿Contará a mucha gente de Norteamérica lo que yo le explique?
—A miles de personas. Todas la conocerán a través de mí… del libro de la doctora Hayden. Cuando se publique, enviaré un ejemplar al capitán Rasmussen para que se lo traiga.
—No hace falta que se moleste, pues no sé leer. Sólo unos cuantos saben leer aquí… Paoti, Manao el maestro, algunos de sus alumnos… y Tom, que tiene una montaña de libros. Yo considero que aprender a leer es perder el tiempo.
Marc hubiera querido saber si se burlaba de él, pero la expresión de Tehura era grave. Se dispuso a salir en defensa de la cultura y la Semana del Libro.
—Yo no diría que…
—Uno que lee, es como si se hiciese el amor a sí mismo —prosiguió la joven—. Le impide hablar con los demás y escuchar lo que éstos tengan que decirle. Una buena conversación es más agradable… ¿De veras desea que usted y yo hablemos?
—A eso he venido.
—Hoy no tengo mucho tiempo. En los próximos días, si la cosa me interesa, veré de disponer de más tiempo. —Atisbó el cielo, visible entre las aberturas del saliente rocoso, sombreándose los ojos con la mano—. Hace demasiado calor al sol. Parece usted un pez asado a fuego lento.
—Me siento como si verdaderamente lo fuese.
—Quítese la ropa, pues. Se sentirá mejor.
—Verá, es que…
—Bien, no importa —dijo ella—. Ya sé que no puede. Tom me ha contado cómo son los norteamericanos.
Marc experimentó una súbita cólera dirigida contra ella y contra todos.
—¿Y qué le dijo?
Ella volvió a encogerse de hombros.
—No tiene importancia… Venga, iremos a un sitio más fresco.
Se dirigió hacia la izquierda, precediéndole por un sendero que pasaba entre varias cabañas, en dirección paralela al poblado, hasta que dejaron atrás el saliente rocoso y la choza de Auxilio Social. El sendero se dirigía entonces al monte. Tehura saltaba ágilmente, trepando por el sendero, y Marc la seguía, pisándole los talones. Por dos veces, al sortear grandes piedras, el faldellín de hierba se agitó violentamente y Marc vio con toda claridad las dos curvas gemelas de sus nalgas. Aunque todavía le duraba la irritación que le produjeron sus palabras, volvió a encontrarla deseable.
Llegaron a lo alto de la elevación y junto al sendero, Marc vio una verde y jugosa hondonada, cuya gruesa alfombra de hierba estaba rodeada por árboles del pan, cuyas anchas hojas formaban un umbroso dosel.
—Aquí —dijo Tehura.
Se acercó al árbol más corpulento y se sentó en la hierba, cruzando las piernas a un lado bajo el faldellín. Marc la siguió y se dejó caer al suelo frente a ella, sin olvidar ni por un momento que la joven iba semidesnuda.
—Pregúnteme lo que quiera —dijo ella, con tono majestuoso.
—Para serle sincero, aún no he pensado en… preguntas concretas. Necesito saber más cosas para irle haciendo preguntas. Hoy sólo pensaba romper el hielo y charlar de una manera general.
—Hable usted. Yo escucharé.
Y levantó la vista al amplio abanico que formaban las hojas del árbol del pan.
Marc se quedó de una pieza. Tehura no parecía la personilla alegre y desenvuelta que habló durante el festín de Paoti. Le intrigaba la transformación experimentada por ella. Marc sabía que si no resolvía la situación sin tardanza sus relaciones serían muy breves.
—Tehura —dijo—. Me resulta difícil hablar con usted. Parece como si me demostrase una hostilidad deliberada. ¿Por qué me trata con tal altanería?
Estas palabras la obligaron a bajar la mirada de repente. Lo contempló con muestras de mayor respeto.
—Tengo la sensación de que no le somos simpáticos —dijo— y que lo desaprueba todo.
La clarividencia de Marc le ganó el respeto de la joven, y a su vez, la que demostró poseer Tehura al adivinar sus más íntimos sentimientos, que aún no había manifestado a nadie, hizo que él la mirase también con respeto. Hasta aquel momento, para él no había sido más que una cabeza de chorlito, una salvaje desnuda, que se entregaba al primero que pasaba, y nada más. Pero evidentemente era algo más, mucho más, y resultaría un valioso adversario.
—Se equivoca usted —dijo, midiendo sus palabras—. Siento haberle dado esa impresión. Estaba muy cansado y anoche el vino se me subió a la cabeza, volviéndome quisquilloso. Naturalmente, su cultura me resulta chocante, lo mismo que la mía debe parecerle rara a usted. Pero yo no he venido aquí dispuesto a cambiar ni hacerla cambiar a usted, como tampoco para erigirme en juez. He venido aquí a aprender… única y exclusivamente a aprender. Si usted me ayuda sólo un poquito, verá que soy un discípulo aprovechado.
Ella sonrió por primera vez.
—Me es usted más simpático.
Marc sintió que los tensos resortes de su interior se aflojaban y su disgusto se calmó. Buscó el fino cigarro que llevaba en el bolsillo, empapado de sudor, mientras pensaba: "Palabras, palabras, palabras", como dijo Hamlet a Polonius, en la escena segunda del segundo acto. Pensó también:
Ningún arma masculina, ni el físico más apuesto, ni la destreza, ni nada, pueden seducir más fácilmente a una mujer que las palabras". Acababa de demostrarlo. No debía olvidarlo a partir de entonces.
Así es que dijo:
—Esto me gusta, porque quiero que lleguemos a simpatizar. No sólo para que me ayude en mi trabajo, sino porque, sencillamente, quisiera despertar su simpatía.
—Y la despenará si se muestra simpático.
—Así me mostraré —prometió, sin saber qué añadir. Sostuvo el cigarro empapado entre sus dedos—. ¿Le molesta que fume?
—En absoluto. Ya estamos acostumbradas. El viejo Wright introdujo esta costumbre aquí. Nuestros hombres cultivan tabaco negro y lo enrollan para fumar. A mí me gusta más la pipa. Tom Courtney fuma en pipa.
Aquella era la ocasión que él esperaba y no la desaprovechó.
—Ese Courtney —dijo— sigue siendo un enigma para mí. ¿Qué le hizo venir a la isla?
—Pregúnteselo a él —respondió ella—. Tom habla por sí mismo. Tehura habla por sí misma.
—Pero anoche habló de él con mucha libertad.
—No de él, sino de nosotros dos. Es muy diferente.
—Me impresionó la manera como habló de su… de su…
—¿De nuestro amor?
—Sí, eso es. ¿Me permite que le pregunte si duró mucho tiempo…?
—Dos años —respondió Tehura con prontitud—. Fue mi vida durante dos años.
Marc reflexionó y se dispuso a poner a prueba su sinceridad:
—Recuerdo algo más que dijo anoche. Dijo que Courtney tenía bondad, pero no hacía bien el amor. ¿Qué quiso decir con eso?
—Quise decir que al principio yo no gozaba. El tenía fuerza pero le faltaba… le faltaba… —Arrugó el entrecejo, buscando la palabra exacta, hasta que la encontró—: Tenía fuerza, pero le faltaba delicadeza. ¿Me entiende? Entre nosotros, el amor florece desde el primer don de las flores de tiaré, pasando por la danza, el contacto y el abrazo completo de dos seres desnudos. Es algo natural, natural y sencillo. Y luego, como el abrazo nos ha sido enseñado y lo hemos practicado hasta hacer de él un arte, resulta bueno… es como la danza… el hombre se balancea en nuestro interior, y la mujer participa libremente en la danza con la cintura, las caderas, las piernas… muchas posiciones para un solo abrazo, no una sola, sino muchas…
Mientras ella continuaba hablando, Marc sentía un calor sofocante, pero sabía que no era únicamente a causa del sol. Experimentaba un temblor a flor de piel, una pasión por lo que nunca había conocido. Cesó de mirarla a los ojos y fingió mirar más allá de ella, por encima de sus hombros, asumiendo la actitud docta y atenta del pedagogo que escucha con corteses gestos de asentimiento. Pero con el rabillo del ojo veía sus agitados senos que le apuntaban y no sabía por cuánto tiempo podría contenerse aún. Mordisqueaba el cigarro y trató de concentrarse en lo que ella decía:
… pero Tom era tan diferente… Daba tal importancia al abrazo amoroso, que parecía como si fuese algo fuera de lo normal. Parecía estar en deuda conmigo por el amor que le había dado. Esto era lo que yo sentía. Y siempre se esforzaba demasiado. Tenía fuerza, sí, pero se necesita más. Me dijo que los norteamericanos no aprenden a hacer el amor… lo aprenden sobre la marcha, siguiendo su instinto. Esto está mal, le dije; es algo que hay que aprender, un arte, y no basta con el instinto. El sólo quería hacerlo de una manera, dos a lo sumo, y eso también estaba mal. Hacía cosas estúpidas, como apretar sus labios contra los míos, y acariciarme el pecho y otras cosas inútiles que nosotros no hacemos. El deseo es suficiente preparación y una vez da comienzo el abrazo, con la danza basta. —Hizo una pausa, como si evocara algún recuerdo, y agregó—: Ha aprendido a amar como nosotros y esto le ha hecho bien en los restantes aspectos de su vida.
En lo más profundo de su ser, Marc aborrecía a Courtney por haber aprendido y experimentado aquellas cosas. Trató de hablar con voz tranquila:
—Creo entender que por último aprendió a satisfacerla… Físicamente, ¿no es eso?
Tehura denegó vigorosamente con la cabeza.
—No, no y no. Esto no es lo más importante. En Las Tres Sirenas, todas las mujeres son capaces de llegar con facilidad a semejante entrega y abandono. Esto se debe a ciertos preparativos que se hacen en su cuerpo durante la infancia. Lo principal no es la satisfacción física, sino que Tom aprendió a ser más espontáneo y más tranquilo, como casi todos nosotros.
Aprendió que cuando se ama a una mujer, no se le debe nada, no se hace nada malo ni prohibido, sino que sólo se ha cumplido aquello para lo que nos preparó el Sumo Espíritu.
Habiendo conseguido ya soltarle la lengua, Marc se preguntó hasta dónde se atrevería a seguir sonsacándola. Arriesgó otra pregunta:
—Tehura, parece haber dado a entender que hubo otros hombres antes que Courtney. ¿Fueron muchos?
—No los he contado. ¿Acaso contamos la fruta del pan que comemos o las veces que nadamos o bailamos?
Marc parpadeó, mientras pensaba: el Dr. Kinsey se hubiera ido de aquí sin escribir ni una línea y el Dr. Chapman no hubieran podido redactar ningún informe. Era evidente que la isla de Las Sirenas no podían ofrecer a las estadísticas amores reprimidos. Pero él no hacía estadísticas, se dijo, sino que haría algo mejor que eso. Al observar a Tehura, constató su juventud y frescor e intuyó en ella algo cándido e intacto, que parecía contradecir su afirmación de que se había entregado a innumerables hombres.
Tenía que cerciorarse de haberla entendido bien.
—Tehura… ¿Cuándo tuvo por primera vez relaciones sexuales con un hombre?
—¿Amor corporal?
—Sí, creo que es así como aquí lo llaman.
Sin vacilar, ella respondió:
—Todas las realizamos por primera vez a la misma edad. A los dieciséis años. Las que lo desean pueden continuar asistiendo a la escuela para estudiar otras cosas hasta los dieciocho años, pero a los dieciséis ya lo saben todo acerca de cómo se hace el amor. Hasta esa edad, se les explica y se les demuestra. La iniciación a la pubertad consiste en practicarlo.
—¿Practicarlo? Vaya. Dicho de otro modo, después de los dieciséis años ninguna joven es virgen.
—¿Virgen? —Tehura estaba genuinamente horrorizada—. Ser virgen después de los dieciséis años sería una desgracia. Una enfermedad en la parte inferior del cuerpo, como otros la tienen en la parte superior, en la cabeza. Una joven no puede crecer ni hacerse mujer si es virgen. Siempre sería una niña. Los hombres la despreciarían.
Marc pensó en sus amigos de facultad en el Colegio Raynor, y en sus amigos de Los Ángeles, y en lo que disfrutarían con aquella conversación.
Su mente volvió a California, y de allí a Nueva York, viendo la nación que se extendía entre ambas regiones, y pensó en la sensación y el júbilo que causarían aquellas palabras entre públicos inmensos. De la noche a la mañana, él se convertiría en… Después, fríamente, hizo estallar la burbuja de su fantasía, sabiendo que con aquella información no se convertiría en nada. Matty también la conseguiría, de otras fuentes, y sería la primera en revelarla a la nación, acaparando la atención general. Y él seguiría siendo lo que siempre había sido… su ayudante, su eco, su sombra…
Así que había que desechar toda esperanza. Pero, dejando aparte el sensacionalismo de la información, había en ésta varios elementos que le intrigaban personalmente.
—¿Y qué le pasó a los dieciséis años, Tehura?
—La ceremonia acostumbrada —repuso la joven—. Me llevaron a la Choza Sagrada. Una anciana de la Jerarquía Matrimonial me sometió a un reconocimiento físico excepcional y me declaró apta para penetrar en la cabaña de Auxilio Social. Entonces me pidieron que escogiese pareja entre los jóvenes solteros, de edad superior a la mía y que ya poseían experiencia en aquellas lides. Yo me sentía muy atraída por un atlético joven de veinticinco años y fue a éste a quien señalé. Nos llevaron a la Choza Sagrada y nos dejaron solos durante un día y una noche. Sólo salíamos para ir al retrete y en busca de comida y bebida. Yo había sido perfectamente aleccionada y en teoría el amor no tenía secretos para mí ni me inspiraba temor.
Practicamos el amor corporal seis o siete veces, no lo recuerdo bien, pero yo quedé exhausta y al día siguiente ya era una mujer.