La isla de las tres sirenas (44 page)

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Authors: Irving Wallace

BOOK: La isla de las tres sirenas
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"En algunas chozas veréis ídolos de basalto gris oscuro o negro. También es tabú tocarlos o examinarlos. Las relaciones de parentesco, según las cuales los niños pertenecen a un amplio grupo familiar formado por padres, tíos, tías y demás parientes próximos, hacen que el incesto se considere extraordinariamente tabú, lo mismo que la violencia física. Por más que a uno le provoquen o le maltraten, no hay que golpear al prójimo ni hacerle daño."

"En tales casos, hay que denunciar el hecho al jefe. El asesinato, aunque sea en venganza de un tremendo crimen, se considera un acto de barbarie. Los indígenas creen que los enfermos están invadidos por espíritus muy elevados que los someten a juicio y por lo tanto los enfermos son tabú para los simples mortales, a excepción de los que tienen mana, que gozan de extraordinarios privilegios. Todo el mar que rodea la isla se considera tabú para los extranjeros. Por consiguiente, no se permite la entrada en la isla principal ni la salida de ella, a no ser por consentimiento del jefe. Es probable que existan unos cuantos tabús de menor importancia que el jefe ha olvidado mencionar. Cuando los conozca, os los comunicar‚ a todos."

"Y ya que hablamos de ello, debo añadir que la etnología también tiene unos cuantos tabús, o restricciones, si lo preferís así, por lo que respecta a determinadas prácticas y conductas. No se trata de reglas rigurosas e implacables, sino que representan un código moral nacido tras larga experiencia. En primer lugar, nunca, bajo ningún pretexto, hay que mentir a los indígenas, ni en lo tocante a uno mismo o a nuestras propias costumbres. Si descubren que se les ha mentido, harán el vacío alrededor del mentiroso."

"Cuando comprendáis haber hecho una afirmación equivocada, reconoced al instante vuestro error y aclarad lo que pretendíais expresar. No os enfadéis si os hostigan o se burlan de vosotros, ni si os hacen objeto de chacota, porque acaso os están probando. Esforzaos por salir airosos de estas situaciones y ello cimentará vuestro prestigio. Si os cierra el paso una de sus supersticiones, no tratéis de intimidarlos ni de discutir con ellos acerca de sus creencias. No ataquéis la superstición y retiraos prudentemente. Recuerdo que en el curso de un viaje que efectuamos a las islas de Andamán, Adley trató de hacer fotografías, con gran espanto por parte de los indígenas, convencidos de que la cámara les robaba el alma. Adley tuvo que abandonar la máquina fotográfica y no pensar más en ella. Al tratar con el pueblo de Las Sirenas, tratad de no mostraros excéntricos, altivos ni pedantes."

"Con condescendencia no iréis a ninguna parte. Si bien se mira, ¿quién puede afirmar que nuestras costumbres sean superiores a las suyas?"

"En general os aconsejaría que mostraseis moderación y templanza."

"No conozco vuestras costumbres personales, pero si alguno de vosotros es aficionado a los narcóticos o a la bebida, yo le aconsejaría que practicase en lo posible la abstinencia durante las próximas semanas. Por supuesto no os neguéis a acompañarles cuando os inviten a beber. Pero incluso en tales casos, procurad no embriagaros. Si perdieseis el dominio de vuestros actos, podríais cometer acciones ridículas u ofensivas."

"Teniendo en cuenta que en nuestro grupo de diez personas somos siete mujeres, contándome a mí, creo que no estará de más decir algo acerca del papel que debe desempeñar la mujer en estas expediciones. Debéis vestir como vestís en la vida normal, de una manera cómoda y discreta. Si el calor aumentase, podéis prescindir de la ropa interior, pues los hombres de Las Sirenas no se hallan dominados por una viva curiosidad en lo que respecta a las partes ocultas… Como habéis visto, aquí apenas se oculta nada y todos muestran la mayor naturalidad en su aspecto. Casi todas las comunidades de esta clase sienten antipatía por las mujeres belicosas, pesadas o faltas de humor. Yo lo tendría presente en todo momento."

"Llegamos ahora a un tema delicado que con harta frecuencia concierne a las mujeres que participan en expediciones científicas. Me refiero a la cohabitación con los indígenas. Todos nosotros hemos crecido en el seno de una sociedad en la cual la actividad sexual es esporádica y fluida."

"Existe un grupo minoritario de etnólogos que opina que las mujeres deben acoger con agrado las relaciones amorosas, en lugar de rehuirlas. La cohabitación con un indígena puede, en efecto, ser algo sencillo, fácil y que no tenga nada que objetar. Los indígenas no menospreciarán a la mujer que se entregue a uno de ellos; por el contrario, es posible que esto les cause una gran complacencia. A pesar de que es posible que semejante experimento proporcione no sólo nuevos conocimientos, sino placer a quien lo practique, es mi obligación señalar los inconvenientes que ofrece. Si las relaciones se mantienen en secreto, este hecho constituirá una inhibición que pesará sobre la labor científica de la mujer en cuestión, que se sentirá incapaz de decir la verdad. Si las relaciones provocan los celos de una mujer indígena, esto le puede granjear la enemistad del resto de la comunidad. Pero aún existe otro problema. Voy a ilustrarlo con un ejemplo. Hace unos años, hallándome con Adley en África, en compañía de tres jóvenes que habían terminado la carrera, dos muchachos y una chica, ésta se enamoró de un joven negro y cohabitó con él. No trató en absoluto de ocultarlo. Los restantes miembros de la tribu estaban encantados, al ver que se comportaba como sus propias mujeres. Además, al ser ella una mujer blanca que visitaba la tribu, dotada de prestigio y poder, consideraron aquellas relaciones como el súmmum de las costumbres democráticas. En este caso, el problema no consistió en el efecto que el asunto produjo entre los indígenas, pues ella no hacía más que adaptarse a sus costumbres, sino en el efecto que produjo entre los miembros masculinos de nuestro equipo. Estos se molestaron mucho por su acción y, como consecuencia de ello, se originaron entre nosotros innumerables roces y, resquemores."

"Permitidme decir una última palabra acerca de la cohabitación… y me dirijo a todos vosotros con excepción de Mary. Conocéis ya las ventajas y los inconvenientes. No puedo deciros más. Yo no soy persona para considerar semejante acción escandalosa, lo sabéis perfectamente, pues, si tachase de escandalosa esta conducta, emitiría un juicio moral que no puedo ni quiero formular. Allá cada cual con su conciencia, y obrad como mejor os parezca."

"Y ya que hablamos de cuál debe ser vuestra conducta, hay algo en lo que sí deseo imponer mis normas morales. Quiero que todos y cada uno de vosotros os comprometáis solemnemente, en vuestro fuero interno y ante mí, a no tratar de alterar con propósitos egoístas ningún aspecto de esta sociedad. En los tiempos heroicos de la etnología, hubo ciertos individuos, entre ellos el etnólogo alemán Otto Finsch, que visitó los Mares del Sur entre 1879 y 1884, que sembraron el desorden en varias tribus con su donjuanismo activo e indeseable. Hubo otros individuos que emborrachaban con whisky a los indígenas para obligarles a ejecutar ante ellos antiguas prácticas orgiásticas y eróticas. Yo no permitiré que estos cordiales indígenas sean seducidos por un desvergonzado galanteo o por el alcohol, como medios para satisfacer nuestras necesidades de investigadores. Hace algunos años, la Universidad de Harvard envió un equipo de etnólogos al valle Baliem, en la Nueva Guinea holandesa, para estudiar la vida primitiva. Según los misioneros, este equipo, en su deseo de filmar todas las fases de la vida indígena, fomentaron una guerra entre las tribus, que costó varias vidas, pero ellos quedaron muy satisfechos porque habían reunido un "material" muy interesante. No podría asegurar que esto sea verdad, pero fue muy divulgado. Lo que no quiero, es que un equipo dirigido por Maud Hayden pueda ser objeto de acusaciones semejantes."

"A decir verdad, no estoy dispuesta a permitir ni la menor provocación. Sé que un investigador tan respetable como Edward Westermarck, a quien Adley y yo conocimos antes de su muerte, sobrevenida en 1939, empleó en Marruecos trucos elementales de prestidigitador para intimidar a los moros y adquirir datos sobre sus normas éticas. Sencillamente, no estoy dispuesta a admitir tretas de ninguna clase. Un triquitraque infantil puede ser un peligroso explosivo en manos inexpertas."

"Y sobre todo, no quiero a ningún Leo Frobenius en esta empresa. Si bien reconozco que efectuó una brillante labor etnológica en África, sus métodos y prejuicios dejaban mucho que desear. Hablaba a los sacerdotes de Ibadan con altivez, explotaba a los pobres quedándose con sus posesiones religiosas, se infiltró en una sociedad secreta de asesinos para poder denunciarla y trataba a los indígenas africanos como miembros de una raza inferior, en especial los semicivilizados, a los que se refería con el término despectivo de "negros con pantalones". Me opongo absolutamente a que estas cosas ocurran aquí. No permitiré la explotación sentimental, o material, de este magnífico pueblo y no estoy dispuesta a permitir, mientras me sea posible impedirlo, que ninguno de nosotros adopte actitudes de superioridad hacia ellos."

"Si no os sentís capaces de respetar este pueblo, será mejor que os marchéis. Como dijo Evans-Pritchard, debéis efectuar un intento de adaptación intelectual y emocional, tratando de pensar y sentir como los indígenas a quienes estudiáis, hasta hacer vuestra su sociedad, hasta sentirla dentro de vosotros y no solamente en vuestros cuadernos de apuntes. Os citaré unas líneas de Evans-Pritchard que me sé de memoria: "Un etnólogo podrá considerar que ha fracasado si cuando se despide de los nativos, no hay por ambas partes el dolor de la despedida. Es evidente que sólo podrá alcanzar tal grado de intimidad si se convierte hasta cierto punto en miembro de su sociedad…".

"Por lo que respecta a la participación, Malinowski opinaba que existen ciertos datos que ni el interrogatorio más hábil puede concebir. Debéis buscar, empleó una frase magnífica, "los imponderables de la vida diaria es decir, convertiros en parte integrante de la vida diaria en Las Sirenas, saber lo que sienten los indígenas cuando trabajan en el bosque, conocer sus vanidades y antipatías, averiguar cómo cuidan de su cuerpo, lo que les inspira temor, qué clases de relaciones sostienen con sus esposas, sus vástagos y entre ellos. Para alcanzar esta identificación, debemos esforzarnos por no encerrarnos en nosotros mismos, ni convertirnos en un grupo aislado procedente de tierras remotas. El peligro que representaba venir con un gran equipo era el de que, terminado el trabajo del día, tendiésemos a buscar exclusivamente nuestra propia compañía, en lugar de consagrarnos a la comunidad."

—Uno de vosotros, creo que fuiste tú, Rachel, me preguntó cómo podríamos pagar al pueblo de Las Sirenas el tiempo que nos dedicarán y las molestias que les ocasionaremos. Les debemos algo, sin duda. ¿Qué podremos darles a cambio? No podemos pagarles sus servicios. Si la ayuda que nos prestan se pudiera pagar con dinero, destruiríamos en gran parte estas relaciones recíprocas que hemos iniciado. Los regalos, dados sin ton ni son, pueden ser tan perjudiciales como el dinero. Yo me permito indicar que lo más adecuado sería algún que otro regalito sencillo, algunos dulces, juguetes para los niños, ofrecido espontáneamente. Pero creo que, aún más que eso, resultaría más adecuado que les ayudemos, del modo que nos sea posible… por ejemplo, Marc o Sam pueden ayudarlos en la construcción de una choza o en las labores del campo, Harriet puede cuidar de los enfermos, Rachel darles consejos cuando haga falta, Mary enseñarles juegos… todo esto será una forma de indemnizarles. También creo conveniente que les devolvamos siempre su hospitalidad. Anoche, estuve invitada con mi familia en casa del jefe Paoti. A la primera ocasión que se presente, le invitaremos a él y a sus familiares a nuestra casa, para que prueben comida americana.

"Unas últimas observaciones. Orville me preguntó qué actitud debemos adoptar cuando algún habitante de Las Sirenas nos ofrezca algo que no podemos aceptar. Estas cosas suelen suceder durante las expediciones científicas. Cuando Westermarck vivió entre los árabes, éstos le ofrecieron varias esposas. Como él no deseaba rechazar el ofrecimiento de plano, se le ocurrió decir que ya tenía en su tierra media docena de esposas y no podía permitirse el lujo de mantener otras. Como muestra de hospitalidad puede ocurrir que una familia intente ofreceros un niño para que lo adoptéis o una de sus hijas como esposa. La manera más fácil de afrontar estas situaciones es decirles que en vuestra sociedad adoptar un niño ajeno es tabú, y también tomar otra esposa. Inventáis el tabú necesario para resolver el problema y en este caso apenas se puede considerar como mentira. Una vez esto bien sentado, nadie se dará por ofendido."

"Unas palabras finales, y termino. Casi todos nosotros somos sociólogos de un tipo u otro y es posible que nos preguntemos qué hacemos aquí, ansiosos y preocupados en esta atmósfera desconocida, soportando incomodidades físicas y afanándonos por recoger datos durante el día, para anotarlos hasta el amanecer. Desde luego, es posible que hayáis estudiado una carrera científica y participado en esta expedición por motivos puramente materiales. Es una de las maneras que existen de ganarse la vida. A causa de todo cuanto veréis aquí, vuestros conocimientos profesionales aumentarán, ganaréis dinero en vuestra carrera, al servicio del Estado o por la publicación de vuestros estudios. Pero el provecho personal debe ser el motivo más ínfimo. Existen otros mucho más importantes. Por ejemplo, los motivos científicos, humanitarios y filosóficos que os impulsan. Deseáis adquirir conocimientos y transmitirlos a vuestros semejantes. Vuestro campo de estudio abarca toda la amplitud de las costumbres humanas. Deseáis refrescar vuestros conocimientos, obtener una visión distinta del mundo, en el seno de una nueva cultura. Pero esto aún no lo es todo. Nos anima cierto romanticismo de raíces muy profundas. Somos unos románticos dotados de una inteligencia inquieta. No somos ratas de biblioteca. No somos lo que Malinowski llamaba etnólogos de oídas. Nos atrae el brillo y el estímulo que nos ofrecen los ambientes exóticos. Hemos desechado la rutina para explorar mundos nuevos y atrayentes, penetrando por un momento en las vidas de pueblos exóticos y convirtiéndonos, aunque sea por breve tiempo, en parte integrante de los mismos."

"Pero, por encima de todo, sean cuales fueren los diversos caminos y motivos que nos han llevado aquí reuniéndonos a todos bajo este techo, hemos venido a esta isla impulsados por la misma razón que una mañana de agosto de 1914 llevó al solitario Bronislaw Malinowski a Boyawa, una isla del grupo de las Trobriands, próxima a Nueva Guinea. Tengo la sospecha de que los motivos que lo impulsaban no diferían grandemente de los nuestros. "Quizá, —se dijo—, al comprender la naturaleza humana en una forma muy distante y extraña para nosotros, conseguiremos arrojar un poco de luz sobre nuestra propia naturaleza."

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