Exilio: Diario de una invasión zombie (16 page)

BOOK: Exilio: Diario de una invasión zombie
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Lo más difícil sería conseguir el equipamiento necesario para transportar las barreras. íbamos a necesitar camiones con plataforma y montacargas. Los hombres del complejo con experiencia en el manejo de montacargas son pocos. Logramos hacernos con cuatro montacargas alimentados con propano. Los encontramos en un parque de leñadores cercano a la Interestatal. También hemos encontrado y reparado dos camiones con plataforma para transportar las barreras. Tan sólo ha llegado un par de lotes de barreras desde que empezó la operación. Hacemos progresos lentos, pero constantes. Calculo que la cerca podría aguantar la presión de hasta cinco hileras de muertos vivientes. Si se reúne un número mayor, su mero peso derribará la valla, y entonces la muerte de nuestros nuevos ciudadanos podría darse por segura. He dejado para las mujeres y los niños la sala donde había dormido hasta ahora. Las únicas mujeres a las que he permitido quedarse en la superficie son las que se han presentado voluntarias. Tara ha insistido en quedarse conmigo. A mí me parece bien, porque no puedo permitir que el resto de mujeres voluntarias se queden aquí y discriminarla.

La semana pasada transmití una petición formal para que me enviaran al complejo un helicóptero con su piloto, equipado con armas antipersona. Me ayudará a proteger el perímetro de un flujo excesivo de muertos vivientes. He exagerado la necesidad de que se atendiera a la petición. Necesitábamos algún vehículo aéreo, para nuestra seguridad y para poder efectuar reconocimientos por la zona. No puede ser una avioneta, porque nos daría más problemas de los necesarios dadas sus necesidades en cuanto a mantenimiento y a que requiere mil quinientos metros de pista de despegue. Veremos lo que sucede.

LIBÉLULA

7 de Septiembre

18:37 h.

Esta mañana he recibido un mensaje que me decía que se había autorizado el envío de un vehículo aéreo con rotor, un piloto y un empleado de mantenimiento al Hotel 23. El mensaje no especificaba de qué modelo se trataría, pero sí decía que el aparato va a llegar mañana por la mañana. Esa máquina no sólo reforzará las defensas de nuestro perímetro, sino que también nos facilitará la tarea de salir en busca de los suministros más básicos. Según la autonomía que tenga, mi intención es volar hacia el norte para explorar ciudades no irradiadas. Voy a colgar hojas grandes de papel en las áreas comunes, tanto en el exterior como bajo tierra, para que todo el mundo apunte lo que pueda necesitar.

Así, por ejemplo, pienso que nos harán falta medicamentos, gafas y tal vez ciertos productos femeninos. Tengo muchas ganas de volver a volar. Hace siglos que no vuelo y es probable que la Cessna que dejamos aparcada al final del descampado ya no esté en condiciones para volar. Sé que uno de los frenos no funciona bien y que el motor precisaría de una revisión a fondo que probablemente no se haga jamás.

Cuando pienso en cómo vamos a emplear el helicóptero, tengo la impresión de haber vendido la piel del oso antes de matarlo. ¡Ni siquiera ha llegado todavía!

Hoy, John y yo hemos disputado una entretenida partida de ajedrez en la sala de control. Ahora Dean tiene a su cargo una respetable clase de jovencitos y jovencitas. Si incluimos a los dos de antes, ya cuenta con catorce estudiantes. Hay niños nuevos que no le gustan a
Annabelle
. Dean tendrá que distribuirlos en horas distintas, porque me he dado cuenta de que algunas de sus clases son demasiado elementales para los niños más mayores. Hoy me he dejado caer por allí y he oído música de Mozart flotando en el aire.

Los niños escuchaban con atención. ¿Quién se lo hubiera imaginado? Hace un año, la ciase entera habría estado rezongando. A pesar de todos los horrores que estos niños han presenciado, la belleza de la música los hace sonreír. He pensado en la última vez que escuché música de Mozart... pero no me he entretenido mucho tiempo en ello.

Tenemos que aprovechar el espacio protegido del subsuelo y, por eso, Jan ha plantado en el exterior una tienda que le sirve como centro médico. Sólo permitimos que se queden abajo, en el seguro santuario de acero, los que están enfermos de verdad, o heridos. No es un mal sistema. Últimamente, tan sólo ha tenido que tratar cortes de poca importancia y quemaduras. He ordenado que se me informe de todas las heridas que tenga que atender la médico residente. He asignado a los habitantes originales la misión de escribir un manual de normas para el Hotel 23. Por supuesto que seguiremos el Código de Justicia Militar, pero, de todas maneras, siento la necesidad de que este complejo posea leyes propias que sus habitantes tengan que cumplir. La necesidad de normas de la que adolecemos en este momento parece absurda. Casi me siento como si estuviera reconstruyendo un gobierno en el complejo. Por supuesto que todas las regulaciones que se establezcan y se impongan se ajustarán estrictamente a la Constitución estadounidense.

8 de Septiembre

18:00 h.

Hoy nos ha llegado un helicóptero MH-60R Seahawk, junto con el personal asignado. El piloto al mando es Thomas Baham, un capitán de fragata de la Armada ya retirado. Su encargado de mantenimiento, un suboficial en activo de la Armada, es el responsable de que el aparato esté en condiciones de volar hasta que les sea posible enviarnos más piezas y personal.

Lo primero que he hecho ha sido preguntar por el estado de la máquina, porque tengo intención de llevar a cabo expediciones de reconocimiento durante las próximas semanas. El capitán de fragata (jubilado) Baham ha venido como voluntario. Ha renunciado por decisión propia a su trabajo mucho menos peligroso con el grupo de combate del portaaviones para trasladarse al sureste de Texas y trabajar con nosotros en el Hotel 23. Aunque se trate de un hombre mayor que ronda los sesenta años aún conserva el fuego y la resolución en los ojos. En mi interior he deseado que ojala siguiera en activo, porque entonces, por ley, se convertiría en el oficial al mando del Hotel 23. El Seahawk es un helicóptero tirando a grande. El suboficial me ha dicho que goza de una autonomía de seiscientos kilómetros. En ruta hacia el complejo, habían sobrevolado numerosos aeródromos militares abandonados en los que sospechaban que podía haber al menos ciertas reservas de JP-5, un combustible de empleo habitual en la aviación militar.

Ese tipo de combustible tiene sus ventajas, porque no se degrada con la misma rapidez que la gasolina convencional. Si lo encontráramos dentro de un camión cisterna, aún podríamos aprovecharlo. Después de que llegara el helicóptero, he escrito un mensaje para el cuartel general. Aunque les he dado las gracias por enviárnoslo, también les he solicitado más piezas de recambio y personal de mantenimiento. Mañana mismo querría salir con Baham y con el ingeniero de vuelo para explorar los alrededores y tratar de conseguir información útil.

11 de Septiembre

23:54 h.

Hoy se cumple otro aniversario de un día que pensé que sería el peor de todos. Me imagino que son estos momentos los que me hacen desear que volvieran esos días, cuando el mundo no tenía ni idea de lo que era el terror. El volumen de muertos vivientes en las áreas circundantes crece sin cesar. Llegados a este punto, creo que no queda ninguna posibilidad de que haya supervivientes en ninguna de las ciudades de cierta importancia. Por supuesto que no los habrá en las que sufrieron ataques nucleares. Mi razonamiento es simple. Parece que los muertos vivientes se despliegan desde las áreas más pobladas para unirse en agrupaciones masivas en movimiento. Estoy seguro de que en las ciudades intactas habrá concentraciones de muertos vivientes, pero lo más probable es que lleven un par de meses sin poder comer. Puede que eso los haya obligado a abandonar sus zonas de origen para buscar presas. También es posible que esta teoría sea totalmente errónea. Baham me ha informado de que el helicóptero está preparado para realizar expediciones de reconocimiento. Hemos discutido las zonas que serían buenas candidatas para nuestras misiones de exploración. Hemos eliminado todas las que sufrieron bombardeos y nos hemos decidido a volar en dirección norte-nordeste. Nuestro destino va a ser Texarkana. Esa es el área más segura para explorar, y evitar a su vez a los muertos vivientes y las ciudades irradiadas. De acuerdo con los mapas, la población de Texarkana no era grande, y la ciudad más cercana que sufrió un ataque nuclear fue Dallas, Texas. Se interpondría una distancia de doscientos kilómetros que podemos considerar segura.

Por desgracia, la distancia que tendremos que recorrer es tan grande que será obligado repostar. Texarkana se encuentra a 440 kilómetros de aquí.

15 de Septiembre

22:19 h.

El helicóptero nos ha funcionado bien en la misión de exploración de hoy. No hemos completado el largo viaje hacia el norte hasta Texarkana; sin embargo, sí hemos descubierto un lugar adecuado para llenar los depósitos del helicóptero. Hemos volado hacia el norte hasta Shreveport, Luisiana. Nos hemos guiado tan sólo mediante el Sistema de Navegación Inercial (SNI). El SNI es un ingenio de navegación giroscópico que no precisa de información exterior. Siempre que introduzcas en el SNI la latitud y la longitud adecuadas antes de despegar, te mantendrá orientado mediante giróscopos durante la totalidad del vuelo. Como los satélites del GPS dejaron de funcionar hace tiempo, nos habría sido casi imposible encontrar la base de las Fuerzas Aéreas de Barksdale en Shreveport. Se nos habría terminado el combustible mucho antes de llegar a nuestro destino. En el momento de sobrevolar la base, tan sólo nos quedaba combustible para cuarenta y cinco minutos.

La cerca había sufrido daños en algunos tramos, pero todavía aguantaba. Los muertos vivientes se habían concentrado en tropel al norte del perímetro. Cuando nos hemos acercado a la zona de aterrizaje, he visto numerosos bombarderos B-52 perfectamente alineados frente a los hangares. Aún se veían cochecitos cargados de bombas debajo de alguno de los aviones. No estoy seguro, pero me ha parecido que las bombas que estaban al pie de los aviones no eran convencionales. Los pilotos nunca tuvieron la oportunidad de despegar y llevar a cabo sus misiones de bombardeo. En nuestra situación actual, esos aviones no nos servirían para nada. Consumirían demasiado combustible y necesitarían demasiado mantenimiento como para resultamos útiles en nuestros intentos por sobrevivir. Me imagino que si tuviéramos un piloto cualificado, o suicida, que pudiese salir con el bombardero, podríamos eliminar la carga extra y volar a territorios de ultramar, pero sería un viaje solo de ida, porque seguro que el aparato exigiría mantenimiento profesional después de un vuelo tan largo. Al contemplar su decadencia, he sentido el aguijón del patriotismo. Me he preguntado si alguno de ellos habría sobrevolado el Hanoi Hilton, dando así al menos cierta tranquilidad a sus huéspedes. Sobrevolábamos un aspecto olvidado de la diplomacia estadounidense. Los B-52 ya no eran más que una pieza de museo que se deterioraba poco a poco.

Hemos contado veintisiete cadáveres dentro del perímetro del aeródromo. Había dos camiones cisterna, uno marcado como JP-5 y el otro como JP-8, ambos en la mediana entre la pista de despegue y la pista de rodaje. A fin de ahorrar combustible, habíamos salido con una tripulación mínima: en el helicóptero sólo íbamos el piloto, el ingeniero de vuelo, el sargento de armas y yo. El sargento y yo hemos tenido que cubrir al ingeniero de vuelo mientras llenaba los depósitos del helicóptero. No nos ha quedado más remedio que mantener el aparato en marcha mientras realizábamos la operación. No se trata del procedimiento habitual, pero no podíamos permitirnos correr ningún riesgo. Mientras llenábamos los depósitos del helicóptero, se nos ha acercado una docena de muertos vivientes, atraídos por el sonido del rotor.

Ese ruido era extremadamente fuerte, y el sargento y yo hemos tenido que fiarnos únicamente de nuestros ojos para detectarlos y eliminarlos. Me he plantado al lado de la popa, a una distancia segura del rotor de cola, y el sargento de armas se ha quedado cerca del morro. El estruendo de los motores y los rotores apenas si permitía que se oyeran nuestros disparos. Yo llevaba el casco puesto con el visor bajado. El casco me ha servido para varias cosas distintas, tanto a bordo del helicóptero como en tierra. Me ha permitido protegerme los oídos de los dañinos decibelios que se oían en las proximidades y me ha escudado los ojos contra todo tipo de impactos. Me ha bastado con el arma para neutralizar a la mayoría de los muertos vivientes con disparos simples. Ninguno de ellos se movía con la misma rapidez que sus colegas irradiados. El sargento se valía de MP5 SD. Yo detesto esa arma por su precisión y por su falta de poder de parada y perforación, pero nos ha sido útil por silenciosa. La única otra ventaja que tiene es la posibilidad de intercambiar munición con la pistola M-9 del sargento.

Al terminar con el último de los muertos vivientes que venían hacia el helicóptero por mi parte, me he acercado a proa para ayudar con el número cada vez mayor que se acercaba por allí. Mi arma tenía mayor alcance; lo he aprovechado para destruir a los muertos vivientes que se encontraban a unos cien metros de nosotros y se aproximaban a nuestra posición. El ingeniero ha levantado el pulgar para indicarnos que había llenado por completo los depósitos del helicóptero. Me he preguntado cómo habría logrado arrancar el camión cisterna, y luego he descubierto que le había puesto un estárter portátil. Se había encontrado otras veces en la misma situación y había venido preparado.

En cuanto el ingeniero ha estado a salvo dentro del helicóptero, he conectado una vez más el casco con el sistema de comunicaciones del aparato y he informado al piloto de que el sargento de armas y yo íbamos a dar una vuelta por la zona en busca de material utilizable e información. Le he pedido que mantuviese el motor en marcha hasta que regresáramos. El piloto ha abierto el micrófono y me ha dicho que el ingeniero de vuelo y él mismo podrían controlar la situación mientras nosotros no estuviéramos, y que si no regresábamos en una hora, despegarían y darían vueltas sobre el aeródromo hasta que les quedara el combustible justo para regresar.

He cerrado la portezuela y me he despedido con la mano mientras el sargento y yo corríamos hacía uno de los edificios grandes que se encontraban más cerca de nuestra posición. No hemos visto ningún letrero en la fachada. Era uno de tantos y tan sosos edificios gubernamentales, sin detalles que pudieran darnos ninguna pista sobre su función. Nos hemos acercado al edificio con plena consciencia de que entrar en él sería un suicidio. Sus ocupantes habían arrancado las persianas de casi todas las ventanas y quedaban a la vista. Algunas de las ventanas estaban agrietadas por los golpes que habían recibido durante los últimos meses. Los muertos vivientes del edificio eran demasiado numerosos como para contarlos.

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