Exilio: Diario de una invasión zombie (18 page)

BOOK: Exilio: Diario de una invasión zombie
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3 de Octubre

Aprox: 19:00 h.

Ha llegado la hora de empezar a trazar un plan. Tan sólo me quedan unos siete litros de agua, y parece que el número de muertos vivientes que se encuentra en el terreno de juego, y en sus alrededores, es cada vez mayor. El dolor me impide pensar con claridad. Me digo a mí mismo, sin cesar, que tengo que preocuparme de las cuestiones más básicas. Necesito comida, agua y cobijo. Aunque en estos tiempos que corren, no me bastará con eso.

En este mismo momento, desde mi posición elevada, veo a seis de esas criaturas. No parece que se den cuenta de mi presencia, y ninguno de ellos ha tratado de subir por las gradas. Dado el alcance y la precisión del MP-5, no me atrevo a disparar contra ellos, y todavía menos si tengo que guiarme por la imagen verde y granulosa que veo con las gafas.

El dolor de cabeza me va a enloquecer. He pensado en un par de ocasiones que podría salir de la cabina, bajar al campo y apuñalarlos a todos por la espalda. Entonces el dolor se me calma, vuelvo a la realidad y me doy cuenta de que ese plan es una mierda. Cada vez que orino me salen pequeñas cantidades de sangre. Me he dado cuenta hoy, al mearme sin querer encima de las manos. Debí de fastidiarme el riñón cuando el helicóptero autorrotó hasta el suelo.

En primer lugar, tengo que averiguar dónde me encuentro. En cuanto lo sepa, tengo que pensar a dónde podría ir para conseguir un equipamiento mejor y tratar de comunicarme con el Hotel 23. En este momento ya se habrán figurado que el helicóptero se estrelló. Voy a descansar y a recobrarme, y luego me beberé dos litros de agua. He llegado a la conclusión de que si no me marcho de aquí, acabaré por morirme. De noche hace frío, sobre todo para alguien que tan sólo lleva dos capas de ropa y tiene una puerta con ventilación no deseada. Maldito sea por haberme acostumbrado tanto a estar rodeado de gente.

Se me ha roto el reloj. Aún marca la fecha, pero las manecillas han dejado de moverse. Me imagino que podría matar a una de esas criaturas y quitarle un reloj. Tengo que estar al tanto de la hora exacta para controlar la salida y la puesta de sol. Han pasado unos nueve meses desde que se fabricó la última batería de reloj. Estoy seguro de que aguantan mucho tiempo, por lo que me vendría bien conseguir un reloj digital con temporizador y cronómetro mientras aún pueda utilizarlo. Qué lástima que, en mi situación presente, tenga que pensar en una mierda coma esa.

4 de Octubre

Aprox: 2:00 h.

Hacia la medianoche, otra de las criaturas ha logrado subir por las gradas. Me he puesto las gafas de visión nocturna, con precaución para no quedarme deslumbrado con la luz verde. Durante cinco minutos, he contemplado el cadáver, que estaba en pie, enfrente de la puerta, en lo alto de las gradas... y entonces las pilas de las gafas han empezado a fallar. No llevaba mis pilas AA en la mochila, y por eso he tenido que quedarme inmóvil, aterrorizado, mientras la criatura metía la mano por el cristal roto y tanteaba por dentro.

Todos y cada uno de los trozos de cristal que se caían al suelo me han sonado como un trueno. Ha faltado poco para que encendiese la linterna, pero he logrado contener el impulso, porque sabía que, si lo hacía, vendrían más. Me he acordado de una escena en una película de dinosaurios en la que la chica no es capaz de apagar la linterna para impedir que la devore un tiranosaurio. La única diferencia consiste en que la chica asustada era yo y que no tenía coraje para encender la linterna.

Era mi especie la que se extinguía.

Al cabo de unos treinta minutos de tortura mental, la cosa ha resbalado y se ha caído de espaldas por los escalones, y no ha vuelto a subir. He pensado que el estrépito de su caída atraería a otras, pero, por ahora, no ha ocurrido así. La próxima vez que salga de compras tendría que ir a por pilas. Por ahora tengo una pequeña luz LED de color rojo sujeta a la cremallera de mi uniforme de vuelo. No parece que escribir esto bajo la luz roja afecte a mi visión nocturna, y la luz roja no los atrae. Este LED tiene tan poca potencia que las criaturas no han reaccionado desde que estoy aquí escribiendo esto.

Aprox: 6:00 h.

El sol se asoma tras los árboles. El fulgor de la mañana ilumina toda la zona y me permite ver a los muertos vivientes dando vueltas por ahí abajo, donde tendría que hallarse la franja que marca las 50 yardas. Las mangas de viento de las metas se agitan a merced de la brisa matutina. No he logrado quedarme dormido hasta hace tres horas, y de todos modos me ha despertado cada vez que oía un ruido, todas y cada una de las dilataciones y contracciones de los asientos de plástico bajo el sol matutino.

Esta cabina de prensa empieza a oler muy mal. El cubo de la esquina se llena con rapidez y el olor comienza a joderme. He notado que ya no me sale sangre al orinar. Aún tengo magullada la zona de los riñones, pero no como hace dos días. Echo de menos mi hogar. ¿Se hallaba bajo el sol abrasador de San Antonio? ¿En Arkansas? ¿En el Hotel 23? Ahora todas esas ideas se me vuelven confusas. Tan sólo quiero volver a mi hogar... a un lugar alegre, a un lugar donde no haya muerte ni destrucción. Ojalá tenga felices sueños, porque no conozco otra manera de escapar de esto.

LLAMAN A LA PUERTA

5 de Octubre

De madrugada

Casi no me queda agua. Quizá medio litro. Al caerse el helicóptero, volábamos hacia el norte desde Shreveport. No conozco con exactitud mi ubicación, pero, tras pensarlo con calma, he decidido avanzar hacia el sudoeste en la dirección aproximada en la que debe de hallarse el Hotel 23. Necesito agua limpia para lavarme la herida de la cabeza. La herida abierta rezuma pus y tengo que apretarla cada pocas horas para aliviar la presión. Además, siento mucho escozor en torno a la herida. Por lo menos, está claro que mi cuerpo combate la infección. En circunstancias normales me movería de noche, pero la escasez de agua me ha obligado a adentrarme de nuevo en el mundo de los muertos. Ahí abajo debe de haber una docena de criaturas y sé que me van a ver, o que me oirán cuando salga de la cabina de prensa, porque no voy a intentar bajar por la pared del estadio. El riesgo de romperme una pierna sería demasiado grande.

He estado pensando un poco sobre esto de escribir todo lo que me ocurre. Creo que tendría que dejar de escribir durante un tiempo, porque ya voy a estar bastante ocupado con más esfuerzos por regresar y, en esta situación, escribir podría ser nocivo (mortal) para mi salud. Debo confesar que hace tiempo que trato de dejarlo, pero no lo he conseguido. Escribo siempre que puedo y eso me hace sentir mejor. Aunque únicamente lo haga de manera esporádica, y en ocasiones tan sólo para reflejar mi propio aburrimiento, poner toda esta mierda sobre el papel me ayuda a preservar la cordura.

Mientras escribo estas líneas, trato de recordar todas las contraseñas bancarias y de correo electrónico que había tenido en otro tiempo. ¡Había tenido una cuenta en la cooperativa de crédito durante más de diez años, siempre con la misma contraseña, y no logro recordarla! He tenido que concentrarme mucho para recordar la contraseña del correo electrónico, la misma que utilicé a diario durante muchos años hasta que nos ahogamos en esta mierda.

Contraseña:
4601 9691 4609
2

Cseña correo electrónico: n@S@1radi@tor

Lo he metido todo en la mochila, he cargado el MP5 y, por rapidez y comodidad, he guardado en la parte de arriba todo lo que me puede resultar más necesario. He empleado el rollo aplastado de cinta aislante para sujetar la navaja de supervivencia con su funda sobre la tira izquierda de la mochila, con la empuñadura hacia abajo. Así podré empuñarlo fácilmente si me veo en la necesidad de luchar cara a cara con una de esas cosas. Creo que he descansado lo suficiente como para llegar a alguna parte, y tal vez, con suerte, podré seguir adelante durante un rato. Dentro de una hora me marcho.

A última hora de la tarde

Hoy he salido al campo de fútbol a luchar. He abandonado la cabina de prensa tras beberme la última gota de agua. Llevaba la mochila repleta y pegada al cuerpo, y he acabado por sentir un ligero dolor en la espalda. El primer concursante de «El tiro justo» era un hombre joven con una zapatilla de deporte en un pie y una camiseta verde de Seven-Up hecha una puta mierda. Me ha visto salir de la cabina y en seguida ha empezado a subir por las escaleras sin dejar de tambalearse. Yo aún no me sentía muy seguro en el manejo del arma, así que le he dejado acercarse, y entonces he tirado del gatillo y el cráneo se le ha salido de su sitio como la tapadera de una lata de galletas. Se ha caído de espaldas y el hueso de la pierna se le ha roto con un chasquido aún más fuerte que el de la bala que ha acabado con él. Otros testigos de lo ocurrido han venido a por mí.

Una vez más, he tenido que hacer frente al 10 por ciento con talento, aunque no tuvieran nada que ver con el 10 por ciento del que hablaba el activista W. E. B. Du Bois al referirse a la posibilidad de que un 10 por ciento de los estadounidenses de color alcanzara puestos de liderazgo. En mis viajes y apuros recientes he notado que aproximadamente una de cada diez criaturas es más lista o más rápida que sus compatriotas, o ambas cosas a la vez. La he descubierto en seguida. Tenía el cuerpo muy erguido y caminaba con vigor hacia mí, mientras los otros no paraban de dar traspiés. No le he dado cuartel y le he disparado en el cuello y la cabeza. Se ha desplomado con la misma facilidad que los demás, pero es probable que procediese de una zona irradiada. No estaba tan irradiada como la horrenda criatura del barco de los guardacostas, pero yo conocía los extraños efectos que la radiactividad producía en ellos. Podían enfrentarse a otro nivel con los seres humanos vivos... por ejemplo: conmigo.

No he acabado con todos los que estaban en el campo. Tan sólo he matado a los suficientes para que la amenaza no superara un nivel manejable. Me había propuesto matar a todos los que fuese necesario, avanzar hasta un extremo del campo, rodearlo hasta el otro extremo y marcharme. He matado a cuatro sin perder de vista a los otros ocho. He tratado de verles bien las muñecas, porque estaba dispuesto a hacer dos pasadas si a la segunda podía quitarle el reloj a alguno de ellos. No he logrado verlo bien y, a decir verdad, tenía miedo de quedarme mucho tiempo en el campo.

He hecho una pasada y he abandonado el área, y me he dirigido al sudoeste guiándome por la brújula, hasta que he llegado a un poste que decía: «Oil City-16 km.» Me encontraba en una intersección entre una carretera rural y una autopista de dos carriles. Había ido hasta allí siguiendo la carretera rural, siempre a unos diez metros de distancia de ésta, para evitar que me viesen. Mis experiencias en este mundo me dicen que los enemigos más peligrosos no son los muertos. Desde mi posición ventajosa en la encrucijada he visto que en la autopista, en dirección sur, quedaba una antigua barricada, y en dirección norte se apilaban unos cuarenta coches que habían colisionado entre sí. Un arroyuelo brotaba de un tubo de desagüe cercano a la carretera. He llegado a la conclusión de que, al menos por el momento, la necesidad de agua era más acuciante que la de no dejarse ver, y por eso he ido hacia el sitio donde se oía rezumar el agua.

Al acercarme al tubo, que era grueso como un barril, habría jurado que veía movimiento cerca de la lejana barricada. Me he quedado quieto durante un minuto entero para asegurarme. Pero, fuera lo que fuese, no ha vuelto a moverse. Me he agachado y he bebido agua hasta que un ruido me ha llamado la atención. He levantado la cabeza con tanta brusquedad que me la he golpeado contra el tubo y por unos momentos he visto las estrellas. La he sacudido para reanimarme y he vuelto a escuchar. He distinguido el rítmico estruendo de un motor. No era muy distinto del sonido de un cortacésped. He tratado de mirar en la dirección por la que aparentemente se acercaba, pero no lo he visto, por mucho que forzara la vista. El sonido ha desaparecido con la misma rapidez con la que había aparecido. Me he sentado, y durante un rato he pensado en lo que podía ser. ¿Una moto? No. No me lo había parecido en absoluto. Era un sonido familiar.

He bebido hasta no poder más, he llenado el recipiente de agua que llevaba en la mochila y he seguido adelante, siempre a unos diez metros de la carretera. He visto todo tipo de cosas que sería preferible no ver. Había cadáveres putrefactos esparcidos sobre la barricada y a su alrededor. Había cartuchos usados por todas partes, como si un ejército hubiese tratado de exterminar a una horda entera pocos meses antes. Había hombres muertos, de pie sobre la carretera, aturdidos, como hibernados. Era de imaginar que no había nada que los motivase. Me imagino que será su manera de conservar la energía. He visto a lo lejos una jauría de perros que atravesaba un campo. Me hallaba a sotavento, por lo que estoy seguro de que no habían detectado mi presencia. En cualquier caso, no se detectaban indicios de vida humana.

El sol descendía hacia el horizonte, y había llegado el momento de encontrar cobijo para pasar la noche, porque así podría calmarme y poner orden en mis pensamientos. Debía de hallarme a cuatro o cinco kilómetros de la intersección cuando he descubierto una casa a lo lejos, detrás de una hilera de árboles. Me he acercado con mucha cautela, sin dejar de mirar en todas las direcciones, y volviéndome en muchas más ocasiones de las que habrían sido necesarias. Todo estaba muy tranquilo, pero los acontecimientos del día aún me tenían alterado. El riñón se me había llenado de agua y tenía que mear. Me he acordado de cuando jugaba al escondite en mi infancia: siempre me entraban las ganas de mear en el momento menos oportuno. Era una casa vieja de dos pisos, de los años cincuenta del siglo pasado. Parecía que la pintura se desconchara delante de mis ojos.

La he contemplado durante largo rato. Me he fijado en un modelo reciente de Chevy, destruido por el fuego, aparcado a pocos metros a un lado de la casa. Se distinguían orificios de bala en el capó y en la carrocería. Las ventanas del piso de abajo estaban cerradas con tablones de madera y había residuos humanos de hacía ya tiempo en el suelo, al pie de las ventanas. He escuchado y mirado hasta que la llegada del crepúsculo me ha obligado a tomar una decisión. La casa parecía abandonada. He dado la vuelta en busca de lugares por donde entrar. También había tablones clavados sobre la puerta delantera y la trasera. Mi única posibilidad de entrar consistía en trepar hasta el tejado y meterme por una de las ventanas de arriba, que no estaban bloqueadas.

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