Exilio: Diario de una invasión zombie (6 page)

BOOK: Exilio: Diario de una invasión zombie
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Dean se había sentido culpable por el incidente y se había preguntado a menudo si los supervivientes habían salido a las pistas tan sólo para hacerles señas a ella y a Danny. En un intento por consolarla, le dije que lo más probable era que hubiesen estado allí de todos modos y que ella no había hecho otra cosa que sobrevolar la zona en ese preciso momento. Lo más probable es que se expusieran a salir a campo abierto tan sólo para hacerles señas, pero ¿para qué torturarla con ese pensamiento?

Últimamente practico ejercicio con satisfactoria regularidad. La presencia de muertos vivientes ha descendido notablemente en los alrededores del complejo desde que tuvo lugar el ataque de los forajidos. He instalado una barra para hacer flexiones de brazos en la sala de control. La he hecho con chatarra y he utilizado bramante para sujetarla a las vigas del techo.

John ha estado todo el tiempo pendiente de las radios y no ha detectado ni rastro de transmisiones cifradas, ni de nada. Al parecer, Dean cree que aquí estaremos a salvo siempre y cuando vigilemos nuestro entorno. La he informado de que existe más de una manera de entrar y salir del complejo. Uno de estos días la llevaré de visita guiada por todo el Hotel 23. No es novata en el manejo de armas de fuego y tengo la sensación de que, llegado el momento, sabrá actuar. Es una mujer curtida, producto de un sistema de educación anticuado. Perdió a su marido por causas naturales años antes de que los muertos vivientes empezaran a caminar. Conocía la muerte. Lo que no conocía eran los muertos andantes.

17 de Junio

21:06 h.

Nos hemos quedado sin GPS. Estoy seguro de que los satélites siguen ahí, pero ahora que las estaciones terrestres no los recalibran a intervalos regulares ya no transmiten bien, y no logro captar sus señales con el receptor. El sistema de navegación interno DVD/GPS del Land Rover ya no nos sirve para nada. Al no tener GPS, vi muy clara la necesidad de probar los teléfonos por satélite. Funcionaron bien. John y yo salimos a la superficie con ellos y fui yo quien probé primero a marcar en el mío el número impreso junto al código de barras del aparato que sostenía John. La llamada llegó a su destino, y entonces fue John quien llamó al teléfono que yo tenía en las manos. Aunque sean un excelente medio de comunicación, no podemos fiarnos de ellos. Lo mismo puede decirse de cualquier sistema de comunicación que dependa de complejos mecanismos gestionados por un tercero. Estos días duermo en la sala de control ambiental, porque les he cedido mi habitación a Dean y Danny.

Aquí hace más frío que en mi antiguo cuarto. Podría haber elegido entre muchas otras salas, pero es que me gusta estar cerca de los demás. Hay incluso un compartimento bastante grande con taquillas y plegatines. Probablemente estaban destinados a supervivientes civiles que pudieran llegar a este sitio durante una guerra nuclear, o después de ésta. Ojalá tuviera una meta útil y positiva que alcanzar en mi vida, aparte de seguir con vida.

Hoy he sacado mi cartera de entre mis efectos personales y he echado una ojeada a mi carnet de las Fuerzas Armadas. El hombre de la fotografía no se parece a mí. Desde luego que ahí está mi cara, y mi nombre, y mi número de la Seguridad Social... pero... esos ojos... eran distintos. Los ojos de la foto no tenían la misma mirada que los del hombre que ahora contemplo en el espejo. La voy a conservar. La guardaré como recuerdo de lo que fui en otro tiempo; un engranaje de un mecanismo más grande que yo. Han pasado seis meses desde el día en que vi por primera vez a uno de ellos cara a cara. Todavía me producen los mismos escalofríos. Estoy seguro de que siempre va a ser así.

20 de Junio

23:09 h.

Ahora mismo llueve con mucha intensidad. El mal tiempo nos está dando problemas importantes con el circuito cerrado de televisión. Provoca estática y pérdida de estabilidad de la imagen. Los muertos vivientes de esta zona están muy dispersos, pero aún los veo a la luz de los relámpagos. Las radios no nos han dado ninguna alegría. Ahí fuera no hay nadie, o, por lo menos, no hay nadie a nuestro alcance. Para pasar el rato mientras dura la tormenta, he ojeado el diario del hombre que montaba guardia. Los acontecimientos recientes en el Hotel 23 me habían hecho olvidarlo.

La noche anterior había ido a mi antigua habitación para recoger mis últimos efectos personales y entonces lo encontré. Dean había puesto mis cosas en la caja de cartón y me dijo que había sido muy amable al cederles mi habitación a ella y a Danny. Me dijo que había encontrado mi diario personal, pero que, por supuesto, no lo había abierto. Le expliqué que no era mío y que había pertenecido a una persona que en otro tiempo estuvo apostada allí. Le dije que lo guardaba para esa persona. Dean lo comprendió y me lo entregó. Se preguntaba si había metido la pata.

La obsequié con una sonrisa tranquilizadora mientras le tomaba el diario de las manos, lo metía en la caja y me marchaba a mi nuevo alojamiento en la sala de control ambiental. He esperado a esta noche para volver a abrir el diario personal del capitán Baker. La página del 10 de enero tenía la punta doblada y me he acordado de que ya la había leído. He pasado la página y he empezado por el 11 de enero.

11 de enero

Como ya me esperaba, tal como pone en los mensajes recibidos recientemente, no nos dejarán marcharnos, durante algún tiempo. Estas instalaciones serían más que adecuadas para residir en ellas durante un período prolongado, pero la vida en el subsuelo pasa factura a la mente. A diferencia de mí, está casado, y no sé durante cuánto tiempo se mantendrá cuerdo si la orden de permanecer en el subsuelo sigue en pie. Se pasa el día soñando despierto y le escribe cartas a su mujer, cartas que ni siquiera podrá enviar hasta que el Alto Mando nos autorice a salir a la superficie.

He recibido informes oficiales acerca de la situación en Asia. Su grado de confidencialidad es más alto que el de este diario y no puedo poner nada aquí.

Sé que aquí abajo no correremos peligro, ocurra lo que ocurra, y eso es lo importante para el sistema estratégico de disuasión de Estados Unidos.

Aparte de estas líneas, no había nada más en la página, salvo un bosquejo a mano de un misil que surca los aires por encima de lo que parece ser Estados Unidos.

23 de Junio

21:50 h.

Tengo un dolor de cabeza espantoso. Por lo general me obligo a beber la suficiente agua para no deshidratarme, pero hoy no he pensado en ello. Tengo una jaqueca producida por la deshidratación y, por mucha agua que beba, esto no mejora. Tendré que esperar a que se me pase. Por la mañana del día 21, John, Will y yo salimos para hacer una ronda de exploración. En lugar de ir en dirección a los crucifijos, nos encaminamos al oeste, hacia la pequeña ciudad de Hallettsville. No nos llevamos el Land Rover, porque queríamos movernos en silencio y evitar que nos detectaran. Nada obsta para que todavía pueda haber bandidos en esta zona.

Anduvimos por los campos y por plantíos abandonados. Hace seis meses que no había nadie vivo para cultivarlos, y por ello no nos sorprendió su estado. Habíamos saltado la enésima cerca para entrar en una granja abandonada cuando descubrimos los símbolos de la codicia y el poder de Estados Unidos. Allí, inmóviles, se encontraban una gran refinería y el esquelético armatoste de las gigantescas unidades de bombeo. La hierba había crecido a su alrededor y era evidente que llevaban varios meses sin funcionar.

Me imagino que la única ventaja de esta masacre es que ahora disponemos de reservas de petróleo para varios miles de años. La mala noticia es que no queda nadie con vida que domine el arte de refinar el petróleo y, por ello, las reservas tienen la misma utilidad que un colisionador de handrones. John y yo venimos comentando desde hace tiempo la necesidad de disponer de manuales técnicos sobre todas las materias, desde la agricultura hasta la medicina, pasando por otras disciplinas como el refinamiento del petróleo. La información que necesitamos debe de encontrarse dispersa por un número incalculable de bibliotecas abandonadas a lo largo y ancho de Estados Unidos. Sin embargo, podríamos perder la vida en el intento de encontrarla y transportarla hasta el Hotel 23.

Al pasar junto a una segunda unidad de bombeo, hice un nuevo y macabro descubrimiento. Me imagino que las bombas siguieron funcionando durante un tiempo después de enero, cuando el mundo se acabó. Parece que uno de esos cabrones cayó aplastado bajo el brazo pendular de la bomba y su abdomen quedó atrapado en la maquinaria. No estoy seguro de que si aun así revivió. No le presté atención y pasé de largo. Estaba claro que las aves habían hecho su trabajo con la putrefacta monstruosidad.

Mientras pasábamos, William tuvo que obligarse a sí mismo a no mirar a la criatura. Seguimos adelante sin detectar signos de vida. Nuestra táctica consistía en evitar al adversario, porque no disponíamos de silenciadores ni de armas silenciosas. Abriríamos fuego tan sólo si no teníamos otra manera de salvar la vida. Esquivamos a tres muertos vivientes por el campo antes de volver a casa. Se movían bien, pero, aun así, eran demasiado lentos como para darnos alcance. Nos seguirían, pero dudo que pudieran saltar las diversas vallas que se interponían entre el complejo y la explotación petrolífera. John y yo comentamos de nuevo la necesidad de reunir libros de referencia, por lo que vamos a planear y ejecutar la operación durante los próximos días.

SIEMPRE FIELES

26 de Junio

18:53 h.

Durante uno de los turnos ordinarios de vigilancia de la zona de aparcamiento, hemos detectado que algo se movía en la carretera. Tenía toda la pinta de tratarse de un blindado ligero de ocho ruedas para misiones de reconocimiento como los que emplea el Cuerpo de Marines. Había tan sólo uno. Se movía a gran velocidad, y visto desde el complejo, avanzaba hacia el nordeste. Ojalá hubiera grabado la imagen, porque entonces habría podido ampliarla y ver mejor al conductor. Mi única conclusión es que debía de tratarse de una misión de reconocimiento y que él o ella había ido hasta allí tan sólo para observar y luego regresar e informar de la situación a la persona que estuviera al mando. Puede ser que me equivocara y que fuese una unidad de renegados del ejército que merodeaba arma en ristre por el campo con su vehículo de blindado ligero LAV. No sé mucho sobre esos vehículos del ejército estadounidense y tan sólo había visto uno en una ocasión. Son anfibios y pueden aguantar durante un buen rato los disparos de armas ligeras.

Quizá se tratara de uno de los últimos restos del Cuerpo de Marines en esta zona. Quién sabe si todavía serán leales a la causa. Si yo lo fuese, no estaría escribiendo esto.

Pocas horas después del avistamiento del LAV, Dean y yo hemos salido con los niños a jugar. Le he contado mi plan de ir con John hasta las afueras de una ciudad en busca de manuales técnicos que nos puedan ser útiles. Creo que la idea le gusta. De todos modos, me ha dicho que ya estaba al corriente de mi plan. Tara se lo había contado después de hablar con John. Al parecer, Tara creía que era una locura. No le había hablado de lo que sentía por mí, pero parece capaz de comentar cualquier asunto con Dean. El caso es que Dean me ha advertido que Tara podría alterarse si me expongo a salir del complejo por algo tan trivial como unos libros. Después de haber visto hoy mismo ese vehículo militar, no estoy seguro de lo que tengo que hacer. Sí sé que necesitamos manuales médicos específicos, porque tenemos dos niños y una anciana en el complejo. No soy médico. Lo más parecido que tenemos a un médico es Jan.

29 de Junio

19:13 h.

Anoche empezó todo. Al principio tan sólo habíamos captado un batiburrillo de sonidos con la radio, pero anoche se intensificaron. Oí una frenética voz humana, ahogada por los disparos de armas automáticas. Sólo era posible distinguir unos pocos retazos de sonido entre el barullo de fondo. Al caer la noche, se hizo el silencio. Mientras John montaba guardia, esa misma noche, volvieron a empezar. Eran las 23.00 horas. La frecuencia y la intensidad de los disparos habían descendido hasta el punto de hacerme pensar en unas palomitas después de apagarse el fuego, cuando empezaron a estallar de manera cada vez más espaciada. La voz se identificó como el cabo Ramírez del Batallón 1.°, Marines 23.° Se había estropeado el vehículo donde viajaba con su unidad y habían quedado atrapados. Dijo que estaba con otros seis. Se les había averiado el motor y habían quedado varados en un mar de muertos vivientes. Se oían alaridos de fondo, pero no sé si alguien estaba herido, o simplemente había enloquecido. Seguramente esos marines eran los mismos que habíamos visto pasar ayer frente al complejo.

Llegado ese punto, John me convocó a la sala de control y tomé la decisión de iniciar comunicaciones con los marines. Abrí el micrófono y dije con voz serena y pausada:

—A la unidad de marines que nos pedía socorro... transmítannos su latitud y longitud. Cambio. Al cabo de unos segundos de estática, recibimos respuesta:

—A interlocutor no identificado, necesitamos asistencia y rescate. Por favor, repitan su transmisión... cambio.

Les repetí cuatro veces la pregunta hasta que, por fin, el operador de radio nos reveló la latitud y longitud donde se encontraban:

—A interlocutor, creemos que nuestra posición es N29-52, O097-02. Sus señales son débiles y casi incomprensibles, dos sobre cinco. No nos quedan cartuchos y hemos cerrado la portezuela del vehículo. Nuestra situación es desesperada. Ayúdennos, por favor.

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