Read Exilio: Diario de una invasión zombie Online
Authors: J. L. Bourne
Una vez más les disparé y me alejé un poco más. John y Will seguían recargando. Después de mover por cuarta vez el vehículo y dispararles de nuevo, divisé movimiento en lo alto del LAV. Estuve unos momentos sin disparar para que los ojos se me acostumbraran. Los marines aprovecharon la oportunidad para escapar. De acuerdo con mi plan, anduvieron en formación hasta el punto de recogida. Vacié el sexto cargador contra la turba y luego le pasé el arma, ya muy caliente, a Will. Toqué la bocina para que los muertos se alejaran un poco más de los marines, y luego escapamos en dirección contraria a toda velocidad para recogerlos. Los seis marines se habían dispuesto en formación defensiva y apuntaban con sus armas a la oscuridad. Vestían uniforme, con chalecos antibalas y cascos de kevlar.
Bajé el cristal de la ventana y les mandé entrar. Por cortesía, cerré los ojos y activé la luz cenital para que nos vieran. Entraron de un salto en el Land Rover. Tres de ellos tuvieron que meterse en el maletero, pero estoy seguro de que no les importó. Nos marchamos a toda velocidad hasta la I-10 y luego regresamos al Hotel. Todos los marines que llevábamos en el vehículo nos dieron las gracias de corazón por haberles salvado la vida.
Mientras regresábamos, le pedí a John que los examinara con el Geiger para ver si estaban bien. El indicador reveló que se desprendía de ellos cierta cantidad de radiación ambiental de la que se habían impregnado por la cercanía de la masa de muertos, pero era insignificante. No había manera de saber cuánta habrían absorbido sin ponerles dosímetros. Tan sólo podíamos medir la que se desprendía de su cuerpo.
Al llegar al punto donde habíamos tenido que apartar los restos del coche, detuve el vehículo. Me volví y les pregunté quién se hallaba al mando. El cabo me respondió que todos los demás estaban a su cargo.
Le comenté que tenía un rango muy bajo para hallarse a cargo de una misión de reconocimiento en territorio enemigo. Su respuesta fue irónica:
—Pues ya verá cuando sepa quién es nuestro oficial de más alto rango.
Uno de los demás le dio un codazo para hacerlo callar. Me di cuenta de que era el momento oportuno para explicarles las normas.
—Puedo llevaros a un lugar seguro con agua, comida y sitio para dormir, pero soy yo quien establece las reglas. No estaréis presos y podréis marcharos en cuanto os apetezca.
Vi por el retrovisor que el cabo asentía con la cabeza para indicarme que estaba dispuesto a escuchar.
Le dije:
—Tendréis que entregarnos todas las armas de fuego y aceptar que os cubramos los ojos hasta que nos encontremos dentro de nuestro refugio y hayamos aclarado esta situación.
El marine ordenó de mala gana a los demás que obedecieran. John les confiscó las armas y las guardó en la parte delantera del vehículo, donde estábamos nosotros. William los registró para asegurarse de que no se guardaran pistolas. Le dije que les dejara los puñales. Les pusimos fundas de cojín en la cabeza a los seis marines y aceleramos. Mientras pasábamos por entre los coches destrozados no vimos ni rastro del cadáver radiactivo del albañil.
No tardamos mucho tiempo en regresar al Hotel 23. Al acercarnos al complejo, los infrarrojos de las cámaras brillaron en nuestra dirección. Las chicas nos observaban. Aparcamos el vehículo y llevamos a los marines al otro lado de la valla, y bajamos por las escaleras hasta la extensa área de habitáculos. Les dije que podían sacarse las fundas de la cabeza. Les quitamos los cargadores de las armas y les devolvimos los M-16 con el cerrojo inmovilizado. Les aseguré que les entregaríamos los cargadores en cuanto decidieran marcharse. Ya era tarde y les enseñé dónde se encontraban los plegatines y las mantas extra. Les informé de que se encontraban a salvo, en un bunker subterráneo, que esa noche iban a dormir bien y que discutiríamos la situación en cuanto se despertaran.
Hoy, a primera hora de la mañana, el cabo se ha presentado en mi puerta con la intención de hablar. No ha querido decirme dónde se encuentra su unidad, pero sí me ha explicado que no quedan muchos supervivientes. Le he dicho que podía emplear nuestras radios para contactar con su oficial. Sin embargo, no dejaré que sepan dónde se encuentra este complejo. Le he propuesto que se queden otro día y piensen lo que quieren hacer, y que coman y beban bien antes de decidirse a marcharse. No sé cómo se llaman los demás marines, salvo por los apellidos que llevan bordados en los galones del uniforme. Ahora mismo juegan a cartas en el área de habitáculos. He oído que uno de ellos comentaba lo confortable que es este lugar en comparación con su base. Me pregunto cuántos militares seguirán con vida. Una parte de mí querría contarles quién soy.
1 de Julio
22:24 h.
El cabo Ramírez y los otros cinco marines se han marchado esta mañana. Anoche me senté con ellos y charlamos durante unas horas. Son todos jóvenes. Se llaman Ramírez, Williams, Bourbonnais, Collins, Akers y Mull. No me he aprendido sus nombres de pila porque no me ha parecido que fueran a servirme para nada. Al preguntarles por su comandante y su base, no me han querido responder. Ramírez me ha objetado que nosotros tampoco queremos que ellos conozcan la ubicación de nuestra base. He tenido que darle la razón.
Le he preguntado a Ramírez por el gobierno, por si había sobrevivido alguna forma de administración. Me ha respondido que las últimas órdenes gubernamentales les habían llegado a principios de febrero. Ramírez no pensaba que hubiera sobrevivido ningún órgano de gobierno civil. Había oído rumores de que el refugio subterráneo del presidente se había infectado desde dentro. Eso explicaría el último mensaje de la primera dama después de la muerte del presidente.
Le he preguntado cómo es posible que una unidad tan grande como la suya haya sobrevivido tanto tiempo sobre tierra. El cabo me ha sonreído con presunción y me ha dicho:
—Somos marines, sabemos apañárnoslas.
Se lo había preguntado con la intención de que me dijera con qué efectivos contaban. Se ha dado cuenta. Es joven, pero inteligente. Esta mañana, hacia las 10.30 horas, los marines, John y yo hemos partido con dos vehículos. Les hemos puesto las fundas de cojín en la cabeza y los hemos guiado hasta el Land Rover. John nos ha seguido con el Bronco. Hemos conducido en círculos y hemos hecho todo lo posible por despistarlos. Estoy casi seguro de que son gente honrada, pero no tenemos ni idea de cómo será su comandante.
No hemos tardado mucho en llegar al punto donde habíamos convenido que los dejaríamos, un punto desde donde sabrían regresar a su base. Al llegar, les hemos sacado las fundas de cojín de la cabeza y les hemos devuelto los cargadores. John había dejado el Bronco en marcha. Nos hemos despedido y entonces ellos han montado en el Bronco.
Uno de los marines más jóvenes ha bajado el cristal de la ventanilla y me ha dicho:
—Le agradecemos su hospitalidad, señor.
Por el énfasis con que ha pronunciado la palabra
señor
me he dado cuenta de que sabía algo. Aunque tal vez hayan sido mi paranoia y mi sentimiento de culpabilidad. Los demás han seguido el ejemplo del joven marine y juraría que Ramírez me ha hecho un saludo de visera antes de pisar el acelerador y alejarse por las tierras baldías donde moran los muertos vivientes.
5 de Julio
22:19 h.
Hemos estado muy atareados en el Hotel 23. Un día después de que los marines se marcharan, empezamos a captar retransmisiones en UHF. Luego, a la mañana del día siguiente, avistamos un convoy de LAV y Humvee que se alejaban en la misma dirección que había seguido pocos días antes el vehículo de Ramírez, antes de que tuviéramos que rescatarlos.
No sé cómo tengo que interpretarlo. Tal vez trataran de recuperar el vehículo averiado, porque es muy valioso y, en la situación actual, prácticamente irreemplazable. Más de una vez se me había ocurrido que podríamos ir a buscarlo. Había abandonado la idea porque ese vehículo debe de pesar, literalmente, varias toneladas, y habría sido imposible ir hasta allí con el Land Rover, sujetarlo con la cadena y arrastrarlo en primera hasta el complejo. Los marines sí podrían hacerlo. A la vista del convoy militar, estaba claro que disponían de un buen número de vehículos de gran potencia que se encargarían de ello.
Las radios todavía captan retransmisiones, pero no son de voz. Suenan igual que un viejo módem analógico tratando de conectarse. Estoy casi convencido de que envían mensajes encriptados. Yo también lo haría, si pudiera.
6 de Julio
10:11 h.
Vemos pasar una y otra vez al convoy de antes frente al complejo, como si inspeccionara esta zona. Espero que los marines lograran llegar a su base. Esto que vemos nos permite llegar a dos conclusiones. O buscan a sus marines, o nos buscan a nosotros.
7 de Julio
20:38 h.
Acabo de recibir un mensaje radiado del ejército. Tratan de ponerse en contacto con los civiles del complejo subterráneo que rescataron a los marines. Ahora, por lo menos, estamos seguros de que lograron regresar. Dicen que su oficial al mando solicita una entrevista con el hombre vestido con el mono de trabajo verde. No les hemos contestado, y apuesto a que deben de retransmitir cada pocos kilómetros para ver si captamos su señal. Desconfío de las intenciones de los marines, a causa de las evasivas (por otra parte, comprensibles) con las que me respondieron cuando traté de sonsacarles información. En realidad, no sé con qué podemos encontrarnos, pero estoy seguro de que, tarde o temprano, se les ocurrirá echar un vistazo en el área cercada por la valla metálica ante la cual han pasado tantas veces... el Hotel 23.
11 de Julio
21:21 h.
El ejército aún se encuentra por esta zona. A juzgar por la información que hemos entresacado de las conversaciones por radio que mantienen en líneas no encriptadas, parece que han montado un campamento cerca de aquí que les servirá como base para buscamos. Han grabado un mensaje y lo retransmiten en la mayoría de frecuencias, incluida la de petición de auxilio. Hace un par de días nos reunimos todos y llegamos a la conclusión de que lo mejor será hacer un esfuerzo para impedir que los militares nos encuentren. No lo tendrían muy difícil para descubrir nuestro paradero, y estoy seguro de que entonces acabarían por entrar en el complejo con tácticas análogas a las que emplearon los forajidos civiles. Simplemente, abrirían una entrada con explosivos de elevada potencia (en vez de instrumentos de corte).
Los muertos vivientes se están reuniendo una vez más frente a la puerta de entrada, en un número creciente. Hace una semana tan sólo debían de ser diez o quince. Ahora los hay a docenas en torno a las pesadas puertas de acero por las que se accede al complejo. Hace ya unos días que, al llegar la noche, apagamos la visión nocturna por infrarrojos para reducir las probabilidades de que los marines detecten los rayos con sus propios dispositivos. Eso nos ha obligado a tener controlada la actividad de cualquier ser vivo con los sensores termales. Así fue como detectamos al pequeño grupo de marines que anoche pasó a 350 metros del complejo. Se acercan cada vez más, pero, por el motivo que sea, aún no se han fijado en la cerca metálica, ni en el silo abierto que revela la presencia del Hotel 23. Algo me dice que podrían estar al corriente de lo que hay aquí, y que quizá hayan venido a explorar la zona en busca de puntos débiles.
Durante la noche, John suele estar atento tan sólo a unos pocos canales de alta frecuencia. Va cambiando de uno a otro aleatoriamente, por si de esta manera logra captar una retransmisión que en circunstancias normales le pasaría inadvertida. Anoche descubrió una. Había muchas interferencias, pero John jura que oyó decir: «Base de la Fuerza Aérea Andrews». Andrews se encuentra muy cerca del Distrito de Columbia. Yo creía que el Distrito de Columbia había desaparecido bajo las bombas atómicas, igual que Nueva York.
No sé cuánto tiempo aguantaremos hasta que el ejército nos descubra. Me imagino que podría llegar un momento en el que se rindieran, pero me parece improbable. Otra cuestión que me preocupa es que sus mensajes no mencionan en ningún momento el nombre y el rango de su oficial al mando. Quizá prefiera conservar el anonimato, igual que yo.
14 de Julio
19:40 h.
Los marines supervivientes que se encontraban en esta zona nos han descubierto. Quince vehículos militares han aparcado cerca de aquí y se han oído de nuevo disparos contra los muertos vivientes en las cercanías del Hotel 23. No han hecho ningún intento de sabotearnos las cámaras y por eso hemos podido observarlos en detalle. Seis de los quince vehículos son LAV. También llevan algunos Hummer militares e incluso un todoterreno de cuatro ruedas. Entre los quince no he contado el todoterreno ni la moto, igualmente todoterreno, de color verde oliva. A primera vista, todos ellos llevan el camuflaje digital estándar propio de los marines, de lo que se deduce que aún debe de existir cierto orden en la unidad. La radio repite el mismo mensaje sin cesar. No logro contarlos, porque los muertos se encuentran entre ellos y tratan de convergir.
Esas criaturas a las que se enfrentan los marines que están fuera no son como las que tuve que esquivar durante la pasada misión de rescate. Lo presiento: si tuviera que enfrentarme a un ejército de muertos irradiados, me derrotarían o bien con su movilidad algo superior a la de los demás de su especie, o bien con su carga radiactiva. En cambio, el pequeño número que está ahí fuera no supondrá ningún problema para quien tenga que acabar con ellos.
Podríamos escapar (por la salida alternativa) y abandonar el Hotel 23 para siempre, y no llegaríamos a saber si esos militares de ahí fuera están de nuestro lado. También podríamos quedarnos y luchar, o tal vez tratar de comunicamos con ellos. Tenemos las radios apagadas y no pensamos encenderlas si no es absolutamente necesario.
En este momento no tratan de entrar y tampoco hacen gestos a las cámaras. El sol se va a poner dentro de unas dos horas y tengo la impresión de que si quieren entrar por la fuerza, lo harán en la total oscuridad de la noche.
Hay algo que está claro... una cosa es derrotar a unos bandidos idiotas con un tiro de la suerte, pero hacer frente a un par de docenas de marines norteamericanos bien pertrechados es otra muy distinta.
17 de Julio
22:36 h.
En un primer momento, las negociaciones fueron corteses. Luego empezaron las amenazas, y éstas, a su vez, culminaron en violencia. Empezaron con mensajes por radio dirigidos a «los del búnker». Luego plantaron los explosivos. Los colocaron, pero no los hicieron estallar. Querían entrar sin que les opusiéramos resistencia. Al ver que los marines introducían una carga explosiva tras otra en el silo, no me quedó otro remedio que tratar de hablarles por radio.