Cuando Ichino pudo volver a ponerse en pie Nigel había conseguido apoderarse del fusil y Graves retrocedía con lentitud las palmas de las manos ahuecadas en dirección a Nigel.
El hombre más joven continuaba tumbado boca abajo sobre la nieve, donde había caído después de que Nikka le pusiera la zancadilla. Si ella no se hubiera adelantado con un salto, tal vez Nigel no habría tenido tiempo de recuperar el fusil. Ahora Nigel tenía el arma apoyada en el hueco del brazo. Accionó el cerrojo y dejó la recámara abierta. El hombre se levantó a gatas sobre la nieve y miró en torno, un poco aturdido, como si aún no pudiera admitir que estaba allí. Nadie había hablado.
—Quiero decirle algo —le anunció Nigel a Graves.
Lo cogió por el brazo y lo apartó unos pocos metros.
Conversaron en voz baja. Ichino observaba a Nigel, reflexionando sobre una faceta que no podía definir claramente. Nigel no irradiaba ni un atisbo de tensión y la esencia misma de su poder descansaba en sus ademanes relajados. Cuando Graves se volvió, una vez concluido el diálogo, el cambio que se había producido en su expresión sorprendió a Ichino. Sus ojos de párpados pesados reflejaban una flamante serenidad y al mismo tiempo sus facciones tenían el sello de una lejana melancolía, como si se hubiera enterado de algo que habría preferido ignorar. Ichino comprendió que no volverían a encontrarse. Nigel le palmeó la espalda. Graves le habló de forma entrecortada a su acompañante más joven y ambos se encaminaron con paso pesado hacia el helicóptero. Treparon a bordo y las paletas de la hélice empezaron a girar enseguida.
enamorado del veloz despegue mientras un polvo brumoso de nieve forma un surtidor bajo el helicóptero como si los cristales tintineantes intentaran remontarse nuevamente —
adiós
— esta energía infatigable de la mente que él más amaba a medida que cada nuevo sentido trataba de pillar ese cerdo engrasado que era el mundo en el mismo momento en que hace un ademán de saludo en dirección a los rostros velados que se alejan, ademán que es una línea trazada sobre el espacio que los separa, e Ichino empieza a hablar pero Nigel lo interrumpe y le dice que no, que debe completar su trabajo, aunque más tarde desmenuzarían ese momento junto a una fogata crepitante, triturando palomitas de maíz, bebiendo sidra entibiada, porque en ese instante la sensación sería análoga a la de un estómago irritado por el whisky trasegado, no, más tarde sería mejor con las aristas de los acontecimientos suavizadas por la dichosa corrosión del tiempo y él se echa hacia atrás sustentado por el aire y coge el fusil por su largo e ignorante hocico y lo blande tallando con la culata el nitrógeno enjoyado de los árboles donde crac se estrella contra un tronco encostrado que apaga el ruido, y este movimiento pulveriza un jubiloso aceite que salpica las caras de Nikka e Ichino alzadas al unísono para contemplar la parábola del estúpido tubo cuyo crujido marca el fin de sus preocupaciones, e Ichino se vuelve para seguir con la mirada al helicóptero que se pierde batiendo el aire cada vez más iluminado y Nigel murmura y el mundo se eclipsa mientras escucha distraído el chasquido menguante y cobra forma una asociación vagarosa, con el ronroneo de una creciente toma de conciencia, y siente que las palabras brotan de sus labios y al pronunciarlas lo comprende por primera vez “Graves forjó su futuro antes de venir aquí” porque en verdad si el hombre era libre había sido libre la suma era suya.
—...antes de venir aquí —hizo que Ichino se volviera, en mitad de su frase de agradecimiento, hizo que se volviera y descubriese el punto fluctuante que se deslizaba sobre las copas de los árboles hacia la cresta. Las nubes algodonosas se habían levantado y el sol las atravesaba nerviosamente. Cuando el helicóptero se aproximó a la cresta se introdujo en un cono de luz. Al ladearse, una faceta de su fuselaje brillante reflejó el sol y se produjo un extraño fenómeno óptico, una brillante titilación amarilla. Ichino vio que una centella inflamada saltaba de los árboles y envolvía al helicóptero en una bola anaranjada chisporroteante. Parpadeó y la imagen se borró, dejando sólo un vestigio confuso en la retina. El helicóptero había desaparecido. Aguzó el oído, tratando de captar su traqueteo embotado. No oyó nada por encima del suspiro del viento entre las copas de los árboles. ¿Era posible que el helicóptero hubiera sorteado tan rápidamente la cresta? Era imposible determinarlo. Se volvió para preguntárselo a Nigel pero éste ya se había encaminado hacia la pila de leña, sobre todo la obstinación monomaníaca de Graves, la risible historia del fusil, el último encuentro de Graves con el Patón hacía un instante eterno, recordaba a las pobres y amadas civilizaciones de calculadoras de mesa que se acurrucaban allí arriba entre las estrellas, resistiéndose a utilizar la radio porque temían que las jóvenes razas orgánicas las buscaran y las desguazaran en busca de chatarra, pero incluso una calculadora de mesa puede ser feroz cuando la arrinconan, puede aniquilar las culturas animales lactantes antes de que se desarrollen, ¡ah! qué vieja puerca galaxia era ésa que malgastaba su energía a un kilodólar por nanosegundo como el pobre difunto Graves, con una acción en parte correcta pero con un sentido equivocado de la deformación de las cosas, incapaz de disfrutar del jubiloso himno estimulante que todo eso implicaba, tan parecida al antiguo Nigel que él recuerda vagamente, atado a los acontecimientos por cuerdas de preocupación que lo hundían y lo tironeaban bajo las olas, Alexandría Snark querido Papá, sí Nigel ve que ésos han sido sus sentimientos pero ahora se palmea los bolsillos con fingida sorpresa, alza las manos totalmente desplegadas en dirección al mundo, vacías, porque se ha despojado de su pasado, está libre del lastre de lo que fue, se funde y ríe libre y flotando en ese universo de esencias y listo para Águila si se ríe...
Los dos entraron en la cálida cabaña, haciendo retumbar las botas en la habitación al pisar con fuerza para librarse de la nieve.
—Dudo que a ése volvamos a verle —dijo Nikka.
—Sí. Todos aprenden de la experiencia —respondió Ichino, pensando en los Patones. Se acercó a la ventana y vio a Nigel por la del oeste. Apareció un momento en el centro de la cruz de los cuatro cristales. Más allá de Nigel estaba la bóveda del cielo y el sol que se ocultaba tras jirones de bruma. Nigel, blandiendo el hacha, se movía en el centro de un universo circular.
con los pulmones jadeando por el esfuerzo se detiene y mira hacia la ventana donde los cuatro cristales forman una cruz y la ve como si lo estuviera expulsando, la inversa del disparo del joven, hacia un dilatado zonk el hacha muerde una veta podrida, los fragmentos de madera llueven alrededor de él tallados como un derrumbe de asteroides de cristal en órbita cortando el frío, con los músculos crispándose fundiéndose, los tacones mordiendo la nieve apisonada mientras la Tierra lo retiene en su tenaz garra intemporal de la cual él mismo forma parte, él tiene su propio campo de gravitación y los pensamientos cruzan como relámpagos de verano por el alud de sensaciones que lo transportaban a través de cada momento, fundiéndose. Arriba estaba la galaxia, un enjambre de abejas blancas, cada una de las cuales tenía su propia estructura infinita, un disco giratorio cercenando el espacio con su propia definición, sin que Nigel pudiera ver quién había arrojado el disco, cosa que tampoco le importaba, porque ya era suficiente con lo que había allí en el frágil eje de la Tierra, donde cada nueva verdad se fusionaba con la vieja a medida que su fracción de mundo fluía a través de él,
larguémonos de aquí una de estas noches
mientras los continentes se entrechocaban y
cojamos lo necesario y vayamos en busca de aventuras delirantes entre los indios
hachando madera, trisecando Andrómeda en el
territorio
de Oregón a Águila
durante un par de semanas o más tiempo
y todos los momentos se desmenuzaban y dispersaban a medida que los tocaba
y yo dije, muy bien, conforme
...
Y se funde.
—¡Nigel! —clama la voz de Nikka—. Ven a tomar más café.
La cabaña humea se funde renovándose.
—Por supuesto —responde Nigel—. Iré enseguida.
Eternamente, se funde si él se vuelve y sí se funde y él se precipita a través de ella fundiéndose y girando sí y sí eternamente, se funde.