En el océano de la noche (44 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #ciencia ficción

BOOK: En el océano de la noche
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A Nigel le temblaba la mano cuando se inclinó hacia delante, escuchando atentamente las palabras de Valiera. Le pareció ver un ligero cambio en el rostro de su interlocutor, una extraña crispación alrededor de la boca.

—Pienso que, en mi condición de Coordinador, debo rechazar esta propuesta. En verdad, en el futuro podré pedir asesoramiento al respecto, y lo pediré...

—Bueno, sí, ya veo —dijo Nigel. Acalló a Nikka con una mirada y sonrió con una expresión amable y resignada que disipó la tensión. Le hizo una seña a Nikka con un dedo y suspiró—. Lamentamos su decisión, pero por supuesto la acatamos. —Se levantó súbitamente, con tanto ímpetu que sus pies casi se separaron del suelo—. Será mejor que volvamos a nuestras ocupaciones, Nikka —agregó con tono impasible.

La cogió muy serenamente por el brazo y se encaminaron hacia la salida. Nigel saludó a los dos hombres con una inclinación de cabeza y cerró la puerta.

Una vez fuera, se apoyó contra la pared del corredor.

—Ha sido una lección de cinismo, ¿verdad?

—Son un hato de malditos lunáticos —exclamó Nikka dominada por la ira—. No son en absoluto científicos. Son...

—Efectivamente. Ahora está claro que Valiera es un Nuevo Hijo.

Nikka se detuvo, sobresaltada.

—¿Te parece? Indudablemente esto explicaría muchas cosas.

—Por ejemplo, nuestras múltiples demoras. He observado que los otros equipos no han perdido grabaciones, y que tampoco han tenido escapes de aire ni arcos de alta tensión. No me extrañaría que nuestro señor Valiera y el señor Sanges actúen en complicidad.

—Debo confesar, sin embargo —comentó Nikka—, que reaccionaste con mucha serenidad. Esperaba que los increparas.

—¿Serenidad? Me alegra que mi simulación haya sido tan convincente. Ahora pondremos manos a la obra, y no quería demostrarles que estaba preocupado. Adelántate y ve a cambiarte en la compuerta, ¿quieres?

Nikka lo miró con expresión perpleja.

—¿Para qué? Pensé que no continuaríamos nuestro turno.

—No lo continuaremos. Pero yo sospechaba que podría suceder algo semejante. Por eso insistí tanto para que nos suministraran una línea de comunicación directa con Alphonsus. Quiero transmitir todo este material —blandió el paquete de papeles que llevaba bajo el brazo—, y asegurarme que Alphonsus lo retransmitirá inmediatamente a la Tierra. Si utilizamos esa estación intermedia no creo que Valiera pueda impedirlo.

Nigel se detuvo en la angosta escotilla y miró cómo Nikka cruzaba la planicie en dirección a la imponente ruina. Ahora ésta se hallaba circundada por un laberinto de huellas de neumáticos y por pilas caóticas de equipos. A lo lejos, un grupo de figuras que parecían pequeñas como muñecas trabajaba en una perforación. La puesta de sol lunar agigantó la sombra de Nikka. La blanca bola refulgente estaba clavada en el horizonte. Allí, pensó él, los vientos dormían eternamente. Nada se movía, si no era por obra de la mano del hombre. Una molécula de gas, expulsada por una válvula de descarga, podía recorrer diez mil kilómetros antes de encontrarse con una molécula de la misma fuente. En la Tierra, la distancia que separaba las colisiones era menor que la que podía captar el ojo humano. Ése era un lugar extraño, con diferentes escalas de tiempo y longitud. Si nadie las tocaba, las pisadas de Nikka sobrevivirían durante medio millón de años, hasta que quedaran borradas por la fina pulverización de partículas del viento solar. Contra el telón de fondo de semejante inmensidad, la disputa con Sanges y Valiera resultaba un hecho trivial.

Pero, por supuesto, esa impresión era falsa, se dijo. Él y Nikka sólo habían mostrado una punta del témpano, al hablar con esos dos. Las pruebas de una tentativa de comunicación, de manipulación, eran muy evidentes. Pero él había omitido mencionar las novas de Águila, la civilización de ordenadores... elementos que tal vez convergerían, con el transcurso del tiempo.

De modo que él y Nikka habían conspirado para perpetrar esa maniobra irreversible mediante la cual eludirían, provocativamente, la astuta red de Valiera. Podrían transmitir un cúmulo de información antes de que Sanges y Valiera se diesen cuenta, y quizás esto iluminaría algunos cerebros en la Tierra, desenmascararía la política empleada para manipular los restos de la nave abandonada en Marginis.

Quizá, quizá...

Nigel suspiró. Comprendió que ahora el conflicto debería estimularle, pero esa sensación se le escapaba. De Ícaro a Marginis, pasando por el Snark, había corrido en pos de algo que no atinaba a definir, de un elemento que sólo experimentaba como una apremiante tensión interior. Ese elemento le había convertido en un extraño dentro de la NASA. Se había trocado en una barrera transparente pero inamovible que se levantaba entre él y casi todos los demás. No podía entender a los otros, ni sondear sus motivaciones, y evidentemente los otros no comprendían en absoluto a Nigel Walmsley. Claro que había habido momentos, con Alexandría, y últimamente con Ichino y con Nikka, momentos en los que había irrumpido hasta la superficie de lo que él era, en los que había perdido la armadura constrictiva que Nigel Walmsley había forjado a lo largo de todos esos años, en los que se había liberado para remontarse hasta la cúspide. Y por supuesto había vuelto a caer inmediatamente, porque esos momentos pasaban en un abrir y cerrar de ojos, y sólo después tomaba conciencia de ellos. Porque tal era la naturaleza de aquellas situaciones: no se trataba de estados de análisis sino de nuevos mares de percepción. Mares, con sus propias mareas.

—Nigel —dijo roncamente el altavoz de pared. Era Nikka.

—Te oigo —respondió él después de pulsar el control de transmisión de la consola—. Despachemos ahora mismo el material.

—¿Piensas... piensas realmente que es...?

—Por favor. No te acobardes ahora.

—No me gustan las disputas políticas intestinas.

—Y yo no quiero ser tedioso, cariño, pero...

—Está bien, está bien.

Nigel marcó la clave de Alphonsus. Eso quedaría grabado en otras dependencias del edificio, en Comunicaciones. Si Sanges pasaba por uno de sus mejores momentos de astucia, probablemente le estaría vigilando desde Comunicaciones o, lo que era peor, ya habría interferido esa línea. De modo que todo se reducía a una cuestión de tiempo. Si conseguían pasar suficientes datos inéditos al grupo de Kardensky, y a los contactos que Nigel había cultivado allí, se produciría una gran conmoción. Si no, esa tramoya probablemente les costaría a él y a Nikka una patada en el culo y un viaje sin regreso a la Tierra.

—Ya empieza —anunció Nikka.

En la sala en penumbras los dispositivos electrónicos de factura humana lanzaban tranquilizadores destellos amarillos y anaranjados. Nikka cambiaba constantemente de posición con movimientos nerviosos. Las moles oscurecidas de los aparatos que la rodeaban permanecían mudas, pensativas, ominosas. Se dijo que su reacción era estúpida. No tenía ningún motivo para estar inquieta. Había trabajado muchas veces con la interfase del ordenador extraterrestre y esta operación no era distinta.

Se despejó mentalmente y puso manos a la obra. El dispositivo de transmisión podía leer el material electrónico con que lo alimentaba la memoria del ordenador extraterrestre o enfocar las copias que ya habían confeccionado. Ella y Nigel habían decidido despachar el primero y las segundas. Cogió un montón de papeles y fotografías y los apiló pulcramente en el alimentador del equipo. Sabía que probablemente sólo dispondrían de unos pocos minutos antes de que algún técnico de Comunicaciones recibiera la orden de cortar la transmisión. De modo que había que darse prisa. Nikka montó el tablero para el envío simultáneo de las copias y de los datos que procedían directamente de la memoria del ordenador extraterrestre. Una vez hecho esto, pulsó el último interruptor para despachar la señal.

Nigel había permanecido callado mientras ella completaba la operación. Empalmó la señal con la consola de Nigel. Él la vería pasar y podría cortarla si se producía algún contratiempo.

—Ahí va —dijo Nikka.

Oyó un gruñido de esfuerzo a sus espaldas.

—¿Qué cree que va a...?

Dio media vuelta. Sanges se desprendía trabajosamente del borde de plastiforme del túnel.

—Un trabajo de rutina —respondió ella, con voz aguda.

—No, no es eso —bramó Sanges. Consiguió zafar sus pies del túnel y se irguió. Bajo la luz mortecina parecía más corpulento de lo que Nikka creía recordar—. Usted y él... yo pensé que podrían...

—Escuche, estoy enviando a Alphonsus parte del material antiguo. —Nikka habló con un tono informal.

—No es eso lo que me parece a mí. Esa pantalla —señaló hacia donde las imágenes multicolores fluctuaban y danzaban rápidamente— está transmitiendo directamente desde el núcleo de la nave. No son datos archivados... son datos nuevos.

—Yo...

—Imaginamos que podría haber montado algo especial aquí dentro. Algo que introdujo después de su turno anterior. Pero esto...

—Le repito...

—Esto es una violación flagrante de las órdenes del Coordinador.

—¿Por qué no le llama, entonces? —Nikka habló con tranquilidad y retrocedió hacia la consola, con el corazón palpitante.

—¿Para que usted pueda transmitir todo lo que se le antoje mientras completo los trámites? ¡Ja!

—No entiendo qué...

Él arremetió bruscamente.

Nikka se volteó y descargó un puntapié a gran altura, con el talón desviado hacia fuera para amortiguar el impacto. Sanges recibió el golpe en el hombro y se ladeó con rapidez.

Después del puntapié Nikka cayó con excesiva fuerza y perdió el equilibrio. Sanges se abalanzó hacia ella. Nikka se colocó en posición y trató de recordar las lecciones de defensa personal que había recibido hacía mucho tiempo y muy lejos de allí.

—No sea ridícula —dijo Sanges.

—No lo sea usted.

—Me ocuparé de que ni usted ni Walmsley puedan volver a trabajar.

—Lo veremos.

—Se lo advierto.

—Ya lo he oído.

—Le ordeno...

—No tiene autoridad.

—Entonces...

La acometió. Mantuvo las manos bajas, con las palmas vueltas hacia arriba. Era evidente que se proponía atraparla en un abrazo mortal y apartarla de allí. Si conseguía llegar a los interruptores de la consola podría cortar la transmisión.

Nikka le volvió la espalda y levantó el codo.

Sintió que su brazo se clavaba en él con un chasquido reconfortante. Sanges boqueó, tratando de recuperar el aliento. Giró hacia el otro lado. Se detuvo. Se volvió nuevamente hacia ella.

Nikka retrocedió. Necesitaba espacio para maniobrar. Sintió que el borde de la consola se le clavaba en los riñones. Tiempo. Debía ganar tiempo. Los datos seguían saliendo. Pocos minutos más y...

—Escuche, Sanges. —Quizá podría asestarle una patada en los huevos al hijo de puta—. Escuche...

Sanges fintó hacia la derecha. Nikka se desplazó para cortarle el paso. Él se ladeó y se escabulló por la izquierda. Nikka se volvió para seguirlo. Sanges chocó violentamente con ella. Nikka trató de pegarle pero él se precipitó hacia delante y le inmovilizó los brazos. Cayeron juntos hacia atrás. Nikka se sintió despedida más allá de la barra protectora de la consola. Los pequeños interruptores de la terminal extraterrestre se le hincaron en la espalda. Estaban aplastando los delicados controles de alambre, pasándolos de la posición activa a la pasiva, movilizando nuevos elementos...

—¡Basta! ¡La estamos estropeando!

—Déjeme...

Sanges gruñó y manoteó el interruptor de corriente. Lo pasó a la posición pasiva. La pantalla que había sobre sus cabezas se oscureció.

—Listo —dijo Sanges—. Espero que entienda que la única responsable de todos los daños ha sido su...

—Mire —le interrumpió Nikka en voz baja, resollando.

Señaló la terminal extraterrestre. Algunos controles estaban iluminados, y parpadeaban en las sombras con destellos rojos, ciñéndose a una secuencia particular. Las luces danzaban y fluctuaban.

—Funciona sola.

—¿Una fuente de energía interior? —jadeó Sanges, con el rostro congestionado.

—Seguramente. Hemos hecho algo que ha activado...

Los puntos amarillos giratorios latían, titilaban, latían.

—Está en marcha un programa muy complejo —manifestó Nikka—. No se trata de una simple recuperación de datos individuales. Es una secuencia activa de naturaleza desconocida...

Una lámpara que brillaba tenuemente atrajo su atención.

—La línea de entrada de Nigel sigue funcionando. Aún puede leer esto.

—Ya no. —Sanges estiró la mano y cortó la conexión. La lámpara continuó encendida. Sanges agitó el interruptor en una y otra dirección—. Qué curioso —murmuró—. Algo ha sucedido.

Cayó el silencio en el compartimiento oscuro, que ahora sólo era iluminado por el conjunto parpadeante y fluctuante de luces de la consola extraterrestre. Cada elemento electrónico de estado sólido brillaba fugazmente y luego se extinguía por un instante, siguiendo un ritmo nervioso.

—Nigel recibe este mensaje, cualquiera que sea, y no podemos cortarlo —dijo Nikka—. No podemos detenerlo. —El frío espacio rancio que los rodeaba devoró sus palabras.

Nigel había apagado todas las luces de la sala para mejorar el contraste mientras controlaba el material que transmitía Nikka. Se introdujo en el semicírculo de la consola, circundado por los brazos laterales de plastiforme, con la cubierta baja hasta la profundidad máxima. Empezó la serie de Nikka. Nigel se inclinó y vigiló el flujo de datos. Las imágenes se materializaban y se borraban con un ritmo vertiginoso. Tres tomas distintas de la rata gigantesca. Molinetes giratorios anaranjados y azules. Fotos antiguas de la Tierra. Cadenas moleculares. Configuraciones químicas. Las criaturas hirsutas, bamboleantes. Los seres de los uniformes de goma. Cartas celestes, índices. Datos. Nigel los rastreaba a toda velocidad, verificando mentalmente cada categoría a medida que los materiales brotaban de la memoria y eran despachados sobre alas electrónicas rumbo a Alphonsus, a la Tierra, a Kardensky, a la libertad.

La pantalla brincó. Se paralizó.

Escupió una secuencia de puntos, líneas, ondulaciones...

... Nigel lo interpretó al principio como un anónimo espacio vacío. Lo escudriñó fijamente. Algo que vio le hizo estremecer.

Frunció el ceño. Apartó los ojos. Trató de mirar en otra dirección. Y descubrió que no podía.

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