En el océano de la noche (47 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #ciencia ficción

BOOK: En el océano de la noche
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—Una vez me sucedió lo mismo —dijo Nikka—. ¿Comprobaste si había agua en el combustible?

Ichino afirmó con un gesto y levantó su taza tibia, en cuyo interior el café oscilaba como una moneda negra.

—Volví a verificar todo y después lo apoyé contra la pared del callejón y lo puse en marcha. Me quedé mirándolo y vi que el motor funcionaba. Así que monté de nuevo y recorrí doscientos metros, se ahogó y volvió a detenerse.

—Qué fastidio.

—Sí. Como en el viejo chiste: “Montaje de bicicleta japonesa exige gran paz espiritual”. En ese caso sucedía lo mismo.

—¿Buscaste una avería eléctrica intermitente?

—Sí. Pasé revista a todos los diagnósticos convencionales.

—¿Y?

—No era nada de eso.

... sin embargo el Snark tenía un elemento de ello, todos tenían una pizca de detalle siete hombres ciegos y un elefante fundido el Snark debía de saber en el fondo de los antiguos núcleos de ferrita que él/ello/ella procedía de las civilizaciones de ordenadores que destruyeron la nave Ícaro, que rompieron la cáscara de huevo que ahora descansaba en Marginis, que frustraron aquella tentativa de transferir conocimiento a los seres que habrían de convertirse, que podrían convertirse, en el hombre. Aquellos antiguos seres vivientes que fabricaron los restos de Marginis e Ícaro —efímera imagen de reptiles, de zarpas rutilantes que se cerraban como manos—, ¿habían sucumbido en la guerra? ¿Sus mundos de origen habían sido destruidos por las inteligencias mecánicas? La vida bullía en la galaxia. Las civilizaciones de ordenadores no podían aniquilar todas las biosferas, debían de haber activado una inestabilidad innata, algo que había llegado a esa avanzada que giraba alrededor del Sol y que había sofocado a Ícaro, inmensa nave estelar, portentosa y segura, y a los restos de Ícaro, todo cuando los reptiles estaban tan próximos, tan rayanos a tomar contacto con los Patones. De modo que las sociedades de máquinas conocían las arcaicas señales de llamada de los reptiles, y captaron el estremecimiento irradiado por la mole de Ícaro, su traqueteo mortal detonado por el torpe Nigel, y el Snark enfiló hacia el alarido electromagnético, con circuitos que sólo recordaban vagamente qué era lo que debían buscar, quizá con un vago anhelo de aniquilar a Ícaro y los restos lunares, pero el Snark llevaba la confusión en las entrañas, gemía en la noche desmesurada que lo rodeaba, como un lobo llegado del frío para sobrevolar la Luna y dejar caer una cápsula de fusión y hacer florecer un nuevo sol sobre Marginis si los restos respondían, pero sin poder acercarse luego, porque Nigel se le había metido en el ojo como un mosquito. Nigel, ajeno a la eternidad que descargaba un océano gris sobre la playa lunar...

Hace una pausa. Hinca el filo del hacha en un tronco y se vuelve, camina hasta la ladera pelada contigua, y sus pulmones se inflan sibilantes con aire seco, sus piernas se implantan la nieve cruje el aroma hormigueante de los pinos le cosquillea la nariz mientras la luz esmaltada titila entre el follaje de los altos árboles perennemente verdes, y el débil susurro de una brisa los agita y levanta un pequeño torbellino a pocos metros de distancia, una presencia circular bosquejada por su carga de elementos revueltos, polvo, copos, un remolino de hielo. El torbellino succionó el suelo y él entró en el vórtice, sintió el roce del viento y al medir así su pequeño mundo lo destruyó, desmenuzándolo definitivamente, de modo que el círculo se consumió y renació.

Sobre el borde de la colina sintió el lanzazo glacial del viento con toda su fuerza, y captó bruscamente, salvando la brecha cristalina del valle, un movimiento microscópico en un claro lejano, un punto oscuro enmarcado por la elipse de árboles, una mota que se petrificó mientras él miraba, girando la cabeza, clavados el uno al otro a lo largo de la visual en tanto un torrente eterno de luz los encapsulaba a través de los milenios y en tanto los salpicaban vislumbres de percepción, de exuberantes y frescos terrones de humus del lecho del bosque, de himnos entonados por debajo del umbral de percepción del oído humano entre la catedral de árboles, de una inmensa vida gimiente arrancada de la floresta envolvente y desbordante, y en medio de todo ello la curva de la Luna recién nacida que hablaba de otros sentidos subyacentes, del mismo orden circundante que se gestaba a lo largo de las líneas parabólicas descendentes de una piedra arrojada, de la estructura emergente y titilante que, entrevista, había palpitado dentro y había empujado al Patón a convertirse en hombre, y cuando esta chispa saltó entre ellos el inquieto punto hirsuto alzó una mano, tanteando el aire estratificado con movimientos torpes, y se detuvo, con el ademán nuevamente impregnado por las tímidas aprensiones, durante un momento, y luego la mano cayó y el antiguo ser se alejó presuroso, desviándose y buscando el amparo de los árboles, y los ojos velados de Nigel siguieron a la sombra y conocieron esta nueva faceta y rostro del mundo...

... que, absorbida y alterándolo...

... se fundió...

—Finalmente entendí lo que ocurría —prosiguió Ichino—. El asiento estaba montado sobre unos muelles de amortiguación. Éstos eran demasiados blandos, y permitían que el asiento se hundiera demasiado. El tubo de goma del combustible pasaba debajo de él, encima del carburador. Al sentarme yo apretaba el tubo de combustible y lo obstruía.

—Sin combustible, el ciclo se cortaba —dijo Nikka.

—Sí. Lo que fallaba no era el ciclo sino mi relación con él.

Nikka frunció el ceño.

—Lo mismo vale para el enfoque que la mayoría de nosotros tenemos del mundo —explicó Ichino—. No podemos resolver los problemas porque estamos desconectados del mundo. Lo manipulamos como si utilizáramos tenazas para atizar el fuego.

—Y piensas que lo que le ha sucedido a Nigel...

—No es casual que haya realizado tantos trabajos originales en los restos de Marginis. Ha aprendido a fusionarse con el ciclo.

... vuelve a la pila de leña, sintiendo que la tela basta de su ropa de trabajo le frota la piel y se estira sobre ella, y llega a la conclusión de que no se ha equivocado respecto al ruido que procede del cielo: baja oblicuamente hacia donde los árboles erizados ralean y cuando él vuelve la cabeza lo ve suspendido sobre la cresta, ligeramente ladeado hacia delante y desplazándose a toda velocidad para cogerlos por sorpresa, una forma panzona e hinchada que describe un giro descendente que se trueca en un cicloide aplanado cuando Nigel marcha por la nieve succionante hacia el claro comprimiendo con fuerza después de aspirar el aire cortante que une y combina, y que luego, expelido, siseante, distiende y completa.

El ruido martilleante que provenía de arriba interrumpió la conversación. Nikka se levantó de un salto y dio media vuelta, para averiguar de dónde procedía. Ichino fue el primero que llegó a la ventana. Detectó el punto bordoneante encuadrado en el marco, el punto que parecía una mosca colérica atrapada en una caja a medida que descendía y era devorado por la hilera de árboles.

—Graves —dijo—. Ha vuelto. Viene con otro hombre.

Nikka se mordió el labio. Empezaron a forcejear con las chaquetas, para ponérselas.

Nigel llega al claro, un túnel ascendente en un mar de árboles ondulantes, sale del refugio verde al tubo de aire, abierto, que conecta la Tierra con el parloteo de arriba, tuerce el cuello hacia atrás e imagina cómo lo vieron los Patones: un loco batir de alas giratorias. Graves disparando desde la furia rampante, la horda sobreviviente que se dispersa aterrorizada, con los ojos desencajados, Graves y la máquina que crepitan detrás de ellos sobre el denso follaje hasta que los pierde de vista, después Graves que los sigue a pie sí y Nigel siente que algo repica dentro de él a medida que las paletas bordoneantes de la hélice se acercan y que la brillante envoltura de metal se abre para mostrar sus fauces, y un hombre aparece en ellas y salta a la nieve con un movimiento ágil, levantando el brazo rígido cuando el impacto le dobla las rodillas, y el brazo y el fusil se desplazan juntos izquierda derecha, y ve a Nigel, da un rodeo, corre agazapado bajo las paletas de rotación cada vez más lenta cuyas sombras lo abanican, lo abanican y Nigel se detiene, intuyendo algo más cuando otra figura sale de detrás de la panza lustrosa del helicóptero, un hombre mayor que se arrebuja para protegerse del frío y que aparece en el campo visual mientras el hombre joven avanza al acecho empuñando diestramente el fusil, con los rasgos lisos enfocados en la línea que conecta la boca del arma con el pecho de Nigel, frunciendo las espesas cejas negras en un ademán de concentración, con un chirrido de botas sobre la nieve compacta “Sigue apuntándole” mientras el hombre mayor se acerca “No es él pero, no sé...” con una expresión perpleja en el rostro envejecido, se detiene y estudia a Nigel con las manos apoyadas sobre las caderas “Me parece conocer a este tipo de alguna parte” en tanto que Nigel se siente perforar el cielo, alerta, con los pies clavados a la tierra de modo que cuelga de un hilo en el espacio intermedio “quizás Ichino lo trajo para” y la vara mágica del fusil describe círculos perezosos al mismo tiempo que las facciones del más joven se congestionan con manchas de excitación colérica, y la mano aprieta el metal azulado para estimular su vida rugiente “que lo ayude” y las paletas se detienen rechinando “Oye amigo, ¿no eres un poco viejo para andar retozando por aquí con tu amigo Ichino? Sería bueno que...” Nigel capta el primer fragmento de una exclamación lejana, la voz aguda de Nikka, y dice “¿Viejo? Sí, ya he vivido más que Mozart y Anne Frank, pero aquí somos todos viejos” cuando ve que el próximo paso del joven lo colocará al alcance pero ahora triangula la posición de la voz tintineante que oye a sus espaldas y comprende que si el fusil dispara mientras él lo aparta la bala partirá en esa dirección, hacia la cabaña, de modo que vuelve a respirar, a respirar y ser respirado, y Graves menea la cabeza con una mueca “No vas a soltar... eh...”

Nikka e Ichino contornearon juntos la pantalla de árboles y Graves los vio. Se detuvieron, exhalando nubes de vapor, e inspeccionaron el claro. Cuando Ichino vio el fusil su primer impulso consistió en volver a refugiarse entre los árboles, con un salto atrás, pero en ese momento Graves gritó perentoriamente:

—Eh, vosotros dos. Venid aquí. —Una pausa—. Basta ya de payasadas. —Miró a Nikka y ella lo miró a él.

Recorrieron lentamente los cincuenta metros que los separaban del lugar donde Graves y un hombre de facciones pálidas enfrentaban a Nigel. El hombre más joven parecía nervioso pero sus movimientos no eran bruscos. En verdad, su fusil oscilaba de Nigel a Nikka y de ésta a Ichino, y después en sentido inverso, Ichino comprendió que ésa era una técnica muy peligrosa para todos ellos: si cualquiera de los tres hacía un movimiento imprevisto mientras el arma apuntaba en otra dirección, una presión sobre el disparador debida a un movimiento reflejo podría...

—La última vez que estuve aquí no me dieron muchas satisfacciones —dijo Graves, con las manos todavía sobre las caderas—. De modo que he traído un elemento de persuasión. Sé que tienes mi película.

—No... —empezó a responder Ichino.

—Basta de embustes.

—La he destruido, como dije.

—Confesarás la verdad.

—No hay nada...

Como brotados de la nada los sentimientos y deseos se bifurcan imitando a un rayo de verano sobre su bóveda inconmovible y para evitar que crezcan como maíz fresco se amalgama con ellos, los succiona dentro de su ser para verlos tal como son e integra la fluctuación hasta que se convierte en un borrón soporífero que se confunde con el murmullo continuo del mundo, un espacio totalmente vacío que espera que cada instante le escriba encima, tiempo que se acomoda como agua al acontecimiento “—nada—“ mientras Graves se adelanta un paso y su brazo se alza, poniendo rígida la mano en el trayecto para descargar un revés en la cara de Ichino que respinga hacia atrás en el último momento y lo recibe de lleno en la mejilla izquierda, y sus pies pierden apoyo y el cuerpo gira mientras cae para amortiguar el impacto, y del lugar donde rompe la nieve endurecida se desprende un surtidor de cristales blandos y Graves sigue la acción, con la cabeza vuelta para observar la caída de Ichino, y el joven encañona tenazmente a Nigel mientras pasa el trance y Nikka resuella y Nigel ve que el guardaespaldas se desplaza sistemáticamente y vigilante sin dejar ningún resquicio.

Ichino miró a Graves desde el suelo y probó el sabor de la sangre.

—Sabes, crees que soy tan tonto que no entiendo lo que pasa aquí. Tú y tus —un ademán informal— amigos vais a sacar una buena tajada de esto. Es lo que planeáis, ¿verdad? O de lo contrario imagináis que esas condenadas bestias que casi me mataron merecen vivir.

El rostro crispado de Graves pareció eclipsar el cielo.

—Lo merecen. Por favor, trata de entender. Sencillamente no quiero que mueran aniquilados por el interés que despertará tu versión. Con tiempo, podrán estudiarlos. Pero no utilizando los métodos que tú implantarás.

—Mientes de nuevo —dijo Graves con un ronco murmullo.

El tiempo se comprime hasta transformarse en partículas infinitesimales congeladas, el fusil se desvía hacia la izquierda cuando Ichino forcejea para apoyarse sobre una mano estirada hacia atrás, cubriendo el movimiento, y Graves retrocede haciéndole una seña con el dedo al otro hombre y la culata del arma se levanta y la mira se fija en la rótula izquierda de Ichino y el claro se cubre de estratos de espeso silencio, esperando, esperando “Creo que te has equivocado de historia” dice Nigel para distraerlo y la primera palabra empieza a surtir efecto sobre el dedo índice que se contrae ligeramente sobre el disparador en medio de la luz transparente y el hombre toma apoyo maniobrando los huesos como un enrejado de varillas de calcio y tensando cada músculo, mientras Nigel dispara el pie derecho contra el codo del hombre y siente cómo el tacón de la bota golpea la apófisis en tanto su peso se descarga hacia delante, y las manos del hombre aferran el metal sagrado y el impacto derrumba su cuerpo, y su aliento silba por conductos secos y el fusil se desvía con un centelleo de luz, y el tacón de Nigel resbala desde el codo hasta la resplandeciente culata de madera del fusil y el cuello compacto del hombre se convulsiona hacia el costado y sus manos se cierran en un último coqueteo redentor con el gatillo que retrocede bajo la presión del dedo resbaloso y el cañón escupe un trueno reverberante en el espacio cristalino y exhala una nube azul hacia la nieve pisoteada, sepultando un nódulo de plomo en la tierra receptiva.

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