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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

El templo (3 page)

BOOK: El templo
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El fornido civil extendió su mano. Le estrechó la mano con firmeza.

—Coronel retirado. Un placer conocerle —dijo, examinando a Race. Después señaló a los soldados—. Estos son el capitán Scott y el cabo Cochrane del grupo de las fuerzas especiales del Ejército de los Estados Unidos.

—Boinas verdes —le susurró respetuosamente Bernstein a Race. A continuación se aclaró la voz—. El coronel, quiero decir, el doctor Nash pertenece a la Oficina de Tecnología Táctica de la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa. Ha venido aquí a solicitar nuestra ayuda.

Frank Nash le acercó a Race su tarjeta de identificación. Race vio una foto tamaño carné de Nash con el logo rojo de la DARPA en la parte superior y un montón de números y códigos debajo. Una banda magnética atravesaba la tarjeta de un lado a otro. Debajo de la foto se encontraban las palabras «FraNCIS K. Nash, Ejército de EE. UU., Cor. (Ret.)». Aquella tarjeta resultaba bastante imponente. Decía a gritos: «persona importante».

Vaya, vaya
, pensó Race.

Había oído hablar de la DARPA con anterioridad. Era la rama principal de investigación y desarrollo del Departamento de Defensa; la agencia que había inventado el Arpanet, la precursora de Internet de uso exclusivamente militar. La DARPA también era famosa por su participación en el proyecto
Have Blue
en la década de 1970, el proyecto secreto de las Fuerzas Aéreas que había tenido como resultado la construcción del avión de combate F-117.

Lo cierto es que, todo sea dicho, Race sabía más sobre la DARPA que la mayoría de la gente por la sencilla razón de que su hermano, Martin, trabajaba allí como ingeniero de diseño.

La DARPA trabajaba, fundamentalmente, de forma conjunta con las tres ramas de las fuerzas armadas de los EE. UU. (el Ejército, la Armada y las Fuerzas Aéreas) para desarrollar aplicaciones militares de alta tecnología adecuadas a las necesidades de cada una de las mismas: sistemas anti detección de radares para las Fuerzas Aéreas, chalecos y uniformes antibalas de elevada elasticidad para el Ejército… Tal era la categoría de la DARPA que a menudo sus logros acababan siendo material para leyendas urbanas. Se decía, por ejemplo, que la DARPA había perfeccionado recientemente el J-7, el mítico cinturón cohete que sustituiría en última instancia al paracaídas, pero eso nunca se había demostrado.

La Oficina de Tecnología Táctica, sin embargo, era la punta de la lanza del arsenal de la DARPA, su joya de la corona. Se trataba de la división encargada de desarrollar el armamento estratégico, una tarea que implicaba grandes riesgos, pero también grandes beneficios.

Race se preguntó qué podría estar buscando la Oficina de Tecnología Táctica de la DARPA en el Departamento de Lenguas Antiguas de la Universidad de Nueva York.

—¿Necesita nuestra ayuda? —le preguntó levantando la vista de la tarjeta de identificación de Nash.

—Bueno, lo cierto es que hemos venido aquí en busca de su ayuda.

Mi ayuda
, pensó Race. Daba clases de lenguas antiguas, principalmente latín medieval y clásico, además de saber un poco de francés, español y alemán. No se le ocurría nada en lo que pudiese ayudar a la DARPA.

—¿Qué tipo de ayuda? —preguntó.

—Traducción. Necesitamos que nos traduzca un manuscrito. Un manuscrito de hace cuatrocientos años escrito en latín.

—Un manuscrito… —dijo Race. Una petición así no era inusual. A menudo le pedían que tradujera manuscritos medievales. Lo que sí era inusual, sin embargo, era que se lo pidieran en presencia de soldados armados.

—Profesor Race —dijo Nash—. La traducción de este texto es de una urgencia extrema. De hecho, el documento ni siquiera se encuentra aún en los Estados Unidos. Está viniendo de camino mientras hablamos. Lo que necesitaríamos de usted es que se dirigiera con nosotros al lugar donde llegará el documento, Newark, y que nos lo tradujera durante el viaje a nuestro destino.

—¿Durante el viaje? —dijo Race—. ¿Adónde?

—Me temo que eso es algo que no puedo revelarle en estos momentos.

Race estaba a punto de refutarle cuando la puerta del despachó se abrió de repente y entró otro boina verde. Llevaba una radio en la espalda y se dirigió a Nash con celeridad. Le susurró algo al oído. Race captó las palabras «… ordenado la movilización».

—¿Cuándo? —dijo Nash.

—Hace diez minutos, señor —le susurró de nuevo el soldado.

Nash miró rápidamente su reloj.

—Maldita sea.

Se volvió para mirar a Race.

—Profesor Race, no tenemos mucho tiempo, así que iré al grano. Estamos ante una misión de gran importancia; una misión que afecta seriamente a la seguridad nacional de los Estados Unidos. Es una misión que solo tiene una oportunidad. Debemos actuar ya. Pero, para hacerlo, necesito un traductor. Un traductor de latín medieval. Usted.

—¿Cómo de pronto?

—Tengo un coche esperando fuera.

Race tragó saliva.

—No sé…

Podía sentir todos los ojos de los allí presentes puestos en él. Se puso repentinamente nervioso ante la perspectiva de viajar a un destino desconocido con Frank Nash y un equipo de boinas verdes perfectamente equipados. Se sentía presionado.

—¿Y por qué no Ed Devereux de Harvard? —dijo—. Es mucho mejor en latín medieval que yo. Sería mucho más rápido.

Nash le respondió:

—No necesito al mejor y no dispongo de tiempo para viajar a Boston. Su hermano nos mencionó su nombre. Dij o que usted era bueno y que residía en Nueva York y, para serle sincero, es todo lo que necesito. Necesito a alguien cerca que pueda hacer el trabajo ahora.

Race se mordió el labio.

Nash dijo:

—Se le asignará un guardaespaldas durante toda la misión. Recogeremos el manuscrito en Newark dentro de aproximadamente treinta minutos y subiremos a un avión minutos después. Si todo va bien, para cuando aterricemos, usted ya habrá traducido el documento. No tendrá siquiera que bajarse del avión. Y, si tuviera que hacerlo, tendrá a un equipo de boinas verdes velando por su seguridad.

Race frunció el ceño.

—Profesor Race, no será el único profesor de esta misión. Walter Chambers, de la Universidad de Stanford, estará allí, así como Gabriela López de Princeton y también Lauren O'Connor de…

Lauren O'Connor
, pensó Race.

Hacía siglos que no oía ese nombre.

Race había conocido a Lauren en sus tiempos universitarios en la Universidad de California del Sur. Mientras que él estudió letras, idiomas, ella se había especializado en ciencias, concretamente en física teórica. Estuvieron saliendo, pero las cosas habían terminado mal. Lo último que supo de ella es que trabajaba en los Laboratorios Livermore, en el departamento de física nuclear.

Race miró a Nash. Se preguntó cuánto sabría Frank Nash acerca de Lauren y él, y si habría dicho su nombre de forma deliberada.

La cuestión era que, si lo había hecho, había dado resultado.

Si algo se podía decir de Lauren era que se trataba de una persona astuta y avispada. Ella no iría a una misión así sin una buena razón. El hecho de que hubiese aceptado ser parte de la aventura de Nash le proporcionaba a la misión una credibilidad inmediata.

—Profesor, será generosamente compensado por su tiempo.

—No es eso lo que…

—Su hermano también forma parte de la misión —dijo Nash, cogiéndole por sorpresa—. No vendrá con nosotros, pero trabajará con el equipo técnico en nuestras oficinas de Virginia.

Marty
, pensó Race. Hacía mucho tiempo que no lo veía; desde que sus padres se divorciaron nueve años atrás. Pero si Marty también estaba involucrado, quizá…

—Profesor Race, lo lamento pero tenemos que irnos. Tenemos que irnos ya. Necesito una respuesta.

—Will —dijo John Berstein—. Esta podría ser una gran oportunidad para la universidad…

Race le frunció el ceño y Bernstein se calló. Después se dirigió a Nash:

—Dice usted que se trata de un asunto de seguridad nacional.

—Así es.

—Y no puede decirme adonde nos dirigimos.

—No hasta que estemos en el avión. Entonces podré contárselo todo.

Y voy a tener un guardaespaldas
, pensó Race.
Por lo general, uno solo necesita un guardaespaldas cuando alguien quiere acabar con su vida
.

Un silencio sepulcral se había apoderado del despacho.

Race podía sentir cómo todos estaban esperando por su respuesta. Nash. Bernstein. Los tres boinas verdes.

Suspiró. No podía creerse lo que estaba a punto de decir.

—De acuerdo —dijo—. Lo haré.

Race atravesó con rapidez el pasillo tras Nash, vestido aún con chaqueta y corbata.

Era un día frío y húmedo. Mientras recorrían el laberinto de pasillos en dirección a la puerta situada al extremo oeste de la universidad, Race vio que fuera estaba comenzando a llover.

Los dos boinas verdes que habían estado dentro del despacho iban delante de Nash y él; los otros dos, los que habían permanecido en el pasillo, caminaban detrás. Race se sentía como si lo estuviera arrastrando una fuerte corriente.

—¿Podré cambiarme y ponerme una ropa algo menos formal? —le preguntó a Nash. Había llevado consigo su bolsa de deportes. Tenía la ropa ahí.

—Quizá en el avión —le respondió Nash mientras caminaban—. Bien, ahora escuche atentamente. ¿Ve al hombre que está detrás de usted? Es el sargento Leo van Lewen. El será su guardaespaldas de ahora en adelante.

Race miró hacia atrás mientras caminaba y vio a la montaña humana que había visto antes en el pasillo. Van Lewen. El boina verde se limitó a asentir con la cabeza mientras sus ojos recorrían todo el pasillo.

Nash le dijo:

—De ahora en adelante, usted es una persona importante y eso le convierte en objetivo. Allá donde vaya, él irá con usted. Tenga. Tome esto.

Nash le acercó a Race un auricular y un micrófono de garganta. Race solo había visto los llamados micrófonos de garganta o laringófonos en la tele, en secuencias de los SWAT (las unidades de intervención). El micrófono se colocaba alrededor del cuello y recogía las vibraciones de la laringe.

—Póngaselo tan pronto como suba al coche —dijo Nash—. Se activa con la voz, así que lo único que tendrá que hacer será hablar y le oiremos. Si alguna vez está en apuros, simplemente hable y Van Lewen estará allí en cuestión de segundos. ¿Entendido?

—Entendido.

Llegaron a la entrada oeste de la universidad, donde dos boinas verdes más hacían guardia en la puerta. Nash y Race pasaron a su lado y salieron a la lluvia torrencial de la mañana.

Fue entonces cuando Race vio el «coche» que Nash había dicho que les esperaba delante del edificio.

En la zona de grava donde se realizaban los cambios de sentido, justo delante de ellos, se encontraba una caravana de vehículos.

Cuatro escoltas policiales en moto: dos encabezando la fila de coches y dos detrás. Seis turismos sin distintivos de color aceituna. Y, en el medio, arropados por los escoltas motorizados y los turismos, había dos resistentes todoterrenos blindados. Humvees. Ambos estaban pintados de negro y tenían los cristales tintados.

Al menos quince boinas verdes fuertemente armados y con sus M-16 en ristre rodeaban la caravana de vehículos. La lluvia torrencial que caía en ese momento martilleaba sus cascos, si bien ellos no parecían percatarse de ello.

Nash corrió hacia el segundo Humvee y sostuvo la puerta para que entrara Race. Cuando este hubo entrado le pasó una carpeta manila llena de papeles.

—Échele un vistazo —díjo Nash—. Le contaré más cuando hayamos subido al avión.

La caravana de vehículos se adentró a toda velocidad por las calles de Nueva York. Era mediodía, pero la procesión de ocho coches recorría las empapadas calles de la ciudad, intersección tras intersección, sin encontrarse con un solo semáforo en rojo en todo el trayecto.

Deben de haber modificado los semáforos como hicieron cuando el presidente visitó Nueva York
, pensó Race.

Pero esto no era una procesión presidencial. Las caras que ponían los transeúntes al verlos pasar lo decían todo.

Esta era una caravana de vehículos diferente.

No había limusinas, ni gente enarbolando banderas. Tan solo dos Humvees negros blindados en medio de una fila de coches color aceituna surcando los charcos formados por la lluvia torrencial.

Con su guardaespaldas sentado a su lado y su auricular y laringófono ya en su sitio, Race miró por la ventanilla del Humvee.

No había mucha gente que pudiese decir que había vivido una travesía así; salir de la ciudad de Nueva York en hora punta y de esa manera
, pensó. Era una experiencia extraña; de otro mundo. Comenzó a preguntarse cuán importante sería esa misión.

Abrió la carpeta que Nash le había dado. Lo primero que vio fue una lista de nombres.

Equipo de investigación Cuzco

Miembros civiles

1. NASH, FraNCIS K. —DARPA. Jefe del proyecto. Físico nuclear.

2. COPELAND, Troy B. —DARPA. Físico nuclear.

3. O'CONNOR, Lauren M. —DARPA. Física teórica.

4. CHAMBERS, Walter J. —Stanford. Antropólogo.

5. LÓPEZ, Gabriela S. —Princeton. Arqueóloga.

6. RACE, William H. —Universidad de Nueva York. Lingüista.

Miembros de las fuerzas armadas

1. SCOTT, Dwayne T. —Ejército de los Estados Unidos (BV). Capitán.

2. VAN LEWEN, Leonardo M. —Ejército de los Estados Unidos (BV). Sargento.

3. COCHRANE, Jacob R. —Ejército de los Estados Unidos (BV). Cabo.

4. REICHART, George P. —Ejército de los Estados Unidos (BV). Cabo.

5. WILSON, Charles T. —Ejército de los Estados Unidos (BV). Cabo.

6. KENNEDY, Douglas K. —Ejército de los Estados Unidos (BV). Cabo.

Race pasó la hoja y vio una fotocopia de un recorte de prensa. El titular estaba en francés: «
Moines massacrés dans un monastére en haute montagne
».

Race lo tradujo: «Monjes masacrados en un monasterio en la montaña».

Leyó el artículo. Estaba fechado el 3 de enero de 1999, el día anterior, y hablaba acerca de un grupo de monjes jesuitas que habían sido asesinados en su monasterio, en los Pirineos franceses.

Las autoridades francesas creían que había sido obra de unos integristas islámicos que protestaban por la intromisión francesa en Argelia. Los dieciocho monjes habían sido asesinados y a todos ellos los habían disparado a bocajarro, al igual que había ocurrido en los últimos asesinatos integristas.

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