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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

El templo (38 page)

BOOK: El templo
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Miró al otro lado y vio el hueco que había entre su embarcación y la barcaza con la pista de helicóptero, de unos nueve metros. Estaba demasiado lejos.

Ahora estaba solo.

Sacó la sig.

¿Cuáles son tus opciones, Will?

No veía demasiadas.

El primer nazi saltó a la Pibber.

Race volvió a girarse y saltó tras el parabrisas roto de la embarcación, hacia la cubierta de proa elevada, en el preciso momento en que el nazi abrió fuego contra él. Las balas pasaron rozando la cabeza de Race, ya a cubierto bajo el marco del parabrisas.

Race fue arrastrándose por la cubierta de proa, fuera del alcance de los disparos del soldado nazi, al menos por el momento.

Escuchó cómo los otros soldados nazis subían a la cubierta de popa del barco.

Mierda.

Miró en esa dirección y vio las cabezas de cuatro soldados nazis, acercándose. Por instinto reflejo, rodó en dirección contraria a ellos. Se golpeó en la cabeza con algo.

Race se giró.

Era el ancla de la Pibber.

Los nazis se estaban acercando.

¡Haz algo!

Vale —Race apuntó con su SIG—Sauer a la cuerda del ancla y disparó.

La bala cortó la cuerda justo por encima del ancla y el peso del acero inoxidable, ya libre, se golpeó con la cubierta.

A continuación, Race se quitó la gorra y se la colocó entre los dientes.

El primer nazi apareció en la timonera, levantó su Beretta y disparó.

Race se echó al suelo para esquivar el disparo, agarró la cuerda del ancla y, entonces, sin disponer de un solo instante para pensárselo dos veces, rodó por la cubierta hacia la proa del barco.

En segundos, el acero de la cubierta de proa fue perforado por las balas de los nazis, pero ninguna de ellas alcanzó a Race.

Pues, en el preciso instante en que los cuatro nazis aparecieron en la timonera de la Pibber, William Race rodó por la proa de la patrullera y cayó al agua.

Race cayó de espaldas al agua, golpeándose fuertemente contra ella.

Comenzó a rebotar contra la superficie vertiginosa de las aguas, levantando chorros increíbles de espuma, saltando las olas a una velocidad frenética, intentando con todas sus fuerzas no soltarse de la cuerda del ancla. A veces su cuerpo saltaba por encima de una ola y se golpeaba contra la proa de la Pibber, que surcaba como un cuchillo las aguas ante él.

Mordió con fuerza la visera de su gorra y se aferró a la cuerda tan fuertemente como pudo.

Aquel era un viaje duro, doloroso, lacerante, pero sabía que si no hacía una cosa más, las cosas se pondrían mucho más feas.

Escuchó el ruido de botas nazis por la cubierta de proa, encima de él. Si lo veían colgando de la cuerda, era hombre muerto.

Le dispararían.

¡Hazlo, Will!

De acuerdo
, pensó.
Hagámoslo
.

Race se armó de valor y cerró los ojos para que no le entrara el agua. A continuación, se aferró a la cuerda y tensó todos sus músculos al unísono.

Entonces se sumergió en el agua, ¡bajo la proa de una Pibber que surcaba las aguas a toda velocidad!

Metió las piernas primero.

Después la cintura, el estómago, el pecho.

Lentamente, sus hombros fueron sumergiéndose en el agua, seguidos de su cuello.

Entonces, tras respirar profundamente, Race sumergió la cabeza en el agua.

Bajo las aguas reinaba un extraño silencio.

No se escuchaba el rugido de los motores, ni los rotores de los helicópteros, ni el repiqueteo de las armas automáticas. Solo el constante y vibrante zumbido de los motores de la embarcación resonando a través del espectro submarino.

El casco gris y esbelto de la Pibber llenaba el campo de visión de Race. Pequeñas motas de Dios sabe qué pasaban por su rostro a un millón de kilómetros la hora, desapareciendo en la oscuridad turbia y verdosa que tenía a sus pies.

Poco a poco, Race fue bajando por la cuerda del ancla hacia la popa, conteniendo la respiración y aferrándose a la gorra con sus dientes.

Ya había recorrido una tercera parte de la longitud del casco cuando la primera forma reptil hizo su aparición desde la verdosa oscuridad que lo rodeaba.

Un caimán.

Estaba junto a la Pibber y descendía en picado con sus fauces abiertas en dirección a los pies de Race. Con un movimiento rápido, arremetió brutalmente contra sus zapatillas.

Race levantó los pies justo cuando las fauces del animal se cerraron. El reptil, incapaz de seguir el ritmo de la Pibber, retrocedió sin el botín a la oscuridad verdosa y borrosa que había dejado atrás.

Race necesitaba tomar aire. Los pulmones le ardían. Sentía cómo la bilis le subía por la garganta.

Apretó el ritmo y siguió bajando la cuerda hasta que, finalmente, encontró lo que estaba buscando.

La escotilla de los buzos.

¡Sí! Llegó a la escotilla y la empujó hacia arriba con el puño. Después metió la cabeza por ella.

La cabina inferior de la Pibber.

Race se quitó rápidamente la gorra de los Yankees de la boca y cogió todo el aire que pudo.

Después, una vez se hubo recuperado, trepó por la escotilla y cayó con torpeza al suelo de la cabina destrozado, magullado y completamente exhausto, pero feliz de seguir con vida.

Doogie Kennedy corría por la cubierta de la última barcaza.

Tan pronto como había visto a Race sumergirse tras la proa de la Pibber, Doogie había comenzado a disparar a los cuatro nazis que estaban en la timonera. Ahora ellos le estaban devolviendo el fuego mientras Doogie intentaba llegar hasta el hidroavión amarrado tras la pista de aterrizaje de la barcaza.

Llegó a la popa de la barcaza y comenzó a desatar la cuerda que la mantenía unida al hidroavión.

Después saltó a la parte delantera del hidroavión y abrió la escotilla situada en la parte superior de su morro. Metió la cabeza primero y segundos después llegó a la cabina de mando del avión.

Doogie apretó el conmutador de encendido y las dos hélices cobraron vida. Comenzaron a girar lentamente hasta que ganaron velocidad y se convirtieron en círculos cada vez más y más borrosos.

El hidroavión se separó de la barcaza mientras las balas de los nazis rebotaban en su armazón.

Doogie, en respuesta, giró el Goose sobre la superficie del río de forma que apuntara a la cubierta de la Pibber que había abandonado hacía poco.

Apretó a continuación el disparador de su palanca de mando.

Al instante, una ensordecedora ráfaga de disparos salió del cañón de Gatling situado en el lateral del Goose.

Tres de los nazis de la Pibber cayeron fulminados por el fuego del avión.

El cuarto también cayó, pero se tiró el mismo, quitándose del alcance de la línea de fuego.

—Dios, cómo me gustan estas ametralladoras de 20 mm —dijo Doogie.

En la Pibber, Race se había guarecido tras la diminuta puerta de metal que conducía hasta la timonera cuando Doogie había comenzado a disparar al barco.

Una vez hubieron cesado los disparos, Race miró por entre la puerta y vio que solo uno de los cuatro nazis seguían con vida. Estaba tumbado en la cubierta, cargando su Borona.

Era su oportunidad.

Race se tomó unos segundos para templar los nervios. Después abrió la puerta y apuntó al atónito nazi. Apretó el gatillo.

¡Clic
!

Nada ocurrió.

¡No tenía balas!

Race tiró indignado el arma. Vio cómo el nazi metía un nuevo cargador en su pistola y entonces hizo lo único que en ese momento se le pasó por la cabeza.

Dio tres zancadas hacia delante y se abalanzó sobre el soldado.

Lo golpeó fuertemente y ambos cayeron a la cubierta de la Pibber y comenzaron a resbalar en dirección a la popa.

Se pusieron en pie y el nazi le lanzó un golpe con el revés, pero Race se agachó y el puño del nazi le pasó rozando la cabeza.

Después fue el turno de Race. Comenzó a golpear al soldado nazi en la cara, alcanzándolo de lleno con un derechazo. El nazi retrocedió por el impacto.

Race lo golpeó una y otra vez, gritando al soldado mientras este se tambaleaba.

—¡Fuera…

Golpe.

—… de…

Golpe.

—… mi…

Golpe—…barco!

Tras el último golpe, el nazi chocó contra la barandilla de popa, perdió el equilibrio y cayó al agua.

Race, respirando agitadamente y con los nudillos sangrando, se acercó a la popa. Miró al nazi y tragó saliva. Instantes después, vio cómo un grupo de ondas familiares se congregaba en torno al soldado nazi y se dio la vuelta cuando este comenzó a gritar.

Renée bajaba sigilosa por un estrecho pasillo del barco de mando con su arma en posición, cuando de repente escuchó voces provenientes de la habitación que quedaba a su derecha.

Dio un paso adelante y se asomó por el marco de la puerta.

Y vio, en el centro de un laboratorio con tecnología punta, a un hombre que reconoció al instante. Era un hombre mayor, enorme, obeso, con el cuello corto y ancho, y de un diámetro enorme. Llevaba una camisa blanca, de esas que no necesitan planchado, que se ajustaba, muy ceñida, a la altura de su ingente estómago.

Renée contuvo la respiración mientras observaba a aquel hombre.

Era Odilo Ehrhardt.

El líder de los Soldados de Asalto.

Uno de los nazis más temidos de la Segunda Guerra Mundial.

Tendría unos setenta y cinco años, pero no parecía tener más de cincuenta. Sus rasgos arios seguían advirtiéndose en él, si bien la edad había hecho mella en ellos. Su pelo rubio—canoso empezaba a clareársele por la coronilla, desvelando una serie de lesiones de color parduzco bastante desagradables. Sus ojos azules brillaban, centelleaban de locura mientras gritaba las órdenes a sus hombres.

—… luego encontrad ese generador y apagadlo, imbéciles! —gritó por la radio. Señaló con su rechoncho dedo a uno de los soldados—. ¡Usted,
Hauptsturmführer
! ¡Traiga a Anistaze aquí inmediatamente!

El laboratorio en el que se encontraba el general nazi era una mezcla de cristal y cromo. Superordenadores Cray Y-MP en las paredes, cámaras selladas al vacío en las mesas de trabajo, técnicos de laboratorio que corrían con sus batas de un lado a otro de la habitación y soldados armados con pistolas que entraban y salían por las puertas de cristal principales que conducían a la cubierta trasera del barco, donde se encontraba la pista de aterrizaje para helicópteros.

Pero Renée solo tenía ojos para el objeto que Ehrhardt sostenía en su mano izquierda.

Un objeto envuelto en una vieja tela de color púrpura.

El ídolo.

En ese momento, Heinrich Anistaze entró en el laboratorio y se cuadró delante de Ehrhardt.

—Usted dirá, señor.

—¿Qué está ocurriendo? —dijo Ehrhardt.

—Están por todas partes,
Herr Oberstgruppenführer
. Deben de ser docenas, quizá más. Se han separado y están atacando distintas secciones de la flota, causando daños cuantitativos.

—Entonces nos vamos —dijo Ehrhardt, pasándole el ídolo a Anistaze y conduciéndolo hacia la pista de aterrizaje—. Nos vamos ya. Llevaremos el ídolo a la mina en helicóptero. Después, si los jefes de gobierno y los presidentes no han cumplido nuestras exigencias para cuando hayamos insertado el tirio en la Supernova, la detonaremos.

Desde la timonera de su recién recuperada Pibber, Race observó la batalla acuática que se alzaba ante sí.

Lo que quedaba de la flota seguía avanzando por el río, pero era una sombra de la armada original.

Todavía seguían a flote tres Pibbers, pero una de ellas era la que le pertenecía a Race. Solo quedaba una de las barcazas con las pistas de aterrizaje para helicópteros, junto con tres de las cinco Rigid Raiders iniciales, y una de ellas estaba en poder de Schroeder.

La Escarabajo de Van Lewen avanzaba a toda velocidad delante de la flota y, por supuesto, el helicóptero Mosquito seguía atacándolos desde el aire.

A unos cuarenta metros por detrás, Race vio el hidroavión de Doogie, que seguía a la zaga de la barcaza a la que había estado amarrado y que intentaba atravesar la flota para encontrar un tramo de agua libre de embarcaciones, desde el que poder despegar.

Race volvió a mirar hacia delante.

A casi treinta metros por delante y a la izquierda de la Pibber vio el enorme barco de mando nazi, que seguía avanzando por el río.

En ese momento, sin embargo, Race vio a dos hombres salir a la cubierta posterior hacia el helicóptero Bell Jet Ranger que descansaba en la popa.

Reconoció a uno de ellos al instante.

Anistaze.

El otro hombre era bastante mayor que Anistaze. Estaba gordo, medio calvo y tenía un cuello grueso y musculoso. Race no sabía quién era, pero supuso que se trataba del hombre del que Schroeder había hablado antes, el líder de los Soldados de Asalto, Otto Ehrhardt o algo así.

Anistaze y Ehrhardt subieron al compartimiento trasero del Bell Jet Ranger y las palas del rotor comenzaron a girar.

Entonces Race comprendió lo que estaba ocurriendo. Se estaban llevando el ídolo…

Justo entonces, mientras observaba lo que estaba aconteciendo en el barco de mando, Race vio por el rabillo del ojo cómo algo se movía. Una sombra que corría por el pasillo de estribor del barco.

Casi se le salen los ojos de las órbitas.

Era Renée.

Estaba atravesando a la carrera el pasillo lateral en dirección a la popa con su M-16 en alto.

Iba a intentar recuperar el ídolo…

¡Ella sola!

Race observó estupefacto cómo Renée torcía por la esquina posterior del pasillo y abría fuego contra el helicóptero nazi.

Dos de los soldados nazis que estaban al lado del helicóptero fueron alcanzados y cayeron al suelo, pero los demás se giraron y dispararon a Renée con fusiles de asalto AK-47.

Esta se agachó para esquivar sus disparos y se cobijó en la esquina posterior del pasillo del que acababa de salir. Mientras, los nazis que estaban en esa parte de la cubierta, salieron tras ella.

Race solo podía contemplar horrorizado la escena mientras Renée recorría a trompicones y marcha atrás el pasillo de estribor en dirección a la proa.

Conforme avanzaba, Renée seguía disparando sin cesar con su M-16, impidiendo que los nazis se le acercaran, hasta que el final pudo llegar al final de este, manteniendo a sus atacantes a raya en el otro extremo.

BOOK: El templo
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