El templo (39 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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Fue en ese momento cuando Race lo vio.

Un soldado nazi. Moviéndose lentamente por el techo del barco hacia la posición de Renée.

El hombre mantenía su arma levantada y se movía con pasos lentos y precisos, fuera del campo de visión de Renée, acercándose a ella a hurtadillas desde arriba.

Ella no podía verlo. No tenía forma de saber que él estaba allí.

—Mierda —dijo Race. Miró a su alrededor buscando alguna solución.

Sus ojos se posaron en el hidroavión de Doogie, que surcaba las olas tras el barco y que estaba a punto de colocarse entre la Pibber y el barco de mando, mientras intentaba atravesar la flota para encontrar un tramo desde donde despegar.

Race viola oportunidad al instante y, sin siquiera pestañear, saltó por lo que quedaba del parabrisas delantero de la timonera y trepó al tedio.

Entonces, cuando el avión de Doogie pasó al lado de la Pibber, Race saltó al ala del hidroavión y comenzó a recorrerla a trompicones.

Aquella era una escena increíble. El hidroavión Goose, avanzando a todo motor entre el barco de mando y la Pibber, y la diminuta figura de William Race con sus vaqueros, su camiseta y su gorra de los Yankees empapadas, corriendo por sus alas con el cuerpo inclinado para minimizar el impacto del viento.

Race corrió con todas sus fuerzas. Sus pies se movían con rapidez pero con seguridad por la envergadura de casi quince metros del Goose.

Vio el barco de mando avecinarse; vio a Renée en la proa conteniendo a los tres nazis que estaban en el otro extremo del pasillo; vio al soldado que estaba en el techo del catamarán, acercándose a su posición.

Y entonces, al igual que un coche de carreras cuando rebasa a su rival, el Goose alcanzó al barco de mando y Race dio un par de zancadas hasta el borde del ala, saltó, voló por el aire y cayó de pie, como un felino, en el techo del barco, justo al lado del nazi que se estaba acercando sigilosamente a Renée.

Race no perdió un instante. Como iba desarmado, se abalanzó sobre el hombre, y lo golpeó. Ambos salieron despedidos y cayeron desde el techo del barco de mando.

Cayeron a la cubierta de proa, no muy lejos del extremo delantero del pasillo donde Renée se hallaba agazapada.

Desorientado, Race rodó lejos de donde había caído. Cuando alzó la vista, contempló horrorizado que el nazi ya estaba de pie.

En un instante fugaz, Race vio el rostro del hombre. Era sin duda uno de los más desagradables que había visto en su vida: alargado y asimétrico y plagado de marcas de viruelas. También era el rostro de la ira, de la furia pura y dura.

Pero solo fue un momento fugaz porque, un segundo después, la visión del repugnante rostro nazi fue reemplazada por la de la culata de un fusil de asalto AK-47 que iba directo a su rostro. En un instante, la oscuridad se apoderó de Race.

Renée se giró justo cuando la cabeza de Race se contoneó violentamente del golpe. El cuerpo de este, inerte, se golpeó contra la cubierta.

Renée vio a ese repugnante nazi acercarse al cuerpo de Race. De repente, se giró para mirarla.

Entonces ella levantó su arma y sonrió.

El hidroavión adelantó al barco de mando y salió a río abierto, colocándose al frente de la flota.

Doogie estaba acelerando al máximo para lograr que el diminuto hidroavión cogiera velocidad para despegar cuando de repente,
¡bam
!, escuchó un fuerte ruido proveniente de la parte izquierda del avión. Entonces, todo este comenzó a tambalearse y Doogie se asomó. En el lugar donde debería haber estado el pontón estabilizador izquierdo ya no había nada.

En menos de un segundo, un par de Rigid Raiders nazis se cruzaron de lado a lado por la parte delantera del avión, mientras los soldados que estaban en ambas cubiertas disparaban sin piedad con sus ametralladoras, apuntando al parabrisas.

Doogie se agachó. El parabrisas se resquebrajó.

Después, alzó la vista y vio a uno de los nazis de la Rigid Raider de la derecha levantar un lanzamisiles M-72A2, colocarlo sobre su hombro y apuntar al Goose.

—Joder… —murmuró Doogie.

El nazi disparó.

Una bocanada de humo salió del cañón del lanzamisiles en el mismo instante en que Doogie giraba con todas sus fuerzas hacia la izquierda.

El Goose rebotó fuertemente, tan fuerte que su ala izquierda tocó el agua, formando una lluvia de agua espectacular.

Como resultado, el misil fue lanzado directamente al ala derecha elevada del avión, fallando por centímetros y estallando en la línea de árboles, concretamente en un tronco desafortunado.

El diminuto Goose de Doogie siguió escorando por la superficie del río, apoyándose en su parte inferior y en el pontón que le quedaba.

Justo entonces, el último helicóptero de ataque surgió de no se sabe dónde, lanzando una ráfaga devastadora que levantó las aguas a su alrededor.

—¡Maldita sea! —gritó Doogie mientras se volvía a agachar de nuevo bajo el tablero de mandos—. ¿Podrían ir las cosas a peor?

Fue entonces cuando escuchó un sonido que le era familiar y que no auguraba nada bueno.

¡Pof
!

Se giró sobre su asiento.

Y vio que una de las dos Pibbers nazis que quedaban y que lo perseguían había lanzado un torpedo.

El torpedo cayó al agua y comenzó a avanzar bajo la superficie.

Doogie aceleró.

Las dos Rigid Raiders estaban ahora avanzando a la par que él, situadas a ambos lados de los extremos de las alas del avión, arrinconándolo.

—Mierda —dijo Doogie—. Mierda, mierda, mierda.

El torpedo iba acercándose.

Aceleró al máximo.

El hidroavión seguía surcando las aguas rodeado por embarcaciones enemigas por, al menos, cuatro de sus lados: las dos Rigid Raiders en los dos flancos laterales, la Pibber a menos de doscientos metros a su popa y el Mosquito negro que le disparaba desde el aire.

Doogie miró a su alrededor desesperado. Mientras el avión intentaba mantener la velocidad, las dos Rigid Raiders lo seguían con facilidad, con sus motores acelerados rugiendo a pleno rendimiento y su tripulación disfrutando perversamente de ver cómo Doogie luchaba por zafarse de ellos.

—No riáis tan pronto, fascistas hijos de puta —dijo Doogie en voz alta—. Esto aún no ha acabado.

El torpedo estaba ahora a menos de veinte metros de su cola. Doogie volvió a acelerar todo lo que pudo.

Menos de quince metros. El avión alcanzó los ochenta nudos.

Diez metros. Noventa.

Cinco. Cien.

Doogie podía ver cómo los nazis de las Rigid Raiders se reían ante sus intentos por esquivar al torpedo en un Goose completamente desfasado.

Dos metros. Ciento diez. Velocidad máxima.

El torpedo se deslizó bajo el Goose.

—¡No! —gritó Doogie—. ¡Vamos, nena! ¡Hazlo por mí!

El avión siguió avanzando por el agua.

Los nazis se rieron.

Doogie soltó una maldición.

Y entonces, de repente, gloriosamente, el diminuto Goose hizo lo que nadie excepto Doogie pensaba que fuera capaz de hacer.

Se elevó de la superficie del agua.

Solo se elevó un poco, puede que treinta o sesenta centímetros como mucho, pero fue suficiente.

Con su objetivo inicial perdido, el torpedo comenzó a buscar otro.

Lo encontró en la Rigid Raider que estaba a la derecha de Doogie.

Tan pronto como el Goose se elevó, la Rigid Raider salió disparada del agua por la explosión del torpedo.

El Goose volvió a posarse en el agua.

El helicóptero que se encontraba sobre ellos vio lo que había ocurrido y aceleró para colocarse delante del Goose, girando lateralmente mientras avanzaba hacia él, de forma que ahora volaba hacia atrás y podía lanzarle una ráfaga de disparos letal.

Doogie se agachó bajo el panel de mandos.

—Malditos helicópteros —gritó—. ¡A ver qué te parece esto!

El avión giró bruscamente y el extremo de su ala izquierda tocó el agua mientras se colocaba delante de la Rigid Raider que quedaba.

El capitán de la Rigid Raider no reaccionó lo suficientemente rápido.

Como un misil disparado al cielo, la Rigid Raider se elevó completamente por encima del agua cuando las alas inclinadas del hidroavión se acercaron a ella.

La embarcación de asalto subió por el ala reforzada del Goose. Se escuchó un chirrido estruendoso cuando su casco se deslizó sobre las inclinadísimas alas, usándolas a modo de rampa y entonces,
¡shum
!, la Rigid Raider salió disparada del ala derecha y se golpeó en el aire con la cubierta del helicóptero situado delante del Goose.

El Mosquito se tambaleó hacia atrás, cual boxeador después de ser golpeado en la nariz, cuando la Rigid Raider se estrelló contra el cristal a gran velocidad. La cubierta transparente estalló en mil pedazos y, medio segundo después, todo el helicóptero se convirtió en una monstruosa bola de fuego.

Doogie miró hacia atrás, a la carnicería que había dejado tras de sí. Vio el armazón ennegrecido de la Rigid Raider que había recibido el impacto del torpedo hundirse lentamente en el agua; vio los restos carbonizados del Mosquito y de la otra Rigid Raider precipitarse al agua con un golpe sordo.

—Ahí queda eso, nazis cabrones —dijo para sí.

Confundido, aturdido y con un dolor de cabeza monumental, William Race fue conducido a punta de pistola hasta la cubierta trasera del barco de mando nazi.

Renée caminaba a su lado, empujada por el nazi con aquella cara tan repugnante y que Race había bautizado como «Cara Cráter».

Tan pronto como Renée y Race fueron reducidos por Cara Cráter en la proa, el soldado había gritado a sus compañeros que estaban en el otro extremo del pasillo que dejaran de disparar. Luego había llevado a sus dos prisioneros a la pista de aterrizaje, donde el helicóptero Bell Jet Ranger blanco inmaculado estaba a punto de despegar. Anistaze los vio y abrió la puerta lateral del helicóptero.

—Tráiganmelos —gritó.

Van Lewen seguía avanzando por el río delante de la flota.

Se sentó en el timón de la Escarabajo, que surcaba las aguas con tan solo una tercera parte de la lancha en forma de bala tocando la superficie del agua mientras el sonido de sus motores gemelos de cuatrocientos cincuenta caballos retumbaba en sus oídos.

Se giró sobre su asiento y vio que el helicóptero Bell Jet Ranger estaba despegando de la cubierta de popa del barco de mando.

—Maldición —murmuró.

Karl Schroeder tenía problemas.

Su Rigid Raider estaba prácticamente al final de la flota, entre las dos últimas Pibbers nazis, y estaba siendo golpeada y atacada por los disparos incesantes de las mismas.

Intentó con todas sus fuerzas esquivar las balas, pero estaban demasiado cerca y eran demasiado rápidos.

Y entonces, una ráfaga de disparos perforaron la Rigid Raider y le atravesaron la pierna izquierda. Tres heridas irregulares y sangrantes se abrieron en su muslo.

Cayó al suelo, apretando las mandíbulas, ahogando un grito.

Consiguió apoyarse sobre una rodilla y continuar manejando la embarcación, pero era inútil. Las Pibbers nazis no dejarían de perseguirlo.

Miró hacia delante y vio lo que quedaba de la flota: el barco de mando, la Escarabajo, el hidroavión Goose y una de las barcazas, que seguían avanzando y que se encontraban a unos cien metros por delante de él.

También vio cómo el helicóptero Bell Jet Ranger despegaba del barco de mando. Unos minutos antes, había visto cómo metían en él a Race y a Renée.

En ese momento, otra lluvia de disparos atacó la embarcación de Schroeder, impactándole en la espalda y perforando su chaleco antibalas como si de un pañuelo de papel se tratara. Schroeder gritó de dolor y cayó a la cubierta.

Y, en ese preciso instante, supo que iba a morir.

Con las heridas abrasándole, las terminaciones nerviosas gritando de dolor y su cuerpo a punto de sufrir una conmoción, Karl Schroeder buscó desesperadamente a su alrededor algo que pudiera usar para abatir a cuantos nazis fuera posible.

Sus ojos se posaron en la caja de kevlar que había visto antes en el suelo de la Rigid Raider. Solo en ese momento, sin embargo, se percató de las palabras que tenía escritas en inglés.

Lentamente, Schroeder leyó lo que ponía en ese lado de la caja.

Cuando lo hubo leído, sus ojos se abrieron como platos.

La Rigid Raider de Schroeder se alejó cada vez más de lo que quedaba de la flota; mientras, las dos Pibbers nazis seguían arremolinándose en torno a ella.

Karl Schroeder estaba tumbado boca arriba sobre la cubierta de su embarcación de asalto, mirando los nubarrones que se alzaban sobre el río y que oscurecían el cielo, sintiendo cómo la vida se iba escapando de su cuerpo.

De repente, el rostro de un nazi con aspecto siniestro se interpuso entre el cielo y él y Schroeder supo que una de las Pibbers lo había alcanzado.

Pero le daba igual.

Es más, mientras el nazi levantaba con calma su AK-47, Schroeder miró el cañón de su fusil indiferente, resignado a lo que el destino le deparaba.

Y entonces, sonrió.

El nazi lo miró confundido.

Después miró a un lado, a la caja de kevlar situada a la izquierda de Schroeder.

La tapa de la caja estaba levantada.

En su interior vio cinco viales pequeños de cromo y plástico llenos de una pequeña cantidad de un líquido color ámbar.

Cada vial estaba en un compartimiento con espuma protectora.

El nazi supo enseguida lo que eran.

Eran cargas isotópicas M-22.

Pero había un sexto compartimiento en la caja.

Estaba vacío.

Los ojos del nazi se movieron hacia la izquierda y vieron el sexto vial en la mano manchada de sangre de Schroeder.

Schroeder ya había quitado el precinto de goma de la parte superior de la carga y el pasador rojo de seguridad que cubría su mecanismo de accionamiento.

Tenía el pulgar apretando el botón disparador mientras miraba al cielo con tranquilidad.

Los ojos del nazi, horrorizado, se le salieron de las órbitas.

—Joder…

Schroeder cerró los ojos. Ahora todo estaba en manos de Renée y del profesor estadounidense. Deseó que lo lograran. Deseó que los dos soldados estadounidenses estuvieran lo suficientemente alejados del radio de explosión. Deseó…

Schroeder suspiró por última vez y, cuando lo hizo, soltó el botón y la carga isotópica M-22 explotó en todo su esplendor.

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