El templo (36 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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—¡Profesor, venga aquí! ¡Le necesito para que se encargue de esta arma! —le dijo, señalando con el dedo hacia el cañón de 20 mm de la torreta.

Race puso rumbo a la Pibber.

Doogie, ya a bordo de la Pibber, cogió un G-11de uno de los nazis abatidos y tomó el timón, intentando mantener la velocidad vertiginosa de la lancha mientras disparaba al helicóptero que se abalanzaba sobre él.

Race se colocó junto a la Pibber.

Se acercó a la lancha patrullera, procurando por todos los medios no perder el control de la Jet Raider mientras esta se zarandeaba de un lado a otro, debido a la estela de olas que la
Pib
dejaba tras de sí.

Race siguió conduciendo a gran velocidad, tratando de no separarse de la Pibber, con los ojos fijos en la barandilla del costado de la lancha, a unos noventa centímetros de distancia de él.

Era todo lo que quería. Poder poner las manos en esa barandilla.

Justo entonces una ráfaga de disparos atravesó el lateral de la Pibber. Justo delante de él.

Se giró inmediatamente.

Y vio a otra Pibber surcando las aguas en su dirección, con cinco nazis más en la cubierta.

Iba directa hacia él.

Y no iba a reducir la velocidad.

¡Iba a estrellarse contra la Pibber de Doogie, estuviera Race en medio o no!

Race se giró para volver a mirar la embarcación de Doogie, con los ojos fijos de nuevo en la barandilla.

Hazlo
, le gritó su mente.

Race saltó de la Jet Raider y se agarró a la barandilla. Los pies le arrastraban por el agua. Subió las piernas y se aupó a la barandilla justo cuando la segunda embarcación se golpeó contra la barandilla de babor de la Pibber de Doogie.

Race rodó por la cubierta. Toda la embarcación se estremeció por el impacto.

—¡Profesor! ¡Aquí! —le gritó Doogie.

Race todavía seguía tumbado boca abajo en la cubierta. Alzó la vista y vio que Doogie le hacía señas desde la timonera cuando, de repente, unas botas de combate se interpusieron en su campo de visión.

Justo cuando las botas tocaron la cubierta se escuchó el disparo de un arma y el propietario de las botas cayó al suelo al instante. Su cabeza, con los ojos fuera de las órbitas, aterrizó en la cubierta, delante de Race. El boquete de una bala le atravesaba la frente. Al fondo, tras la cabeza del nazi muerto, Race vio a Doogie, que sostenía un G-11con su brazo bueno.

Dios santo
, pensó Race cuando vio a la segunda Pibber, que iba disparada como un bólido hacia la barandilla de la embarcación, y a los cuatro nazis desplegados en la cubierta, listos para subir a bordo.

Se giró en la otra dirección y vio que una de las barcazas se estaba acercando desde ese lado, cerrándoles el paso, atrapándolos.

Esto no pinta nada bien
, se dijo para sus adentros.

Doogie, obviamente, estaba pensando lo mismo.

Viró la lancha a la izquierda, haciendo que los soldados que estaban en la cubierta perdieran el equilibrio durante unos segundos preciosos, los segundos que necesitaba para levantar su G-11y disparar.

Pero no disparó a la cubierta de la Pibber nazi, fundamentalmente porque no disponía del tiempo suficiente para hacer diana desde tan lejos. En vez de eso, apuntó a la proa de la embarcación nazi, en la que no había ningún soldado.

—¿Qué demonios está haciendo? —gritó Race.

El G-11de Doogie rugió.

Una ráfaga prolongada, quizá dos docenas de disparos.

Las chispas comenzaron a saltar alrededor del ancla de acero situada en la proa. Entonces se escuchó un ruido metálico y el pasador de metal que sujetaba el ancla fue alcanzado por los disparos de Doogie. El ancla cayó por la cubierta de la proa hasta ir a parar al agua, mientras la cuerda de nailon caía tras ella.

Los cuatro nazis a bordo de la Pibber vieron caer el ancla y se giraron para mirar a Doogie y a Race, con sus G-11 en ristre.

Y entonces ocurrió.

Race nunca llegó a saber en qué se enganchó, si en unas raíces sumergidas, o, quizá, en un árbol que estuviera completamente sumergido bajo las aguas, pero, fuere como fuere, el ancla tuvo que engancharse en algo muy grande.

Fue como si un monstruo terriblemente poderoso hubiese tirado del ancla de la Pibber, porque en cuestión de segundos la embarcación pasó de sesenta y cinco millas por hora a cero y la popa se elevó por encima de su línea de flotación, mientras que la proa se hundía en el agua a toda velocidad.

La popa se alzó sobre las olas y toda la embarcación dio una voltereta lateral en el agua, elevándose en el aire para luego caer sobre el techo de la timonera, golpeándose ruidosamente con el agua.

Race se volvió para ver cómo la embarcación volteada iba mermando en la distancia, hundiéndose lentamente.

Leonardo Van Lewen zigzagueó con su Jet Raider por entre la armada nazi, tan rápido que apenas si rozaba la superficie del río. Aparecía y desaparecía por entre las barcazas habilitadas con las pistas de aterrizaje para helicópteros, las Pibbers y las Rigid Raiders.

A su alrededor resonaban los disparos de sus enemigos mientras intentaba con todas sus fuerzas dejar atrás la embarcación de asalto y el helicóptero Mosquito que iban tras él.

Resultaba extraño, pero solo había un nazi a bordo de la Rigid Raider que le iba pisando los talones. Era la embarcación que él había atacado hacía unos instantes, matando a todos sus ocupantes salvo a uno.

Lo cierto, sin embargo, era que a Van Lewen no le preocupaba demasiado ni la embarcación ni el helicóptero que tenía detrás. Solo tenía ojos para la embarcación que se alzaba ante él, a menos de cincuenta metros de distancia.

El enorme catamarán blanco.

El barco de mando nazi.

Dieciocho metros detrás de Van Lewen, el timonel y único ocupante de la Rigid Raider disparaba frenéticamente a la Jet Raider del soldado estadounidense. Sus balas acribillaban todo lo que pillaban a su paso, mientras la embarcación de asalto botaba contra las olas.

De repente, el timonel escuchó un golpe sordo proveniente de algún lugar a sus espaldas y se giró rápidamente justo para ver cómo el puño de Schroeder se acercaba a su rostro.

Renée Becker conducía su Jet Raider a toda velocidad. El agua que levantaba la moto golpeaba su rostro como si de aguijones se tratara.

A su izquierda, vio que Schroeder tomaba el timón de la Rigid Raider a la que acababa de saltar y le levantaba el pulgar.

Una vez se hubo cerciorado de que Schroeder tenía el control de la embarcación nazi, Renée aceleró y se colocó delante de la Rigid Raider para protegerse del helicóptero que tenían encima mientras salía tras Van Lewen. Segundos después se unió a él y fueron tras el barco de mando.

El enorme barco de mando nazi iba a la cabeza de la flota.

Cerca de media docena de nazis se apostaban en la barandilla de popa, bajo las palas del rotor del helicóptero blanco que descansaba en la pista de aterrizaje. Estaban disparando a Van Lewen.

Pero el boina verde giraba a la izquierda y a la derecha con destreza, agachándose para esquivar sus disparos, cuando de repente, sin previo aviso, se colocó tras una barcaza situada detrás del barco de mando.

Protegido tras la barcaza, Van Lewen aceleró la velocidad hasta adelantar a la embarcación con su ágil Jet Raider.

En pocos segundos llegó a la proa de la barcaza. Respiró profundamente.

A continuación, cuando estuvo listo, apretó el manillar y giró a la izquierda.

Cual avión de caza descendiendo en picado tras su presa, la Jet Raider se cruzó por delante de la proa de la barcaza y se colocó detrás del barco de mando.

Los nazis en la popa del catamarán abrieron fuego inmediatamente, pero, para sorpresa de Van Lewen, fueron ahogados por los disparos del M-16 de Renée que, desde su Jet Raider, se les acercaba por la izquierda.

Una vez hubieron abatido a los nazis, los dos se colocaron bajo el cuerpo del catamarán, guareciéndose en la oscuridad entre sus cascos de cuarenta y seis metros.

Las dos Jet Raiders continuaron avanzando amparadas en la oscuridad de debajo del catamarán hasta llegar a la proa del barco.

Van Lewen se acercó al lateral derecho. Renée al izquierdo. A continuación Renée observó cómo Van Lewen alcanzaba la barandilla de la proa y se aferraba a ella para subir por la proa del barco. Desapareció de su vista.

Instantes después, Renée respiró profundamente y alcanzó la barandilla izquierda. Comenzó a trepar para subir a bordo.

Ráfagas de viento golpearon su rostro cuando salió de la oscuridad de debajo del catamarán y subió por el lado izquierdo de la proa.

Vio a Van Lewen al otro lado, a unos quince metros de distancia, con su M-16 en ristre, listo para disparar.

Como el barco de mando encabezaba la comitiva de la flota, los nazis no se esperaban que nadie fuese a abordarlos desde delante, por lo que no había ningún soldado allí.

Al menos no todavía.

Renée miró a su alrededor. El catamarán era grande. Enorme. La superestructura en la parte superior de su casco era extremadamente esbelta y aerodinámica. Constaba de dos niveles, escondidos tras los cristales tintados de las ventanas. Largos pasillos recorrían los dos flancos del barco.

—¿Hacia dónde ahora? —le gritó.

—¡Tomamos el barco y lo retenemos hasta que los helicópteros lleguen! —le respondió Van Lewen.

—¿Y qué hay del ídolo? Si no podemos tomar el barco, al menos deberíamos intentar conseguir…

En ese preciso instante salieron dos soldados nazis del pasillo de babor y comenzaron a dispararles con sus G-11. Pero disparaban desde las caderas, apuntando hacia arriba. Van Lewen se giró con su M-16, les apuntó y abatió a dos de ellos con dos disparos de una precisión brutal.

—¿Qué me decía? —le gritó a Renée.

—Da igual —dijo—. ¡Vamos! Yo le cubriré.

Echaron a correr por el pasillo de estribor.

Race y Doogie, mientras tanto, surcaban las aguas del río con su patrullera Pibber.

Uno de los Mosquito volaba muy bajo, justo encima de ellos, amenazante, sobre la parte superior de su embarcación. A veces, pivotaba a media altura y volaba hacia atrás delante de ellos, disparándoles así de frente. Una de las puertas laterales estaba abierta; asomado a ella, un soldado nazi las disparaba con un G-11.

Desde su derecha les llegaba el estruendo de las barcazas que les cerraban el paso, cortando cualquier posible salida en esa dirección.

A la vez que manejaba el timón, Doogie disparaba al helicóptero con su G-11.

Estaba intentando, en vano, subir a la torreta de la Pibber, pero los rápidos disparos del helicóptero lo mantenían inmovilizado en la timonera.

—Maldita sea, no logro alcanzarlo —gritó cuando el Mosquito volvió a pasar por encima de ellos. Al estruendo de los rotores pronto les siguió el impacto de cerca de un millón de disparos que perforaron el techo de la timonera.

—¡Tenemos que hacer algo con ese helicóptero! —gritó Race.

—Lo sé, lo sé —gritó Doogie—. ¡Profesor, rápido! Baje y vea si puede encontrar granadas o algo similar.

Race obedeció al instante, abrió la escotilla que había en la parte delantera de la timonera y se adentró en las entrañas de la Pibber.

Se encontró entonces en una pequeña habitación con paredes metálicas de color gris.

En sus paredes inclinadas se alineaban cajones de madera y malla. En el centro de la habitación había un objeto de color gris similar a una caja. Medía cerca de noventa centímetros de alto por otros noventa centímetros de ancho, más o menos el tamaño de una mesa de juego y, a primera vista, Race pensó que se trataba de otro cajón, una especie de contenedor con munición o algo por el estilo.

Pero no era un contenedor. Cuando Race lo miró más de cerca, vio que estaba pegado al suelo.

Entonces cayó en la cuenta. Era una escotilla para los buzos. En Vietnam, las fuerzas especiales y los SEAL de la Armada de los Estados Unidos habían preferido utilizar las Pibbers en vez de otras embarcaciones fluviales porque solo estas tenían esas escotillas especiales en sus cascos. Así, los buzos podían sumergirse en el agua sin que los malos supieran de dónde habían salido.

Race comenzó a rebuscar por entre los estantes en busca de armas.

Lo primero que vio fue una caja pequeña de granadas de mano antipersonales L2A2. Lo segundo fue una caja de kevlar con unas palabras en inglés:

PROPIEDAD DEL EJÉRCITO DE IOS ESTADOS UNIDOS

EXPEDICIÓN DE ARMAMENTO K/56—005/C/DARPA

6 CARGAS M—22

Race abrió la caja y vio seis viales muy futuristas de cromo y plástico sujetos en compartimientos separados con espuma protectora. Los viales eran pequeños, del tamaño de un pintalabios, y estaban llenos de un extraño líquido brillante de color ámbar.

Race se encogió de hombros, cogió la caja de kevlar y la subió junto con la caja de granadas a la timonera.

—Esto, profesor… —le dijo Doogie cuando vio la caja de kevlar—. Eh… yo tendría cuidado con eso.

—¿Porqué?

—Porque podría matarnos.

—¿Cómo?

—Son M-22. Cargas explosivas de elevada temperatura. Una mierda muy potente. ¿Ve el líquido ámbar que tienen dentro? Es cloro isotópico líquido. Una pequeña cantidad de ese líquido vaporizaría todo lo que se encontrara en un radio de doscientos metros, incluidos nosotros. Esos nazis hijo putas deben de ser los que robaron el cargamento de M-22 de aquel camión en la carretera de Baltimore hace ya algunos años.

—¡Oh! —dijo Race.

—No lo necesitaremos. —Doogie sonrió y cogió una de las más convencionales granadas de mano L2A2—. Con esto debería bastarnos.

No había pasado un segundo cuando el helicóptero volvió a pasar sobre ellos, llenando de agujeros las paredes de la
Pib
con sus disparos.

Pero esta vez, mientras disparaban por encima de sus cabezas, Doogie le quitó la anilla a una granada y la tiró con su brazo bueno, con un estilo propio de un jugador de béisbol, a la puerta lateral abierta del helicóptero.

La granada voló por los aires como un misil y después desapareció en el interior del helicóptero.

Un instante después, la estructura del helicóptero explotó y el Mosquito comenzó a descender bruscamente. Estalló en llamas antes de que su morro se golpeara con las aguas del río.

—Buen tiro —dijo Race.

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