El templo (43 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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En el cobertizo, Renée luchaba con el técnico mientras el ruido ensordecedor de las palas del rotor del Bell Jet Ranger resonaba por el enorme y tenebroso almacén.

El técnico volvió a intentar golpearla con el tubo, pero ella saltó hacia atrás y el golpe se perdió. Sin embargo, vio que el piloto que se encontraba en el helicóptero la estaba mirando fijamente.

El piloto comenzó a incorporarse justo cuando el joven técnico que había ido al foso de residuos a buscar a Uli apareció por la puerta del cobertizo.

Renée vio a los dos. Y entonces, con un movimiento rápido, mientras se agachaba para esquivar otro golpe del primer técnico, cogió dos granadas que llevaba en el cinturón, las granadas que Uli le había quitado al nazi muerto en el foso de residuos, les quitó las anillas, se giró y las arrojó.

Las granadas rodaron por el suelo en distintos ángulos, una en dirección a la plataforma de aterrizaje y al helicóptero y la otra hacia el técnico que se encontraba en la puerta.

Uno, mil uno…

Dos, mil dos…

Tres, mil tres…

El técnico de la puerta se percató de lo que era demasiado tarde. Intentó moverse en el último momento, pero no fue lo suficientemente rápido.

La granada explotó. Y él también.

La segunda granada rodó por la plataforma de aterrizaje hasta colocarse justo debajo del Bell Jet Ranger blanco. Explotó bruscamente, haciendo añicos los cristales del helicóptero en un nanosegundo y matando al piloto en el acto.

La explosión también destruyó los patines de aterrizaje, lo que hizo que el helicóptero cayera y se golpeara contra la plataforma mientras las palas del rotor continuaban moviéndose a toda velocidad.

Mientras intentaban ponerse en pie en la oscuridad, Race y Anistaze comenzaron a forcejear.

Race peleó con todas sus fuerzas, tanto como su constitución le permitía, lanzando puñetazos como un desaforado; puñetazos que unas veces impactaban en su contrincante y otras no. Pero Anistaze era mucho mejor con diferencia y pronto tuvo a Race boca arriba en el suelo, intentando esquivar sus golpes en vano.

Entonces, Anistaze sacó un cuchillo Bowie de una funda que llevaba en el tobillo. Incluso en la oscuridad del túnel inclinado, Race vio cómo aquella hoja refulgente se acercaba a su rostro.

Cogió la muñeca de Anistaze con las manos e intentó alejar el cuchillo de él, pero el nazi tenía más fuerza y la hoja comenzó a acercarse más y más a su ojo izquierdo.

De repente, la oscuridad se transformó en una fortísima luz blanca y la cinta transportadora perdió inclinación, haciendo que ambos perdieran el equilibrio y brindándole la oportunidad a Race de tirar el cuchillo de Anistaze lejos de su alcance.

Miró rápidamente a su alrededor.

Estaba de nuevo en el interior del cobertizo.

Solo que ahora avanzaban en horizontal sobre la cinta transportadora. Anistaze lo mantenía inmovilizado.

Por desgracia para los dos, sin embargo, la cinta transportadora los estaba conduciendo hacia las palas del rotor del helicóptero que, debido a que había perdido los patines de aterrizaje por la explosión de la granada, se batían como una sierra circular a apenas noventa centímetros por encima de la cinta.

Las palas del rotor estaban a cuatro metros de ellos. Giraban vertiginosamente.

Tres metros y medio.

Anistaze también las vio.

Tres metros.

Race vio a Renée, que estaba forcejeando con el técnico. El estruendo de las palas del rotor resonaba por todo el cobertizo.

Dos metros y medio.

Y Anistaze entonces decidió una nueva y terrorífica táctica. Con una fuerza increíble, alzó a Race por las solapas y lo sostuvo con los brazos rectos de forma que el cuello de Race quedara a la altura de las palas del helicóptero.

Dos metros.

Renée seguía luchando con el técnico. Vio a Race y Anistaze forcejear en la cinta transportadora y cómo Anistaze alzaba al profesor.

Sus ojos se estremecieron horrorizados.

¡Anistaze iba a decapitar a Race con las palas del helicóptero!

Metro y medio.

Vio el panel de control de la pared. El panel que ponía en funcionamiento y que paraba la cinta transportadora…

Un metro.

Race vio las palas tras él y lo que Anistaze estaba intentando hacer.

Noventa centímetros.

Intentó zafarse, pelear. Pero era inútil. Anistaze era demasiado fuerte. Race miró a los ojos de su atacante y solo vio odio en ellos.

Sesenta centímetros.

Se aproximaba a una muerte segura. Race gritó de desesperación.

—¡Arrggghhh
!

Treinta centímetros.

En ese momento, Renée esquivó otro golpe del técnico y se colocó tras él. Después lo agarró fuertemente del pelo y golpeó su cabeza con violencia contra el panel de control de la pared.

La cinta transportadora se detuvo.

Race también se detuvo. Su nuca se quedó a escasos centímetros de las palas giratorias del helicóptero.

El rostro de Anistaze se quedó pálido de la sorpresa.

¿Qué coño…?

Race aprovechó aquella oportunidad que se le brindaba y le propinó un rodillazo al nazi en la entrepierna.

Anistaze gritó de dolor.

Race lo agarró de las solapas.

—Sonríe, hijo de puta —dijo Race.

Y entonces se tiró a la cinta transportadora y rodó hasta colocarse debajo de las giratorias y borrosas palas del helicóptero. Tomó impulso con las piernas y empujó a Anistaze, que seguía encorvado del dolor, hacia las palas del rotor.

Las palas del rotor seccionaron el cuello de Anistaze como si de mantequilla se tratara, separando la cabeza del resto del cuerpo con un corte limpio.

Una explosión de sangre salpicó toda la cara de Race que, tendido sobre la cinta, seguía agarrando las solapas de Anistaze.

Race soltó el cuerpo y rodó fuera de la cinta transportadora.

Negó con la cabeza. No podía creerse lo que acababa de hacer. Acababa de decapitar a un hombre.

Madre mía…

Alzó la vista y vio a Renée en el panel de control, a horcajadas sobre el cuerpo inconsciente del técnico nazi. El golpe que Renée le había propinado con el panel de control le había dejado fuera de combate.

Renée sonrió a Race y le levantó el pulgar.

Por su parte, Race cayó exhausto al suelo.

Sin embargo, antes de que su cabeza se apoyara contra el suelo, Renée ya estaba a su lado.

—Aún no, profesor —le dijo ayudándolo a ponerse en pie—. Todavía no podemos descansar. Vamos, tenemos que evitar que Ehrhardt haga detonar la Supernova.

En la cabina de control, el temporizador de la pantalla del ordenador de la Supernova seguía su cuenta atrás.

00.15.01

00.15.00

00.14.59

Ehrhardt cogió la radio.


¿Obergruppenführer
?

Ninguna respuesta.

—Anistaze, ¿dónde está?

Nada.

Ehrhardt se giró hacia Fritz Weber.

—Algo no va bien. Anistaze no responde. Inicie las contramedidas de protección del arma. Selle la cabina de control.

—Sí, señor.

Renée y Race arrastraron a Uli hasta la oficina acristalada y lo tumbaron en el suelo.

Un temporizador digital colocado en la pared mostraba una cuenta atrás.

00.14.55

00.14.54

00.14.53

—Maldición —dijo Race—. ¡Han iniciado la cuenta atrás!

Renée se puso a examinar la herida de bala de Uli. Una máquina de fax que se encontraba en el otro extremo de la oficina comenzó a hacer ruido.

Race, provisto ahora de un fusil de asalto G—ll, se acercó cuando el fax terminó de salir. Lo leyó:

DEL DESPACHO DEL

PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS

TRANSMISIÓN DE FAX SEGURA

N.° FAX ORIGEN
: 1—202—555—6122

N.° FAX DESTINO
: 51—3—454—9775

FECHA
: 5 ENE 1999

HORA
: 18.55.45 (LOCAL)

CÓDIGO REMITENTE
: 004 (CONSEJERO DE SEGURIDAD NACIONAL)

MENSAJE
: Tras haber consultado a sus asesores y de acuerdo con su política antiterrorista, el Presidente me ha ordenado que les informe de que BAJO NINGUNA CIRCUNSTANCIA pagará ninguna cantidad de dinero para evitar la detonación de cualquier dispositivo que obre en su poder.

W. PHILIP LIPANSKI

Consejero de Seguridad Nacional del Presidente de los Estados Unidos

—Dios Santo —murmuró Race—. No van a pagar.

Renée se acercó y echó un vistazo al fax.

—Por Dios, mira qué redacción tan forzada. Creen que es un farol. No creen que vaya a hacer explosionar la Supernova.

—¿La hará explosionar?

—Sin ninguna duda —dijo Uli desde el suelo. Race y Renée se volvieron hacia él.

Uli habló entre dientes.

—No deja de hablar de ello. Está loco. Solo quiere una cosa: su nuevo mundo. Y, si no puede tenerlo, destruirá el que existe.

—Pero ¿por qué? —dijo Race.

—Porque es la moneda con la que comercia; la moneda con la que siempre ha comerciado: la vida y la muerte. Ehrhardt es un hombre mayor, mayor y malvado. Ya no es de ninguna utilidad para el mundo. Si no consigue su dinero y, por tanto, su nuevo orden mundial, destruirá el viejo sin pensárselo dos veces.

—Fantástico —dijo Race—. ¿Y somos los únicos que podemos pararlo?

—Sí.

—Entonces, ¿cómo lo hacemos? —le dijo Renée a Uli—. ¿Cómo paramos la cuenta atrás?

—Tenéis que introducir el código de desactivación en el ordenador de la Supernova —dijo Uli—. Pero, como ya dije antes, solo Weber conoce el código.

—Entonces —dijo Race—, vamos a tener que lograr sacarle de algún modo ese código.

Instantes después, Race bordeaba corriendo el cráter en dirección al puente de cable meridional.

El plan era sencillo.

Renée esperaría al principio del puente septentrional mientras Race llegaba al puente meridional. Entonces, una vez hubiera llegado, los dos correrían hacia la cabina de control al mismo tiempo, desde distintos extremos.

La lógica de su plan se basaba en el hecho de que los dos puentes de cable que llegaban a la cabina de control eran bastante resistentes y avanzados. Estaban hechos de cables de acero tensados y para echarlos abajo sería necesario que alguien soltara cuatro acoplamientos de presión distintos. Si Race y Renée corrían por los puentes al mismo tiempo, quizá uno de ellos pudiera llegar a la cabina antes de que Ehrhardt o Weber lograran desenganchar los dos puentes.

Tras seis minutos y medio corriendo, Race llegó al puente meridional.

El puente se extendía ante él, por encima de la enorme mina. Tenía una longitud monstruosa, una característica que se veía acentuada por lo estrecho que era. Si bien tenía el ancho justo para que solo pudiera atravesarlo una persona, de largo podía medir fácilmente como cuatro campos de fútbol americano dispuestos uno tras otro.

¡Oh, Dios
! pensó Race.

—Profesor, ¿listo? —dijo de repente la voz de Renée por su auricular. Hacía tanto tiempo que no usaba su equipo de radio que Race casi se había olvidado de que lo llevaba.

—Como siempre —dijo.

—Entonces, en marcha.

Race echó a correr por el puente.

Vio la cabina blanca al final de este, suspendida sobre el suelo de la mina. Vio la puerta en la pared, justo en el punto en que el puente se juntaba con la cabina. En ese momento la puerta estaba cerrada.

A través de las ventanas rectangulares de la cabina de control tampoco se percibía ningún movimiento.

No. La cabina estaba allí, en silencio, perfectamente inmóvil sobre el aire, doscientos quince metros por encima del mundo.

Race siguió corriendo.

Un ese mismo instante, Renée recorría con rapidez el puente septentrional.

Corría con los ojos puestos en la puerta cerrada que había al final del puente con una tensa anticipación, como si esperara que fuese a abrirse en cualquier momento.

Pero la puerta seguía completamente cerrada.

Odilo Ehrhardt observó parapetado tras una de las ventanas de la cabina de control cómo Renée atravesaba el puente septentrional.

En la ventana de enfrente, vio a Race haciendo lo mismo por el puente meridional.

Ehrhardt tenía que elegir.

Eligió a Race.

Las diminutas figuras de Race y Renée avanzaban por los puentes colgantes que convergían en la cabina de control.

Renée, con su arma en ristre, se movía un poco más rápida que Race. Cuando llevaba recorrido casi la mitad, sin embargo, la puerta del final se abrió y Odilo Ehrhardt salió al puente.

Renée dejó de correr y se quedó inmóvil.

Ehrhardt sostenía delante de él la figura menuda del doctor Fritz Weber. Estaba usando el cuerpo de Weber, que forcejeaba intentando librarse de él, como escudo. Ehrhardt rodeaba con uno de sus brazos rollizos el cuello de Weber. En la otra mano sostenía una Glock-20 semiautomática con la que apuntaba a la cabeza del científico.

No lo haga
, rogó para sus adentros Renée, deseando con todas sus fuerzas que Ehrhardt no matara al único hombre que conocía el código para desactivar la Supernova.

Obviamente no lo deseó lo suficiente pues, en ese instante, en ese preciso y espeluznante instante, Odilo Ehrhardt esbozó una sonrisa siniestra a Renée y apretó el gatillo.

El estruendo del disparo resonó por todo el cráter.

Un geiser de sangre salió de la cabeza de Weber. Sus sesos se desparramaron por la barandilla y cayeron al cráter.

Ehrhardt volcó el cuerpo inerte de Weber por la barandilla del puente y Renée solo pudo observar horrorizada cómo el cuerpo caía y caía durante doscientos quince horribles metros hasta chocar contra el fondo de la mina con un golpe sordo.

Race también oyó el disparo y, un segundo después, vio el cuerpo de Weber caer por el cráter.

—¡Dios mío…!

Comenzó a apretar el paso hacia la cabina de control y echó a correr…

En la parte norte de la cabina de control, Odilo Ehrhardt aún no había terminado.

Tras haber tirado el cuerpo de Weber por el puente, se dispuso a desenganchar los acoplamientos de presión que conectaban el puente con la cabina de control.

—¡No! —gritó Renée agarrándose a las barandillas del puente.

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