Los ojos de Race se posaron en el santuario. El ídolo seguía allí.
¿O no?
Mientras el impacto de las balas levantaba el terreno a su alrededor, Race se acercó hacia el santuario y cogió el ídolo.
Tenía un corte cilíndrico en la base.
Era la falsificación.
—No… —murmuró.
Los helicópteros no cesaban de disparar. El viento de tormenta que levantaban le golpeaba como si de un tornado se tratase.
Race corrió contra el poderoso viento en dirección al follaje, tras Nash y los otros dos.
—¿Adónde vas? —le gritó Renée tras el árbol en el que se había guarecido.
—¡Nash tiene el ídolo! —gritó Race—. ¡El auténtico!
En ese momento, uno de los enormes helicópteros que volaban sobre ellos explotó. Fue una explosión asombrosa y atronadora. Sobre todo, porque fue totalmente inesperada.
Race alzó la vista y vio cómo el poderoso helicóptero caía a tierra a cámara lenta, encima de los hombres que pendían de las cuerdas.
Los hombres, SEAL de la Armada, fueron los primeros en caer al suelo y en menos de un segundo el helicóptero cayó encima de ellos, aplastándolos al instante. Su armazón se golpeó contra el suelo con un ruido sordo.
Race miró por encima de los restos del helicóptero siniestrado y vio un rastro de humo horizontal en el aire que comenzaba a disiparse.
Era el rastro de humo de un misil aire-aire. Race siguió el rastro para ver de dónde procedía.
Y vio otro helicóptero.
Solo que este no era un transporte de tropas como los dos Super Stallion. Era un helicóptero para dos personas, un helicóptero de ataque, esbelto, con el morro en forma de prisma y un rotor de cola. Parecía una mantis mecánica.
Aunque Race no lo sabía, estaba viendo un AH-66 Comanche, el helicóptero de ataque de próxima generación del ejército de los EE. UU.
El apoyo aéreo de Nash.
Ellos también habían llegado.
Race vio un segundo helicóptero de ataque Comanche materializarse en el cielo tras el primero y vio cómo abría fuego contra el Super Stallion superviviente con su Gatling de cañones gemelos.
El segundo Super Stallion respondió con el fuego de sus ametralladoras para intentar cubrir a los ocho SEAL que colgaban de sus cuerdas.
El primer SEAL tocó el suelo justo cuando una flecha le impactó en la sien. Cayó al instante.
Los siete SEAL restantes siguieron descendiendo por las cuerdas. Dos más fueron abatidos por las flechas en el descenso. Los otros llegaron al suelo y echaron a correr.
En el aire, su Super Stallion estaba en serios apuros. Giró lateralmente en el aire para colocarse de frente a los dos Comanches del Ejército que le disparaban.
Entonces de repente,
¡shumm
!, un misil Sidewinder salió desde el lanzamisiles lateral del Super Stallion. El misil dejó tras de sí un rastro de humo perfectamente horizontal antes de impactar a una velocidad de vértigo en uno de los Comanches. El helicóptero se hizo pedazos en el aire con una explosión estruendosa.
Pero tan solo fue un premio de consolación, pues no logró nada. Solo sirvió para decidir el destino del Super Stallion, porque todavía quedaba un Comanche en pie.
Tan pronto como el primer helicóptero del Ejército fue alcanzado, el segundo giró y lanzó un misil Hellfire.
El misil salió disparado hacia el Super Stallion a una velocidad increíble. Encontró su objetivo en segundos e impactó contra el lateral del helicóptero de la Armada.
El Super Stallion se hizo añicos en un instante, rociando el suelo de restos en llamas. A continuación, el helicóptero cayó en los árboles situados sobre la aldea.
Las hojas empapadas de los helechos golpeaban con fuerza el rostro de Race mientras este y Renée corrían tras Nash en dirección este, por el frondoso follaje situado al sur del claro de la aldea.
Se cruzaron con Van Lewen. Se encontraba tras una de las cabañas, disparando con su G-11 a tres de los cinco SEAL que habían sobrevivido del segundo Super Stallion.
Disparaba bajo para intentar herirlos, no matarlos. Después de todo eran compatriotas y, tras lo que le había oído a Renée en el avión acerca de Frank Nash y de la misión del Ejército de debilitar a la Armada, había comenzado a cuestionarse sus alianzas. No quería matar a hombres que, como él, solo estaban siguiendo órdenes, a menos que no le quedara otra que hacerlo.
Los tres SEAL se habían agachado bajo uno de los árboles cerca del santuario y sus MP-5, usados de forma conjunta, resultaban muy eficaces contra su único G-11. El fuego de los SEAL cesó de repente cuando fueron arrollados por una horda de indígenas que portaban hachas, flechas, palos y garrotes.
Van Lewen se estremeció.
—¿Adonde van? —gritó cuando Race y Renée pasaron corriendo a su lado.
—Vamos tras Nash. ¡Ha robado el ídolo verdadero!
—¿Que él qué…?
Pero Race y Nash ya se habían adentrado en la zona arbolada. Van Lewen corrió tras ellos.
Gaby López también estaba corriendo. Solo que para salvar su vida.
Tan pronto como los Super Stallions de la Armada habían hecho acto de presencia, ella se había apresurado a guarecerse tras los árboles más cercanos. Pero había ido por el lado equivocado. Todos los demás habían ido en dirección sur mientras que ella había ido hacia el norte y ahora estaba corriendo por entre el follaje, que le llegaba a la altura del pecho y que conducía a la zona noreste de la aldea, agazapada, intentando esquivar las balas que impactaban en las hojas alrededor de su cabeza.
Los dos SEAL restantes de la Armada estaban detrás de ella, disparándole con sus MP-5, abriéndose paso por entre la maleza.
Gaby miró hacia atrás mientras corría, buscando temerosa a sus perseguidores. Entonces, cuando se volvió para mirar una vez más, sintió cómo el suelo desaparecía bajo sus pies.
Cayó como una piedra.
Un segundo después, impactó contra el agua.
Un líquido embarrado la salpicó. Gaby abrió los ojos y vio que estaba sentada en el foso que rodeaba la aldea. Se incorporó rápidamente. El agua le llegaba por los tobillos.
Un pensamiento le pasó rápidamente por la cabeza: caimanes.
Miró a su alrededor desesperada. Vio que el foso tenía una forma circular y que desde donde ella estaba se curvaba en ambas direcciones, como una carretera que desaparece tras una curva. Sus embarradas paredes verticales se alzaban sobre ella. El borde estaba a más de tres metros por encima de su cabeza.
De repente, el fuego de una ametralladora levantó el agua a su alrededor. Gaby se tiró al agua y las balas le pasaron rozando la cabeza, impactando en las paredes del foso.
Entonces escuchó otros disparos, esta vez diferentes, disparos de un G—ll, y en un instante los primeros disparos cesaron y el silencio se apoderó de la escena. Gaby seguía tumbada boca arriba sobre el agua del foso. Tras unos segundos, alzó con cautela la cabeza.
Se encontró con el rostro sonriente de un caimán.
Gaby se quedó inmóvil.
Estaba en el barro, delante de ella, observándola, con su cola moviéndose de un lado para otro. La tenía. Era su presa.
Con un sonoro rugido, el reptil gigante arremetió con sus fauces abiertas de par en par contra Gaby.
Escuchó un ruido. Algo había caído encima del caimán. Gaby no sabía lo que era. Le había parecido un animal y ahora el caimán y este rodaban delante de ella por el fango y el agua.
Se quedó boquiabierto cuando vio de qué animal se trataba.
Era un hombre. Un hombre con uniforme de combate. Había saltado del borde del foso, atacando al caimán en el mismo preciso instante en que este había arremetido contra ella.
El caimán y el hombre rodaban y forcejeaban. El reptil se retorcía y daba sacudidas; el hombro lomaba aire cada vez que la ocasión se lo permitía.
Y entonces Gaby vio quién era. Era Doogie.
Lucharon, rodando por las aguas y forcejeando, gruñendo y retorciéndose. El caimán arremetía frenéticamente contra Doogie mientras el boina verde herido luchaba por mantenerle el morro cerrado, tal como había visto hacer a los hombres que luchaban contra los cocodrilos cuando era pequeño.
Todavía tenía su G-11, pero no tenía munición. Había empleado sus últimos disparos en abatir a los dos SEAL de la Armada que estaban disparando a Gaby. Entonces había visto aparecer al caimán y embestir contra ella, así que había hecho lo único que en ese momento se le había pasado por la cabeza. Saltar sobre él.
El caimán logró zafarse de Doogie, abrió sus fauces y se lanzó a su cabeza. Desesperado, Doogie cogió su G-11y, sin pensarlo, se lo metió al caimán en la boca y lo colocó verticalmente.
El caimán gruñó sorprendido.
Sus fauces estaban ahora abiertas de par en par, como el capó de un coche. Aquella enorme criatura no podía cerrar la boca.
Doogie aprovechó la oportunidad y sacó su cuchillo Bowie.
El caimán permanecía delante de él con sus fauces abiertas por el G-11colocado en vertical.
Doogie intentó ponerse detrás del enorme reptil para poder acuchillarle en el cráneo y matarlo, pero el caimán lo vio moverse y se volvió con rapidez, cayendo sobre él. Le aprisionó los pies y Doogie cayó al agua embarrada.
El caimán a continuación siguió avanzando, aplastando las piernas de Doogie con sus patas delanteras y hundiéndolas en el barro.
—¡Arggghhh
! —gritó Doogie cuando el peso del caimán le aplastó las espinillas. El enorme reptil dio un paso adelante, pasando por encima de su muslo izquierdo, herido. Doogie gritó de dolor cuando sus piernas se hundieron más en el barro.
Las fauces abiertas de par en par del caimán se encontraban a sesenta centímetros de su nariz.
Que te jodan
, pensó Doogie cuando metió la mano dentro de las enormes fauces del caimán y colocó detrás del G-11el cuchillo Bowie en vertical, de forma que el mango del cuchillo quedaba apoyado contra la lengua del caimán mientras que la hoja apuntaba al paladar de la enorme bestia.
—Cómete esto —dijo Doogie. Se colocó de costado y tiró con ambos brazos del G-11.
La respuesta fue instantánea.
Sin el G-11, las poderosas fauces del caimán se cerraron. El cuchillo Bowie le atravesó el cerebro.
La hoja manchada de sangre del cuchillo salió por la cabeza gigante del reptil y el cuerpo del caimán cayó inerte al instante.
Doogie lo miró, impresionado por lo que acababa de hacer. El enorme animal estaba con medio cuerpo encima de él, gruñendo involuntariamente, expulsando grandes cantidades de aire que ya no necesitaba.
—
Uau
… —soltó Doogie.
Entonces negó con la
cabeza
, se zafó de la enorme bestia y se dirigió hacia Gaby, que seguía tumbada en el barro, completamente estupefacta ante su acto de valentía.
—Vamos —dijo cogiéndole de la mano—. Salgamos de aquí.
Frank Nash corría por el frondoso follaje entre la aldea y el cráter. En sus manos, y como si de una pelota de fútbol americano se tratara, sostenía el ídolo.
Lauren y Copeland corrían tras él con las pistolas SIG-Sauer en sus manos.
Aprovechándose de la confusión del ataque aéreo, Lauren, Copeland y él habían colocado uno de los puentes de troncos de madera sobre el foso, lo habían cruzado y se habían adentrado por la densa maleza.
—¡Aquí Nash! ¡Aquí Nash! —gritó por su micrófono de garganta mientras corría—. ¡Equipo aéreo, vengan a buscarnos!
Alzó la vista al cielo y vio el Comanche del Ejército que había sobrevivido volando sobre los restos humeantes de la aldea. Tras él vio a otro helicóptero, un tercer helicóptero que era más corpulento que el Comanche. Era un Black Hawk II, el tercer helicóptero del Ejército.
—Coronel Nash… aquí el capitán Hank Thompson —por el auricular pudo escuchar una voz, si bien con interferencias—. Lamento… tardado tanto… perdimos su señal… una tormenta eléctrica.
—Thompson, lo tenemos. Repito, lo tenemos. Estoy ahora mismo a unos cincuenta metros este de la aldea en dirección al cráter. Necesito que nos evacúen inmediatamente.
—Negativo, coronel… imposible aterrizar aquí… demasiados árboles.
—Entonces diríjanse al pueblo —gritó Nash—. El que tiene la ciudadela. Pongan rumbo al este, atraviesen el cráter y miren abajo. No tiene pérdida. Hay mucho sitio donde aterrizar.
—Allí nos veremos, coronel.
Los dos helicópteros del Ejército giraron en el aire sobre la aldea y pasaron tronando por encima de Nash, rumbo a Vilcafor.
Cuando ni siquiera había transcurrido un minuto, Nash, Lauren y Copeland llegaron al cráter y bajaron por el sendero en espiral.
Race, Renée y Van Lewen atravesaron el follaje que separaba la aldea del cráter tras Nash y el ídolo.
Los
rapas
no estaban por ninguna parte.
Deben de haberse retirado a las profundidades del cráter con la llegada del amanecer
, pensó Race. Deseó con todas sus fuerzas que la orina de mono que se había rociado por el cuerpo siguiera funcionando.
Los tres llegaron al sendero del cráter y lo bajaron corriendo.
Mientras Race, Renée y Van Lewen comenzaban a bajar el sendero en espiral, Nash, Lauren y Copeland estaban llegando a la base del cráter.
Llegaron a la fisura y la atravesaron. No se percataron de las oscuras cabezas felinas que se alzaban perezosas del lago mientras ellos corrían.
Los tres salieron al sendero de la ribera del río y se encontraron con una densa niebla matutina, pero no se detuvieron a admirarla. Siguieron avanzando en dirección a Vilcafor y al estruendo de los helicópteros.
Un par de minutos después alcanzaron el foso en la parte occidental del pueblo.
Y se detuvieron.
Ante ellos, en el centro de Vilcafor, con las manos tras la cabeza y la suave niebla arremolinándose en sus pies, había un grupo de cerca de doce hombres y mujeres. Todos ellos permanecían inmóviles, ajenos al ruido de los rotores de los helicópteros.
Dos de ellos eran SEAL de la Armada. Iban vestidos con sus uniformes de combate, pero no llevaban armas. Algunos llevaban los uniformes azules de la Armada y otros ropas de civil: los científicos de la DARPA.
Y entonces Nash vio su helicóptero. Se encontraba estacionado tras el grupo de gente.
Un Super Stallion.
El tercer helicóptero de la Armada.
Estaba en el centro del pueblo, inmóvil y en silencio, con las siete palas de los rotores quietas. Nash vio la palabra «Armada» en un lateral, escrita en blanco y negrita.