Un segundo después, el interior de las ventanillas de la cabina del piloto se salpicó de sangre y el helicóptero, que sobrevolaba a apenas tres metros del suelo, se volvió loco.
Viró bruscamente a la derecha. Las palas del rotor, desdibujadas, se movían a toda velocidad hacia el otro Apache, justo cuando el cañón rotatorio que estaba bajo su morro cobró vida y comenzó a disparar a todo el pueblo con su ametralladora.
Las balas trazadoras salieron en todas direcciones.
El parabrisas del Humvee de Race se resquebrajó en forma de telaraña cuando las balas impactaron en él.
Race se agachó por acto reflejo. Al hacerlo, vio que de la parte de la cola de uno de los Hueys amarrados en la ribera comenzaron a salir chispas naranjas.
De repente, como si de los fuegos artificiales del cuatro de julio se tratara, dos misiles Hellfire salieron de los lanzamisiles del Apache que se sacudía en el aire.
Uno de los misiles impactó en una cabaña de piedra cercana, reduciéndola a escombros, mientras que el otro recorrió la calle principal de Vilcafor, rumbo al enorme hidroavión Antonov estacionado en la ribera del río. Entró, con un sonoro zumbido, por la rampa de carga del avión y desapareció en la zona de carga.
Pasó un segundo.
Y entonces el hidroavión estalló. Fue una explosión monstruosa. Las paredes del Antonov volaron por los aires en un instante y todo el avión se escoró a la izquierda y comenzó a hundirse y a ir a la deriva río abajo.
Mientras tanto, el Apache causante de todo aquello seguía dando bandazos hacia su gemelo. El segundo helicóptero intentó quitarse de su camino, pero era demasiado tarde. Las palas del rotor del primer Apache golpearon las palas del segundo helicóptero y el ruido estridente del metal contra el metal se apoderó de la escena.
Entonces, de repente, las palas del primer helicóptero reventaron los tanques de combustible del segundo y los dos Apaches explotaron, formando una bola de fuego enorme que se extendió por toda la calle principal de Vilcafor.
Race apartó la vista de la cegadora escena y miró a Walter Chambers, que estaba en el asiento del copiloto.
—Por Dios santo, Walter —dijo—. ¿Ha visto eso?
Chambers no le respondió.
Race frunció el ceño.
—¿Walter? ¿Qué…?
Purrrrrrr
.
Race se quedó helado al oírlo.
Se acercó a Chambers para mirarlo más de cerca. El antropólogo tenía los ojos abiertos como platos y parecía estar conteniendo la respiración.
Estaba mirando fijamente por encima del hombro de Race.
William Race se dio la vuelta muy, muy, muy despacio.
Uno de los felinos estaba tras la ventanilla.
Justo en la ventanilla.
Su cabeza era enorme. Ocupaba toda la ventanilla del Humvee. La gigantesca criatura observaba a Race con sus estrechos ojos amarillentos.
Volvió a ronronear. Un gruñido resonante y profundo.
Purrrrrrr
.
Race vio cómo su pecho subía y bajaba y que sus blancos colmillos sobresalían de su labio inferior. Entonces, el animal bufó y Race dio un bote. De repente, todo el Humvee se sacudió bajo él.
Se volvió y miró por el parabrisas.
Otro felino había saltado al capó del Humvee. Sus musculosas patas delanteras se erguían sobre el capó y sus rabiosos ojos amarillentos permanecían fijos en Race y Chambers, taladrándolos con ellos hasta lo más profundo de su ser.
Race tocó su micrófono de garganta.
—Eh, Van Lewen. ¿Está ahí?
No respondió.
El felino negro dio un paso adelante, clavando sus garras en el capó de acero. Al mismo tiempo, el felino que estaba a la izquierda de Race golpeó bruscamente la puerta, poniendo a prueba su resistencia.
Race dio unos golpecitos en su micrófono.
—¡Van Lewen!
La voz de Van Lewen resonó por su auricular.
—Le veo, profesor. Le veo.
Race miró por el parabrisas y vio el todoterreno, inmóvil en la calle embarrada, no muy lejos del Humvee.
—No sería mal momento para poner en práctica sus habilidades como guardaespaldas —dijo Race.
—Tranquilícese, profesor. Estará a salvo mientras esté dentro del Humvee.
Fue en ese preciso momento cuando el felino que estaba sobre el capó del Humvee golpeó con su pata delantera izquierda el parabrisas resquebrajado i Id vehículo.
El cristal saltó en mil pedazos cuando la garra del felino, del tamaño de un puño, impactó en el parabrisas. La garra se detuvo a menos de cinco centímetros de la visera de la gorra de los Yankees de Race.
—¡Van Lewen!
—¡De acuerdo! ¡De acuerdo! ¡Rápido! Mire debajo del salpicadero —dijo Van Lewen—. Debajo, cerca del acelerador. Busque un botón de goma negro en la parte inferior de la columna de dirección.
Race lo buscó.
Dio con él.
—¿Qué hago?
—¡Púlselo!
Race apretó el botón de goma y el motor del Humvee volvió a la vida.
Ya no estaba inutilizado. Race no sabía por qué, pero tampoco importaba. Siempre y cuando funcionara.
Volvió al volante y se encontró de frente con las fauces abiertas del felino que estaba sobre el capó.
Le gruñó, un siseo salvaje y cargado de ira. Estaba tan cerca que Race podía sentir el aliento rancio del animal en su cara. El felino negro se retorció y contorsionó mientras intentaba entrar a la fuerza en el agujero del parabrisas para llegar a la carne humana que le esperaba allí dentro.
Race se recostó sobre su asiento, lejos de los dientes del frenético animal, pegándose contra la ventana del conductor, cuando se giró y vio las enormes mandíbulas del otro felino acercándose hacia él a una velocidad alarmante.
El segundo felino golpeó la ventanilla. El Humvee se balanceó sobre su suspensión, rebotando bajo el peso del contundente impacto del felino. La ventanilla del conductor se llenó de grietas.
Pero el motor del vehículo seguía funcionando, y eso era lo que importaba. El golpe hizo que Race reaccionara y se pusiera manos a la obra, así que agarró la palanca de cambios, palpó las marchas, encontró una, qué más daba cuál, y estampó el acelerador contra el suelo.
El Humvee salió disparado marcha atrás por la embarrada calle principal de Vilcafor.
Dios santo, ¡había encontrado la marcha atrás!
El felino del capó no pareció inmutarse ante la velocidad del Humvee; mientras, este botaba sin control sobre el terreno plagado de baches del pueblo. El demoníaco animal sacó la cabeza del agujero del parabrisas e introdujo la pata delantera, intentando alcanzar a Race.
Por su parte, Race se reclinó todo lo que pudo para mantener su cuerpo alejado de las garras y apretó todavía más el acelerador.
El Humvee pilló un bache y abandonó el suelo unos instantes para luego volver a aterrizar sobre el terreno. El felino seguía en el capó fuera de sí, tratando de agarrar a Race mientras el vehículo blindado, totalmente fuera de control, recorría marcha atrás y a toda velocidad la calle empapada.
—¡Will, cuidado! —gritó Lauren.
—¿Qué? —dijo Race.
—¡Detrás de nosotros!
Pero Race no estaba mirando hacia atrás.
Estaba mirando la visión infernal que tenía ante sí y que intentaba entrar por el parabrisas del vehículo para abrirle el pecho.
—¡Will, para! ¡Vamos directos al río!
Race giró la cabeza.
¿Había dicho río?
Echó un vistazo por el espejo retrovisor y atisbo el oscuro río, cada vez más cerca de ellos, y un Huey justo delante, en su trayectoria.
Race forcejeó con el volante, pero fue inútil. Aterrado por librarse del felino del capó, hacía tiempo que había perdido el control del Humvee.
Tiró fuertemente del volante, pisó el freno todo lo que pudo, pero las ruedas se bloquearon y en cuestión de segundos el Humvee perdió toda su tracción. Derrapó por el barro, completamente fuera de control. Y entonces, de repente, antes de que Race supiera incluso qué estaba ocurriendo, el enorme vehículo salió disparado por los aires. Hacia el río.
El Humvee salió volando por los aires, planeando sobre la ribera del río y formando un grácil arco hasta golpear fuertemente con la parte trasera en la burbuja de cristal del Huey situado a orillas del río.
La inercia del golpe fue tal que lanzó al vehículo y al helicóptero al río. También hizo que el felino aferrado al capó del Humvee saliera disparado y cayera encima del Huey. El enorme felino aterrizó con medio cuerpo en el agua, golpeándola al caer con un torpe
¡plaf
!
En cuestión de segundos, los caimanes se abalanzaron sobre él.
Chillando salvajemente, el felino libró una lucha encarnizada con ellos, pero terminó sucumbiendo ante los caimanes y se hundió.
En las inmediaciones de la orilla, a unos sesenta metros de la ribera del río, quedó un extraño híbrido Humvee-Huey medio hundido en el agua.
Toda la estructura delantera se había hundido hacia dentro por el impacto del Humvee y ahora el vehículo sobresalía torpemente de la parte delantera del helicóptero. La caja del rotor y la sección de cola del Huey, sin embargo, no habían sido dañadas por el impacto. Sus dos palas del rotor de cola se alzaban por encima del horrendo aparato, inmóviles pero intactas.
En el interior del Humvee, Race intentaba desesperadamente mantener la calma.
El agua viscosa y verde chapaleaba contra la ventanilla de su izquierda mientras que pequeños chorros de agua entraban por el cristal resquebrajado de la misma. Mirar por la ventanilla era como estar en uno de esos acuarios en los que se puede ver tanto la parte superior como la inferior de la línea del agua.
Solo que este era el acuario del infierno.
Por la ventanilla, Race vio los vientres de no menos de cinco caimanes gigantescos, todos ellos yendo derechos hacia ellos, moviendo sus colas de un lado a otro, rumbo al Humvee.
Para empeorar todavía más las cosas, por el agujero del parabrisas estaba entrando el agua a borbotones, salpicando sus vaqueros y formando un charco a sus pies.
Walter Chambers comenzó a hiperventilar.
—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!
Tras Chambers, Race vio que Gaby López tenía un corte profundo bajo su ojo izquierdo que no dejaba de sangrar. Debía de haberse golpeado la cabeza cuando el Humvee había chocado contra el helicóptero.
—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Lauren.
—¡Buena idea! —gritó Race cuando un pez plateado de grandes dientes entró por el agujero del parabrisas y aterrizó en su regazo.
Justo entonces se escuchó un ruido sordo proveniente de algún lugar a su izquierda. Race casi salió disparado de su asiento cuando el Humvee se ladeó hacia el lado izquierdo.
Se giró y vio la gigantesca forma de un caimán negro inmóvil ante la ventanilla de su lado. Estaba mirando a través del cristal resquebrajado, observándolo ávidamente.
—¡Oh, Dios mío! —dijo.
Entonces el reptil retrocedió.
—¡Oh, Dios mío!
—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? —dijo Walter Chambers.
—¡Va a embestir contra nosotros! —gritó Race y comenzó a trepar por su asiento para llegar a la parte trasera—. ¡Salga de ahí, Walter! ¡Salga de ahí ahora!
Chambers trepó por su asiento justo cuando el caimán comenzó a acercarse el Humvee. Medio segundo después, la ventanilla del conductor estalló hacia dentro, formando una lluvia de cristales espectacular.
A la repentina lluvia de cristales le siguió el escamoso cuerpo del caimán, que se deslizó por entre la ventanilla hasta la parte delantera del Humvee, propulsado por una ola de agua que cayó en cascada al interior de este.
El caimán cayó a la parte delantera del Humvee. Su cuerpo ocupaba todo el espacio. Race quitó los pies un nanosegundo antes de que sus fauces los atraparan.
Walter Chambers no tuvo tanta suerte. No sacó a tiempo las piernas de la parte delantera y el caimán las golpeó fuertemente, inmovilizándolas contra la puerta del pasajero.
Chambers gritó. El caimán se sacudió y bufó mientras intentaba agarrarlo mejor.
Desde los asientos traseros, lo único que Race podía ver era el lomo acorazado de la criatura y su larga cola, que se agitaba ferozmente de un lado a otro.
De repente, y de una forma tan violenta, abrupta y rápida que hizo que Race diera un grito ahogado de horror, el caimán gigante tiró de Chambers y lo sacó por la ventanilla por la que había entrado.
—
¡Nooooo
! —gritó Chambers mientras desaparecía por la ventanilla y era llevado al exterior.
Race y Lauren se miraron horrorizados.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —gritó.
¿Cómo demonios quieres que lo sepa
?, pensó mientras miraba a su alrededor.
La parte delantera del vehículo se estaba llenando rápidamente de agua, provocando que el Humvee se ladeara bruscamente hacia la izquierda y se hundiera más en el río.
—Tenemos que salir de aquí antes de que el vehículo se hunda —gritó—. ¡Rápido! ¡Baja tu ventanilla! Debería poder abrirse.
El agua comenzó a caer también a los asientos traseros. Lauren bajó entonces su ventanilla. El vehículo estaba más elevado en ese lado y cuando la logró bajar del todo el frío aire de la noche entró en su interior.
De repente, otro caimán apareció por la ventanilla del conductor del Humvee y amerizó sobre el charco de agua que se había formado en la mitad delantera del vehículo.
—¡Vamos! —gritó Race—. ¡Subid al techo!
Lauren se movió con rapidez. En un segundo ya estaba fuera del Humvee. Trepó hasta su techo. La aturdida Gaby fue la siguiente. Arrastró los pies rápidamente por los asientos traseros y alcanzó la ventanilla. Inmediatamente Lauren comenzó a tirar de ella hacia el techo mientras Race la empujaba desde abajo.
El caimán del asiento del conductor resoplaba y se sacudía en busca de su presa.
El agua caía ahora a chorros desde la parte delantera. A Race le llegaba casi por la cintura.
Justo en ese momento otro caimán embistió contra la ventanilla trasera izquierda del Humvee, haciendo que el vehículo se sacudiera. Race se giró y vio que toda la parte izquierda del Humvee estaba ahora completamente anegada bajo el agua.
Gaby López estaba casi fuera. Race era el último.
Fue entonces, sin embargo, mientras empujaba los pies de Gaby, cuando escuchó un gruñido metálico proveniente de algún punto del Humvee.