Un teniente de veintitantos años fue a su encuentro.
—¿Agente especial Demonaco?
Demonaco sacó su identificación como respuesta.
—Por aquí, por favor. El comandante Mitchell le está esperando.
El joven teniente lo condujo hasta el laboratorio. Cuando entró, Demonaco observó en silencio las cámaras de seguridad de las paredes, las puertas hidráulicas de increíble grosor y los cierres alfanuméricos.
Dios santo, eso era como una maldita cámara acorazada.
—¿Agente especial Demonaco? —dijo una voz a sus espaldas. Demonaco se giró y vio a un joven oficial. Tendría unos treinta y seis años y era alto, atractivo, con ojos azules y el pelo castaño rojizo corto. El típico oficial que adornaría los carteles de la Armada. Y, por algún motivo que no podría explicar, a Demonaco le resultaba extrañamente familiar.
—Sí, soy Demonaco.
—Comandante Tom Mitchell. Servicio de Investigación Criminal Naval.
El NCIS
, pensó Demonaco.
Interesante
.
Cuando había llegado a Fairfax Drive, Demonaco no se había percatado de que oficiales de la Armada vigilaban la entrada al edificio. En esa zona no era infrecuente que ciertos edificios federales estuvieran vigilados por ramas específicas de las fuerzas armadas. Por ejemplo, Fort Meade, cuartel general de la Agencia de Seguridad Nacional, era un complejo del Ejército. La Casa Blanca, por otra parte, estaba vigilada por los miembros del cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Así que a Demonaco no le habría sorprendido demasiado enterarse de que la DARPA estaba protegida por la Armada estadounidense. Lo que habría explicado el elevado número de uniformes de la Armada congregados en el edificio.
Pero no era así. Si el NCIS estaba allí, eso significaba una cosa totalmente distinta. Algo que iba mucho más allá de un fallo en la seguridad de un edificio federal. Algo interno…
—No sé si me recuerda —dijo Mitchell—, pero participé en su seminario en Quantico hará unos seis meses. «La segunda enmienda y el auge de las milicias. »Así que de eso le sonaba Mitchell.
Cada tres meses, Demonaco impartía un seminario en Quantico sobre organizaciones terroristas nacionales en Estados Unidos. En sus ponencias básicamente esbozaba las estructuras, métodos y filosofías de las milicias más organizadas del país, grupos como los Patriotas, la Resistencia Aria Blanca o el Ejército Republicano de Texas.
Tras el atentado de Oklahoma City y el sangriento asedio de las instalaciones de armas nucleares de Coltex en Amarillo (Texas), los seminarios de Demonaco eran muy demandados. Sobre todo entre las fuerzas armadas, dado que los edificios y sedes que protegían eran a menudo objetivo de ataques terroristas.
—¿Qué puedo hacer por usted, comandante Mitchell? —dijo Demonaco.
—Bueno, antes que nada, debo recordarle que todo lo que vea o escuche en esta habitación es información clasi…
—¿Qué es lo que quiere que haga? —Demonaco era conocido por su incapacidad para soportar tonterías.
Mitchell tomó aire.
—Como puede ver, ayer por la mañana tuvo lugar un… incidente. Diecisiete miembros de la seguridad de este edificio fueron asesinados y se sustrajo un arma de una gran importancia. Tenemos razones para creer que se trata de una organización terrorista, razón por la que le hemos llamado…
—¿Es él? ¿Es él? —dijo una voz tosca desde algún punto cercano a ellos.
Demonaco se dio la vuelta y vio a un capitán de gesto grave, bigote gris y pelo al rape de idéntico color que se acercaba hacia el comandante Mitchell y él.
El capitán miró a Mitchell.
—Le dije que era un error, Tom. Se trata de un asunto interno. No necesitamos involucrar al FBI en esto.
—Agente especial Demonaco —dijo Mitchell—, este es el capitán Vernon Aaronson. El capitán Aaronson es la persona al frente de la investigación…
—Pero aquí el comandante Mitchell parece gozar de la confianza de aquellos a los que les gustaría que este rompecabezas se resolviera más lentamente de lo que debiera —bromeó Aaronson.
Demonaco calculó que Vernon Aaronson era dos años mayor y al menos diez años más resentido que su subordinado, el comandante Mitchell.
—No tenía elección, señor —dijo Mitchell—. El presidente insistió…
—El presidente insistió… —resopló Aaronson.
—No quería que se repitiera el incidente de la autopista de Baltimore.
Ah, pensó Demonaco.
Así que se trataba de eso
.
El día de Navidad de 1997, un camión camuflado de la DARPA que viajaba desde Nueva York a Virginia fue secuestrado en la carretera de Baltimore. Se sustrajeron dieciséis cinturones cohetes J-7 y cuarenta y ocho prototipos de cargas explosivas, pequeños tubos de cromo y plástico que parecían viales de laboratorio.
Pero no eran unas cargas explosivas cualquiera. Oficialmente se las conocía como cargas isotópicas M-22, pero en la DARPA se las conocía como dinamos de bolsillo.
La dinamo de bolsillo, dicho de manera sencilla, era un paso adelante en la tecnología química de líquidos de elevada temperatura. El resultado de trece años de trabajo coordinado con el ejército de los Estados Unidos y la División de Armamento Avanzado de la DARPA. La carga M-22 empleaba isótopos de cloro creados en laboratorios para liberar una onda expansiva concentrada de tal intensidad que podía vaporizar cualquier cosa que estuviera en un radio de doscientos metros del lugar de detonación. Había sido diseñada para ser utilizada por unidades de incursión pequeñas en sabotajes o misiones de búsqueda y destrucción cuyo objetivo era no dejar nada tras de sí. La intensidad de una explosión isotópica de una carga M-22 solo podía ser superada por una explosión termonuclear, solo que sin los efectos radiactivos posteriores derivados de esta última.
Lo que Demonaco también sabía del incidente de la autopista de Baltimore, no obstante, era que los del Ejército se habían empeñado en llevar la investigación ellos solos.
Dos días después del audaz robo, los investigadores del Ejército recibieron un chivatazo del emplazamiento de las armas robadas y, sin consultárselo al rni o la cía, se ordenó que un destacamento de boinas verdes irrumpiera en el cuartel general de una milicia clandestina al norte de Idaho. Diez personas murieron y doce resultaron heridas. No era el grupo que buscaban. Resultó ser uno de los muchos grupos paramilitares benignos que andaban pululando por ahí, un grupo que más bien parecía un club de amigos de las armas que una célula terrorista. No se encontró ningún explosivo isotópico en aquel lugar. La Unión Americana por las Libertades Civiles y la Asociación Nacional del Rifle hicieron su agosto aquel día.
Los cinturones cohete y los M-22 jamás fueron recuperados.
Resultaba obvio pues, pensó Demonaco, que el presidente no quisiera pasar otra vez por una situación tan bochornosa. Razón por la que lo habían llamado.
—Entonces, ¿qué es lo que quieren que vea?
—Esto —dijo Mitchell, sacando algo de su bolsillo y pasándoselo a Demonaco.
Era una bolsa de plástico de las que se utilizaban para guardar pruebas.
Dentro había una bala manchada de sangre.
Demonaco se sentó en una mesa cercana para examinar la bala.
—¿De dónde la han sacado, de alguno de los miembros de seguridad?
—No —respondió Mitchell—. Del conductor de la furgoneta de reparto que utilizaron para entrar. Fue el único al que mataron con una pistola.
El capitán Aaronson añadió:
—Después de usarlo para pasar el control de los guardias del garaje, le dispararon a bocajarro en la cabeza.
—Su particular tarjeta de visita —señaló Demonaco.
—En efecto.
—Parece que tiene el núcleo de tungsteno —indicó Demonaco mientras examinaba el proyectil.
—Eso es lo que pensamos también —dijo Aaronson—. Y, en la medida de nuestra información y conocimientos, solo una organización terrorista en los Estados Unidos usa munición de tungsteno. Los
Freedom Fighters
de Oklahoma.
Demonaco no levantó la vista de la bala que tenía en la mano.
—Cierto, pero los
Freedom Fighters
…
—… Son conocidos por actuar de esa manera —le cortó Aaronson—. Entradas similares a las de las fuerzas especiales, disparos en la cabeza a sus víctimas, sustracciones de la última tecnología militar.
—Veo que también ha acudido a uno de mis seminarios, capitán Aaronson —dijo Demonaco.
—Sí, así es —dijo Aaronson—, pero también me considero un especialista en el campo. He estudiado en profundidad a esos grupos como parte de las actualizaciones de seguridad navales. No podemos perder a esos grupos de vista, ya sabe.
—Entonces sabrá que los
Freedom Fighters
se encuentran inmersos en una guerra territorial con el Ejército Republicano de Texas —dijo Demonaco.
Aaronson se mordió el labio y frunció el ceño. Era obvio que no lo sabía. Miró a Demonaco, molesto por la velada réplica de este.
Demonaco alzó la vista y miró a los dos soldados de la Armada a través de sus gafas con montura de carey. Le estaban ocultando algo.
—Caballeros, ¿qué ha ocurrido aquí?
Aaronson y Mitchell se miraron.
—¿A qué se refiere? —preguntó Mitchell.
—No podré ayudarles si no conozco toda la historia de lo que ha ocurrido aquí. Como, para empezar, qué es lo que han robado.
Aaronson hizo una mueca. Después dijo:
—Buscaban un arma llamada Supernova. Sabían dónde se encontraba y cómo cogerla. Conocían todos los códigos y tenían todas las tarjetas magnéticas. Lo hicieron con precisión y rapidez, como una unidad de comando bien entrenada.
Demonaco dijo:
—El equipo de ataque de los
Freedom Fighters
es bueno, pero no lo suficientemente grande como para atacar un lugar así. Es demasiado pequeño. Lo componen dos o tres personas como mucho. Es por ello que solo atacan objetos fáciles: laboratorios informáticos, oficinas gubernamentales de niveles inferiores…; lugares en los que pueden robar datos técnicos como esquemas eléctricos o los periodos de los satélites. Pero, lo que es más importante, solo atacan lugares con poca vigilancia, no fortalezas como esta. Son unos fanáticos de la tecnología, no un pelotón de asalto integral.
—Pero es el único grupo, que se conozca, que emplea munición con tungsteno —dijo Aaronson.
—Eso es cierto. Puede que hayan intensificado sus operaciones —dijo Aaronson con aire de suficiencia—. Quizá estén intentando dar el salto a primera división.
—Es posible.
—Es posible —resopló Aaronson—. Agente especial Demonaco, quizá no me he explicado con claridad. El arma que han robado de este lugar es de vital importancia para la seguridad futura de los Estados Unidos. En las manos equivocadas, su uso podría tener consecuencias catastróficas. Tengo a un grupo de operaciones especiales de la Armada listos para actuar en tres posibles emplazamientos de los
Freedom Fighters
. Pero mis jefes necesitan saber que no hay dudas al respecto. No quieren otro Baltimore. Todo lo que necesitamos de usted es la confirmación de que este robo solo ha podido ser cometido por ellos.
—Bueno… —comenzó Demonaco.
Todo dependía de las balas de tungsteno, pero, por un motivo que Demonaco no sabría decir, su utilización en este robo le inquietaba…
—Agente Demonaco —dijo Aaronson—, deje que lo haga más sencillo. De acuerdo con sus conocimientos, ¿hay algún otro grupo paramilitar en los Estados Unidos, aparte de los
Freedom Fighters
de Oklahoma, que empleen munición con núcleo de tungsteno?
—No —dijo Demonaco.
—Bien. Gracias.
Y con eso, Aaronson le lanzó a Demonaco una mirada fulminante y se dirigió a un teléfono, donde marcó un número de teléfono corto y dijo:
—Aquí Aaronson. Operación de asalto en marcha. Repito. Operación de asalto en marcha. Atrapen a esos bastardos.
La luz del día llegó a la selva.
Race se despertó. Estaba apoyado contra una de las paredes del todoterreno. Le dolía la cabeza y sus ropas seguían húmedas.
La puerta lateral del todoterreno estaba corrida. Escuchó voces provenientes del exterior.
—¿Qué están haciendo aquí?
—Me llamo Marc Graf y soy teniente de los
Fallschirmtruppen
…
Race se puso de pie y salió del vehículo.
Ya era de día y la niebla había descendido al pueblo. El todoterreno estaba ahora aparcado en el centro de la calle principal. Cuando Race salió del vehículo blindado, tardó unos instantes en ajustar sus ojos al muro gris que lo rodeaba. Lentamente, sin embargo, la calle principal de Vilcafor comenzó a tomar forma.
Race se quedó inmóvil.
La calle estaba completamente desierta.
Todos los cuerpos de la matanza de la noche anterior habían desaparecido y lo único que quedaba en su lugar eran enormes charcos de barro y agua, salpicados por la lluvia que caía en esos momentos.
Los felinos, observó, también se habían ido.
Vio a Nash, Lauren y Copeland, que se encontraban a bastante distancia, cerca de la ciudadela. Con ellos estaban los seis boinas verdes y Gaby López.
Ante ellos, sin embargo, estaban otras cinco personas.
Cuatro hombres y una mujer.
Los alemanes que habían sobrevivido, supuso Race.
Race también se percató de que solo dos de los alemanes llevaban ropas militares; soldados. Los demás llevaban ropa de civil, incluidos dos, un hombre y una mujer, que parecían agentes secretos. Todos ellos habían sido despoja dos de sus armas.
El sargento Van Lewen vio a Race.
—¿Qué tal la cabeza? —le dijo.
—Horrible —le respondió Race—. ¿Qué está ocurriendo aquí?
Van Lewen señaló a los cinco alemanes.
—Son los únicos que sobrevivieron anoche. Dos de ellos entraron en el todoterreno durante la batalla campal y nos quitaron las esposas. Logramos recoger a los otros tres antes de ir al embarcadero por usted.
Race asintió.
De repente, se giró para mirar a su guardaespaldas.
—Verá, tengo una pregunta para usted.
—¿Sí?
—¿Cómo sabía lo del botón de goma del interior del Humvee, el que lo puso en marcha después de que los alemanes lo inutilizaran?
Van Lewen sonrió.
—Si se lo digo tendré que matarle.
—Está bien. Dispare.
Van Lewen sonrió burlonamente.