—Espera un segundo —la interrumpió Race—. ¿La Supernova es un proyecto de la Armada?
—Sí.
Así que Frank Nash había dicho más de una mentira para lograr que fuera con ellos a la misión. La Supernova ni siquiera era un proyecto del Ejército.
Era un proyecto de la Armada.
Y entonces, de repente, Race recordó algo que había escuchado la noche anterior cuando lo habían encerrado dentro del Humvee, antes de que los felinos atacaran al equipo de la BKA.
Recordó haber escuchado la voz de una mujer, la de Renée quizá, que decía algo en alemán por la radio, una frase que le había resultado un tanto incongruente en ese momento, una frase que no había traducido a Nash y a los demás.
«
Was ist mit dem anderen ameríkanischen Team
?
Wo sind diejetz
?»«¿Qué hay del otro equipo estadounidense? ¿Dónde están ahora?» El otro equipo estadounidense…
—Perdona, René —dijo—. ¿Quién decías que era la persona al frente del proyecto de la Supernova?
—Su nombre es Romano. Doctor Julius Michael Romano.
Helo ahí.
El misterioso Romano, por fin.
El equipo de Romano era el otro equipo estadounidense. Un equipo de la Armada.
Santo Dios…
—A ver si lo he entendido bien —dijo Race—. La Supernova es un proyecto de la Armada dirigido por un tipo que se llama Julius Romano, ¿no?
—Así es —dijo Renée.
—¿Y Romano y su equipo están ahora mismo en Perú buscando el ídolo de tirio?
—Sí.
—Pero Frank Nash tiene ahí abajo a un equipo del Ejército que también quiere hacerse con el ídolo.
—Correcto —dijo Renée.
—Pero, ¿por qué? ¿Por qué un equipo dirigido por un coronel de la División de Proyectos Especiales del Ejército estadounidense iba a intentar vencer a un equipo de la Armada para hacerse con un ídolo que es la pieza clave del arma que la Armada posee?
Renée dijo:
—La respuesta a esa pregunta es un poco más compleja de lo que pueda parecer, profesor Race.
—Sorpréndeme.
—De acuerdo —dijo Renée respirando profundamente—. Durante los últimos seis años, la inteligencia alemana ha sido testigo en silencio de cómo las tres ramas de las fuerzas armadas de los Estados Unidos (el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea) se han enzarzado en una encarnizada lucha secreta por hacerse con el poder.
»Luchan por su supervivencia. Luchan por ser la fuerza armada destacada de los Estados Unidos para que, cuando el congreso de EE. UU. suprima una de ellas, algo que planea hacer en 2010, no sea su rama la que caiga. Luchan por hacerse imprescindibles.
—¿El Congreso pretende suprimir una de las fuerzas armadas en 2010? —dijo Race.
—En un acta secreta del Departamento de Defensa con fecha del 6 de septiembre de 1993 y firmada por el secretario de Defensa y el propio presidente, el Departamento de Defensa recomendaba a este último que, para el año 2010, una de estas ramas se eliminara.
—Vale… —dijo Race dubitativo—. ¿Y cómo es que sabe todo esto?
Renée le sonrió torciendo la boca.
—Vamos, profesor. La Armada de los Estados Unidos no es la única armada del mundo que interviene las comunicaciones submarinas de otros países.
—Oh —dijo Race.
—La decisión del Departamento se basaba en que la guerra ha cambiado. La antigua división tierra—mar—aire de las fuerzas armadas ya no se aplica en el mundo actual. Se trata de un anacronismo de dos guerras mundiales y mil años de combate cuerpo a cuerpo. La decisión entonces es cuál de las tres ramas eliminar.
»Desde entonces —prosiguió Renée—, cada una de las ramas de las fuerzas armadas ha intentado demostrar su valía a costa de las otras dos.
—¿Por ejemplo? —dijo Race escéptico.
—Por ejemplo, la Fuerza Aérea sostiene que tiene el bombardero B-3 y una experiencia única que les hace poseedores de la supremacía en la lucha aérea. Pero la Armada replica que posee grupos de batalla de portaaviones. Además, alegan que sus bombarderos y sus cazas no solo son tan sigilosos como el B-3, sino que también cuentan con la ventaja añadida de una pista de aterrizaje transportable. Según la Armada, con una docena de grupos de batalla de portaaviones, ¿quién necesita a la Fuerza Aérea?
»El Ejército, por otro lado, sostiene que dispone de soldados de tierra especializados y fuerzas de infantería mecanizadas. Pero tanto la Armada como la Fuerza Aérea alegan, por el contrario, que las guerras del mundo actual se libran en el mar y en el aire, y ponen como ejemplo la guerra del Golfo y el conflicto de Kosovo, batallas que se disputaron en el aire, no en la tierra.
»A eso hay que añadirle la estrecha relación de la Armada con el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Dado que la existencia de los marines está garantizada por la Constitución, no pueden suprimirlos. Y también disponen de infantería de tierra y mecanizada, lo que añade más presión al Ejército a la hora de justificar su existencia.
»Por Dios santo, miren los misiles balísticos intercontinentales. Las tres ramas cuentan con instalaciones de lanzamiento de misiles: la Armada tiene misiles balísticos intercontinentales para submarinos, la Fuerza Aérea sistemas de lanzamiento aéreos y terrestres y el Ejército sistemas de lanzamiento terrestres así como portátiles. ¿De verdad que una nación necesita tres sistemas de misiles nucleares cuando realmente solo dos, o incluso uno, serían más que suficiente?
—Entonces, ¿quién parece llevar las de perder? —preguntó Race yendo al grano.
—El Ejército —dijo Renée—. Sin ninguna duda. Especialmente si tenemos en cuenta la garantía constitucional de los marines. En todos los estudios y análisis que he visto hasta ahora, el Ejército siempre ha quedado en el tercer lugar.
—Así que necesitan demostrar su valía —dijo Race.
—Necesitan desesperadamente demostrar su valía. O disminuir la de una de las otras ramas.
—¿Qué quiere decir con «disminuir la de una de las otras ramas»?
—Profesor —le dijo Renée—, ¿sabía que a finales del año pasado tuvo lugar un robo en la base de la Fuerza Aérea de Vandenberg?
—No.
—Se sustrajeron planos secretos para la nueva cabeza nuclear W-88. La W-88 es una cabeza nuclear miniaturizada de tecnología punta. Durante el robo murieron seis miembros de la seguridad de la base. El informe de la investigación oficial y, por consiguiente, la cobertura de los medios de información, sostuvieron que había sido obra de agentes chinos. Sin embargo, el informe extraoficial dice que, tras examinar las técnicas empleadas para acceder al recinto y la forma en que habían asesinado a los miembros de seguridad, solo una unidad podría haber cometido ese robo. Una unidad de las Fuerzas Especiales del Ejército. Los boinas verdes.
Race le lanzó una mirada a Van Lewen. El boina verde se limitó a encogerse de hombros en un gesto de impotencia. El tampoco sabía nada.
—¿El Ejército robó en una base de la Fuerza Aérea? —preguntó Race incrédulo.
Renée dijo:
—Verá, profesor, el Ejército está trabajando también en una cabeza miniaturizada. Si la W-88 hubiera llegado a buen término, eso habría minado seriamente su proyecto y les habría quitado una razón más para mantenerlos en el año 2010.
Race frunció el ceño.
—Entonces, ¿qué tiene que ver todo esto con el proyecto de la Supernova?
—Muy sencillo —dijo Renée—. La Supernova es un arma de última generación. La rama de las fuerzas armadas que controle su uso garantizará su supervivencia en 2010. Es obvio que, aunque la Supernova es oficialmente un proyecto de la Armada, el Ejército ha construido su propia arma, con toda seguridad valiéndose de la información que han logrado obtener de alguna fuente que participara en el proyecto de la Armada.
—Pero nadie tiene el tirio aún —dijo Race.
—Razón por la que todo el mundo está buscando el ídolo.
—Vale, veamos si lo he entendido —dijo Race—. Aunque la Supernova es oficialmente un proyecto de la Armada, el Ejército ha construido en secreto otra. Entonces, cuando descubre que puede haber una fuente de tirio aquí, encarga a Frank Nash y a la División de Proyectos Especiales la misión de encontrar ese tirio antes de que lo haga la Armada.
—Correcto.
—Vaya… —musitó Race—. ¿Quién está detrás de todo esto?
Estaba pensando en la caravana de vehículos que los había trasladado fuera de Nueva York el día anterior. Para poder hacer eso había que tener un rango importante.
—Las altas esferas —le dijo Renée en voz baja—. Los oficiales de mayor rango en la jerarquía del Ejército estadounidense. Y eso es lo que me asusta. Jamás he visto al Ejército tan desesperado. Es decir, mire esta misión. Si el Ejército logra hacerse con esa piedra —asintió con la cabeza al ídolo que estaba en el asiento contiguo al de Race—, garantizan su futura existencia. Eso significa que Frank Nash hará lo que sea para lograrlo. Lo que sea.
Race cogió el ídolo reluciente entre sus manos. La cabeza del
rapa
gruñía amenazadora.
Lo contempló con tristeza. Vio el corte que le habían hecho en la base.
—Entonces supongo que solo hay un problema —dijo.
—¿Qué problema? —dijo Renée.
—El ídolo.
—¿Qué le pasa?
—Veras, esa es la cuestión —dijo Race—. Este ídolo no está hecho de tirio. Es falso. Es una falsificación.
—¿Que es qué? —exclamó Renée.
—¿Una falsificación? —repitió Van Lewen.
—Una falsificación —confirmó Race—. Eche un vistazo. —Le tiró el ídolo a Van Lewen—. ¿Qué es lo que ve?
El fornido sargento se encogió de hombros.
—Veo al ídolo inca que hemos venido a buscar.
—¿De veras? —Race se inclinó hacia delante y cogió una cantimplora que pendía del cinturón de Van Lewen—. ¿Puedo?
Desenroscó la tapa y vertió el contenido de la cantimplora por encima del ídolo.
El agua se derramó por la cabeza del
rapa
, deslizándose por su rostro hasta ir a parar al suelo del avión.
—¿Y bien…? —dijo Van Lewen.
—Según el manuscrito —dijo Race—, se supone que cuando el ídolo se moja, emite un leve zumbido. Este no hace ningún sonido.
—¿Entonces?
—Entonces no está hecho de tirio. Si estuviera hecho de tirio, el oxígeno del agua lo haría resonar. Este no es el auténtico ídolo. Es una falsificación.
—Pero, ¿cuándo lo supo? —preguntó Renée.
Race dijo:
—Cuando cogí el ídolo de la mesa segundos antes de que la cabina estallara, el sistema de rociadores de la cabina de control se había activado. El agua cayó sobre el ídolo, pero desde entonces no ha emitido un solo zumbido.
—Entonces, ¿la Supernova de los nazis no habría destruido al mundo? —dijo Van Lewen.
—No —dijo Race—. Solo a nosotros, y quizá unos cientos de hectáreas de la selva por la explosión termonuclear. Pero no al mundo.
—Si no está hecho de tirio —dijo Van Lewen—, ¿de qué está hecho?
—No lo sé —dijo Race—. Supongo que de algún tipo de roca volcánica.
—Y si es una falsificación —dijo Renée cogiéndole el ídolo a Van Lewen—, ¿quién la hizo? ¿Quién podría haberla hecho? La hemos encontrado dentro de un templo en el que nadie había estado desde hacía más de cuatrocientos años.
—Creo que sé quién lo hizo —dijo Race.
—¿Sí?
Race asintió con la cabeza.
—¿Quién? —le preguntaron Renée y Van Lewen al unísono.
Race levantó el manuscrito encuadernado en cuero, el manuscrito original de Santiago, el mismo manuscrito que Alberto Santiago había escrito hacía mucho, mucho tiempo.
—La respuesta a esa pregunta —dijo—, se encuentra en las páginas de este libro.
—Race se fue a la parte trasera del hidroavión.
Pronto llegarían a Vilcafor. Pero antes quería leer el manuscrito, leerlo hasta el final.
Había tantas preguntas a las que quería encontrar respuesta. Como, por ejemplo, cuándo había sustituido Renco al ídolo verdadero por uno falso, o cómo había logrado que los
rapas
volvieran a entrar al templo.
Pero, sobre todo, mucho más que todo lo demás, quería saber una cosa.
Dónde se encontraba el ídolo auténtico.
Race se acomodó en su asiento al final del avión. Justo cuando estaba a punto de abrir el manuscrito, sin embargo, vio la esmeralda colgando de su cuello, la esmeralda de Renco, y la cogió con la mano. Pasó los dedos por los bordes de la brillante piedra verde. Mientras lo hacía, pensó en el esqueleto del que había cogido el collar de cuero horas antes, el esqueleto destrozado y mugriento que había encontrado en el interior del templo.
Renco…
Race apartó esos pensamientos a un lado. Soltó la esmeralda y se paró a pensar dónde se había quedado leyendo. Pronto encontró la parte del manuscrito en la que había dejado la historia:
Alberto Santiago acababa de salvar a la hermana de Renco, Lena, de los
rapas
, tras lo cual esta le había dicho a Renco que los españoles llegarían a Vilcafor al alba…
Renco miró a Lena durante un instante eterno.
—Al alba —repitió sus palabras.
Todavía era de noche, pero se haría de día en unas horas.
—Así es —dijo Lena.
Con la tenue luz del fuego de la ciudadela, pude ver cómo en el semblante de Renco se reflejaba el dilema al que tenía que hacer frente; el conflicto entre tener que cumplir con su misión de salvar al ídolo y su deseo de ayudar a la gente de Vilcafor en un momento tan extremo como aquel.
Renco miró al interior de la ciudadela.
—Bassario —dijo.
Me giré y vi a Bassario sentado en el suelo con las piernas cruzadas en un rincón oscuro de la ciudadela, de espaldas a los allí presentes (como ya era habitual).
—Sí, oh, sabio príncipe —dijo el delincuente sin levantar la vista de lo que estaba haciendo.
—¿ Cómo vas?
—Ya casi he finalizado.
Renco se acercó a donde el taimado delincuente estaba sentado. Yo le seguí.
Bassario se volvió cuando Renco se puso a su lado. Junto a él vi en el suelo al ídolo que debíamos proteger. A continuación Bassario le dio algo a Renco para que lo valorara.
Cuando vi lo que era, me paré en seco.
Pestañeé dos veces y volví a mirar, pues no estaba seguro de si mis ojos me estaban traicionando.
Pero no.
No me traicionaban.
Pues, en las manos de Bassario, justo ante mis ojos, se hallaba una réplica exacta del ídolo de Renco.