Con un sonido sibilante, uno de los acoplamientos se soltó, y la barandilla a la izquierda de Renée cayó.
Renée calculó mentalmente. No había forma de que pudiera llegar a la cabina de control antes de que Ehrhardt soltara los otros tres acoplamientos.
Se dio la vuelta y corrió con todas sus fuerzas hacia el inicio del puente.
¡Ssshh
!
Otro acoplamiento se soltó y la otra barandilla cayó libre.
Quedaban dos acoplamientos.
Renée corría al límite de sus fuerzas por el puente, ya sin barandillas, a doscientos quince metros del suelo.
Unos segundos después, el tercer acoplamiento se soltó y las planchas de acero del suelo se ladearon hacia la izquierda.
Finalmente, con una mueca de satisfacción, Ehrhardt soltó el último acoplamiento y el enorme puente colgante (conectado al borde del cráter, pero ya no a la cabina del centro), cayó al abismo con Renée Becker sobre él.
Renée solo estaba a quince metros del borde cuando el puente se vino abajo. Tan pronto como sintió que el puente cedía se tiró sobre él e intentó aferrarse con las manos a alguna de las planchas de acero que lo conformaban.
El puente de cable cayó contra la pared inclinada del cráter. Renée se golpeó contra la pared y rebotó, pero logró sostenerse.
Race alcanzó la puerta al final del puente de cable justo cuando escuchó la voz de Renée por los auriculares.
—Profesor, aquí Renée. Mi puente ha caído. Estoy fuera de la ecuación. Ahora todo está en tus manos.
Genial
, pensó Race irónicamente.
Justo lo que necesitaba oír
.
Respiró profundamente y sostuvo su arma con firmeza. Después agarró el pomo de la puerta, lo giró y empujó la puerta con el cañón de su G-11… tropezando con el cable.
¡Bip
!
Race vio a Ehrhardt antes de ver de dónde provenía aquel pitido.
El corpulento general nazi estaba en el otro extremo de la cabina de control, cerca de la puerta norte. Su Glock pendía perezosamente de su costado. Estaba sonriendo a Race.
A la izquierda de Ehrhardt, Race vio la Supernova; sus relucientes superficies de plata y vidrio y el corte cilíndrico del tirio en el núcleo, suspendido dentro de la cámara sellada al vacío entre las dos cabezas termonucleares.
En una de las paredes de la cabina, al lado de la Supernova, había dos superordenadores Cray Y-MP. Las dos cápsulas que se habían empleado para transportar las armas nucleares estaban ahora en el suelo junto al arma y el ídolo, que ya había desempeñado su función, yacía abandonado en una mesa cercana.
En el ordenador portátil de la parte delantera de la Supernova, el lugar de donde había provenido aquel pitido, Race vio un temporizador con una cuenta atrás:
00.05.00
00.04.59
00.04.58
Debajo de la cuenta atrás, vio las palabras: «Secuencia de detonación alterna iniciada».
¿Secuencia de detonación alterna
?
—Gracias, pequeño hombrecito que intenta hacerse el valiente —le dijo desdeñoso Ehrhardt—. Al entrar en esta cabina ha firmado su sentencia de muerte.
Race frunció el ceño.
Los ojos de Ehrhardt se desviaron a la izquierda.
Race los siguió y vio, junto a la pared este de la cabina de control, ocho bidones amarillos de ochocientos litros de capacidad. Las palabras «Peligro: líquidos hipergólicos» estaban escritas en los laterales.
En la parte delantera de aquellos enormes bidones amarillos había otras palabras: «Tetróxido de nitrógeno, hidracina».
Había cuatro bidones de hidracina y cuatro de tetróxido de nitrógeno. Un complejo entramado de cables y tubos conectaban los bidones entre sí.
Los líquidos hipergólicos, recordó Race de sus años de instituto, eran los líquidos que estallaban al entrar en contacto entre sí.
Encima de uno de los bidones de hidracina había otro temporizador con una cuenta atrás. Sin embargo, esta no avanzaba, sino que se mantenía fija en los cinco segundos.
00.00.05
Y entonces, justo entonces, Race vio que los ocho bidones amarillos estaban conectados al ordenador de la Supernova mediante un grueso cable negro que serpenteaba por el suelo de la cabina.
00.04.00
00.03.59
00.03.58
—¿Cómo? —le preguntó Race apuntando con su G-11al pecho de Ehrhardt—. ¿Cómo he firmado mi sentencia de muerte?
—Al abrir esa puerta ha activado un mecanismo que, de un modo u otro, acabará con su vida.
—¿Cómo demonios ocurrirá eso?
Ehrhardt sonrió.
—Hay dos dispositivos incendiarios en esta habitación, profesor: la Supernova y los combustibles hipergólicos. Uno de ellos hará estallar todo el planeta, el otro solo hará estallar esta cabina. Sé que usted desea desactivar la Supernova, pero si logra hacerlo tendrá que pagar un precio.
—¿Qué precio?
—Su vida a cambio de la del mundo. Al abrir esa puerta, profesor, activó un mecanismo que conecta el ordenador de activación de la Supernova con los líquidos hipergólicos. Si, por cualquier motivo, se para la cuenta atrás, el temporizador de los líquidos hipergólicos se activará. En cinco segundos, los combustibles se mezclarán y estallarán, destrozando esta cabina, destrozándole a usted.
»Así que ahora debe tomar una decisión, profesor. Una decisión única en la historia de la humanidad. Puede morir con el resto del planeta en exactamente tres minutos y medio o puede salvar al mundo. Pero, al hacerlo, deberá sacrificar su propia vida.
Race no podía creerse lo que estaba oyendo.
Una decisión única…
Puede salvar al mundo…
Pero, para hacerlo, deberá sacrificar su propia vida…
Los dos hombres se hallaban frente a frente en la cabina de control. Race en la puerta sur con su G-11 en ristre y Ehrhardt cerca de la puerta norte con la Glock apoyada en un costado.
00.03.21
00.03.20
00.03.19
—El presidente ha aceptado pagar… —dijo Race rápidamente, quemando sus últimos cartuchos.
—No, no lo ha hecho —le espetó Ehrhardt cogiendo una hoja de papel de una mesa cercana y tirándosela a Race.
La hoja cayó al suelo. Era una copia del mismo fax que Race había visto en la oficina de la mina instantes antes. Ehrhardt debía de tener una máquina de fax en la cabina de control.
—E incluso aunque hubiera dicho que pagaría —soltó Ehrhardt—, no sabría cómo desactivar la Supernova. Solo Weber conocía el código de desactivación y él, amigo mío, está muerto. O usted o nada. Ocurra lo que ocurra, al menos tendré la satisfacción de saber que no saldrá vivo de esta cabina.
—¿Y qué hay de usted? —le dijo Race desafiante—. También morirá.
—Soy viejo, profesor Race. La muerte no significa nada para mí. El hecho de que pueda llevarme al resto del mundo conmigo a la tumba, sin embargo, lo significa todo…
En ese momento, raudo como una serpiente de cascabel, Ehrhardt levantó su Glock, apuntó a Race y apretó el…
¡Pam
!
El G-11 de Race rebotó contra su hombro cuando disparó una sola vez.
La bala sin casquillo impactó en el enorme pecho de Ehrhardt. La sangre empezó a salir a borbotones de la herida.
Ehrhardt se golpeó contra la pared, del impacto, y la Glock se disparó. La bala dio en el techo, haciendo añicos una alarma contra incendios. De repente, el sistema de rociadores dispuesto en el techo de la cabina se activó y se desencadenó tina tormenta de agua.
Ehrhardt, con la boca y los ojos abiertos de par en par, se desplomó en el suelo bajo la lluvia torrencial del interior de la cabina.
Race permaneció al lado de la puerta, inmóvil. El agua repiqueteaba en su rostro.
Nunca antes había disparado a un hombre. Ni siquiera durante la persecución en el río. Le entraron náuseas. Contuvo la bilis que se le agolpaba en la garganta.
Y entonces vio el temporizador de la Supernova:
00.03.00
00.02.59
00.02.58
Salió del trance y corrió a examinar al jefe nazi.
Ehrhardt seguía aún con vida, pero por poco tiempo. La sangre, que salía a borbotones de su boca, le goteaba hasta el pecho.
Pero sus ojos todavía brillaban y miraban a Race con una especie de placer demencial, como si estuviera entusiasmado ante la perspectiva de haber dejado a Race en esa situación, solo en una cabina de control de un país extranjero, con nada más que un nazi moribundo, una Supernova a punto de estallar y ocho bidones de combustibles hipergólicos explosivos que acabarían con su vida incluso si lograba desactivar la bomba principal.
Calma, Will, calma.
00.02.30
00.02.29
00.02.28
Dos minutos y medio para el final del mundo.
¡Mantén la calma, joder!
Race se puso en pie y escudriñó la pantalla del ordenador de activación.
DISPONE DE
00:02:27PARA INTRODUCIR EL CÓDIGO DE DESACTIVACIÓN
INTRODUZCA EL CÓDIGO DE DESACTIVACIÓN
Race miró consternado el temporizador. La lluvia de los rociadores le golpeaba en la cabeza.
¿Qué vas a hacer, Will?
No parecía tener muchas opciones.
Podía morir con el resto del mundo o podía intentar averiguar cómo parar la Supernova y morir igualmente.
Maldita sea
, pensó.
El no era un héroe.
La gente como Renco y Van Lewen eran héroes. El era un don nadie. Un tipo normal y corriente. Un profesor de universidad que siempre llegaba tarde al trabajo, que siempre perdía el metro. ¡Por Dios santo, si aún tenía multas de aparcamiento pendientes de pago!
No era un héroe.
Ni tampoco quería morir como tal.
Además, no sabía cómo dar con el código del ordenador de la Supernova. El no era un
hacker
. No. La cuestión, simple y llana, era que Fritz Weber estaba muerto y él era el único que conocía el código que podía desactivar la Supernova.
00.02.01
00.02.00
00.01.59
Race cerró los ojos y suspiró. También podía morir como un héroe.
Entonces se sentó delante de la Supernova y observó la pantalla con la mente y las ideas renovadas.
Muy bien, Will, respira profundamente. Respira profundamente. Miró la pantalla, en concreto la línea que decía:
INTRODUZCA EL CÓDIGO DE DESACTIVACIÓN
De acuerdo.
Ocho espacios que rellenar. Que rellenar con un código.
Bien. Entonces, ¿quién sabe el código?
Weber lo sabe.
Era el único que lo sabía.
Justo entonces una voz estalló en el oído de Race y a este casi le da un síncope.
—Profesor, ¿qué está pasando?
Era Renée.
—Dios, Renée. ¡Qué susto me has dado! ¿Que qué está pasando? Verás, Ehrhardt disparó a Weber y yo después disparé a Ehrhardt y ahora estoy sentado delante de la Supernova intentando averiguar cómo desactivarla. ¿Dónde estás tú?
—Estoy de vuelta en la oficina que da al cráter.
—¿Alguna idea de cómo desactivar esta cosa?
—No, Weber era el único…
—Eso ya lo sé. Escucha. El código son ocho espacios y tengo que escribirlo ya.
—De acuerdo, déjeme pensar…
00.01.09
00.01.08
00.01.07
—Un minuto, Renée.
—Vale, vale. En la transcripción telefónica decían que su Supernova estaba basada en el modelo estadounidense, ¿no? Eso significa que el código tiene que ser numérico.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque sé que la Supernova estadounidense tiene un código numérico. —Renée debió de percibir su silencio—. Tenemos gente en vuestras agencias.
—Oh, de acuerdo. Se trata entonces de un código numérico. Un código de ocho dígitos. Eso nos deja un billón de combinaciones posibles.
00.01.00
00.00.59
00.00.58
—Weber era la única persona que conocía el código, ¿no? —dijo Renée—. Entonces ese número tiene que ver con él.
—O podría ser un número completamente al azar —dijo Race con sequedad.
—No lo creo —dijo Renée—. La gente que usa códigos numéricos rara vez utiliza números al azar. Emplean números que signifiquen algo para ellos, números que puedan recordar pensando en un suceso o fecha memorable o similar. Así pues, ¿qué es lo que sabemos de Weber?
Pero Race no estaba escuchando.
Había algo que Renée acaba de decir…
—De acuerdo —dijo Renée, que estaba pensando en voz alta—. Fue un militar nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Llevó a cabo experimentos con seres humanos.
Pero Race estaba pensando en algo totalmente distinto.
«Emplean números que signifiquen algo para ellos, números que puedan recordar pensando en un suceso o fecha memorable…» Y entonces lo recordó.
El artículo del
New York Times
que había leído de camino al trabajo el día anterior, antes de llegar a la universidad y encontrarse a un equipo de las fuerzas especiales esperándole en su despacho.
El artículo decía que a los ladrones cada vez les resultaba más sencillo acceder a las cuentas bancarias porque el ochenta y cinco por ciento de la gente utilizaba la fecha de su cumpleaños u otras fechas importantes para los códigos de seguridad de las tarjetas de crédito.
—¿Cuándo era su cumpleaños? —preguntó Race de repente.
—Oh, eso lo sé —dijo Renée—. Lo vi en los expedientes. Nació en 1914. ¿Qué fecha era? ¡Ah, sí! El 6 de agosto. El 6 de agosto de 1914.
00.00.30
00.00.29
00.00.28
—¿Qué opinas? —le gritó Race por encima del rugido de la lluvia del interior de la cabina.
—Es una posibilidad —dijo Renée.
Race lo meditó durante un segundo. Mientras reflexionaba, observó la habitación. Vio a Ehrhardt sentado con la espalda apoyada en la pared, esbozando una sonrisa con la boca encharcada de sangre.
—No —dijo Race categórico—. Esa no es.
—¿Qué?
00.00.21
00.00.20
00.00.19
Por algún motivo, Race estaba pensando en ese momento con una claridad pasmosa.
—Es demasiado simple. En el caso de que hubiese utilizado una fecha, habría sido una fecha significativa; una fecha ingeniosa, petulante. No habría usado una fecha tan tonta como su cumpleaños. Habría usado una que tuviera un significado.
—Profesor, no disponemos de mucho tiempo. ¿A dónde quiere llegar?