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Authors: Franz Kafka

El proceso (12 page)

BOOK: El proceso
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—Y ¿qué dices tú ahora? —preguntó el tío, que daba la impresión de haberlo olvidado todo debido a su excitación y parecía leer la carta de nuevo.

—Sí, tío —dijo K—, es verdad.

—¿Es verdad? —exclamó el tío—. ¿Qué es verdad? ¿Cómo puede ser verdad? ¿Qué tipo de proceso? ¿No será un proceso penal?

—Un proceso penal —respondió K.

—¿Y estás aquí sentado tan tranquilo mientras tienes un proceso penal al cuello? —gritó el tío, que iba elevando cada vez más el tono de voz.

—Cuanto más tranquilo esté, mejor para el desenlace —dijo K cansado—. No temas nada.

—¡Eso no me puede tranquilizar! —gritó el tío—. Josef, querido Josef, piensa en ti, en tus parientes, en nuestro buen nombre. Hasta ahora has sido nuestro orgullo, no puedes convertirte en nuestra vergüenza. Tu actitud —y miró a K con la cabeza ligeramente inclinada—, tu actitud no me gusta, así no se comporta ningún acusado inocente que aún posee fuerzas. Dime en seguida de qué se trata para que pueda ayudarte. ¿Acaso se trata del banco?

—No —dijo K, y se levantó—. Hablas demasiado alto, querido tío, el empleado está seguramente detrás de la puerta y oye todo lo que decimos. Esto es muy desagradable para mí. Es mejor que nos vayamos. Contestaré a todas tus preguntas lo mejor que pueda. Sé muy bien que soy responsable ante la familia.

—Exacto —exclamó el tío—, exacto, date prisa, Josef, date prisa—. Aún tengo que dar unos encargos —dijo K, y llamó por teléfono a su sustituto, que entró poco después. El tío, en su excitación, señaló con la mano a K para indicar que éste era el que le había llamado, de lo que naturalmente no había ninguna duda. K, que permanecía detrás del escritorio, aclaró en voz baja a su sustituto, un hombre joven, que, sin embargo, escuchaba con seriedad, todo lo que tenía que hacer en su ausencia, mostrándole distintos escritos. El tío molestaba al permanecer allí de pie, con los ojos muy abiertos y mordiéndose los labios; aunque en realidad no escuchaba, la impresión de que lo hacía era muy incómoda. Luego comenzó a pasear de un lado a otro de la habitación, deteniéndose un rato ante la ventana o ante un cuadro y pronunciando expresiones como: «Me es completamente incomprensible» o «ahora dime adónde va a ir a parar todo esto». El hombre joven hacía como si no notase nada, escuchó tranquilamente las instrucciones de K, anotó algunas cosas y salió, después de haber realizado una ligera inclinación ante K, así como ante el tío, que, sin embargo, le volvió la espalda, miró por la ventana y cerró los visillos. Apenas se había cerrado la puerta, el tío exclamó:

—Al fin se ha ido ese pelele, ahora podemos irnos. ¡Ya era hora!

Por desgracia, no hubo ningún medio para que el tío dejase las preguntas sobre el proceso cuando pasaban por el vestíbulo del banco, donde se encontraban algunos funcionarios, entre ellos el subdirector.

—Bien, Josef —comenzó el tío, mientras saludaba con inclinaciones de cabeza a los presentes—, dime ahora abiertamente qué tipo de proceso es.

K hizo algunos gestos para que no dijera nada, sonrió un poco y sólo cuando llegaron a la escalinata explicó al tío que no había querido hablar ante la gente.

—Has hecho bien —dijo el tío—, pero ahora habla.

Escuchó con la cabeza inclinada, fumando un cigarrillo con nerviosismo.

Ante todo, tío, no se trata de un proceso ante un tribunal ordinario
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.

—Malo —dijo el tío.

—¿Qué? —dijo K, y miró al tío.

—Eso es malo, según creo —repitió el tío.

Estaban al comienzo de la escalinata que conducía a la calle. Como el portero parecía escuchar, K se llevó al tío hacia abajo. El animado tráfico de la calle los acogió. El tío, que se había asido del brazo de K, ya no quiso hablar con tanta urgencia sobre el proceso, incluso anduvieron un rato en silencio.

—Pero, ¿cómo ha podido ocurrir? —preguntó finalmente el tío, y se detuvo tan súbitamente que los que venían detrás le tuvieron que esquivar asustados—. Esas cosas no surgen así, de repente, se van preparando con mucho tiempo de antelación, ha tenido que haber signos. ¿Por qué no me has escrito? Ya sabes que hago todo lo que puedo por ti, en cierta medida sigo siendo tu tutor, y hasta hoy he estado orgulloso de serlo. Por supuesto que seguiré ayudándote, aunque ahora que el proceso está en marcha, será muy difícil. Lo mejor sería que te tomaras unas pequeñas vacaciones y te vinieras con nosotros al campo. Estás un poco delgado, ahora lo noto. En el campo recuperarás las fuerzas, eso será bueno, pues te esperan grandes esfuerzos. Además, así eludirás al tribunal. Aquí disponen de todos los medios coercitivos y los pueden aplicar automáticamente. En el campo tienen que delegar en un órgano o intentar influir sobre ti por correspondencia, telégrafo o teléfono. Eso debilita, naturalmente, los efectos. Aunque no te libera, al menos te da un respiro.

—Me pueden prohibir salir de la ciudad —dijo K, que parecía entrar algo en el proceso mental del tío.

—No creo que lo hagan —dijo el tío pensativo—, con tu partida no sufren una pérdida excesiva de poder.

—Yo pensaba —dijo K, y tomó a su tío del brazo para impedirle que se detuviera— que le darías menos importancia que yo, y ahora compruebo que tú mismo lo tomas como algo muy serio.

Josef —exclamó el tío, e intentó desasirse para detenerse, pero K no le dejó—, estás cambiado, siempre has tenido una gran inteligencia, ¿y precisamente ahora no la empleas? ¿Acaso quieres perder el proceso? ¿Sabes lo que eso significa? Eso significa que te suprimirán, y a todos tus parientes contigo o, al menos, quedarán humillados, a la altura del suelo. Josef, concéntrate. Tu indiferencia me desespera. Al verte así se puede creer el refrán: «Proceso incoado, proceso perdido».

—Querido tío —dijo K, es inútil excitarse. Excitándose no se ganan los procesos. Deja que me guíe también por mis experiencias, del mismo modo en que respeto las tuyas, por más que algunas veces me asombren. Como dices que también la familia quedará afectada —lo que no puedo entender, pero es un asunto secundario—, seguiré tus consejos. Pero no considero una estancia en el campo como algo ventajoso, pues significaría reconocer mi culpa y podría entenderse como una huida. Además, aquí, es cierto, me pueden perseguir mejor pero también puedo actuar e influir en el asunto.

—Cierto —dijo el tío en un tono reconciliador—, sólo te hice esa proposición porque veía que peligraba todo el asunto con tu indiferencia y me parecía que la única salida viable era tomarlo todo en mis manos. Pero si quieres llevar tú mismo el asunto y con todas tus fuerzas, será desde luego mucho mejor.

—Entonces estamos de acuerdo —dijo K—. ¿Tienes algún consejo sobre lo que podría hacer?

—Aún tengo que meditar algo sobre el asunto —dijo el tío—. Como sabes, vivo ininterrumpidamente en el campo desde hace veinte años y así se pierde el instinto para estas cosas. Mis contactos con gente importante, que tal vez conozcan mejor estos asuntos, se han debilitado con el tiempo. En el campo estoy algo solo. Precisamente uno lo nota cuando se producen este tipo de incidentes. Además, todo esto ha sido inesperado, por más que después de la carta de Ema sospechase algo, que se convirtió en certeza nada más verte. Pero eso no tiene importancia, lo más importante es no perder el tiempo.

Mientras hablaba había hecho señas a un taxi, poniéndose de puntillas, y cuando éste paró, subió, le dijo una dirección al conductor e introdujo a K en el interior.

—Vamos a hacer una visita al abogado Huld
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—dijo el tío—, fuimos compañeros de colegio. ¿Conoces el nombre? ¿No? Es muy extraño. Tiene gran fama como defensor y abogado de los pobres. Yo tengo mucha confianza en él como persona.

—Me parece bien todo lo que emprendas —dijo K, aunque la manera precipitada de actuar del tío le causara cierto malestar. No era muy agradable visitar a un abogado para pobres siendo un acusado.

—No sabía —dijo— que en un asunto así se podía consultar a un abogado.

—Pues claro, naturalmente, ¿por qué no? Y ahora cuéntamelo todo para que esté bien informado de lo que ha ocurrido.

K se lo comenzó a contar, sin silenciar nada. Su completa sinceridad fue la única protesta que se pudo permitir contra la opinión del tío de que el proceso era una gran vergüenza. El nombre de la señorita Bürstner lo mencionó sólo una vez y de pasada, pero eso no influyó en la sinceridad de su exposición, pues ella no tenía ninguna relación con el proceso. Mientras hablaba, miraba por la ventanilla y observaba cómo se acercaban a los suburbios en los que se hallaban las oficinas del juzgado. Se lo dijo a su tío, pero éste no creyó que la coincidencia fuese digna de ser tenida en cuenta. El coche se detuvo ante una casa oscura. El tío llamó a la primera puerta de la planta baja. Mientras esperaban, sonrió, hizo rechinar sus grandes dientes y musitó:

—Las ocho, una hora inusual para recibir a los clientes. Huld no me lo tomará a mal.

En la mirilla de la puerta aparecieron dos grandes ojos negros, que contemplaron durante un rato a los huéspedes y desaparecieron. La puerta permaneció cerrada. El tío y K se confirmaron mutuamente haber visto los dos ojos.

—Una criada nueva que tiene miedo a los extraños —dijo el tío y llamó otra vez. Volvieron a aparecer los ojos, parecían tristes, pero podía ser una ilusión producida por la llama de gas que ardía por encima de sus cabezas y que apenas alumbraba.

—¡Abra! —gritó el tío golpeando la puerta con el puño—, somos amigos del señor abogado.

—El señor abogado está enfermo —susurró alguien a sus espaldas. En una puerta al otro lado del pasillo había un hombre en bata que era el que se había dirigido a ellos con voz tan baja. El tío, que ya estaba enfurecido por la espera, se dio la vuelta bruscamente y gritó:

—¿Enfermo? —y se fue hacia él con actitud amenazadora, como si el otro fuese la misma enfermedad.

—Ya les han abierto —dijo el hombre, señaló la puerta del abogado, se ajustó la bata y desapareció.

Era cierto, habían abierto la puerta, una muchacha —K reconoció en seguida los ojos oscuros, un poco saltones— permanecía con un delantal blanco en el vestíbulo y mantenía una vela en la mano.

—La próxima vez abra antes —dijo el tío en vez de saludar, mientras la muchacha hacía una ligera inclinación de cabeza.

—Vamos, Josef —dijo a K, que pasó lentamente al lado de la muchacha.

—El señor abogado está enfermo —dijo la joven, ya que el tío se dirigió directamente hacia una puerta sin detenerse. K aún contemplaba asombrado a la muchacha, cuando ella se volvió para impedir la entrada. Tenía un rostro redondo como el de una muñeca, pero no sólo las pálidas mejillas y la barbilla poseían una forma redondeada, sino también las sienes y la frente.

—Josef —volvió a llamar el tío y, a continuación, le preguntó a la joven:

—¿Es el corazón?

—Creo que sí —dijo ella, había tenido tiempo para avanzar con la vela y abrir la puerta de la habitación. En una de las esquinas, aún no iluminada, se elevó de la cama un rostro con una larga barba.

—Leni, ¿quién viene? —preguntó el abogado, que, deslumbrado por la luz de la vela, aún no había podido reconocer a los visitantes.

—Soy Albert, tu viejo amigo —dijo el tío.

—¡Ah!, Albert —dijo el abogado, y se dejó caer sobre la almohada, como si esa visita no necesitase ninguna atención especial.

—¿Tan mal estás? —preguntó el tío, y se sentó al borde de la cama—. No lo creo. Es una de tus recaídas, pero pasará como las anteriores.

—Es posible —dijo el abogado en voz baja—, pero es peor que otras veces. Respiro con dificultad, no duermo y voy perdiendo fuerzas día a día.

—Vaya —dijo el tío, y presionó su sombrero de jipijapa contra la rodilla—, son malas noticias. ¿Te están cuidando bien? Esto está tan triste, tan oscuro. Ha pasado ya mucho tiempo desde la última vez que estuve aquí, pero antes esto era más agradable. Tampoco tu pequeña señorita parece muy alegre, o tal vez disimula.

La muchacha permanecía con la vela cerca de la puerta. Parecía fijarse más en K que en el tío, aun cuando éste se refirió a ella. K se apoyó en una silla que él mismo había desplazado hasta las proximidades de la joven.

—Cuando se está tan enfermo como yo —dijo el abogado—, hay que tener tranquilidad, a mí no me parece triste.

Después de una pequeña pausa añadió:

—Y Leni me cuida muy bien, es muy buena
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.

El tío, sin embargo, no se dejó convencer. Tenía un prejuicio contra la enfermera y aunque no replicó nada al enfermo, persiguió con mirada severa a la muchacha cuando ésta se acercó a la cama, dejó la vela en la me silla de noche, se inclinó sobre el enfermo y le susurró algo mientras le arreglaba la almohada. El tío prácticamente abandonó toda consideración hacia el enfermo, se levantó, estuvo paseando de un lado a otro detrás de la enfermera y a K no le hubiera asombrado que la hubiera cogido por la falda para apartarla de la cama. K, sin embargo, lo contemplaba todo con tranquilidad. Incluso la enfermedad del abogado era algo que no le venía mal, no había podido oponer nada a la actividad que el tío había desarrollado por su causa, pero el freno que experimentaba ahora ese celo, sin intervención alguna de K, lo tomó como algo positivo. Entonces el tío, tal vez sólo con la intención de ofender a la enfermera, dijo:

—Señorita, por favor, déjenos un momento a solas, tengo que tratar con mi amigo un asunto personal.

La enfermera, que se había inclinado aún más sobre el enfermo y precisamente en ese momento alisaba la sábana, volvió la cabeza y dijo con toda tranquilidad, que contrastaba con el silencio furioso y la verborrea del tío:

—Ya ve, el señor está muy enfermo, no puede hablar de ningún asunto personal.

Probablemente había repetido las palabras del tío sólo por comodidad, pero por alguna persona ajena se podría haber tomado como una burla. El tío, naturalmente, se comportó como si le hubieran acuchillado.

—Tú, condenada —logró decir con voz gutural y casi incomprensible por la excitación.

K se asustó, aunque había esperado una reacción semejante, así que corrió hacia él con la intención de taparle la boca con las manos. Felizmente, el enfermo se incorporó detrás de la muchacha. El rostro del tío se tornó sombrío, como si se estuviera tragando algo repugnante, y dijo algo más tranquilo:

—Por supuesto que aún no hemos perdido la razón; si lo que reclamo no fuera posible, no lo habría dicho. Por favor, váyase.

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