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Authors: Franz Kafka

El proceso (16 page)

BOOK: El proceso
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—Es difícil —dijo K frunciendo los labios y reclinándose contra el brazo de su sillón, ya que los papeles, lo único inteligible, estaban tapados. Incluso miró débilmente hacia arriba cuando se abrió la puerta del despacho contiguo y apareció, algo borroso, como si estuviera detrás de un velo, el subdirector. K ya no pudo reflexionar más, simplemente auspició el resultado, que sería satisfactorio para él. Pues el fabricante se levantó de un salto y se apresuró a saludar al subdirector. K, sin embargo, hubiese querido que se hubiera levantado diez veces más rápido, ya que temía que el subdirector pudiera desaparecer. Era un temor inútil, los señores se saludaron y se acercaron juntos a la mesa de K. El fabricante se quejó de que había encontrado poco interés por parte del gerente hacia el negocio y señaló a K, que, bajo la mirada del subdirector, se inclinó de nuevo sobre los papeles. Cuando ambos se apoyaron en la mesa y el fabricante intentó ganarse al subdirector, a K le pareció como si dos hombres, cuya estatura él se imaginó exagerada, estuvieran discutiendo sobre él. Lentamente, elevando los ojos con precaución, intentó enterarse de lo que ocurría arriba, tomó al azar un papel de la mesa, lo puso en la palma de la mano y lo elevó poco a foco, mientras se levantaba, hacia los señores. Al hacerlo no pensó en nada concreto, sólo tenía la impresión de que así era como tendría que comportarse si hubiera terminado su gran escrito judicial que finalmente le aliviaría de toda carga. El subdirector, que prestaba gran atención al fabricante, miró fugazmente el papel, pero no lo leyó, pues lo que era importante para el gerente no lo era para él, se limitó a cogerlo de la mano de K y dijo:

—Gracias, ya lo sé —y lo volvió a colocar tranquilamente en la mesa.

K lo miró de soslayo con amargura. El subdirector, sin embargo, no lo notó o, en el caso de haberlo notado, le produjo un efecto positivo, pues rió con frecuencia, confundió al fabricante con una réplica aguda, le sacó de la confusión haciéndose a sí mismo un reproche y, finalmente, le invitó a ir a su despacho para terminar allí el asunto.

—Es un negocio muy importante —le dijo al fabricante—, ya lo veo. Y al señor gerente —y al hacer esta indicación siguió hablando sólo con el fabricante— le gustará con toda certeza que le privemos de él. El asunto reclama una reflexión cuidadosa. El gerente parece hoy, sin embargo, sobrecargado de trabajo, aún espera gente desde hace horas en el antedespacho.

K tuvo la suficiente serenidad para apartar la mirada del subdirector y dirigirle una sonrisa amable pero rígida al fabricante, aparte de eso no emprendió nada, se apoyó con las dos manos en el escritorio, como un dependiente de comercio detrás del mostrador, y contempló cómo ambos señores recogían, mientras conversaban, todos los papeles de la mesa y desaparecían en el despacho del subdirector. Antes de salir, el fabricante se volvió y le dijo que no se despedía, que informaría naturalmente al gerente sobre el éxito de la entrevista y que aún tenía que comunicarle algo.

Al fin estaba solo. No pensó en recibir al resto de los clientes. Era agradable pensar que la gente del antedespacho creería que aún estaba hablando con el fabricante, así no entraría nadie, ni siquiera el ordenanza. Fue hacia la ventana, se sentó en el antepecho, asió el picaporte con la mano y contempló la plaza. Aún caía la nieve, no había aclarado.

Así permaneció mucho tiempo sin saber lo que realmente le preocupaba, sólo de vez en cuando miraba asustado por encima del hombro hacia la puerta del antedespacho, donde creía haber oído erróneamente un ruido. Pero como nadie venía, se fue tranquilizando. A continuación, entró en el lavabo, se lavó con agua fría y volvió a la ventana con la cabeza más despejada. La decisión de asumir su propia defensa le parecía ahora más ardua de lo previsto. Desde que había traspasado la defensa al abogado, el proceso le había afectado poco, lo había observado desde la lejanía y, aunque apenas se había logrado nada, había podido comprobar, siempre que había querido, cómo estaba el asunto, retirándose cuando lo creía oportuno. No obstante, si asumía su propia defensa, tendría que dedicarse plenamente al proceso, el éxito supondría una completa y definitiva liberación, pero para alcanzarla tendría que exponerse a peligros mayores. Si quedaba alguna duda, la visita del subdirector y del fabricante se la había aclarado. ¡Cómo se había quedado sentado completamente sumido en su decisión de defenderse a sí mismo! ¿Hasta dónde podría llegar? ¡Qué días le esperaban! ¿Lograría encontrar el camino que lleva a un buen fin? ¿Acaso no significaba una defensa cuidadosa —y cualquier otra cosa era absurda— la necesidad de aislarse al mismo tiempo de todo lo demás? ¿podría superarlo con éxito? ¿Y cómo podría llevarlo a cabo en el banco? No se trataba sólo del escrito, para lo que quizá hubieran bastado unas cortas vacaciones, aunque solicitar ahora unas vacaciones supondría una empresa arriesgada, se trataba de todo el proceso, cuya duración era imposible de prever. ¡Qué impedimento había sido arrojado repentinamente en la carrera de K!

¿Y ahora tenía que trabajar para el banco? Miró hacia el escritorio. ¿Ahora tendría que dejar pasar a los clientes para entrevistarse con ellos? ¿Tenía que preocuparse por los negocios del banco mientras su Proceso seguía su curso, mientras arriba, en la buhardilla, los funcionarios judiciales se sentaban ante los escritos de su proceso? ¿No parecía todo una tortura, reconocida por la justicia, y que acompañaba al proceso? ¿Y se tendría en cuenta en el banco a la hora de juzgar su trabajo la situación delicada en la que se encontraba? Nunca jamás. Su proceso tampoco era tan desconocido, aunque no estuviera muy claro quién sabía de él y cuánto. Aparentemente el rumor no había llegado hasta el subdirector, si no ya se habría visto claramente cómo éste lo utilizaba contra K, sin espíritu de solidaridad y sin la más mínima humanidad. ¿Y el director? Cierto, mostraba simpatía hacia K, y si hubiese sabido algo del proceso habría querido ayudarle aligerándole el trabajo, pero no hubiera intervenido, pues ahora que se había perdido el equilibrio formado por K quedaba sometido a la influencia del subdirector, quien se aprovechaba del estado de debilidad del director para fortalecer su propio poder. ¿Qué podía esperar entonces K?
[32]
Era posible que con tanta reflexión estuviera debilitando su capacidad de resistencia, pero también resultaba necesario no hacerse ilusiones y verlo todo con la mayor claridad posible.

Sin un motivo especial, sólo para no tener que volver al escritorio, abrió la ventana. Se abría con dificultad, tenía que girar el picaporte con ambas manos. Al abrirse penetró una bocanada de niebla mezclada con humo que se extendió por toda la habitación, acompañada de un ligero olor a quemado. También penetraron algunos copos de nieve.

—Un otoño horrible —dijo el fabricante detrás de K, que había entrado desde el despacho del subdirector sin que K lo hubiese advertido. K asintió y miró, inquieto, la cartera del fabricante, de la que parecía querer sacar los papeles para comunicarle los resultados de su entrevista con el subdirector. Pero el fabricante siguió la mirada de K, golpeó su cartera y dijo sin abrirla:

—Quiere oír qué tal ha ido. No ha ido mal. Casi llevo el negocio cerrado en la cartera. Un hombre encantador, el subdirector, pero nada inocente —y rió estrechando la mano de K, intentando que también él riera. Pero a K le pareció sospechoso que el fabricante no quisiera mostrarle los papeles y no encontró nada divertida la insinuación del fabricante.

—Señor gerente —dijo el fabricante—, le sienta mal este tiempo. Parece deprimido.

—Sí —dijo K y se llevó una mano a la sien—, dolores de cabeza, preocupaciones familiares.

—Ya lo conozco —dijo el fabricante, que era un hombre siempre con prisas y no podía escuchar tranquilamente a nadie—, cada uno tiene que llevar su cruz.

K había dado un paso involuntario hacia la puerta, como si quisiera acompañar al fabricante, pero éste dijo:

Aún tengo algo que decirle al señor gerente. Temo importunarle precisamente hoy con esto, pero ya he estado dos veces aquí y siempre lo he olvidado. Si sigo aplazándolo, al final ya no tendrá ningún sentido. Y sería una pena, porque es muy probable que mi información sea valiosa.

Antes de que K hubiese tenido tiempo para responder, el fabricante se le acercó, le golpeó ligeramente con el dedo en el pecho y dijo voz baja:

—Usted está procesado, ¿verdad?

K retrocedió y exclamó:

—¿Se lo ha dicho el subdirector?

—No, no —dijo el fabricante—, ¿de dónde podría saberlo el subdirector?

—¿Y usted? —dijo K recuperando algo el sosiego.

—Yo me entero aquí y allá de alguna cosa relativa a los tribunales —dijo el fabricante—, precisamente de eso quería hablarle.

—¡Tanta gente está en contacto con los tribunales! —dijo K con la cabeza inclinada y llevó al fabricante hasta la mesa. Se sentaron como antes y el fabricante continuó:

—Por desgracia no es mucho lo que le puedo decir. Pero en estas cosas no se debe despreciar nada por mínimo que sea. Por lo demás, siento cierta inclinación a ayudarle, aunque mi ayuda sea tan modesta. Hasta ahora hemos sido buenos compañeros de negocios, ¿verdad? K quiso disculparse por su comportamiento en la entrevista de ese día, pero el fabricante no toleró ninguna interrupción. Puso la cartera bajo el brazo para mostrar que tenía prisa y dijo:

—He sabido algo de su proceso a través de un tal Titorelli. Es un pintor, Titorelli es sólo su nombre artístico, desconozco su nombre verdadero. Viene desde hace mucho tiempo a mi despacho y trae algunos cuadros por los que le doy —es casi un mendigo— alguna limosna. Además, son cuadros bonitos, paisajes y cosas parecidas. Estas compras —ya nos habíamos acostumbrado ambos a ellas— se producían con cierta regularidad y sin perder el tiempo. Pero durante un periodo sus visitas se hicieron tan frecuentes que le hice alguna objeción, entonces conversamos, me interesé por cómo podía subsistir sólo pintando y me enteré, para mi sorpresa, de que sus principales ingresos procedían de los retratos. Me dijo que trabajaba para los tribunales. Le pregunté para qué tribunal en concreto y entonces me contó acerca de esa justicia. Se puede figurar mi sorpresa al oír lo que me contaba. Desde ese día cada vez que me visita me entero de alguna novedad concerniente al tribunal y así me hago una idea del asunto. Titorelli es, sin embargo, bastante hablador y a veces tengo que pararle los pies, y no sólo porque miente, sino también porque un hombre de negocios como yo, abrumado de trabajo, tampoco puede ocuparse en cosas ajenas. Pero esto sea dicho sólo de paso. He pensado que Titorelli, tal vez, podría serle de alguna ayuda, conoce a muchos jueces y aunque no tenga mucha influencia, al menos podría darle algún consejo sobre cómo se puede encontrar a gente influyente. Y aunque estos consejos, considerados en sí mismos, no sean decisivos, creo que, en su posesión, pueden adquirir alguna importancia. Usted es casi un abogado. Yo suelo decir siempre: el gerente K es casi un abogado. Oh, no me preocupo en absoluto por su proceso. ¿Quiere ir a ver a Titorelli? Con mi recomendación hará todo lo que sea posible. Creo que debería visitarlo. No tiene que ser hoy, en alguna ocasión. Por supuesto, tengo que añadir, no está usted obligado por mi consejo a visitarle. No, si cree que puede prescindir de Titorelli, es mejor dejarlo de lado. Tal vez ya tenga un plan y Titorelli pueda estropearlo. No, entonces no vaya. También cuesta algo de superación aceptar consejos de un tipo así. Como usted quiera. Aquí tiene mi carta de recomendación y aquí la dirección.

K tomó decepcionado la carta y se la guardó en el bolsillo. En el caso más favorable, la ventaja que podría obtener de la recomendación sería mucho menor que los daños ocasionados por el hecho de que el fabricante se hubiera enterado del proceso y de que el pintor siguiera extendiendo la noticia. Apenas se sentía capaz de agradecerle el consejo al fabricante, que ya se dirigía a la puerta.

—Iré —dijo él, al despedirse del fabricante en la puerta—, o, como estoy muy ocupado, le escribiré para que venga a mi despacho.

—Ya sabía —dijo el fabricante— que encontraría la mejor solución. No obstante, pensé que evitaría invitar al banco a tipos como este Titorelli para hablar del proceso. Tampoco resulta muy ventajoso poner cartas en manos de esa gente. Pero estoy seguro de que usted lo ha pensado muy bien y sabe lo que tiene que hacer.

K asintió y acompañó al fabricante hasta el antedespacho. Pero a pesar de su tranquilidad aparente, estaba horrorizado. Que escribiría a Titorelli sólo lo había dicho para mostrar de alguna manera al fabricante que apreciaba su recomendación y que reflexionaría sobre las posibilidades de entrevistarse con él, pero si realmente hubiese considerado valiosa su ayuda no hubiera dudado en escribirle. No obstante, había reconocido los peligros que encerraba hacerlo gracias a la mención del fabricante. ¿Podía confiar tan poco en su inteligencia? Si era posible que invitara con una carta explícita a un hombre de dudosa reputación para visitarle en el banco, y allí, sólo separados por una puerta del despacho del subdirector, pedirle consejos acerca de su proceso, ¿no sería posible, incluso muy probable, que hubiera ignorado otros peligros o se estuviera metiendo de cabeza en ellos? No siempre iba a estar alguien a su lado para advertirle. Y precisamente ahora, cuando tenía que hacer acopio de todas sus fuerzas, tenían que asaltarle esas dudas sobre su capacidad para prestar atención. ¿Comenzarían a producirse en el proceso las mismas dificultades que ya tenía en la realización de su trabajo? No podía comprender cómo había sido capaz de pensar en escribir a Titorelli e invitarle a venir al banco para hablar del proceso.

Aún sacudía la cabeza ante semejante disparate, cuando el empleado se acercó hasta él y le indicó a tres señores que esperaban sentados en el antedespacho. Ya esperaban desde hacía mucho tiempo. Ahora, aprovechando la ocasión, se levantaron para intentar hablar con K. Como recibían un tratamiento tan desconsiderado por parte del banco, tampoco ellos quisieron tener ninguna consideración.

—Señor gerente —dijo uno de los que esperaban. Pero K le había pedido al empleado que le trajera el abrigo. Mientras le ayudaba a ponérselo, dijo a las tres personas presentes:

—Discúlpenme, señores, por desgracia no tengo tiempo de recibirles. Les pido perdón, pero tengo que terminar un negocio urgente y debo salir de inmediato. Ya han visto todo el tiempo que me han tenido ocupado. ¿Serían tan amables de venir mañana o cuando puedan? ¿O quizá prefieren que tratemos el asunto por teléfono? Tal vez prefieran informarme ahora brevemente y yo les daré una respuesta detallada por escrito. Lo mejor sería, sin embargo, que vinieran otro día.

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